La ocupación israelí de los Altos del Golán es ilegal y peligrosa

Un reciente artículo argumentaba que los Altos del Golán debían ser anexionados por Israel, pero esto recompensaría la ocupación y establecería un peligroso precedente internacional

Javier Villate
Disenso Noticias Palestina
6 min readFeb 6, 2019

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Personal de la ONU en un puesto de observación mientras vigila la frontera entre Israel y Siria en los Altos del Golán, el 21 de enero de 2019. (Foto: Yalaa Marey / AFP / Getty Images)
Personal de la ONU en un puesto de observación mientras vigila la frontera entre Israel y Siria en los Altos del Golán, el 21 de enero de 2019. (Foto: Yalaa Marey / AFP / Getty Images)

Nizar Ayoub / Aaron Southlea / Foreign Policy, 5 de febrero de 2019 — Israel está pidiendo insistentemente a la comunidad internacional que reconozca su supuesta soberanía sobre el Golán sirio ocupado. Algunos pragmáticos geopolíticos han argumentado, también en Foreign Policy, que la reivindicación de Israel debería ser reconocida, porque no existe una alternativa viable. Estos argumentos, sin embargo, muestran un completo desconocimiento de las realidades del Golán.

Hasta la fecha, ningún país ha aceptado la autoridad de Israel sobre el Golán. En cambio, muchos mantienen una postura que consiste en ignorar la ocupación de Israel mientras rechazan silenciosamente sus intentos de buscar reconocimiento. Este enfoque ignora la represión israelí en el Golán.

Los intereses de Israel en el Golán son claros: la región contiene valiosos recursos naturales y es una estratégica meseta desde el punto de vista militar. Además, en abierta violación del derecho internacional, Israel ha establecido 34 asentamientos y al menos 167 empresas de asentamientos en el Golán. Muchos observadores afirman que Israel no puede abandonar el territorio porque eso perjudicaría a su economía, amenazaría su seguridad y desplazaría a sus ciudadanos.

Tales argumentos simplemente desvían la atención de los abusos de los derechos humanos y de la agenda expansionista de Israel. En 2010 hubo negociaciones de paz que incluían el retorno del Golán a Siria. Las amenazas percibidas por Israel no son mucho mayores ahora que en 2010, cuando HAMAS, Irán y Hezbolá tenían una fuerte influencia en la región. Además, la utilización de los recursos del Golán por parte de Israel y el establecimiento de asentamientos son hechos claramente ilegales y no justifican en modo alguno la presencia de Israel. La fertilidad y la utilidad de la tierra no pueden validar su apropiación ilícita.

Las opciones de la comunidad internacional en el Golán son limitadas. Ceder a la presión israelí socavaría fundamentalmente el derecho internacional y sentaría un peligroso precedente que no solo sería explotado por Israel en los otros territorios que ocupa, sino también en lugares como Crimea, donde la muy criticada anexión de Rusia imita lamentablemente lo que Israel ha hecho en el Golán. Cualquier reconocimiento de la reivindicación de Israel daría paso a un nuevo orden mundial en el que la agresión y la ocupación crearían soberanía.

Dado que la “necesidad” existencial de Israel del Golán está exagerada y que la comunidad internacional no tiene ninguna opción legal legítima para reconocer la reivindicación de Israel, lo que queda para muchos es el statu quo que ya dura 50 años. Sin embargo, este statu quo ignora quizás la realidad más importante: la vida en el Golán.

La vida de los nativos sirios en el Golán se caracteriza por la opresión sistemática y la discriminación desenfrenada. Esto se manifiesta en la purga cultural de Israel, las tácticas de separación familiar, la apropiación de tierras, la expansión de los asentamientos, la manipulación del desarrollo comercial, la supresión de los derechos de residencia y la militarización del territorio.

El punto de partida es la narrativa “drusa” de Israel, que busca enfatizar la identidad religiosa drusa — que Israel encuentra aceptable — , al tiempo que suprime la identidad árabe siria, que Israel encuentra problemática. La narrativa drusa es la cortina de humo de Israel, y ha funcionado internacionalmente. El mundo solo conoce a los drusos del Golán, no a los sirios del Golán. Este relato equivale a la destrucción de la cultura, como se observa de manera prominente en las escuelas sirias nativas, donde los niños son educados a través de un plan de estudios propagandístico diseñado para suprimir la identidad y la historia árabes.

En la actualidad, unos 27.000 sirios viven en cinco aldeas del Golán. La invasión israelí de 1967 desplazó por la fuerza a más de 130.000 sirios y arrasó 340 comunidades. Se calcula que la diáspora de las personas obligadas a abandonar el Golán y que ahora viven en otro lugar es de más de 400.000. Esas personas desplazadas tienen derecho a regresar a sus hogares en virtud del derecho internacional; sin embargo, Israel ha ignorado sumariamente ese derecho, separando indefinidamente a familias y amigos.

Los sirios que permanecen en el Golán están sometidos a un sistema de dominación. A las pocas semanas de la toma del Golán, Israel comenzó a construir asentamientos, a veces en lo alto de las aldeas sirias que destruyó. Hoy en día, Israel subsidia e incentiva fuertemente el crecimiento de los asentamientos — la población de colonos en el Golán ha aumentado en un tercio solo en los últimos ocho años — , al tiempo que pone en práctica políticas discriminatorias que asfixian a las industrias sirias nativas. Esto obliga a los sirios a trabajar en asentamientos o en ciudades israelíes lejanas en trabajos mal pagados, donde a menudo son objeto de discriminación.

Israel se ha apropiado ilegalmente del 95 por ciento del Golán, al tiempo que mantiene las restrictivas regulaciones sobre la tierra en el 5 por ciento restante que le queda a los sirios nativos, limitando la posibilidad de que amplíen sus aldeas y se beneficien de sus tierras agrícolas. Desde su anexión ilegal, Israel ha dictado más de 1.570 órdenes de demolición contra los sirios mientras construye constantemente sus propios asentamientos.

La inmensa mayoría de los nativos sirios rechazan la ciudadanía israelí, prefiriendo sufrir la indignidad y los problemas de tener un estatus de ciudadanía “indefinido”. Israel ha intentado durante mucho tiempo cambiar esto y validar su autoridad en la región. Más recientemente, el estado judío ha buscado legitimidad mediante la celebración de elecciones municipales por vez primera. Estas elecciones demostraron el profundo rechazo a la autoridad de Israel de la población nativa, con una participación electoral de entre cero y poco más del 3 por ciento en cuatro de las cinco localidades sirias.

Los sirios del Golán viven bajo la ocupación militar israelí. El territorio está sembrado de minas, que han matado o herido a docenas de sirios, la mayoría de los cuales eran niños. Israel también mantiene numerosos puestos militares en y alrededor de los centros de población civil, a pesar de que se le ha pedido que los retire por razones de seguridad.

El Golán, en su mayor parte, ha permanecido al margen del conflicto sirio. Al ver la violencia en Siria, muchos se preguntan si los golaníes sirios preferirían realmente ser entregados a un dictador violento. Las respuestas a esta pregunta varían abiertamente dentro de la comunidad; sin embargo, durante 51 años la comunidad ha respondido de manera inquebrantable a la pregunta inversa, rechazando inequívocamente el control israelí. La existencia de un mal mayor no legitima ni valida al mal menor.

La realidad del Golán no es la asimilación, la aceptación y el progreso; es la discriminación y la opresión institucionalizadas. Aceptar esto reconociendo el reclamo de Israel sobre el Golán o manteniendo el statu quo es irresponsable, inviable e ilegal. Un acuerdo de paz amplio que se ajuste al derecho internacional es la única forma viable de avanzar.

Nizar Ayoub es el director de Al-Marsad, el Centro Árabe de Derechos Humanos de los Altos del Golán.

Aaron Southlea es experto jurista, analista y asesor de organizaciones que trabajan en el desarrollo internacional de los derechos humanos y el estado de derecho en Oriente Medio y África Oriental.

Este artículo fue publicado por Foreign Policy y ha sido traducido por Javier Villate.

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