Entre el WFH y los jefes Babysitter

Javier Godoy
devsChile
Published in
6 min readNov 15, 2018

Desde que llegué a trabajar a Amazon, hubo algo que siempre me asombró en comparación a lo que había en Chile. Esa política de amor libre al Work From Home, me asombró desde el principio en cuanto a la diferencia con respecto a la realidad que me había tocado vivir durante todos los años que trabajé en la lúgubre cultura TI chilena.

Seamos sinceros: Son todos unos abusadores.

En Chile, a todos los empleadores (desde corporaciones hasta startups) les gusta vender el cuento del “horario libre” para atraer desarrolladores. Y les resulta, la verdad es que caí siempre con el mismo cuento. Esa promesa de “no tener horario” (plasmada explícitamente y con absoluta doble intención en los contratos de trabajo) siempre es afectada cuando te comienzan a forzar un horario con diversos motivos. Luego se transforma en exigencia directa, al final termina siendo acoso. Y en mala.

Empleadores chilenos, ¿me pueden explicar ese anacronismo de valorar las “horas silla” en lugar de las metas cumplidas, cuando eso es exactamente contrario a lo que prometen en sus avisos? Basta con ir un rato a GetOnBrd para notarlo. Personalmente les mandaría al Tío Emilio y a la PDI a varios de esos. O aún peor. La mayoría te valora más por la hora que llegas. Si llegas a las 8 eres excelente. ¿A las 9? Normal. ¿A las 10? Un pésimo elemento. ¿A las 11? Mejor pasa directo a RRHH (nota mental: nunca confíes en una empresa que tiene un área de RRHH o hace entrevistas psicológicas como filtro para contratar) a firmar tu despido.

¿Por qué les gusta engañar a la gente?

Respecto al WFH, tienes que sentirte privilegiado si es que te dejan trabajar alguna vez desde la casa. Es casi como un regalo personal que debes cuidar con tu vida.

Todos lo prohíben, justificándose en esa obsoleta razón de los “espacios abiertos” y la “colaboración de equipo”. Al final lo único que sucede en las oficinas es tener a mucha gente anclada a sus escritorios escuchando música (en audífonos que por lo común tienden a tener ser lo más acústicamente aislados posible para así no escuchar al tipo del lado, gracias a Dios existen los Sennheiser o los Bose QC35). Nada de colaboración, y casi nada de diálogo si no es por el standup. Un chiste, considerando lo que usualmente toma en tiempo el llegar a las oficinas que en sí ya te roba varias horas al día (solo en el caso de Santiago, ¿cuánto toma llegar desde Pudahuel a Las Condes?).

En la era de Slack, Jira y GitHub

La verdad es que en el tiempo que llevo acá en Seattle, me terminé acostumbrando a eso. No se trata precisamente de esas herramientas específicas (internamente en Amazon tenemos clones de todo exclusivamente para uso interno, pero cumplen la misma función), pero de todas formas existe una marcada tendencia a la libertad de acción cuando se trata de la forma de ejecutar un proyecto.

Ayer en una reunión con dos Senior Engineers me llegó la siguiente revelación:

A ningún manager le gusta ser “babysitter” de sus ingenieros. Mientras más autónomo, mejor.

Chistoso, porque en Chile a una buena mayoría de “jefes” les gusta ser babysitters.

Incluso cuando tengo la libertad de elegir si mañana me quedaré en la casa o si iré a la oficina (mientras escribo este artículo son las 11:52 de la noche y sí, me lo estoy preguntando seriamente), cada día al final me pregunto sobre qué me conviene más. Si quedarme acá en la casa o comerme esa hora en la carretera de ida, más la otra hora de vuelta. Es realmente útil? Tengo alguna reunión importante que requiere mi presencia?

Al final, lo que hago es planificar el día siguiente. Si necesito feedback de algún stakeholder, hacer un par de consultas o afinar detalles, trato de condensar todas esas actividades de forma seguida. Una tras otra. La mayor parte del tiempo todas esas actividades que requieren mi presencia no suman más de dos o tres horas. ¿Elijamos un intervalo de tiempo? Entre las 11 y las 2 de la tarde.

Lógicamente no todo el mundo está siempre completamente disponible para ti a toda hora. Ahí es cuando se hace un poquito de “gimnasia calendarística” para organizar las reuniones. La idea es que no hayan ventanas muy grandes (las únicas ventanas que me gustan son las que están en las paredes. En la universidad las odiaba cuando eran de más de una hora o muchas en un día) y la agenda se haga fluida.

En el mejor de los casos, me hago la idea de:

  • Despertar a las 5 (acá en EE.UU. es bien común eso. Igual toma tiempo acostumbrarse, pero adapten el esquema a su conveniencia)
  • Realizar varias tareas básicas (acicalarme, limpiar el arenero de mis gatos, hacer la cama y leer el diario) antes de las 7
  • Hora de desayuno!
  • Después del café mañanero, agarrar el auto, tragarme la hora de taco entre la casa y la oficina.
  • Fijo que a las 9 ya estoy estacionando (si es que no está lloviendo, ahí la carretera se vuelve un infierno impredecible)
  • Desde ahí hasta las 11, hay que producir. Dos horas son suficientes.
  • De ahí las reuniones (si es que hay alguna) y cerrar el día.
  • A eso de las 2:30 ya voy agarrando el auto de vuelta a casa, cosa de evitar el taco de la tarde (que comienza a las 3).

Y así es como las cosas funcionan bien, en una ciudad en la que la concentración urbana no es tanta, ni el sistema de transporte público / metro es tan eficiente… como sí lo es en Santiago.

Haz clic aquí para ver mi sufrimiento diario.

Los jefes Babysitters.

Una vez, en una empresa de cuyo nombre no quiero acordarme, que tenía su oficina en Vitacura cerca de Los Cobres, tenía un jefe que al mismo tiempo era CTO y Arquitecto de Software, aunque no cachaba una de ingeniería ni de software. La verdad, tenía ese cargo porque era amigo del dueño y los dos habían salido de la PUC. Él es Ingeniero Civil Industrial (con una mención en “computación” o algo así), y eso en conjunto con lo anterior le daba la jineta para tener voz y voto en cualquier cosa que fuera relacionada con software, aunque no supiera de lo que estaba hablando.

La idea para la que me contrataron era construir un SaaS. Algo bueno, con una arquitectura susceptible de mantener y escalar. Al parecer ya tenían bastante avanzado, por lo que en su momento (juzgando además por los pergaminos del tipo) creí que estábamos hablando en el mismo idioma.

Mi sorpresa cuando entré a esa pega es que lo que “tenían avanzado” de este SaaS eran puras ensaladas de spaghetti con mermelada de mora y unos for anidados que reventarían cualquier server… en PHP. Recuerdo que correr cualquiera de esos script era un proceso que debía hacerse de noche porque tomaba algo así como 4 o 5 horas. La ilusión por la que elegí irme a esa pega se comenzaba a desvanecer.

¿Dijiste SaaS? Los dos meses que estuve ahí sugerí hacerle una reingeniería a ese desastre viviente. Usar las relaciones en la base de datos, implementar un poquito de orientación a objetos o al menos usar un framework (esto pasó en 2016. Laravel, Rails, Django y Express estaban lo suficientemente maduros y hasta Lambda estaba comenzando a puntear) pero no. Al “jefe” le gustaba así, el se sentía cómodo de esa forma (la única que sabía hacer) y así debía hacerse. Fue así como mi pega se transformó en verificar que la información en la base de datos “hiciera sentido”. Nada que ver con el SaaS que habíamos hablado, o algo parecido.

Lo peor fue, que durante todo ese tiempo, mi “babysitter” dedicaba un buen par de horas al día a hacer nada más que sentarse detrás mío, preguntar “que estaba haciendo” y mirar mi pantalla con total atención.

Al mes me aburrí. La casa donde estaba la oficina tenía patio, me fui a trabajar allá. El problema es que en Santiago durante el verano el calor es horrible. Eso sumado al estrés y a lo desesperante que se había convertido la pega me regaló el segundo burnout de mi vida. Esa noche sentía que me iba a morir de fiebre. Al día siguiente tuve una entrevista para irme a otra pega (de esa les contaré más adelante).

La verdad, me compadezco de quienes aún tienen que lidiar con jefes babysitters.

De esos que no trabajan, sino que se dedican a fiscalizarte.

De esos que vigilan con recelo la hora que llegas y a la que te vas.

De los que aprendieron con Evaristo Espina a marcar tarjeta (y a otras cosas).

De esos que no permiten que siquiera sueñes con trabajar de la casa aunque no haya metro ni micro.

De esos que te dicen “horario libre” pero te fuerzan a estar hasta las 11 de la noche en pleno 11 de Septiembre.

De esos que no valen la pena.

Salud por eso.

--

--

Javier Godoy
devsChile

If you want a person to confess your crimes, make sure that person is just as guilty as you.