La metafísica del ser: en Buenos Aires

Carolina Flechas
Dentro del canasto
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3 min readMay 31, 2019

Está el que mira la hora con impaciencia y el que le grita al guardia del banco porque decidió cerrar cinco minutos antes.

Está el ciclista casi suicida que anda sin casco y en contramano, porque va tarde.

Esta la oficinista arreglada, que con un teléfono de última, balancea la comida por peso del chino que acaba de comprar y, que va a engullir en breve sentada frente a una pantalla.

Está el extraño que camina por la vereda, despacio, mirando todo y está el que lo empuja porque ocupa demasiado espacio y no lo deja pasar.

Está el que duerme en el piso, plácido, sin temor a ser robado pues ya no tiene que perder. Que no abre los ojos; al contrario, los cierra fuerte porque no quiere saber nada de lo que pasa allá afuera.

Está la señora que camina y ve al hombre que duerme en el piso. Tiene miedo, le da miedo: razón por la cuál se cambia de vereda y camina más rápido.

Esta el quiosquero que fuma en la puerta de su local, robándole segundos al día, suspirando, pues sabe que le esperan otras 7 horas ahí adentro.

Está el local de enfrente que vende baratijas traídas de Oriente, en la puerta su dueño sueña con arroz o Dios sabe qué, mientras inhala rápidamente el humo de lo que queda de su cigarrillo.

Está el policía de la cuadra que camina de lado a lado, con pies pesados, cara de pocos amigos (si es que tiene alguno) que debe permanecer alerta porque: “en el centro afanan mucho”.

Está el joven recién llegado a la ciudad. Que no entiende el código, no encaja todavía, que gracias a la virtud de su juventud y energía carga su cruz naranja en forma de cubo en la espalda, repartiendo hamburguesas a los oficinistas hambrientos, que ojalá sepan lo que es propina.

Está el que va muy abrigado porque en la ciudad amaneció “fresco”, y la humedad es bien conocida por todos los que ponen un pie. Humedad que calcina los huesos.

Está el que va en ojotas, porque creció en Mar del Plata o Bariloche, y esos porteños no saben lo que es frio de verdad.

Está en que lleva la leche de precios cuidados y un paquete de espaguetis en la mano, porque ya no hay bolsas plásticas y se le olvida que debe llevar la suya.

Está el que hurga la basura con la esperanza de encontrar algún tesoro que apacigüe su hambre o su sed.

Está el estudiante que no llegó a estudiar y va leyendo los apuntes descuidadamente, sin poner mucha atención a la calle, hasta que encuentra una graciosa baldosa suelta que pisa y arruina su día y sus zapatos.

Está el portero que silba en la puerta canciones de su tierra mientras manguerea las pocas hojas que se comienzan a ver en la calle.

Están los perros, que ladran descontrolados a un gato que pasa. Están todos atados a un poste, mientras su paseador toma mate bajo un rayito de sol en un banco.

Están los que tocan timbres pidiendo ropa. Están los que venden ropa en una manta.

Están los que son de acá sin querer, y los que son de acá pero no quieren serlo.

En está ciudad se está o no. Y en eso recae su magia.

*Sean indulgentes conmigo queridos lectores, pues no escribo hace mucho y mi pluma se secó (literalmente). Hoy vengo con un textito que me gustó mucho escribir sobre mi querida Buenos Aires.

A esta altura no debo decirles que Argentina no soy y tampoco es algo me falta. Pero si conozco está ciudad bastante bien así que decidí lanzarme a la piscina de las criticas que esto pueda suscitar.

Sepan perdonar si alguno de estos arquetipos les ofende.

Besitos.

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Carolina Flechas
Dentro del canasto

Estudiante de comunicación y futura escritora🖊 •Tengo ojeras muy pronunciadas y una taza de café en la mano ☕️( sin importar en que momento se lea esto)