Dios, ¿qué pretende usted de mi?

Por Agustín Otamendi

Hace un tiempo largo tengo guardada esta imagen que me pareció brillante como concepto de cómo asumir responsabilidades en el vivir cristiano. “Sos pelotudo? No hay responsabilidades en esa foto”, shh, leé.

Siempre me cuestiono cuáles son las responsabilidades que, como hombre de Dios que soy -porque la tibieza de “querer ser” no basta, hay que asumirse como tal-, de las que tengo que hacerme cargo. Pero por encima de cuáles, me intrigó últimamente llegar a CÓMO deben ser asumidas las mismas.

Siento que hay como un mito que indica que para ser buen cristiano hay que sufrir. “Ay no boló, vos viste lo que sufrió Jesús? Cómo no voy a buscar sufrir”. Y ser cristiano implica vivir incómodo, lo cual no tiene vinculación alguna con vivir sufriendo.

Vivimos en un tiempo en el que uno de los desafíos principales que se presentan es lograr que las personas piensen. Lo veo en la facultad, donde los alumnos del curso donde estoy como ayudante me preguntan “qué hago?” en lugar de “interpreté ésto, qué tan cerca estoy?”.
Hoy, el desafío del cristiano, es pensar. La incomodidad, es pensar; romper límites; buscar la manera de hacer las cosas. Somos una generación que pretende recibir indicaciones, porque “queremos hacer” pero no nos interesa por qué, para qué, ni plantearnos si sirve. Y ese es el lugar cómodo del que debe salir el cristiano; un cristiano no está para acatar órdenes. Tenemos todo un santoral que así lo muestra. Los santos no acatan: proponen, buscan, piensan; desafían a lo establecido, lo cambian para siempre. Los santos toman el cubo que les toca empujar y piensan el modo de tallarlo para que ruede más rápido.

Paradójicamente, el lugar del sufrimiento, es el lugar cómodo. “Ay, pobrecito de mi, tengo que empujar un cubo y ayudar al prójimo a empujar su propio cubo”, afirman, cuando al cubo lo armó otro y al suelo sobre el cual empujarlo también.

Y nada. Eso. Pintó volver a escribir.