FIESTAS

Jimena G.
Crónicas de Tetuán
5 min readJun 26, 2022
Mi amiga y yo disfrutando de la vida

Estoy agotada, me cuesta concentrarme en nada. Esto me pasa por llevar seis días de fiesta hasta las cinco de la mañana. Tengo los horarios cambiados. Jaime dice que cuando se me acaben las vacaciones tendré Jetlag.

El lunes me fui a Alicante. Hace dos años que mi amiga Silvia me había invitado a Hogueras, pero hubo Covid, las cancelaron, y hasta ahora. La verdad, es que iba acojonada: la última vez que estuve allí fue en Carnavales de 2020. Nos disfrazamos de Ninjas con mi amiga, y me pasé toda la noche colgada de los labios de su amigo Pedro. Top cinco de los besos de mi vida. Solo recuerdo ir recorriendo las calles de la ciudad mientras nos comíamos la boca. Así que después de ese capítulo y sabiendo que volvía a Alicante para Hogueras, las bromas estaban servidas “Uy, que vas a ver a Pedro, ¿qué va a pasar?”

Y es que claro, si Hogueras hubiesen sido en 2020, pues yo hubiese repetido bien gustosa, pero ahora habían pasado dos años y una pandemia mundial. Ganas de repetir y esa espinita clavada, no me faltaban… Pero estaba (y está) Jaime. Así que me fui con una rallada máxima a Alicante, para encontrar la gran decepción: Pedro no se me acercó en las cuatro noches que duró la barraca. Cosa de que me gusten los tímidos, supongo, que si no les das pie no se lanzan (no se lo di). Y el resto, fue increíble.

Los padres de mi amiga viven en el centro de la ciudad, a tres minutos andando de la Plaza de Luceros. Allí se hacen todos los días a las dos las Mascletás, un espectáculo de petardos, difícil de describir. La cosa es que esa era la primera actividad que hacíamos después de levantarnos con mucha calma y ducharnos. Íbamos a la Plaza y escuchábamos los bombazos, uno detrás de otro, que iban en aumento. La madre de mi amiga decía que cualquier turista despistado hubiese pensado que estábamos en guerra. En la traca final todos se ponían a saltar, mientras temblaban suelo y edificios y yo me tapaba las orejas.

Después nos íbamos a casa a comer, dormíamos la siesta, e íbamos al Mercadona a por vino y algo para cenar en la barraca. Sobre las ocho nos empezábamos a maquillar, un proceso al que no suelo dedicar más de cinco minutos y que para mi amiga es todo un ritual. Lo poco que sé sobre cómo echarme potingues en la cara, lo he aprendido de Silvia. A las nueve estábamos en la barraca ready to rock. Con nuestros outifts cañeros y las Vans en los pies. También aprendí lo que es una barraca: una zona vallada con mesas y pista de baile, donde reservas una mesa para ir durante los días de fiestas. Las hay de caras, con cocineros y hasta orquestas, y “de pobres”, como la nuestra, donde llevas las comida tú y pincha un dj.

Lo mejor de las barracas es que tienes tiempo para todo: para cenar con calma con los colegas mientras calientas motores, de charlar con unos y otros, y de bailar. Yo le decía a mi amiga la suerte que tiene de tener estas fiestas, una vez al año, que son la excusa perfecta para reunir al grupo de amigos extendido y verles durante varios días. El grupo eran en su mayoría los amigos de bachillerato, algunos añadidos que se habían sumado con los años y yo.

Toni, un amigo de Silvia, que se dedicaba a llamar todos “guarros” por hobby — Silvia… ¡Guarrrra, que eres más guarrra! — trajo a su amigo Pablo, que fue un instant love con mi amiga. Así que parte del divertimiento de lunes a jueves fue juntarles y hacer luego la cobertura delante de sus padres “Silvia se ha ido con los amigos de tardeo, pero es que yo estoy muy cansada, me uno luego”. ¡Ja! Silvia se estaba liando con Pablo. Pero era lo mínimo que podía hacer como amiga…

El miércoles me dio cistitis (infección urinaria), que me tuvo con antibióticos desde entonces hasta que me fui, por lo que tuve que pasar las dos últimas noches sin beber y descubrí que se puede aguantar la fiesta sobria y además no da resaca. Sobre todo, cuando la gente con la que estás es interesante.

Y es que para un animal social como yo, el formato barraca era perfecto para conocer a todos los amigos de mi amiga. En cuanto se animaba un poco la mesa y todos empezaban a ir de un lado al otro y bailar, siempre tenías un rato para hablar con la gente por separado y conocerles mejor. Conocí a un chaval músico de jazz, que ahora se va a estudiar a Basilea con su gran ídolo Kurt Rosenwinkel; a un chaval joyero que ha aprendido la profesión de su padre y algún día heredará su negocio; a una chica rusa que se vino a España sin hablar una palabra de castellano y todavía se está buscando a sí misma lejos de casa; a una chica editora de vídeo a la que me hubiese gustado ofrecerle trabajo allí mismo y me tuve que callar la boca porque no estoy contratando a nadie; a una chica trabajadora social que está en proyectos con gente gitana y empezando a salir con un chico ex-testigo de Jehová… Conocí a tanta gente tan interesante, que hasta las noches donde no podía bailar porque la cistitis me estuvo dando más por culo, me lo pasé increíble.

Me quedé sin ver la quema de las hogueras, estatuas gigantes de colores pastel que hablan de lo sucedido el año pasado en forma de crítica y burla, porque había más fiestas a las que atender: las de Tres Cantos. El viernes después de ver la mascletá y comer en casa de Silvia, fui a la estación a coger el AVE de vuelta a casa. Jaime me recogió y me comió a besos en Atocha. Tenía muchas ganas de verle. Fuimos a casa a dejar la maleta y luego subimos a el “pueblo” que nos ha visto crecer a los dos. Porque, casualidades de la vida, los dos somos de allí. Y volvimos a salir de fiesta hasta las cinco de la mañana.

Esta vez sin barraca y con mis amigos de siempre, yendo a la caseta de Waterpolo porque mi amigo Javi trabaja allí y te sirve las copas más cargadas del ferial. Yo estaba agotada, pero no me quería ir a casa. Después de dos años sin fiestas, yo solo quería estar en la calle, con mis amigos, bailando, riendo y disfrutando de la noche. Seguía con antibióticos así que solo le di algunos sorbos al cubata de mi novio, y me volví a acostar a las cinco de la mañana. Y ayer sábado repetimos: monté cena en casa con los amigos, bajamos al ferial, vimos las orquestas y conciertos, echamos un polvo en el coche, como buenos adolescentes, y me fui a dormir a casa de mis padres a las cinco.

Hoy terminan mis vacaciones y las fiestas. Iremos a ver los fuegos artificiales de Tres Cantos y después volvermos a nuestro barrio madrileño, Tetuán. Tengo las uñas desconchadas desde hace días y mi pelo con mechas rosas completamente desteñido. Pero he sido tan jodidamente feliz estos días, que puedo ratificar que esto han sido FIESTAS.

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