¿Quién mató más: Hitler, Stalin o Mao?

Un examen de los estudios sobre las políticas criminales de los tres peores dictadores del siglo XX

Javier Villate
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14 min readFeb 14, 2018

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IAN JOHNSON

El presidente Mao en un desfile militar en Pekín, 1967. (Foto: Apic / Getty Images)
El presidente Mao en un desfile militar en Pekín, 1967. (Foto: Apic / Getty Images)

Hace casi siete años en estas mismas páginas, Timothy Snyder hizo una pregunta provocadora: ¿Quién mató más, Hitler o Stalin? Por muy útil que haya sido ese ejercicio de rigor moral, algunos piensan que la pregunta no era del todo correcta; debería haber incluido a un tercer tirano del siglo XX, al presidente Mao. Y no solo eso, sino que, en ese caso, Mao habría sido el vencedor indiscutible.

Aunque este tema puede convertirse en una pedantería mórbida, plantea cuestiones morales que merecen ser examinadas, más aún cuando estos meses marcan el sexagésimo aniversario del lanzamiento del experimento más infame de Mao en ingeniería social, el Gran Salto Adelante. Fue esta campaña la que causó la muerte de decenas de millones de personas y catapultó a Mao Tse-tung a la premier league de los asesinatos en masa del siglo XX.

Pero los errores de Mao son algo más que una oportunidad para reflexionar sobre el pasado. Forman parte, también, de un debate central en la China de Xi Jinping, donde el Partido Comunista libra una nueva batalla para proteger su legitimidad limitando las discusiones sobre Mao.

El catalizador inmediato del Gran Salto Adelante tuvo lugar a finales de 1957, cuando Mao visitó Moscú con motivo de la gran celebración del 40 aniversario de la Revolución de Octubre (otro interesante contraste con los acontecimientos de los últimos meses, con la discusión sobre su centenario sofocada en Moscú y ampliamente ignorada en Pekín).

El líder de la URSS Nikita Jruschev ya había molestado a Mao al criticar a Stalin, a quien el expresidente chino consideraba una de las grandes figuras de la historia comunista. Si hasta Stalin podía ser purgado, entonces también Mao podría ser criticado. Además, la Unión Soviética acaba de lanzar el primer satélite de la historia, el Sputnik, y Mao se sentía eclipsado por sus logros. Regresó a Pekín deseoso de afirmar la posición de China como el país comunista líder del mundo. Esto, junto con su impaciencia general, impulsó una serie de decisiones cada vez más imprudentes que llevaron a la peor hambruna de la historia.

Los primeros indicios de los designios de Mao llegaron el 1 de enero de 1958, cuando el periódico EL DIARIO DEL PUEBLO, portavoz del Partido Comunista, publicó un artículo en el que pedía “darlo todo” y “apuntar más alto”, frases cuyo sentido era que había que dejar de promover un desarrollo económico paciente y promulgar políticas radicales orientadas a un crecimiento más rápido.

Mao desarrolló sus planes en una serie de reuniones celebradas los meses siguientes, incluyendo una crucial que tuvo lugar entre el 11 y el 20 de enero en Naning, y que cambiaron la cultura política del Partido Comunista. Hasta ese momento, Mao había sido el primero entre iguales y los moderados habían podido controlarle a menudo. Luego, en varios arrebatos extraordinarios, acusó de contrarrevolucionario a todo líder que osara oponerse al “avance impetuoso”. Como fue práctica corriente, nadie se le enfrentó de forma exitosa.

Tras silenciar a la oposición dentro del partido, Mao presionó para que se crearan comunas, nacionalizando las propiedades de los agricultores. La gente debía comer en comedores y compartir los equipos agrícolas, el ganado y la producción, recibiendo a cambio alimentos asignados por el estado. A los líderes locales del partido se les ordenó que obedecieran ideas extravagantes para aumentar las cosechas como, por ejemplo, sembrar más cerca unas de otras. La idea era crear el propio Sputnik de China: cosechas astronómicamente más grandes que cualesquiera otras en la historia de la humanidad.

Un rudimentario horno de fundición, parte del programa del Gran Salto Adelante de Mao, en Pekín, 1958. (Foto: Jacquet-Francillon / AFP / Getty Images)
Un rudimentario horno de fundición, parte del programa del Gran Salto Adelante de Mao, en Pekín, 1958. (Foto: Jacquet-Francillon / AFP / Getty Images)

Esto podría haber tenido peores consecuencias que las estadísticas que los funcionarios locales falsificaban para cumplir con las cuotas y en las que las autoridades centrales se basaban para calcular los impuestos cobrados a los agricultores. Para pagar esos impuestos, los campesinos se vieron obligados a enviar al estado todo el grano que tenían, con el fin de aparentar que estaban produciendo cosechas anormalmente grandes. De forma execrable, las autoridades confiscaban grano para cumplir con sus objetivos. Así que mientras los almacenes se llenaban de cereales, los granjeros pasaban hambre y no tenían nada para plantar la próxima primavera.

A esta crisis se sumaron planes igualmente fantasiosos para reforzar la producción de acero mediante la creación de “hornos de patio trasero”, pequeños hornos de carbón o leña que, de alguna manera, se suponía que crearían acero a partir del mineral de hierro. Incapaces de producir acero real, los funcionarios locales del partido ordenaron a los agricultores que fundieran sus instrumentos agrícolas para satisfacer los objetivos nacionales de Mao. El resultado fue que los campesinos se quedaron sin grano, sin semillas y sin herramientas. Y llegó la hambruna.

Cuando estos hechos fueron objeto de discusión en una conferencia del partido en 1959, Mao purgó a sus críticos. Envueltos en una atmósfera de terror, los funcionarios regresaron a las provincias para redoblar las políticas insensatas de Mao. Decenas de millones murieron.

Ningún historiador independiente duda de que decenas de millones de personas murieron durante el Gran Salto Adelante, pero los números exactos y los métodos para obtenerlos siguen siendo materia de debate. Sin embargo, la tendencia general ha sido aumentar la cifra, a pesar de las presiones de los revisionistas del Partido Comunista y de unos pocos simpatizantes occidentales.

En el lado chino, esto implica una industria casera de apologistas de Mao, dispuestos a hacer lo que sea necesario para mantener sagrado el nombre de Mao: historiadores que trabajan en instituciones chinas argumentan que las cifras han sido infladas por el mal trabajo estadístico. Su portavoz más prominente es Sun Jingxian, matemático de la Universidad de Shandong y de la Universidad Normal de Jiangsu. Atribuye los cambios demográficos sufridos por China en ese periodo a unas estadísticas erróneas, a cambios en la forma en que se registraron los datos de las familias y a una serie de otros factores distorsionadores. Su conclusión es que la hambruna mató solo a 3,66 millones de personas. Esto contradice casi todos los esfuerzos serios de dar cuenta de los efectos de las políticas de Mao.

Las primeras estimaciones fidedignas de los estudiosos proceden del trabajo pionero de la demógrafa Judith Banister, quien en 1987 utilizó las estadísticas demográficas chinas para elaborar su estimación de 30 millones de víctimas, y del periodista Jasper Becker, quien en su trabajo Hungry Ghosts (Fantasmas hambrientos) dio a estas cifras una dimensión humana y ofreció un análisis histórico claro de los acontecimientos. En el nivel más básico, los primeros trabajos tomaron en cuenta el descenso neto de la población de China durante ese periodo y le añadieron el declive de la tasa de natalidad, un efecto clásico de la hambruna. Estudios posteriores han refinado esta metodología examinando las historias locales recopiladas por las oficinas gubernamentales, que proporcionaron relatos muy detallados de las condiciones de la hambruna. La triangulación de estas dos fuentes de información ha dado como resultado estimaciones que van desde los 20 millones hasta los 45 millones de víctimas.

Dos informes más recientes ofrecen lo que generalmente se consideran los números más creíbles. Uno de ellos, realizado en 2008, es del periodista chino Yang Jisheng, quien calcula que murieron 35 millones de personas. Frank Dikötter, de la Universidad de Hong Kong, tiene una estimación más alta, pero igualmente verosímil, de 45 millones. Además de ajustar las cifras hacia arriba, Dikötter y otros han puesto de relieve otra cuestión importante: muchas muertes fueron violentas. Funcionarios del Partido Comunista golpeaban hasta la muerte a cualquier sospechoso de acaparar grano o a las personas que trataban de escapar de las granjas de la muerte y buscar refugio en las ciudades.

Independientemente de cómo se vean estos estudios, la gran hambruna del Gran Salto Adelante fue, de lejos, la hambruna más grande de la historia. Además, fue causada por el hombre, y no por la guerra o las enfermedades; se debió a las políticas del gobierno, extremadamente defectuosas, como han reconocido las personas más razonables del gobierno chino.

Hu Jie: Hágase la luz nº 12, 2014.
Hu Jie: “Hágase la luz nº 12”, 2014.

¿Se puede culpar a Mao de todo esto? Tradicionalmente, los apologistas de Mao culpan de todas las muertes que ocurrieron a desastres naturales. Incluso hoy en día, este periodo es conocido como los “tres años de desastres naturales” o los “tres años de dificultades”.

Podemos descartar las causas naturales; sí, hubo algunos problemas de sequía e inundaciones, pero China es un gran país asediado regularmente por sequías e inundaciones. A lo largo del tiempo, los gobiernos chinos han sido hábiles para afrontar las hambrunas; un gobierno normal, y especialmente un estado burocrático moderno con un vasto ejército y un partido político unido a su disposición, debería haber sido capaz de manejar las inundaciones y sequías que los agricultores afrontaron a finales de los años 50 del siglo XX.

¿Qué hay de la explicación según la cual Mao tenía buenas intenciones, pero sus políticas eran equivocadas o llevadas a cabo con demasiado celo por sus subordinados? Mao sabía que sus políticas estaban provocando hambruna. Pudo haber cambiado de rumbo, pero se aferró obstinadamente a ellas para conservar el poder. Además, sus purgas de altos dirigentes marcaron la pauta a nivel popular; si hubiera seguido una política menos radical y escuchado los consejos, y si hubiera alentado a sus subordinados a hacer lo mismo, sus acciones habrían sido diferentes con toda seguridad.

Además, las políticas de Mao fueron responsables de otras muertes además de las causadas por la hambruna. La Revolución Cultural — el periodo que va de 1966 a 1976, caracterizado por el caos instigado por el gobierno y la violencia contra enemigos imaginarios — ocasionó probablemente entre 2 y 3 millones de muertes, según historiadores como Song Yongyi, de la Universidad Estatal de California de Los Angeles, que ha recopilado extensas bases de datos sobre estos delicados periodos de la historia. Le llamé para pedirle sus estimaciones y me dijo que añadiría entre 1 y 2 millones más debidas a otras campañas, como la reforma agraria y los movimientos “antiderechistas” de la década de 1950. Daniel Leese, de la Universidad de Friburgo, me dio cifras similares. Ha estimado que 32 millones de personas murieron en el Gran Salto Adelante, entre 1,1 y 1,6 millones durante la Revolución Cultural y otro millón en otras campañas.

Es probablemente justo decir, entonces, que Mao fue responsable de cerca de 1,5 millones de muertes durante la Revolución Cultural, otro millón más en otras campañas y entre 35 y 45 millones en la hambruna del Gran Salto Adelante. Tomando una cifra intermedia de 40 millones para la hambruna, tendríamos aproximadamente 42,5 millones de muertes.

En este punto, debo hacer una breve digresión para abordar dos espectros que los investigadores diligentes encontrarán en internet e incluso en las estanterías de algunas bibliotecas. Uno de ellos es el politólogo Rudolph Rummel (1932–2014), un especialista no chino que hizo estimaciones exageradamente más elevadas que cualquier otro historiador: dijo que Mao era responsable de la muerte de 77 millones de personas. Su obra es considerada controvertida, pero tiene una extraña vida en línea, donde es citado regularmente por todo aquel que quiera obtener una rápida victoria sobre Mao.

Igualmente desprestigiada pero muy influyente es Jung Chang, afincada en Gran Bretaña. Tras escribir unas memorias sobre su familia que fueron un best-seller, se animó a escribir, junto a su esposo, Jon Halliday, una historia popular en la que se presentaba a Mao como un monstruo.

Solo unos pocos historiadores han tomado el trabajo de Chang en serio y varios de los más influyentes en este campo — entre ellos Andrew J. Nathan, Timothy Cheek, Jonathan Spence, Geremie Barmé, Gao Mobo y David S. G. Goodman — han publicado un libro para refutarlo. Pero no importa: doce años después de su publicación, el trabajo de Chang sigue estando en las estanterías de las bibliotecas del mundo occidental, mientras que la propaganda de Amazon lo llama falazmente “la biografía más autorizada del líder chino jamás escrita”. Según Chang, Mao fue responsable de la muerte de 70 millones de personas en tiempos de paz, “más que cualquier otro líder del siglo XX”.

El término “tiempo de paz” es importante porque saca a Hitler de la escena. Pero, ¿es un crimen menor iniciar una guerra de agresión que lanzar políticas económicas que provocan una hambruna?

¿Cómo se compara, finalmente, el registro de Mao con los de Hitler y Stalin? Snyder estima que Hitler fue responsable de las muertes de entre 11 y 12 millones de no combatientes, mientras que Stalin fue responsable de al menos 6 millones, y hasta 9 millones si se incluyen las muertes “previsibles” causadas por deportación, hambre y encarcelamiento en campos de concentración.

Pero los números de Hitler y Stalin invitan a plantear cuestiones que no se formulan ante los números más elevados de Mao. ¿Deberíamos exonerar a Hitler de toda responsabilidad por las muertes de combatientes en la Segunda Guerra Mundial? Probablemente, es justo decir que sin Hitler no habría habido una guerra europea.

Si se incluyen las muertes de combatientes y las habidas por hambruna y enfermedades relacionadas con la guerra, los números se disparan de forma astronómica. La URSS sufrió más de ocho millones de muertes de combatientes y muchas más debidas a hambrunas y enfermedades: quizá, unos 20 millones.

Ucranianos muertos de hambre en plena calle durante la hambruna de la URSS de principios de los años 30. (Foto: Sovfoto / UIG / Getty Images)
Ucranianos muertos de hambre en plena calle durante la hambruna de la URSS de principios de los años 30. (Foto: Sovfoto / UIG / Getty Images)

Por otra parte, ¿no fue Stalin responsable en parte de esas muertes, ya que purgó a sus mejores generales y adoptó políticas militares temerarias? En cuanto a Hitler, ¿deberíamos incluir a los cientos de miles de que murieron en los bombardeos aéreos de las ciudades alemanas? Después de todo, fue su decisión despojar a esas ciudades de baterías antiaéreas para reemplazar a la artillería perdida tras la debacle de Stalingrado.

¿Y qué hay de los millones de alemanes que murieron en el Este después de ser objeto de limpieza étnica y expulsados por el Ejército Rojo de sus hogares? ¿A quién cargamos esos números? Estas consideraciones se suman a los totales de Stalin, pero aumentan aún más los de Hitler. Lentamente, los números del Führer se acercan a los de Mao.

Y está la delicada cuestión de los porcentajes. Los números de Mao son altos debido a la hambruna, sin la cual no estaría en la carrera por el carnicero del siglo. Pero si Mao hubiera sido el líder de Tailandia, no estaría en ese carrera: lo está porque sus políticas se desarrollaron en China, el país más poblado del mundo y que, por ello, tiene un número absoluto de muertes tan alto. Entonces, ¿es Mao simplemente un reflejo del hecho de que cualquier cosa que suceda en China se convierte en algo superlativo? ¿Y es por ello que los Pol Pots del mundo nunca podrán competir con Mao?

La relativización puede ser peligrosa. Como escribe Snyder, “la diferencia entre cero y uno es un infinito” (pensando, tal vez, en el dictum atribuido a menudo a Stalin de que “una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes es una estadística”). Es verdad que podemos comprender lo que significa una muerte cuando se trata de un ser querido, pero nos cuesta más sentir ese significado cuando la diferencia está entre un millón y un millón y medio de muertes. Sin embargo, la respuesta correcta es, evidentemente, que incluso una muerte más inclina la balanza. La muerte es un absoluto.

Todos estos números son, no obstante, poco más que estimaciones bien informadas. No hay registros que resuelvan mágicamente la cuestión de cuántas personas murieron exactamente en la época maoísta. Solo podemos extrapolar a partir de fuentes defectuosas. Si el porcentaje de muertes atribuibles a la hambruna cambia ligeramente, tenemos una diferencia entre 30 y 45 millones de muertes. Así que, en este tipo de discusiones, la diferencia entre uno y dos no es el infinito, sino un error de redondeo.

Mao no ordenó que la gente muriera tal como hizo Hitler, así que es justo decir que las muertes por hambruna de Mao no fueron un genocidio; en contraste, posiblemente, con el Holodomor de Stalin en Ucrania, la hambruna terrorista descrita por la periodista e historiadora Anne Applebaum en Red Famine (2017). Se puede argumentar que al cerrar la discusión en 1959, Mao selló el destino de decenas de millones, pero casi todos los sistemas jurídicos del mundo reconocen la diferencia entre el asesinato en primer grado y el homicidio involuntario o la negligencia. ¿No deberíamos aplicar estos mismos criterios a los dictadores?

Cuando Jruschev bajó a Stalin de su pedestal, el estado soviético todavía tenía a Lenin como su idealizado padre fundador. Eso permitió a Jruschev purgar al dictador sin deslegitimar al estado soviético. Por el contrario, el propio Mao y sus sucesores siempre se han dado cuenta de que él era tanto Lenin como Stalin.

Así, después de la muerte de Mao, el Partido Comunista estableció una fórmula para declarar que Mao había cometido errores: cerca del 30 por ciento de lo que hizo fue declarado equivocado y el 70 por ciento, acertado. Esa es esencialmente la fórmula empleada hoy en día. Los errores de Mao fueron registrados y se crearon comisiones para investigar sus peores crímenes, pero su imagen permanece en la plaza de Tiananmen.

Xi Jinping se ha mantenido fiel a esa visión de Mao en los últimos años. Según Xi, China ha tenido aproximadamente 30 años de maoísmo y otros treinta años de liberalización económica y rápido crecimiento bajo la batuta de Deng Xiaoping. Y en opinión de Xi, ninguna era puede negar a la otra; son inseparables.

Un vendedor ambulante de Pekín con souvenirs del actual líder chino, Xi Jinping, y sus antecesores, entre ellos el presidente Mao. (Foto: Nicolas Asfour / AFP / Getty Images)
Un vendedor ambulante de Pekín con souvenirs del actual líder chino, Xi Jinping, y sus antecesores, entre ellos el presidente Mao. (Foto: Nicolas Asfour / AFP / Getty Images)

¿Y qué piensa la sociedad china actual de Mao? Muchos chinos, sobre todo los que vivieron bajo su dominio, publican boletines o documentales clandestinos. Pero para una sociedad de consumo moderna como la actual China, Mao y su memoria se han convertido en productos kitsch. La primera comuna — la comuna “Sputnik” en la que se inició el Gran Salto Adelante — es ahora un lugar de retiro para la gente de la ciudad que quiere experimentar los placeres de la vida rural. Uno de cada diez aldeanos de la comuna murió de hambre y la gente fue arrastrada por las calles y azotada con latigazos por tratar de ocultar grano a los ojos de los funcionarios del gobierno. Hoy en día, los urbanitas van allí para descansar del ajetreo de la vida moderna.

Los extranjeros tampoco están exentos de este tipo de amnesia histórica. Una de las cervecerías más populares de Pekín se llama “Gran Salto” y exhibe un emblema típico de la era de Mao, un puño cerrado, pero sujetando una jarra de cerveza. Quizá debido a la idea repugnante de una cervecería que llevaba el nombre de una hambruna, la empresa comenzó en 2015 a explicar en su sitio web que el nombre no provenía de la historia maoísta, sino de una oscura canción de la dinastía Song. Solo cuando eres joven y gordo, dice la canción, te atreves a dar un gran salto.

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