La oposición a la hipoteca inversa va más allá de quien la propone

Juan Fernado Castro Orozco
De Pasillo
Published in
5 min readJul 29, 2020

¿El lenguaje jurídico nos impide ver otros argumentos?

Una de las consecuencias más graves de la narrativa de polarización es que, aún cuando no fuera nuestra intención, nos hace ignorar los argumentos de otros. Si mezclamos esto con un lenguaje jurídico sobre-tecnificado tendremos un perfecto “confunde y reinarás”.

En su artículo publicado en Ámbito Jurídico el 14 de julio, Juan Manuel Pacheco afirma que la controversia que ha surgido a raíz de la posibilidad de la hipoteca inversa se debe exclusivamente a quién la promovió. Para fundamentar su afirmación, expone la lógica jurídica que sustenta la figura y, como si diera círculos en sus mismos pasos, concluye que la figura es “realmente brillante jurídica y económicamente”. Y aunque he de afirmar que la naturaleza jurídica de la figura es ciertamente interesante al estudiarle a la luz del derecho de bienes y obligaciones, creo que el debate respecto a ésta poco tiene que ver con estos pomposos constructos que estudiamos en las facultades de Derecho. Me molesta que, como sucede en este caso, la innecesaria complejidad de estos conceptos desvíe la atención a lugares donde no está la controversia, haciéndonos ciegos ante los argumentos ajenos.

Con esto en mente y mucho tiempo para pensar, recordé con frustración el sabor amargo de mi propia lucha con el Derecho como carrera. Aunque amo el estudio de las sociedades a través de sus maneras de “resolver” conflictos, reconozco que, como explicaría Duncan Kennedy,

las facultades de derecho son lugares intensamente políticos. La concepción mercantil de las facultades, la infinita atención al árbol que impide ver el bosque, la simultánea formalidad y superficialidad con la que se abordan las limitadas tareas que parece haber a mano, todo esto es solo una parte de lo que sucede. La otra parte es un entrenamiento ideológico para servir voluntariamente a la jerarquía del Estado de bienestar empresarial (La educación legal como preparación para la jerarquía, Revista Academia, p. 1)

En el caso de este artículo, ello es evidente en la introducción de la hipoteca inversa como un instrumento brillante y al que debemos acudir debido a su aparente “lógica interna”. Pero mi frustración y amargura devienen de la supresión de otros argumentos que en este caso como en muchos otros parece implicar hablar jurídicamente.

En efecto, creo que reducir el debate de la hipoteca inversa -o cualquier figura jurídica para este efecto- a las normas que la sustentan es insuficiente. Creo que detrás de la controversial figura sí hay un debate y, aunque apostaría a que los detractores de la propuesta y de Duque coincidirán, no deberíamos pensar que ese debate tiene su explicación en el odio a una figura vacía. Más aún, considero que la coincidencia de detractores nos ayuda a ver la naturaleza de los valores encontrados en el debate.

Imagen tomada de Semana.com

Traducido del tecnicismo a lenguaje De Pasillo, una hipoteca inversa es un préstamo que pide una persona de la tercera edad a un prestamista. A diferencia de un préstamo cualquiera, quien pide este préstamo no espera pagarlo en vida, puesto que este solo se cobrará tras su muerte. El inmueble hipotecado servirá de garantía de pago de este préstamo, de manera que los herederos del adulto mayor tendrán la opción de pagar el préstamo y quedarse con lo que habría sido su herencia, o entregarla para pagar el préstamo hecho. Se trata de un instrumento financiero que garantiza liquidez para quien lo solicita y rentabilidad para quien lo presta. Pero también es uno de esos lugares donde los críticos de siempre -a los que el artículo comentado parece ignorar tildando de falaces- advertimos la presencia de las mismas dinámicas que criticamos en el capitalismo: con el trasegar del tiempo, es una herramienta que termina concentrando el capital donde más se encuentra concentrado.

Dentro de nuestra cabeza no hay un odio irracional a la figura presidencial, sino la agria sensación de una semejanza natural entre la hipoteca inversa y la progresiva concentración del capital. Nos incomoda pensar que, con el paso del tiempo, los bancos se quedarán con los inmuebles que eran la herencia de los trabajadores. Ello nos incomoda porque, con el paso de las generaciones, atornilla el capital y los medios de producción a un grupo fijo de privados, perpetuando la imposibilidad de los hijos de trabajadores de participar en la propiedad de los medios de producción. En este sentido, si no está en su agenda política un mundo donde los medios de producción estén concentrados en privados, no tiene por qué generarle incomodidad esta semejanza. No obstante, si dentro de su agenda política se encuentra el principio democrático, no puede silenciar argumentos distintos al propio llamándolos falaces de lleno.

Me frustra y amarga que el discurso predominante silencie esta clase de debates y asuma erróneamente que un reguero de normas en un sistema auto-contenido implique la justicia detrás de una institución jurídica. ¡Me frustra porque los debates están ahí! Es fácil asumir que como en términos jurídicos todo está en orden, entonces seguro quien esté en contra de esta propuesta no entiende sobre Derecho y solo odia al presidente… pero lo fácil no lo hace cierto. Si algo he aprendido en el estudio de las normas jurídicas es que son instrumentos lingüísticos imperfectos que transportan los valores de quienes las crean de la mejor manera en que la técnica nos lo permite. Por esto considero que la principal responsabilidad ética de una abogada o un abogado es desenmarañar los valores escondidos de los discursos que adoptamos (esos que entran en el currículum de la facultad y Kennedy nos advierte que asimilamos sin cuestionar) y luchar por el reconocimiento de lo que considera justo como derecho.

En ese orden de ideas, quiero aclarar que no considero esta preocupación por la concentración de capital suficiente para descartar la hipoteca inversa, pues convencerse de ello implicaría estar en contra de cuantas propuestas existen en el sistema actual y cuyo auténtico propósito es mejorar la calidad de vida de las personas. Sin embargo, silenciar estos debates nos mantiene en un estado de aceptación que impide el sano debate, propio de la democracia que queremos tener. Preguntarse a cargo de quién debería estar la jubilación de los ciudadanos, por ejemplo, es esencial a la hora de debatir esta propuesta, y esto parece ser ignorado desde el debate propuesto en el artículo comentado.

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