La sexualización de la renta básica

Mariana Camacho Muñoz
De Pasillo
Published in
8 min readJul 27, 2020

¿Por qué es urgente pensarnos la renta básica con enfoque de género?

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Escrito por: Zue Quintana y Mariana Muñoz.

La coyuntura actual nos ha obligado a volver al hogar, a dedicarnos a las relaciones familiares, a encontrarnos en el mundo de la intimidad y a lo mejor, también nos ha obligado a tomar un tiempo para pensarnos como seres (no) explotados a través del trabajo, a interpelar las relaciones ajenas a la empresa y otras cuestiones relacionadas con la explotación laboral. Tal vez esta crisis se nos ha presentado también como el momento de reconocer que vivimos en hogares reales, con conflictos, relaciones de poder y de dominación que permiten la invisibilización o subvaloración tanto de ciertos individuos como de ciertas prácticas fundamentales para la reproducción de la vida.

En parte por esto se ha discutido en estos tiempos pandémicos sobre la idea de garantizar temporal o permanentemente un ingreso a algunos o a todos los miembros de la sociedad. En Colombia, el debate de la renta básica ha tomado un papel relevante en la agenda política de congresistas, senadores, alcaldes, académicas y en la agenda de algunos medios de comunicación. Todo esto no solo se está discutiendo en Colombia sino que hay una discusión global sobre la posibilidad de implementar tanto la renta básica universal como la renta básica condicionada y existen varios países que ya lo han hecho en épocas pre-COVID como otros que la han implementado a razón de la pandemia.

De hecho, y apropósito de esta discusión, surgió en Colombia una campaña en la que académicas/os, ciudadanas/os y organizaciones civiles lanzaron la plataforma Renta Básica Ya. Esta exige la instalación de la renta básica para aquellas personas que se encuentren en una condición de vulnerabilidad. Esto porque, como comentan quienes hacen parte de la plataforma, con la implementación de una verdadera renta básica es posible garantizar ciertos derechos fundamentales como el derecho a la vida, entre otras muchas cosas.

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Tras lo anterior y en medio de la conmemoración del Día internacional del trabajo doméstico, 68 congresistas, en su mayoría senadoras/es, radicaron un proyecto de ley para garantizar una renta básica mientras que organizaciones e individualidades se unían a una twitteraton promovida por Renta Básica Ya donde se usó el hashtag #RentaBásicaYCuidadoras con el fin de visibilizar el papel de las mujeres trabajadoras domésticas y la precariedad laboral que afrontan, así como el impacto que podría tener la renta básica en sus vidas.

En relación con lo anterior y a pesar de que el proyecto de ley de renta básica no se centra en el sistema sexo/género para decidir quiénes se beneficiarían con la medida, es importante hablar de la renta básica desde una perspectiva feminista. No solo por todas las violencias, las cargas, y las circunstancias particulares e inferiores que afrontamos la mayoría de sujetas feminizadas, sino porque desde las construcciones teórico-prácticas puede ser una herramienta para cuestionar la imbricación de sistemas de opresión que se articulan y producen dicha inferioridad e invisibilización de lo femenino.

Tanto el capitalismo, como los regímenes raciales y de género son partes de un todo que pueden cuestionarse a partir de centrar la atención en los cuidados y todo lo que se desprende de ellos: la salud mental, el trabajo doméstico remunerado y no remunerado, la división sexual del trabajo, la autonomía y la dignidad; todas problemáticas invisibilizadas son cosas que la renta básica podría ayudar a subsanar si nos enfocamos no solo en el pago por los cuidados sino también en cuestionar por qué esos cuidados, necesarios para la reproducción de la vida, no son pagos ni valorados en nuestras sociedades.

De acuerdo con esto, en las últimas décadas se ha denunciado de manera constante la explotación femenina desde el hogar, producto del rol de género que históricamente ha sido reproducido para ser impuesto al ser femenino, desde su nacimiento. Es así que el Movimiento de Mujeres por el Salario para el Trabajo Doméstico desarrolla la teoría de la doble explotación en función de exigir pago al trabajo del hogar, que al momento de la entrada de la mujer al mundo laboral queda invisibilizado por su carácter no pago y, por lo tanto, reproduce la caracterización impuesta del sujeto femenino a través del género, en tanto rol natural de la mujer y no un trabajo que merezca salario.

Así, el hogar se vuelve un territorio de disputa, donde los poderes de género chocan y las relaciones familiares y sentimentales se tornan violentas. Es allí donde el Gobierno tiene en sus manos la potestad de dar respuestas a esta violencia económica que vive la mujer a lo largo de su vida y que se reproduce cuando se defienden las nociones más tradicionales de “familia”.

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Históricamente, diferentes feminismos han venido abordando las problemáticas de la brecha salarial, la feminización de la pobreza, la brecha de cuidados y otras formas de desigualdades sociales y económicas que son atravesadas por el sexo/género y por lo procesos de racialización o de clase. También han discutido cómo dentro de las políticas gubernamentales y de Estado deben comenzar a discutirse estas problemáticas con un enfoque claro de género, por ejemplo.

A pesar de que los cuidados son todas aquellas prácticas que nos permiten seguir reproduciendo la vida en sociedad como la conocemos, los discursos asociados al cuidado y afianzados por la división sexual del trabajo en lo que entendemos por familia han sub-valorado su importancia de forma recurrente y asimismo, le han encargado esas labores al sujeto femenino que es también sub-valorado. Prácticas como preparar alimentos, la limpieza, el cuidado de los niños para garantizar su supervivencia, los remedios caseros, entre otros, han sido tareas que en su mayoría han desempeñado las mujeres y que en muchos casos las han pretendido constituir: el sujeto femenino por excelencia es aquel que cuida.

Ante esto, no solo se encuentra el caso de las mujeres “amas de casa” o las mujeres que además de (tele)trabajar deben seguir cumpliendo con estas labores sino también todas aquellas mujeres que se emplean en el trabajo doméstico y en donde se les violentan muchos derechos, entre ellos, las primas, el pago de vacaciones o hasta los pagos por dominicales.

El contexto que vivimos y la posición del Gobierno podría considerarse violenta con respecto a la población que no tiene garantías para vivir de manera digna el aislamiento, que es obligada a trabajar para llevar un sustento diario a su casa, a quienes las deudas no les dejan descansar o cuando su vida depende fundamentalmente de un salario mínimo. Y esto se agrava cuando esta situación no solo se concibe como parte de la crisis actual sino cuando se entiende como un hecho histórico que ha afectado particularmente a mujeres, madres solteras o cabezas de hogar y que, por lo tanto, sufren la doble explotación de también tener que trabajar en casa sin salario alguno.

A esto hay que sumarle que en Colombia hay muchas más mujeres empobrecidas (29.6%) que hombres (25.7%) así como que la tasa de de mujeres desempleadas es más alta (25,4%) que la de los hombres (18,6%), y que los cuerpos de las mujeres son quienes suman en su mayoría a las cifras de violencia. Por estas razones estructurales y por mucho más, la renta básica podría ser implementada como un derecho poderoso para garantizar un mínimo de dignidad a las mujeres que se encuentran en aquellas labores feminizadas como el cuidado y que no obtienen los beneficios que deberían así como aquellas mujeres desempleadas, madres solteras y/o cabezas de familia que no cuentan con suficientes recursos para mantenerse. Asimismo, la renta básica puede garantizar la autonomía que podrían tener las mujeres dependientes económicamente de sus parejas y por ende, aquellas relegadas a su voz de mando tanto como la autonomía frente a otras relaciones sociales como aquellas establecidas entre el empleador-la empleada o aquellas que se construyen a partir de ciclos de violencia.

Sin embargo, la renta básica no puede ser una excusa para seguir subvalorando dichas labores de cuidado pues no puede terminar afianzando la división sexual del trabajo para condenarnos como mujeres al trabajo doméstico y tampoco puede serlo para eliminar otros servicios públicos esenciales como la sanidad. Con la introducción de la renta básica no solo se debe pensar la solución en términos monetarios sino que el ingreso debe venir acompañado del cuestionamiento de las estructuras sociales que hemos reproducido hasta ahora y dentro de las cuales se encuentran la feminización del cuidado y de la pobreza, además de un replanteamiento profundo de la manera en que nos organizamos para vivir. De no ser así es posible que las mujeres sean aún más relegadas a esa esfera privada e invisibilizada, pues la sociedad ya tendría un ingreso para justificar esa configuración social en vez de cuestionarla.

También es pertinente explicitar que concebir la renta básica como un derecho implica no solo pensarla para una situación de crisis o emergencia como la que estamos viviendo, sino como una política permanente para que tenga la vocación real de disminuir la desigualdad. Las propuestas de renta básica por un tiempo limitado como aquella que se propone a través del proyecto de ley comentado arriba difícilmente tendrá un impacto en el cuestionamiento de las estructuras sino que más bien solucionará de forma más o menos superficial algunos problemas monetarios de ciertas familias y por cierto periodo. Tal vez, como dice el académico David Casassas, podría ser importante pensar la renta básica como “la universalización del derecho humano a elegir una vida propia”; algo en lo que llevan insistiendo diferentes organizaciones de izquierda y progresistas desde hace décadas.

Por esto es interesante que se plantee una renta básica en Colombia pues así se promueve el debate, las críticas y las preguntas con el fin de que se convierta en una herramienta no solo más incluyente sino muy poderosa para el cuestionamiento de las relaciones sociales que invisibilizan la labor de cuidado que hacen en su mayoría las mujeres, y que las relegan a ellas a ocuparse del cuidado en su mayoría, al igual que aquellas relaciones violentas que se entablan por las dependencias económicas y de otros tipos. Se ha demostrado con varios experimentos que las rentas básicas traen diferentes beneficios dependiendo de la población a la que se dirijan, los montos que se distribuyan y los objetivos que se tengan; a lo mejor es momento de que nos pensemos también estas posibilidades en medio de la marcada desigualdad y violencia de género que se viven en Colombia.

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