“Por nuestros niños hasta la vida”

Carolina Flechas
Dentro del canasto
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5 min readMar 8, 2021

La experiencia pasa por no tener una respuesta. Como un Hiroshima que se detona lentamente. Como los últimos 6 segundos antes de una catástrofe que se sienten eternos. El documental pasa lento, mediado por el agua que desborda todo. La lluvia, una piscina, el mar y su rumor, los ríos y finalmente la laguna de Yambo que resalta entre la cordillera de los Andes a 132 kilómetros de la capital.

La historia no es ajena para los lectores latinoamericanos. De hecho se perfila familiar, y se cuenta en tres partes. Uno: una familia vive en aparente tranquilidad en medio de un gobierno de derecha neoliberal. Dos: un día soleado, dos hermanos, Santiago y Andrés, salen en su Jeep y desaparecen para siempre. Tres: sus familiares y amigos recrean sus memorias una y otra vez mientras reclaman por una verdad y justicia que nunca llegan.

“Con mi corazón en Yambo” narra al compás de la voz de María Fernanda Restrepo, quien también es la directora, el asesinato de sus hermanos el 8 de enero de 1988 por la policía ecuatoriana. Narra el encubrimiento, las mentiras, el desasosiego, los anhelos y la resignación de un padre y una madre que todos los miércoles protestan en una plaza con las fotos de sus hijos que ya no son. Y no es coincidencia que en repetidas ocasiones se menciona a las Madres de Plaza de Mayo.

Los hermanos Restrepo desaparecieron de su casa y nunca se supo nada más. Sus cuerpos no aparecieron, la familia nunca obtuvo una razón ni causa. Dos niños en un Jeep que salieron en la mañana que cambió todo.

La historia sigue una secuencia cronológica, sumamente útil para los espectadores ajenos al caso y a la historia del país. Inicia con una entrevista de María Fernanda a su padre Pedro, a quien veremos durante todo el documental, contando su historia y su verdad en diferentes lugares, recorriendo diferentes puntos, siempre con voz serena y tranquila; no porque haya olvidado lo que pasó sino porque entiende que su protesta es el aguante, la resistencia en el tiempo y su búsqueda implacable.

En la casa materna se recorren todos los espacios que los hermanos Restrepo habitaron. Las habitaciones, los rincones y pasillos por los que corrieron jugando, pues no se debe olvidar que fueron asesinados cuando aún eran unos niños. Andrés tenía 17 y Santiago 14. Los crucifijos, propios de una familia católica y devota de la época, observan la cámara y miran de regreso sin moverse. Todo parece estar quieto como quien quiere hacer una analogía del paso del tiempo — que en universo cinematográfico suele correr al galope — que sus protagonistas cargan en los hombros.

Los niños desaparecieron un día y María Fernanda, narradora y hermana, intenta recordar algo que ya no está en su cabeza. Era demasiado pequeña, demasiado ingenua, demasiado niña, por lo que los espectadores no se sorprenden cuando ven escenas de ella siendo una niña “normal”, bailando ballet, asistiendo al cumpleaños de sus compañeros. Sin embargo, el quiebre siempre está.

“Esta es la foto de mi curso en el colegio. Fue tomada al día siguiente de la desaparición del Santi y el Nené, y yo no estuve”, pronuncia la narradora. Y las fotos van a ser una constante durante todo el documental. Adorno plantea en su texto “El ensayo como forma” que el ensayo — visual en este caso — se rebela ante la violencia de aquello que se cree merecedor de aparecer, de mostrarse, y este procedimiento se puede rastrear sin lugar a dudas en la obra de Restrepo.

Muestra las caras de sus hermanos, constantemente, recordando a la audiencia que estuvieron aquí, que aunque ahora solo son sombras, los 10 segundos de videos familiares que tiene de ellos son suficientes para mantenerlos, para continuar en la búsqueda por reparación y justicia que aún no llegan.

Un elemento interesante del documental es la constante presentación de la injusticia en tanto problema político y estructural. María Fernanda se retrata a sí misma (y a sus familiares cercanos) en una constante lucha. En los pasillos de la Comisión de la Verdad, en la Plaza Grande con carteles con palabras ya grabadas en la memoria colectiva, en tribunales frente a los responsables de la muerte de sus hermanos y por supuesto, en la soledad de sus pensamientos y reflexiones.

A lo largo de la implacable búsqueda de la familia Restrepo aparecieron varias personas que marcaron, para bien o para mal, el relato y las maneras en que se articuló. “Sus hijos están vinculados con la guerrilla del M-19 en Colombia”. “No quieren volver a casa porque los maltratan”, “prepare la comida porque hoy vuelven”. Todas son palabras de la entonces Cadete del ejército Doris Morán, quien se encargó de engañar a la familia durante un año, haciéndoles creer que los niños estaban vivos.

Didi Huberman escribe de manera acertada que “el montaje crítico de imágenes es un montaje acelerado al ritmo del enojo, que busca mejorar y denunciar la violencia del mundo”. Y el trabajo de Restrepo tiene ese sabor, el de la denuncia que se eleva a un público que probablemente no conoce la historia, pero sin embargo, resulta conmovido por las caras infantiles de los hermanos. Mostrando las caras de los asesinos, sus excusas y risas cínicas, Restrepo busca contrarrestar el relato contrario. Es decir, el relato de que sus hermanos murieron por una causa republicana o el otro que dice que se fugaron de su casa para nunca volver.

Porque los Restrepo siguen buscando respuestas, verdad, justicia y memoria. Mientras ese día llega, su corazón sigue en Yambo.

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Carolina Flechas
Dentro del canasto

Estudiante de comunicación y futura escritora🖊 •Tengo ojeras muy pronunciadas y una taza de café en la mano ☕️( sin importar en que momento se lea esto)