Mi objetivo de vida

Detras De La Risa
Detrás de la risa
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5 min readNov 8, 2016

Por Agustina Tittarelli

Lleva una remera blanca y una camisa a cuadros encima. Sabe vestirse bien, lo delatan quince años de ser dueño de un local de ropa. Se muestra distendido y sonriente. Hace una seña a la moza que se acerca para tomar el pedido. Mientras, charlamos. De sus comienzos, proyectos actuales y a futuro, de otros standaperos. Está dispuesto a dar una entrevista sin apuros, las respuestas son generosas.

No se acuerda bien de cómo empezó lo del humor. “De chiquito escuchaba con mi abuelo cassettes de cuentos, creo que de ahí vino el tema del humor — supone. Tocaba la guitarra y escribía temas. De chico escribía poemas, después de más grande empecé a escribir temas ‘románticos’, porque tenía una banda de rock. Un día estaba preparando un acústico para dar en un bar, y empecé a escribir una introducción para cada tema, para decir antes del acústico (que al final nunca lo hice). Y me pareció muy gracioso lo que había escrito. Cuando leí esa introducción pensé: “esto es como un monólogo”. Me meto en internet y googleo ‘¿qué es un monólogo?’. Y doy con monólogos del Club de la Comedia de España. Sigo buscando, y doy con el libro de Judy Carter, The Comedy Bible, y en una semana escribí ocho monólogos. Esto hace siete años. De ahí supe que me tenía que profesionalizar”.

Se entremezclaron la escritura, la música, la literatura y el humor para dar origen a lo que es hoy. Tomó clases con quien hoy es uno de sus máximos referentes: Fernando Sanjiao. “Tomé clases con él — cuenta. De dos monólogos salió uno, e hicimos una muestra, que la presentamos en el Teatro Chacarerean en Palermo. Y de esa vez, nunca más me bajé del escenario”.

Habla de su debut como si hubiera sido ayer. No sentía nervios, o miedo (o eso parecía).

- Mi primera vez fue en el Chacarerian. Estaba lleno, no había más lugar. No me sentí nervioso, para nada. El temor de la gente es hablar en público, hablarle a otra persona. Yo venía de una vida de estar detrás del mostrador, tenía más o menos esa experiencia de tratar con un público. Subí al escenario, sin sentir miedo. Cuando me miré la mano, me estaba temblando. Tenía el micrófono en la mano y temblaba. Ahí me di cuenta que estaba nervioso. Pero me fue muy bien.

Muchos de los que hacen stand up lo definen como una forma de hacer catarsis, como una especie de terapia. Grego Rosello dice en una entrevista a la revista Nueva “a mí la comedia me salvó la vida, a través de ella puedo exorcizar lo que me pasa, y reírme de ello”. Y para Pablo no es muy distinto. “¡Es una re forma de hacer catarsis! — dice. Cuando el año pasado me puse a mirar esos monólogos que había escrito hace siete, me di cuenta de que esa era mi vida en ese momento, la contaba en esos monólogos. Ahí me di cuenta que era como hacer catarsis. Era contar lo que me estaba sucediendo en ese momento.

Para él, además, hacer stand up significa transgredir las fronteras. No solo contar lo que sucede a través del humor, sino romper con el sentido común, con lo impuesto.

- De chicos aprendemos cosas, vamos absorbiendo todo lo que nos enseñan. Eso se convierte en una estructura. Tenemos que tratar de ver las cosas como si las viéramos por primera vez, romper las estructuras. Eso me llevó a hacer stand up. La idea es desestructurar la vida cotidiana. Por ejemplo, lo que yo digo del viejo de la bolsa. Nuestros papás nos decían “portate bien porque si no va a venir el viejo de la bolsa y te va a llevar”. Y nos asustábamos. Y yo decía: “que viejo más pelotudo, se lleva a lo que se portan mal en vez de los que se portan bien. ¡Lo que debe ser la casa del viejo, con todos los pendejos saltando y haciendo quilombo!”. Le doy una nueva visión a algo que ya la tenía.

El stand up clásico, el estadounidense, es el del que está sentado (o parado) frente a un público en un lugar con un micrófono en la mano. “El stand up es en un bar, con una copa al lado, charlando con el público y que te conteste. Ese ida y vuelta está buenísimo”, explica Pablo. No se trata de un artista convencional, sino de uno que está en constante contacto con el público, donde hay una especie de retroalimentación. La gente puede interactuar, responde. No se limita a reírse o a escuchar. Por eso Valenzuela dice que le gusta más el público del bar que el del teatro. Y le sirve mucho, porque necesita hablar con ese público para estar en contacto con la realidad, las novedades y las problemáticas, y poder abordarlas desde el humor. “Me preocupo mucho por saber — asegura. Veo si lo que a mí me pasa le pasa a otras personas más. Trato de escribir cosas que le sucedan a una mayoría, para que cuando alguien lo escuche diga “uy, esto me pasa a mí”. Ese es su método para lograr una identificación con su público.

Pero no todo fue color de rosa: para llegar adonde está hoy, tuvo que enfrentar muchas dificultades y sortear obstáculos. El 2015 fue su detonante, cuando decidió vender su local de ropa, el que había tenido durante quince años. “Venía llevando una doble vida — confiesa. Hubo un momento en que no me daba más el cuerpo, el local estaba más tiempo cerrado que abierto. Ahí tomé la decisión de jugármela. Fue muy duro, estuve estresado, se me cayó el pelo, — ahora me está creciendo, ves — lloraba, vivía contracturado. Fue muy difícil. Ahora tengo mis tiempos, se que mis horarios son otros. Y estoy feliz con lo que hago.

Pese a que el stand up actualmente está en su boom, es considerado un género menor, y por lo tanto es bastante desprestigiado. La mayoría de los shows que brindan los standaperos (generalmente los que no son muy conocidos, los principiantes) son a la gorra. Los dueños de estos bares, restaurantes, ven en estos artistas la oportunidad de entretener al público por poco. Sale más barato ver un standapero en un bar que en un teatro (y en el teatro es lo más barato). Seguramente, por todas estas razones nadie tenía fe en Pablo. “Realmente nadie cree que vos podes llegar a hacer esto. Me lo dijeron muchas veces”, cuenta entre sorbos de café. “Pero creo que hay que ser constante y creer en lo que hacés. Yo solo creía que iba a poder hacer esto, los demás no. Uno tiene que creer y confiar en uno mismo. Yo nunca me hubiera imaginado que iba a vivir de esto. No tenía un objetivo. Y con el stand up encontré mi objetivo de vida, que es alegrar a las personas. Y ayudarlas”.

Su gran proyecto a futuro es poner una escuela de stand up. “Una escuela bien puesta, bien hecha, porque lo que hay es bastante under. La idea es preparar chicos y que salgan bien. Tengo ganas de poner clown también, improvisación, todo en un mismo lugar”.

Tiene cuarenta años y pocas arrugas, pero sueña como un pibe de veinte. La juventud la tiene en su espíritu. Las tazas blancas de café reposan en la mesa, sucias. Paga la cuenta y deja propina. Sube a su new beetle negro y maneja, canchero. A las veintitrés está invitado a La Redonda (100.3), como todos los jueves y viernes. “Nunca hice humor en radio, estoy aprendiendo. Quiero probar con cosas nuevas”. Los ojos oscuros, brillosos, reflejan su curiosidad. Las ganas de seguir profesionalizándose. “Esto es un constante aprendizaje”, revela.

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