Cómo el sionismo ayudó a los nazis a perpetrar el Holocausto

Javier Villate
Diferencias
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7 min readMar 23, 2023
Zionism During the Holocaust: The Weaponisation of Memory in the Service of State and Nation, de Tony Greenstein, autoeditado (2022).

Asa Winstanley / The Electronic Intifada, 14 de marzo de 2023 — El nuevo libro de Tony Greenstein comienza con una nota personal: “desde muy joven, tuve mis dudas sobre el sionismo”.

Hijo de un rabino judío ortodoxo, Greenstein ha sido durante décadas un incansable activista de la solidaridad con Palestina y un antisionista intransigente. Greenstein explica convincentemente cómo llegó a rechazar la ideología sobre la que se fundó Israel.

“Me resultaba difícil conciliar el marxismo, una ideología política universalista que cree en la unidad de los oprimidos y la clase obrera, con el sionismo, una ideología excluyente”.

En un debate escolar hizo de “abogado del diablo y en el proceso me convencí de los argumentos contra el sionismo”. Desde entonces no ha vuelto la vista atrás.

Sus dudas iniciales se vieron apuntaladas tras enterarse de que los líderes sionistas estadounidenses se habían opuesto a la entrada de refugiados judíos procedentes de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Así comenzó el proyecto de su vida: investigar la colaboración del movimiento sionista con el fascismo.

Greenstein lleva años escribiendo sobre este tema en su valioso y prolífico blog. También es colaborador ocasional de The Electronic Intifada y le tuvimos en nuestro podcast no hace mucho.

Dice mucho del lamentable estado de la industria editorial británica que Greenstein haya tenido que recurrir a la autoedición. Ya en la década de 1980, el importante libro de Lenni Brenner sobre el mismo tema, Zionism in the Age of the Dictators, fue publicado por el editor escocés independiente Christopher Helm.

Así pues, Zionism During the Holocaust rompe un largo silencio editorial. Pero Greenstein cita y critica el libro de Brenner. Además de actualizar la historia, el libro de Greenstein es más completo que el de Brenner. Cuenta con pelos y señales la historia de la afinidad ideológica del sionismo con el fascismo europeo. Explica cómo “los dirigentes nazis citaban fuentes sionistas para validar sus afirmaciones de que los judíos no podían ser asimilados”. Citando al historiador proisraelí Edwin Black, Greenstein escribe: “Era difícil para los judíos alemanes refutar las afirmaciones nazis «cuando un grupo ruidoso y visible de los suyos publicaba continuamente acusaciones idénticas. […] El sionismo se había convertido en una herramienta para los antisemitas»”.

El sionismo es en el fondo una ideología racialmente excluyente para la promoción de la supremacía blanca, pero también quiere una supremacía específicamente judía en Palestina.

Además de acontecimientos relativamente conocidos como el Acuerdo de Haavara — un acuerdo entre los sionistas y la Alemania nazi sobre el traslado de judíos alemanes a Palestina — , Greenstein también detalla la traición de Rezső Kasztner, un líder sionista obrero húngaro.

Kasztner entregó a la comunidad judía húngara, compuesta por medio millón de personas, a los campos de exterminio nazis a cambio del salvoconducto para él y un pequeño grupo de otros “notables” judíos, a los que se permitió convertirse en colonos en Palestina (algo sobre lo que ya he escrito antes en detalle).

El libro de Greenstein brilla realmente en su capítulo sobre Rudolf Vrba y los Protocolos de Auschwitz. Los Protocolos de Auschwitz, que posteriormente se presentaron como pruebas en los juicios de Nüremberg, fueron los primeros testimonios oculares del interior del peor campo de exterminio nazi. Los relatos eran los de Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, dos reclusos judíos que habían logrado escapar en abril de 1944.

Ambos intentaron advertir a los judíos húngaros de que “se estaban haciendo preparativos para exterminar a la última gran comunidad judía que quedaba en la Europa ocupada por los nazis”. Aquí había pruebas sólidas de que los campos no solo eran campos de concentración que empleaban mano de obra esclava, sino que estaban exterminando sistemáticamente a millones de personas. Por desgracia para los judíos húngaros, su comunidad estaba entonces dirigida por Rezső Kasztner, que estaba secretamente aliado con los nazis.

Años más tarde, como destacado miembro del gobierno y candidato parlamentario del partido gobernante israelí Mapai, Kasztner acabó enfrentándose a lo que fue en la práctica un juicio de la opinión pública en un caso de difamación relacionado. De aquellos polvos, estos lodos.

Sin embargo, la defensa de Kasztner siempre fue que había actuado en nombre del movimiento sionista oficial y siguiendo sus instrucciones, algo que resultó ser cierto.

A medida que crecía la indignación pública en Israel entre los supervivientes del Holocausto, Kasztner fue eliminado de la lista de candidatos del Mapai en las próximas elecciones; hubo incluso peticiones para que fuera ahorcado como traidor. Pero, convenientemente para el gobierno de Mapai, fue asesinado por un informante de la policía secreta israelí Shin Bet antes de que pudiera enfrentarse a la justicia.

El sistema no quiso ni pudo autoinculparse.

Llevados con engaños a Auschwitz

El libro de Lenni Brenner cubría bastante bien este sórdido episodio de la historia. Pero la principal crítica de Greenstein al autor estadounidense es que no tuvo en cuenta los Protocolos de Auschwitz y cómo Kasztner los había encubierto activamente.

Esto significaba que los judíos húngaros no conocían la verdadera naturaleza exterminadora de los “campos de trabajo” nazis, a los que eran llevados engañados por Kasztner y sus compinches.

Como explica Greenstein, Kasztner “llegó a Eslovaquia a finales de abril [de 1944] e inmediatamente recibió una copia” de los testimonios de los testigos oculares de los fugados de Auschwitz. Sin embargo, “la respuesta de Kasztner fue ocultarlos”.

Su análisis de los Protocolos de Auschwitz desmiente las afirmaciones de los defensores de Kasztner (que, sorprendentemente, siguen existiendo hoy en día e incluso incluyen al columnista de The Guardian Owen Jones) de que no podía saberlo. Lo cierto es que sabía exactamente lo que estaban haciendo los nazis en los campos de exterminio. Sin embargo, encubrió activamente el genocidio para proteger sus propias negociaciones con el líder nazi Adolf Eichmann. Esas mismas negociaciones permitieron a Kasztner, su familia y un grupo relativamente pequeño de “notables” judíos salir ilesos del país.

Como parte de este acuerdo, la mayoría de los judíos húngaros fueron enviados a los campos de exterminio. Subieron a los trenes por consejo de Kasztner. Fueron engañados por sus propios líderes y asesinados.

“Los Protocolos fueron borrados de la historiografía sionista”, explica Greenstein. Las memorias de Vrba de 1963 “se publicaron prácticamente en todos los idiomas menos en uno: el hebreo”.

Una segunda parte del libro de Greenstein que me pareció especialmente esclarecedora fue el capítulo sobre lo que él denomina “la obstrucción sionista al rescate”.

Ante la inminencia del Holocausto, los dirigentes sionistas — tanto en Palestina como en el resto del mundo — se mostraron, en el mejor de los casos, indiferentes ante los esfuerzos por rescatar a los judíos de Europa del apocalipsis nazi que se avecinaba, esfuerzos que despreciativamente Greenstein tildó de “refugismo”. En el peor de los casos, los sionistas se opusieron activamente a tales esfuerzos. Greenstein recopila algunas citas contemporáneas verdaderamente aterradoras de dirigentes sionistas.

Bloqueo de refugiados judíos

“¿Vamos a confundir de nuevo […] el sionismo con el refugismo, que probablemente derrotará al sionismo? […] El sionismo no es un movimiento de refugiados”, declaró uno. A otro le preocupaba que “es posible que la diáspora socave al estado judío, porque la urgencia de la cuestión del rescate podría llevar al mundo a aceptar una solución temporal. Deberíamos hacer más hincapié en la ideología sionista fundamental”.

El propio David Ben Gurión (que más tarde se convertiría en el primer primer ministro de Israel) en 1938 temía que la moralidad judía llevara a rescatar y acoger a los refugiados judíos europeos en países distintos de su emergente colonia de asentamientos en Palestina: “Si los judíos se enfrentan a la elección entre […] rescatar judíos de los campos de concentración, por un lado, y la ayuda para el museo nacional de Palestina, por otro, el sentido judío de la piedad prevalecerá [y] el sionismo desaparecerá de la agenda”.

Estaba claro que había que hacer algo para evitar semejante desastre.

Y se hizo algo. Los influyentes diplomáticos y grupos de presión del sionismo sacaron músculo. Chaim Weizmann, líder de la Organización Sionista (más tarde primer presidente de Israel), presionó al secretario colonial británico Malcolm MacDonald para que negara la entrada a los niños judíos alemanes que huían de la persecución nazi tras los pogromos de la Noche de los Cristales Rotos. “La actitud de Weizmann me chocó — escribió MacDonald más tarde — . Insistió en que los niños fueran a Palestina. Para él, era Palestina o nada”.

Por suerte, la Junta de Diputados de los Judíos Británicos no había sido conquistada aún por los sionistas. “Si lo hubiera sido, los niños del Kindertransport podrían haberse convertido en una espeluznante estadística más”, concluye Greenstein.

Mientras tanto, activistas sionistas de Estados Unidos hicieron piquetes en las oficinas de un grupo judío no sionista que estaba organizando paquetes de alimentos para ayudar a los hambrientos guetos judíos de Polonia.

Hay tantas cosas depravadas que es realmente difícil de comprender. No es en absoluto una lectura fácil.

Los puntos débiles de este libro radican en el hecho de que Greenstein no pudo encontrar un editor y, por tanto, tampoco un redactor especializado. Además, es demasiado largo, casi 500 páginas. Hay un par de capítulos que me han parecido innecesarios.

Greenstein también presupone demasiados conocimientos por parte de sus lectores. En el libro se incluye una mareante variedad de personajes, lugares y acrónimos con muy pocas explicaciones. Parte de la corrección general es deficiente. No obstante, este libro sigue siendo un logro monumental. Merece una audiencia lo más amplia posible. No es demasiado tarde para que un editor lo publique, quizá en una segunda edición más reducida y reeditada.

Asa Winstanley es periodista de investigación y editor asociado de The Electronic Intifada.

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