Sí al lenguaje inclusivo , pero con matices

Columna de opinión por : Camilo David Cárdenas Barreto

De Pasillo
De Pasillo
6 min readApr 1, 2019

--

¿Qué es el «lenguaje inclusivo»? ¿Qué podemos defender cuando hablamos de «lenguaje inclusivo»? ¿Es usar marcas «neutrales» de género gramatical como la «x» o la «e» realmente algo inclusivo? ¿A quiénes incluye? En el presente artículo se intentará dar una respuesta a esas preguntas, pero esto sólo será un abrebocas de una discusión política relacionada con las contradicciones ideológicas y materiales entre los movimientos feministas radicales y los LGTBIQ+.

Actualmente, por lenguaje inclusivo se entiende al uso comunicativo de marcas «neutrales» de género gramatical —la «e» es la más extendida – con el propósito de no discriminar o invisibilizar a las personas «no binarias», es decir, aquellas que no se sienten incluidas en los dos géneros masculino y femenino. El género hace referencia a los roles culturales socialmente construidos a partir del dimorfismo sexual hombre-mujer, pero tras el avance teórico y práctico de los movimientos LGTBI se ha visto que el «espectro de género» es más complejo que el conjunto femenino-masculino basado en el dimorfismo sexual.

Esto ha generado la visibilización de fenómenos sociales como las mujeres trans, quienes no se sienten identificadas con el género al que presuntamente estaban condenadas por haber nacido del sexo opuesto y deciden hacer una transición para convertirse sexualmente en mujeres, si bien esta transición es biológicamente fragmentaria y suele reivindicar roles de género promovidos por los hombres contra las mujeres cis —el uso excesivo de maquillaje, «buenas tetas», «buenos culos», se apropian como formas ideales de ser de las mujeres, aunque estén en función de los gustos sexuales de los hombres – . En todo caso, serían personas como las trans quienes verían en el uso de la marca «e» una manera en que ellas puedan estar incluidas, al menos en un plano simbólico-lingüístico —habrá trans que se opongan a este tipo de lenguaje inclusivo; generalizo sólo para efectos prácticos – .

Desde una perspectiva feminista radical, no obstante, el género como hecho sexual-cultural tiene que ser eliminado, pues todo género ha sido construido para la dominación patriarcal. El uso de la marca «e», aunque aparentemente neutral, terminaría por invisibilizar esta dominación ejercida contra las mujeres cis en el caso de oraciones como «les testigues se levantaron contra los abusos sexuales de les violadores», cuando haría bien enfatizar que son las mujeres quienes se expresaron como testigas y que fueron hombres quienes abusaron de ellas.

Más aún, las feministas radicales no aceptan que se las denomine «cis» porque sus prácticas no tienen por qué concordar con un rol de género construido por los hombres sólo por haber nacido sexualmente mujeres —que es el supuesto que parece estar a la base de la distinción del transactivismo entre cis y trans – . Su lucha es por la liberación de las mujeres, las hembras humanas, con vagina, glándulas mamarias, matriz; se alzan contra la opresión de género constituida a partir del sexo, del hecho biológico de tener un aparato reproductor con particulares «funciones» biológicas, como lo ilustra históricamente la socióloga Silvia Federici en su trabajo Calibán y la bruja. Esta experiencia de opresión es «fenomenológicamente» lejana a la mujer trans, pues en su marco de experiencias vive más una discriminación debido a que no satisface la expectativa de «género» que debería corresponder a su sexo —del hecho biológico de haber nacido con testículos, próstata, pene, glande, con sus «funciones» sexuales respectivas – . En ese sentido, para el feminismo radical transexcluyente no existen mujeres trans —siguen siendo hombres, aunque con libertad de decidir su género – y el uso del lenguaje inclusivo no hace prácticamente nada por la liberación de las «verdaderas» mujeres.

Ciertamente, exceptuando hechos lingüísticos institucionales como los dados en actos de habla declarativos —que requieren de autoridades legitimadas en algún sentido para que creen el estado de cosas que representan – , el uso del lenguaje no crea realidades de la nada. Si la RAE quitara la acepción de sexo débil como «conjunto de mujeres» ello no eliminará el hecho de que la debilidad ha sido una característica patriarcal socialmente construida sobre las mujeres encarnada para legitimar prácticas concretas que mantienen su exclusión. Del mismo modo, podríamos usar la «e» como marca lingüística, pero seguir discriminando a las transexuales imponiéndole un «género masculino», una idea de «hombre» que deben satisfacer, o negando la legitimidad de su existencia como sujeto político con reivindicaciones concretas —violencia simbólica – .

El asunto, entonces, es cómo lograr maneras de reconocimiento lingüístico que impacten en las prácticas reales, pues es cierto que una reflexión sobre nuestros usos del lenguaje puede llevar a una modificación de nuestras prácticas. El problema es que entre las facciones transexcluyentes del feminismo radical y del llamado transfeminismo la discusión ha estado más encaminada a acusaciones mutuas de opresión y discriminación, pues, como se ha visto, la idea de qué es una mujer y, de ese modo, cuál es el sujeto político del feminismo, se ha puesto en cuestión. Ya, en principio, entre el feminismo radical transexcluyente y el transfeminismo opera la distinción schmittiana constitutiva de la política amigo-enemigo. En todo caso, no parece que el uso artificioso de la «e» lleve a ese reconocimiento lingüístico ni, mucho menos, a una resolución de esta disputa. Hay que dar un debate crítico.

Una alternativa sería usar el género gramatical femenino como género neutro, pero su funcionalidad es limitada porque en el sistema mundo capitalista —entendido como una única sociedad globalizada – el hombre es todavía el marco de referencia para satisfacer referencias lingüísticas aparentemente «neutras». El uso general del género gramatical femenino funcionaría en una civilización de mujeres, como pretendería el lesbianismo político radical —pero ya no tendría sentido hablar de femenino neutro – , y el uso neutro femenino en una sociedad donde las relaciones de poder hombre-mujer se ejercieran de forma inversa —un matriarcado en vez de un patriarcado – y las expectativas lingüísticas dominantes fueran cumplidas por las mujeres.

Ahora bien, si digo «las colombianas han ganado un Premio Nobel» en mi mente no pasan «hombres y mujeres» sino simplemente mujeres —el uso del género gramatical femenino es excluyente y así se ha constituido – . Si digo «les colombianes han ganado un Premio Nobel» y la mayoría han sido mujeres, invisibilizo este hecho —caso contrario si la mayoría fueran transexuales, pero entonces la marca «e» no sería «neutra», pues sólo recogería a las transexuales – . Si digo «los colombianos somos deshonestos» pareciera que las mujeres estarían parcialmente incluidas por economía del lenguaje, si bien seguiría habiendo una preeminencia masculina gramatical que refleja la cultura patriarcal que habitamos —no habría, realmente, un masculino «neutro» – . Sería más preciso hablar de «los colombianos y las colombianas» o, mejor, «las personas colombianas», aunque el desdoblamiento o la especificación «neutral» parezcan engorrosos.

Así pues, habría que darse el paso del «lenguaje inclusivo» a usos inclusivos del lenguaje en contextos concretos. No existe «la» fórmula lingüística o «el» conjunto de recetas para que la visibilización real de las mujeres o de las transexuales sea efectiva, pero el que puedan ser reconocidas lingüísticamente mediante usos concretos y precisos puede ser una alternativa, con la consciencia de que los usos lingüísticos no cambiarán mágicamente las realidades sociales de opresión o discriminación, aunque sí puede denunciarlas, ponerlas sobre la mesa. Y eso es importante. Empero, para ello se ha de llegar a un consenso teórico-práctico entre el feminismo radical transexcluyente y el transactivismo. A lo mejor pueden tener en común un enemigo: el patriarcado, aun cuando el sujeto político de sus movimientos sea diferente. Mientras tanto, el uso artificioso de la marca «e» evade este debate tan necesario.

P. S.: recomiendo ampliamente el texto El uso del “lenguaje inclusivo” es un retroceso para el feminismo de Natalia Paz Amado y Audre Rich. Explicará mucho mejor por qué el uso de la marca «e» es, desde una óptica radical, antifeminista.

--

--

De Pasillo
De Pasillo

Información política, cultural y social de universitarios para universitarios, que discuten entre sí y se nutren partiendo de escuchar al otro.