Socialismo: el gran movimiento antirrobo

Javier Villate
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11 min readJul 2, 2024
Fuente de la fotografía: frankieleon — CC BY 2.0

David S. D’Amato / Counterpunch, 11 de junio de 2024 — En su ensayo de 1869 Yours Or Mine, el escritor y editor radical estadounidense Ezra Heywood argumentó que los capitalistas habían hecho del robo un arte. En principio, Heywood no tenía ningún problema con una economía de mercado competitiva. Pero consideraba que el poder del estado estaba al servicio de los intereses de los capitalistas, y llamó al estado “una gran encarnación de la piratería especulativa”. “Puesto que la sanción legal hace que robar sea popular, respetable y posible — escribió — , el gran movimiento antirrobo, conocido como Reforma Laboral, implica la abolición del estado”.

Quince años más tarde, en las páginas de la famosa revista anarquista Liberty, el antiguo editor asistente de Heywood, Benjamin Tucker, tomó prestada la frase de Heywood y escribió: “En la práctica el socialismo es la guerra contra la usura en todas sus formas, el gran movimiento antirrobo del siglo XIX”. Puesto que la concepción de anticapitalismo de libre mercado de Heywood y Tucker parece extraña hoy en día, es importante revisar el pasado: toda la crítica al capitalismo avanzada por los libertarios del siglo XIX consistía en que era un sistema de privilegio legal creado por el estado, diseñado y utilizado para robar la fuerza de trabajo, para crear un espacio de diferencia y monopolio en el que los propietarios del capital pudieran explotar a los trabajadores. Incluso los liberales clásicos de la época se consideraban generalmente a sí mismos como críticos u opositores declarados del sistema capitalista.[¹]

Más tarde, en 1909, el gran socialista irlandés, luchador por la libertad y mártir James Connolly adoptó notablemente esta formulación del socialismo de Heywood y Tucker, escribiendo: “Este movimiento socialista es realmente digno de ser definido como el Gran Movimiento Antirrobo del Siglo XX”.[²] Debido a que Heywood y Tucker parecen haber sido los únicos que describieron el socialismo de esta manera hasta ese momento, es casi seguro que las ideas y prácticas socialistas de Connolly fueron influenciadas por las de los anarquistas estadounidenses, quienes negaron enfáticamente cualquier diferencia práctica entre el socialismo y las ideas libertarias. Famoso por su papel en el Alzamiento de Pascua de 1916, por el que fue ejecutado pocas semanas después, Connolly es un héroe inolvidable en la lucha por la libertad y la independencia de Irlanda. Al crecer en el Gran Boston en los años 90, Connolly fue prácticamente una figura religiosa.

Tucker entendía a su audiencia y creía que la gente retrocedía ante la palabra socialismo porque temía, con razón, el poder del estado westfaliano ascendente, y asociaban el socialismo con un estado intervencionista. Aquellos interesados en reaccionar contra las reivindicaciones y demandas del movimiento socialista — cuyo atractivo era obvio para todos los trabajadores — tuvieron que reformular sus objetivos en términos de redistribución de la riqueza: sus enemigos querían caracterizar el socialismo como, en principio, un ataque a la propiedad de las cosas y a la mejora de la propia suerte. Esta no era, por supuesto, una lectura acertada de los socialistas, que habían elegido el privilegio capitalista como su objetivo precisamente porque permitía a los ociosos robar los productos del trabajo. Quienes critican el capitalismo como sistema de robo a los laboriosos deben mucho a Pierre-Joseph Proudhon, el primero en identificarse como anarquista, quien declaró en 1840 que “la propiedad es un robo” e identificó el capitalismo, décadas antes de ser un término de uso generalizado, con un arbitrario “derecho de crecimiento”.

Históricamente, el capitalismo ha sido un sistema que exalta y privilegia a los propietarios del capital y les permite pagar sistemáticamente menos que lo que les corresponde a las personas cuyo trabajo real es el que crea valor económico. Con el capitalismo, los productos del trabajo son propiedad del capital, tratados como si se les debiera al capital. Contrariamente a los esfuerzos propagandísticos de sus defensores, no es necesario ser autoritario para oponerse a este sistema; de hecho, este sistema es profunda e intrínsecamente autoritario y jerárquico. El socialismo genuino sería un sistema económico descentralizado, de propiedad y gestión local, en el que las comunidades reales de personas trabajarían para sí mismas a pequeña escala, sin señores innecesarios que se beneficien del proceso e impongan jerarquías y restricciones arbitrarias. Esto se entendió muy bien cuando lo que conocemos como liberalismo, socialismo y anarquismo se desarrollaron uno al lado del otro, especialmente durante la primera mitad del siglo XIX.

Tal vez sorprendentemente, la crítica de Proudhon al capitalismo y al “derecho de crecimiento” no le llevó a condenar el comercio en sí mismo, sino a establecer una clara distinción entre el comercio como acuerdo e intercambio genuinos y el capitalismo como un sistema de propiedad privada y privilegio legal. De este modo, creó el marco en el que tantos anarquistas posteriores desarrollaron sus críticas paralelas al capitalismo y al estado; como tantos historiadores del movimiento han observado, avanzaron una crítica liberal del socialismo y una crítica socialista del liberalismo. Proudhon, junto con seguidores suyos como William B. Greene, Ezra H. Heywood y Benjamin R. Tucker, fue capaz de articular una forma de pensar sobre el comercio y las relaciones de mercado en la estas no eran necesariamente explotadoras. En una carta a Blanqui escribió que “el ejercicio del derecho de crecimiento, el arte de robar al productor, depende, durante este primer período de la civilización, de la violencia física, el asesinato y la guerra”. Al hacer esta afirmación, Proudhon establece la premisa anarquista básica sobre la relación entre el poder estatal y la explotación económica. Los anarquistas han argumentado que el poder de los capitalistas descansa en última instancia en el estado, el monopolio final dentro de un área geográfica determinada. Por esta razón, han sugerido que el descentralismo político y el antiautoritarismo son los concomitantes naturales del anticapitalismo en la teoría y la práctica. Esto va en contra de la idea de que el socialismo debe lograrse por y a través de la toma del aparato estatal, una revolución violenta que reemplace el gobierno burgués por uno proletario. Por sus argumentos sobre la relación entre descentralismo y socialismo, Proudhon fue calificado de reaccionario y burgués.[³]

Cualquier comentario acerca del discurso sobre el capitalismo como sistema de robo y redistribución jerárquica de la riqueza debe destacar las aportaciones de Thomas Hodgskin. Hodgskin es una de las figuras más interesantes de la historia de la economía política moderna, periodista y economista autodidacta que criticó el capitalismo como sistema de extracción y búsqueda de rentas, y defensor de los derechos individuales, la libertad de comercio e incluso la propiedad privada. Mientras que los socialistas de estado han establecido explícitamente su doctrina en contradicción con “el funcionamiento natural de la ley económica”, Hodgskin y una serie de pensadores similares prefirieron ver el socialismo como algo bastante alineado con las leyes del comercio, siendo el capitalismo un sistema de poder coercitivo que impide el comercio voluntario para proteger los beneficios y los flujos de renta de una clase dominante privilegiada. Por lo tanto, Hodgskin se parece a los libertarios de mercado de hoy en día al favorecer una “legislación destructora” que permita avanzar hacia “la abolición de todas las restricciones de cualquier tipo”, incluso cuando se asemeja a los socialistas de hoy en día al condenar a los capitalistas como ladrones y pedir que el trabajo sea recompensado con su producto. Hodgskin, lockeano y librecambista declarado, sostenía que el “capitalista ocioso” disfrutaba de privilegios otorgados por el gobierno a expensas de la libertad de competencia y comercio en el sentido normativo y filosófico. Consideraba que su anticapitalismo era completamente consistente con sus ideas libertarias y con su individualismo de libre mercado. En su pensamiento, el capitalismo es una violación de los derechos naturales y de la libertad individual. El capitalismo no era un sistema económico competitivo de libre mercado, sino un sistema bajo el cual la fuerza de la ley impone “la esclavitud de la industria a la ociosidad”.

Hodgskin sigue siendo uno de nuestros escritores más lúcidos sobre la naturaleza y el funcionamiento del capitalismo, y anticipó muchas de las tendencias políticas y económicas más destructivas de nuestro tiempo. Hoy en día, esta alineación entre su ardiente anticapitalismo y el individualismo de mercado se considera curiosa o inusual: generalmente se supone que los anticapitalistas miran con recelo las relaciones de mercado y el fuerte individualismo filosófico.

El profesor Daniel Layman reflejó este pensamiento cuando escribió en el prólogo de su libro de 2020 Locke Among the Radicals, que hay “algo atractivo en la pura rareza de este descubrimiento: una pandilla de lockeanos radicales del siglo XIX con una inclinación por la anarquía y el anticapitalismo, ¡toma ya!”. Y, sin embargo, para los anarquistas, particularmente aquellos influenciados por las tradiciones individualistas y mutualistas, el pensamiento de Hodgskin es mucho menos extraño y sorprendente. De hecho, para muchos antiautoritarios, es intuitivo: está claro que las vertiginosas desigualdades actuales de riqueza e ingresos no son consecuencias naturales de los derechos individuales legítimos y de la competencia en el mercado; son más bien los resultados esperados de regímenes legislativos y regulatorios generalizados que privilegian injustamente el capital organizado y acumulado. Hodgskin anticipó a Proudhon y a los autodenominados anarquistas como un anticapitalista comprometido que, sin embargo, despreciaba al estado y argumentaba que “la prosperidad de cada nación está en relación inversa con el poder y con la interferencia de su gobierno”. Como señala correctamente Layman, Hodgskin — junto con John Bray, Lysander Spooner y Henry George — es “mucho más importante de lo que sugiere la escasa erudición sobre [sus] textos”.[⁴]

El hecho de que la filosofía política de Hodgskin sorprenda o incluso resulte paradójica a tantas personas hoy en día pone de manifiesto el empobrecimiento de nuestro discurso político y económico. Muchos no pueden imaginar una política que sea a la vez genuinamente anticapitalista y coherentemente antiestatista.[⁵]

Esto no es una visión poco común de Hodgskin — o de Spooner, Heywood, Tucker, y la lista continúa — , basado en un malentendido fundamental de la relación entre el capital y el estado en el pensamiento de Hodgskin. Si uno cree que el poder del capital sobre el trabajo surge esencialmente de mecanismos de libre mercado y que el estado controla al capital y protege a los trabajadores, entonces probablemente verá el anticapitalismo de Hodgskin como superficial. Pero sabemos que esto no describe con exactitud ni las condiciones del mundo real ni la interdependencia práctica entre el capital y el estado. Para Hodgskin, estaba claro que el conjunto de condiciones y relaciones que llamamos economía capitalista no surgía naturalmente del debido reconocimiento de la propiedad y el libre comercio. Los derechos y privilegios artificiales otorgados al capital por el estado “cortan la conexión natural entre el trabajo y sus recompensas”, permitiendo al capitalista robar. El capitalista disfruta de este poder precisamente porque el estado lo ha promovido, elevándolo por encima de las presiones de un sistema de mercado auténticamente libre, justo y competitivo. El sentimiento antimonopolista era común en la izquierda en el período activo de Hodgskin, y creía que había que oponerse a todo poder monopolista como fuente de explotación capitalista y de condiciones de dominación social en general.

Hodgskin entendió algo que parece tan esquivo para muchos hoy en día, pero que es claro empírica e históricamente: el capitalismo y el poder corporativo tal como los conocemos son criaturas del estado y del derecho positivo. Con el capitalismo, la tierra y la riqueza natural, herencia de la humanidad, son acaparadas y monopolizadas, y las oportunidades naturales están vedadas. El capitalismo es fundamental e históricamente un sistema de trato especial y privilegio especial. Es un sistema político — en oposición a lo puramente económico — en el que los propietarios del capital gozan de derechos especiales tanto en la esfera política como en la económica; es decir, es un sistema plutocrático y oligopólico.

Hodgskin y pensadores similares observaron profundas transgresiones del individualismo de libre mercado a su alrededor. Pero como siempre, nuestra abreviatura terminológica esconde una buena cantidad de diversidad y complejidad, y está claro que Hodgskin y los anarquistas individualistas estadounidenses tienen ideas sobre el libre mercado, la propiedad privada y los derechos individuales que son sustancialmente muy diferentes de las ideas asociadas con el “libertarismo de derecha tradicional”.

Hodgskin era muy sensible a los usos del lenguaje al servicio de la ofuscación y el engaño.[⁶] Reconocía la diferencia entre, por ejemplo, el derecho natural a poseer propiedad en principio y la propiedad privada como defensa del poder y el privilegio en el mundo real. Su pensamiento tiene un parecido sorprendente con el de su contemporáneo, el inventor y reformador social radical estadounidense Josiah Warren, que era unos 11 años menor que él (Hodgskin nació en diciembre de 1787, Warren en junio de 1798). Ambos llegaron a la conclusión de que la centralización política y económica no serviría a los objetivos del movimiento obrero, sino que consolidaría aún más la riqueza y el poder en manos de aquellos con acceso y conexiones con el poder político. Ambos consideraron que la mayoría de las intervenciones del derecho positivo eran intentos arteros de asegurar un trato especial para el capital (mediante la creación de estatutos y monopolios especiales; el cercamiento coercitivo de tierras abiertas y la protección de la propiedad de la tierra a gran escala por parte de los absentistas; la creación de derechos de propiedad intelectual; los subsidios directos e indirectos y el trato fiscal preferente; los contratos y subvenciones gubernamentales y la creación de barreras legales y normativas a la competencia, entre otros). “La ley — escribe Hodgskin — es extremadamente puntillosa en la defensa de las pretensiones y exacciones del capitalista”. De manera similar, Warren consideraba que la tarea de legislar era inherentemente sospechosa y con frecuencia delictiva, y pensaba que el individuo estaba en posición de juzgar los méritos de las leyes.

Si un anticapitalismo descentralista y libertario nos parece quijotesco o contradictorio, entonces podemos considerar más detenidamente el historial de las colosales instituciones de nuestra era. No está claro por qué deberíamos continuar por el camino de autodestrucción del capitalismo monopolista. Lo que está algo más claro es que, en el futuro, el socialismo no puede ser centralizado, jerárquico y autoritario. Debe volver a la tradición de visionarios antiautoritarios como Thomas Hodgskin y Ezra Heywood al aconsejar la descentralización y el carácter local del sistema político y económico, con una economía equitativa y cooperativa que abra los efectos saludables de la competencia de mercado a todas las personas.

NOTAS

[¹]: El término capitalismo no se generaliza hasta más tarde.

[²]: Shaun Harkin, ed., The James Connolly Reader (Haymarket Books, 2018).

[³]: Estas siguen siendo acusaciones comunes contra los anarquistas por parte de muchos comunistas de estado.

[⁴]: Daniel Layman, Locke Among the Radicals: Liberty and Property in the Nineteenth Century (Oxford University Press 2020), p. xii.

[⁵]: Daniel Layman, Locke Among the Radicals: Liberty and Property in the Nineteenth Century (Oxford University Press 2020), p. 98.

[⁶]: David Stack, Nature and Artifice: The Life and Thought of Thomas Hodgskin (1787–1869) (The Boydell Press 1998).

David S. D’Amato es abogado, emprendedor e investigador independiente. Es asesor político de la Future of Freedom Foundation y colaborador habitual de The Hill. Sus escritos han aparecido en Forbes, Newsweek, Investor’s Business Daily, RealClearPolitics, The Washington Examiner y muchas otras publicaciones, tanto populares como académicas. Su trabajo ha sido citado por la ACLU y Human Rights Watch, entre otros.

Fuente: Socialism: the Great Anti-Theft Movement
Traducción: Javier Villate

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