Crudo, Guerra y un escape de la impotencia millennial

De Pasillo
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9 min readMar 29, 2019

Juan Diego cuenta:

Este artículo tiene una serie de objetivos que tienen como origen no sólo la tarea que le dio vida a su versión primaria, sino también la necesidad de encontrar una propuesta de solución al problema que mi amigo Juan José propuso en su artículo de la semana pasada (la imposibilidad de trazar y alcanzar metas a largo plazo y de disfrutar procesos evolutivos normales dada una presión para ser lo más exitosos que podamos en el menor tiempo posible).

El primer objetivo del texto, es ser un escape, por ínfimo que sea, de la rueda de obligaciones que describe Juanjo:

que lo distraigan a usted y a sus amigos o pareja por unos momentos; que se dé el lujo no de perder sino de ganar diez minutos para sí mismo y no para alguna presión externa; que actúe como quien se adentra en un desierto buscando limpiar sus culpas y abandonar sus maldiciones o como quien del quehacer se toma un receso sólo para respirar tranquilo, y luego sí “hacerlo real”. Después de todo, nació así, fruto del pecado millennial por excelencia: la procrastinación. Además, este texto quiere ser una invitación a conocer a dos hombres -Ciro Guerra y Fernando “Crudo Means Raw” Bustamante- cuyos discursos han marcado mi forma de ver el mundo en los últimos años.

Conocerlos vale la pena no solamente porque del disfrute de sus obras devienen nuevos escapes de esa adicción al trabajo, sino porque reinterpretarlos en código de la teoría política de Norbert Lechner abre nuevas puertas a la hora de pensarse la política, el arte, y, porqué no, nuestra cotidianidad misma.

La teoría que desarrolla Norbert Lechner, en la mera introducción de “La nunca acabada y siempre conflictiva construcción del orden deseado”, suena, aunque no parezca, a “No Copio” y a “Hubiera”, y se ve como “Los viajes del viento”: quizás en ello haya algo provechoso para nuestra humanidad estudiantil bogotana, más que sólo estética (aunque al retransmitir esta diatriba con tono de autoayuda a un amigo piensen “hey, qué estilito, qué chimbita”). Para dicho proceso, hay que seguir un número de pasos.

En esa lista de pasos, el número uno (¿dar las gracias?), lógicamente, es contarles qué carajos dice el tal Lechner.

El sujeto político propuesto por Lechner (1984) es aquél en búsqueda permanente e inalcanzable de la expresión máxima de su subjetivación: quiere ser sí mismo en su máxima expresión. Para definirse libremente como sujeto, primero, le es necesario un concepto propio, es decir, entender lo que nos decimos al mirarnos al espejo. Después, requiere una definición dada por los sujetos que le son externos: cómo somos en los ojos del otro (y la importancia que tiene la visión de cada sujeto sobre nosotros por separado). La suma de ambas constituye quienes sómos, o cómo vamos en ese proceso inalcanzable por llegar a la cima. Es decir que “el libro de calificaciones de cada uno” parte de la tarea que hacemos dentro del marco de nuestras condiciones de posibilidad material (mi territorio, mis riquezas, mis capacidades físicas), y es co-evaluado por nuestros compañeros.

En “No Copio” encontramos la contradicción obvia que el capitalismo del siglo XXI nos ha vendido y hemos comprado. En cuestión de segundos afirmamos que “No copio. ¿Que aquella dijo no sé qué de aquél? Que no copio”, y luego pedimos que “no esperes que me muera pa’ tirarme la buena/ dame las flores ya y prende las velas” porque necesitamos intrínsecamente esa aprobación.

Crudo construye sus imágenes, y tiene un concepto sobre sí, pero atrás están siempre quienes lo rodean (Doble Porción es el dúo de rap con el que más colabora) decidiendo sobre su puesto en el orden social

¿Creen que Crudo antes que nada da las gracias por ser querido? No señores: los sujetos tenemos estrategias para caer mejor a los demás, por ejemplo, ganando su calificación con respeto. Existen otras formas: estableciendo dominancia que resulte en influencia a nuestro favor -“camina mirando pa’rriba no con arrogancia”- o generando admiración a través de nuestra resiliencia -”gracias por hacer de mí una liendra: qué elegancia”, le canta a alguien que le hizo daño e hizo que “ahora fuera peor” como Bad Bunny-.

El medio para movilizarnos entonces en el entramado social de Lechner son las acciones con un fin -que llamaremos rituales- y expresiones simbólicas para darle sentido a nuestra relación con lo que nos es externo -que llamaremos mitos-. Son procesos históricos ligados a nuestra humanidad y que hoy por hoy se encuentran ocultos en prácticas aparentemente mercantiles. Una de las fuentes primordiales de ambos mecanismos es el arte. Si se es audiencia, se consume por medio de rituales — ir a conciertos, ponerse los audífonos en el bus como forma de aislamiento- y se construye una mitología en torno a sus autores y a las obras mismas -desde la historia de la amistad de Crudo Means Raw y J Balvin, que empezaron juntos su carrera, pasando por vincular canciones con momentos o personas, hasta el clásico “UFF JUEPUTA ESTA ES MI CANCIÓN VAMOS A PERREAR”. Si se es artista, construímos un universo simbólico para expresarnos y lo entregamos a la audiencia en rituales. Si el caso es que queremos pasar de ser audiencia a artistas, primero tenemos que aprender mitos y rituales de ciertos maestros (frente a los que tenemos nuestras propias preconcepciones). Luego desaprenderlos, haciendonos sujetos autónomos y capaces de proponer por nuestra cuenta cómo nos exponemos a la tela de juicio del mundo.

Pero primero lo primero: hay que hacerse artistas y no es artista el simple músico (técnicamente hablando), sino el capaz de ejecutar el lenguaje de los rituales y los mitos con su audiencia. Ciro Guerra habló de ello en “Los viajes del viento”, su adaptación libre y actualizada de la leyenda de Francisco el Hombre: de nuestras herencias culturales, genéticas, territoriales; del proceso de enfrentarnos a ellas y conocerlas; de la dificultad millennial (porque Fermín, el protagonista ES millennial) de sentirnos incapaces de todo cuando el mundo moderno antropocentrista nos exige ser humanos libres y capaces del infinito. Si todo está a nuestro alcance, ¿por qué no lo logramos?

Mi propuesta está en el prójimo: en que necesitamos ser mejores audiencias y artistas que respondan a lo que el público pide. Pero ya llegaremos allí.

-Los humanos: creadores de artistas

“Dicen que el maestro de su maestro le ganó ese acordeón al mismísimo diablo. Por eso está maldíto y, ahora, lo quiere devolver para zafarse de la maldición.”

-Los viajes del viento ( Gallego & Guerra, 2009)

La película Los viajes del viento cuenta la historia de un niño que decide seguir a un acordeonista legendario de la Costa con el fin de que le enseñe a tocar como él, pues siempre ha sido su sueño. La película, basada en la leyenda de Francisco, el Hombre, repasa ciertos trazos de lo que implica hacerse dueño de sí: cuestionarse, cuestionar el mito, cuestionar el ritual, o aceptar cada una de estas cosas. El arte, además, juega un rol clave en tal proceso, pues implica una forma de subjetivación, como quehacer, y, a la vez, un carácter que define al sujeto según sus gustos, sus habilidades, sus maneras de expresarse. Para la colectividad también es importante, pues el artista, y particularmente el músico, es fundamental para muchas prácticas tradicionales que hacen parte del abanico de instituciones que constituyen la arena donde el sujeto lucha por ser: tiene un rol que cumplir sobre sus posibilidades de expresión simbólica y acción instrumental (Lechner, 1984).

Así, a lo largo de la película, el niño sigue a su maestro con la ilusión de aprender, y la población con la que se encuentran copiosamente exige que el maestro toque sin concebir que sea posible que se niegue. Han creado una noción de artista invariable con la que han cargado al concepto del maestro mismo, pero no se debe a una interpretación del todo libre, sino a una serie de estructuras que así lo permiten (Pereira, 2011). Las condiciones culturales, las tendencias históricas y la herencia de la costa hacen posible la idea que la población tiene del maestro y la idea (que no nos es compartída) que él tiene de sí mismo.

El artista existe como la suma de su acción y la subsecuente reacción de los demás. El artista es entonces aquél que habla la lengua de la sociedad a través de su propia lengua: de la expresión de su ser, que sólo él conoce -sólo el maestro puede tocar así el acordeón-. A su vez, a lo largo de la travesía para devolver el acordeón, Fermín y su maestro se topan con personas de toda la costa Caribe que lo reconocen como una leyenda, y Fermín, se aleja de su determinación de tocar el acordeón como su maestro.

Y claro, Fermín tuvo la ventaja de que no tuvo señal de celular todo el viaje. En cambio nosotros estamos supeditados a las redes y sentimos que algo estamos haciendo mal: sin ser de Francia sabemos que Mbappe la rompe desde antes de que nos graduamos, que una niña de trece es reconocida como candidata al Nobel de Paz, etc. Leemos, aplastados en un transmilenio, queriendo llegar para ver alguna serie un rato antes de trabajar, que todos a nuestro alrededor crean y son creados.Todos son trending topics mayores. Logras metas pequeñas bajo expectativas altísimas sin tener un segundo para explotar quién quieres ser al máximo. Caminas al lado de tus maestros, pero viajas solamente con el viento.

Nuestros maestros nos construyen.

-El artista: creador de seres humanos

“[…] ¿Quién estará llamando a las tres de la madrugada?

De haber sabido que te ibas a ir, hermano,

Juro que hubiera contestado esa llamada, perro […]

Rayones, cicatrices

De cuando pude, pero no quise

No sobre analice pa’ que no se paralice

De haber sabido, hubiera no existe”

- “Hubiera”, Crudo Means Raw (2016)

Con esas y otras líneas cierra el segundo álbum de Crudo, uno de los productores y raperos con más influencia de Colombia y, quizás, una de las mayores revelaciones de todo Iberoamérica. Acto seguido, la música se funde hacia un silencio hondo. En los tres minutos y cuarenta y dos segundos de duración de “Hubiera” hablamos principalmente de los mitos y los rituales: Crudo habla testimonialmente, se sincera con su audiencia, da testimonio de sus errores y las tragedias que lo acechan, comprendiéndose como artista, como hijo, quizás como víctima indirecta de la delincuencia común o de algún procedimiento médico equívoco que le quitó a aquél que quiso llamarlo a despedirse.

La canción cumple un rol de expresión instrumental: el artista se escribe como culpable por omisión de la victimización simbólica de un ser querido al no contestar una llamada “a las tres de la madrugada”, que se da a entender como oportunidad perdida de la víctima de un homicidio para concretar su biografía mediante algún deseo, mensaje final, etc.

Nosotros como Millennials no seguimos resignados los pasos de un sólo maestro, como Fermín, sino de miles. Vivimos tras su sombra. Nuestra vida no parece estar dotada de historias tan interesantes por contar ni de medios para hacerlo. Queremos y necesitamos triunfar pero, la pregunta lógica es:¿cómo nos volvemos entonces artistas de la vida?

Esa no es la verdadera pregunta que necesitamos hacernos, según Lechner. La alternativa que necesitamos en nuestras vidas es cambiar de parche: salirnos de la burbuja y habitar otras, ir a nuevas latitudes físicas o estéticas que nos representen formas de aprendizaje diferentes, criterios de calificación que se adecuen más a nosotros y una posibilidad más realista de ser quienes queremos ser.

No se trata de huir de “la realidad”. Todo lo contrario. Se trata de habitar un mundo real y no la bola de cristal que comprendemos como propia.

Quizás una de sus canciones menos conocidas, pero la más importante para esta discusión, es “Ella es mía”, de Crudo Means Raw. Escuchen cuidadosamente la letra.

Quizás una de sus canciones menos conocidas, pero la más importante para esta discusión, es “Ella es mía”, de Crudo Means Raw.

Sin más, lo que Lechner, Crudo y Guerra quieren proponernos es un cambio de prioridades. “Narra tu aldea y serás universal” (Tolstoi), me citó Santiago Cembrano un día mientras lo entrevistaba. Necesitamos aprender a construir con los que están al lado, a confiarle a nuestro prójimo su capacidad de enseñarnos para la vida, tejer redes comunitarias y colaborativas fuertes, fieles, que hagan en vez de esperar el milagro de “pegar algún día”. Tenemos que convencernos de que en nosotros está el potencial del J Balvin de nuestra esquina y que sólo eso nos importe. Consumamos arte local (tanto en el sentido literal de lo que es el arte, como en el doble sentido de “toda obra humana con sentido” del que venimos hablando) para saber qué quiere nuestro barrio y qué podemos aportar nosotros mismos. Creámonos no la inmensidad de la leyenda de nuestro maestro sino la humanidad de nosotros mismos. Dígamosle al otro cuando hace las cosas bien así suene intenso e innecesario, porque, quizás, lo necesita para no resbalar y poder seguir ascendiendo con el peso enorme de la vida por una montaña.

Aceptemos que “sí copio” pero que, antes que nada, el mundo no tiene idea de la mitad de la mitad de lo que vamos a hacer.

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Información política, cultural y social de universitarios para universitarios, que discuten entre sí y se nutren partiendo de escuchar al otro.