Los palestinos celebran bodas, bautismos y funerales en aldeas destruidas por Israel

Los supervivientes de la ‘Nakba’ de tercera generación están regresando a las iglesias de las aldeas que Israel destruyó en 1948 para celebrar ceremonias religiosas

Javier Villate
Disenso Noticias Palestina
7 min readAug 11, 2019

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El lunes de Pascua, en la aldea palestina desplazada de Iqrit, los residentes bailan alrededor de la iglesia, el 21 de abril de 2014. (Foto: Activestills.org)

Suha Arraf / +972 Magazine, 30 de julio de 2019 — Hace poco más de dos semanas, Jaled Bisharat, hijo del famoso periodista y escritor Odeh Bisharat, se casó en una iglesia de la aldea de Maalul. Fue una boda como cualquier otra, salvo en una cosa: Maalul, que se encuentra a sólo cuatro millas al suroeste de Nazaret, fue destruida por Israel en la guerra de 1948, y la mayoría de sus residentes desplazados huyeron a la ciudad de Yafa an Naseriye.

Esta boda es parte de una tendencia: los supervivientes de la Nakba de tercera generación están regresando a sus aldeas destruidas para celebrar ceremonias religiosas, incluyendo bautismos, bodas y entierros.

“Creo que habrá una tendencia a celebrar bodas allí”, dice Odeh Bisharat. “Mi hijo es la segunda persona que se casa en Maalul. Una semana antes, alguien de la familia Salem se casó en la iglesia, y habrá más bodas en el pueblo”.

Bisharat aclaró que la decisión fue totalmente de Jaled.

Regreso a Iqrit

Haizam Sbeit, de 30 años, nació en una familia que fue expulsada de la aldea de Iqrit y ahora vive en Haifa. Hace dos meses, celebró su boda en la iglesia de Iqrit. “Ni siquiera me lo pregunto, es muy evidente”, dice Sbeit. “Soy hijo de Iqrit. Iqrit es todo para mí. Desde que tengo uso de razón, he estado allí todos los años para el campamento de verano, las ceremonias de Navidad y Pascua, y los entierros de los miembros de mi familia y otros. Toda mi vida he estado esperando volver allí”.

La historia familiar de Sbeit gira en torno a Iqrit. “Mis padres son refugiados. Nacieron en Iqrit, se mudaron a Rameh y luego a Haifa. Nací en Haifa, luego se mudaron a Nazaret, y hace un año se trasladaron a Tarshiha, lo más cerca posible de nuestra casa de Iqrit”, dice. “Somos refugiados, nos movemos una y otra vez”.

Sbeit llevó a su compañera Lina, una trabajadora social originaria de la aldea de Eilabun, a una tercera cita en Iqrit. “Si la persona con la que voy a pasar mi vida no entiende lo que Iqrit significa para mí y no puede sentir lo que yo siento, ella no es adecuada para mí”, explica Sbeit. “Es una especie de prueba, y me alegró que Lina se enamorara del lugar y se convirtiera en una activista”.

Sbeit no es la primera persona de su familia que lleva a su pareja a una cita en Iqrit. Su tío George llevó allí a Shadia, que más tarde se convertiría en su esposa, hace más de 25 años.

Shadia Sbeit, de 47 años, que vive en la aldea de Kafer Yasif, recuerda el día como si fuera ayer. “Saqué toda la ropa de mi armario para buscar algo bonito que ponerme”, dice. “Llevaba mis botas de cuero elegantes. Estaba muy emocionada porque apenas conocía a George. Me gustaba y quería que la relación funcionara. Me recogió y empezamos a conducir hacia el norte. Pensé que me iba a llevar a un restaurante romántico, pero no me dijo adónde íbamos”.

De repente, George detuvo el coche y Shadia se encontró en un pueblo abandonado, marchando hacia una iglesia. “Era invierno y llevaba puestas mis botas de cuero”, recordó Shadia. “Pisé estiércol, pero seguí subiendo la colina hasta que llegamos a la iglesia. George me habló con entusiasmo sobre el lugar. Fue en ese momento cuando comprendí que esto era central en su vida. Me enamoré del lugar y de la gente de allí, y desde entonces me he convertido en un activista que lleva a los extranjeros de gira por la zona, ayudo a dirigir el campamento de verano y participo en las ceremonias”.

Haizam Sbeit y su esposa, Lina, en el día de su boda en Iqrit. (Foto: Habib Masad)

Sbeit relata cómo la familia de su esposa, que es de Eilabun y nunca ha estado en una aldea palestina despoblada, se emocionó tanto como su familia en la ceremonia de la boda. “Decoramos la iglesia, luego bailamos dabkeh en el patio, y bebimos arak y whisky”, recuerda Sbeit. “El lugar de la aldea despoblada, con sus ruinas y sus árboles, era asombroso. Por un lado, se ve la frontera con el Líbano, y por el otro, el mar”, añade. “Mi padre y mi tío tuvieron que rogar a los invitados que dejaran el pueblo y se fueran al salón de fiestas”.

Suheil Jury, segunda generación de la Nakba y originario de Iqrit, vive hoy en Nazaret. Ha estado sirviendo como sacerdote desde 1987 y hoy predica en la iglesia de Turan, al norte de Nazaret. Se ofrece como voluntario para oficiar las bodas, funerales y bautizos de los residentes de su pueblo natal.

Dice que la primera boda que tuvo lugar en Iqrit después de la Nakba fue en 1972, bajo una higuera, porque la policía israelí impidió que la ceremonia se celebrara en la iglesia. Desde entonces, la iglesia ha sido renovada y las parejas han podido casarse allí.

“Hemos enterrado al menos a 150 residentes de Iqrit en el cementerio de la aldea desde el momento en que me convertí en sacerdote”, dice Jury. Para él, abrir las puertas de la iglesia es su contribución a la comunidad. “Este es el único hogar que nos queda”, añade.

Además de Navidad y Pascua, celebra allí un servicio religioso el primer sábado de cada mes. “Las tres fases más importantes en la vida de una persona son el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Es importante para nosotros poder experimentar los tres en nuestra aldea”.

No queremos volver a nuestra aldea en un ataúd

El fenómeno de celebrar bodas, funerales y festividades no sólo se da en Iqrit y Maalul — que son sólo dos de las 531 aldeas que Israel destruyó cuando se fundó en 1948 — sino en otros pueblos destruidos, como Birim, Al Basa y muchos otros.

El sueño de Jury, que muchos de los ancianos de la aldea comparten, de regresar a Iqrit se hizo realidad hace siete años, cuando un grupo de jóvenes palestinos decidió ir a vivir a la iglesia, el único edificio que sobrevivió a la Nakba. Sbeit es uno de los que estuvo detrás de la idea: “Nuestros campamentos de verano aquí jugaron un papel importante en la formación de nuestra conciencia, como tercera generación de la Nakba”, dice. “Cada año, dormíamos, comíamos, estudiábamos y jugábamos allí durante una semana entera.”

Luego, hace siete años, después de una exitosa sesión de campamento de verano, decidieron quedarse de forma permanente. “Nos dijimos a nosotros mismos: «Basta, no podemos seguir llorando por las ruinas, tenemos que hacer algo»”, observa Sbeit. “Creamos un grupo en Facebook llamado ‘Iqrit’ y decidimos volver. Empezamos [un grupo de] 15 jóvenes de ambos sexos a dormir en la iglesia. Cada persona iba a trabajar o a la universidad y luego regresaba a Iqrit. No había electricidad. Usamos velas y un generador. Fue difícil. Empezamos a hacer turnos para que, por lo menos, estuviéramos tres todas las noches”.

El lunes de Pascua, generaciones de desplazados de la aldea palestina de Iqrit celebran la misa en la iglesia del pueblo, el único edificio que queda en pie. 21 de abril de 2014. (Foto: Activestills.org)

La primera ceremonia religiosa de Sbeit en Iqrit fue en 2001, en el funeral de su abuela. El día de su entierro está grabado en su memoria y se ha convertido en un acontecimiento formativo. “Nunca olvidaré la visión de mi padre, mis tíos y los ancianos del pueblo llorando. Abrimos el ataúd y le echamos tierra en la cara y en la ropa. El sacerdote rezó una oración y luego cerraron el ataúd. Yo era un niño y no entendía el significado de volver allí sólo cuando estás muerto. Mis amigos y yo decidimos que no volveríamos en ataúdes, sólo para ser enterrados allí. Queríamos regresar con vida, y esto fue lo que pasó”.

Shadia, la tía de Haizam, explica que el entierro en Iqrit ha resuelto un problema real para los residentes de la aldea. Muchos, que ahora viven en Rameh, Kafer Yasif y Haifa, tuvieron dificultades para encontrar un lugar para enterrar a sus seres queridos en las ciudades a las que huyeron. “Somos refugiados, después de todo, y los cementerios pertenecen a los residentes originales. La gente nos hacía un favor ofreciéndonos una tumba. Incluso en nuestra muerte, seguimos siendo refugiados”.

La propia Shadia bautizó a sus hijos en Iqrit hace 10 años, y un día también se casarán allí. “Nuestros padres, que vivieron la ocupación y se convirtieron en refugiados, temían a Israel. Ellos nos inculcaron ese miedo. Cuando fui a la universidad, me instaron constantemente a no involucrarme políticamente, o de lo contrario no encontraría un trabajo. La tercera generación de la Nakba es más valiente, intrépida. Están mejor educados y se relacionan con los israelíes de igual a igual”.

Sbeit reafirma las palabras de Shadia. “No tenemos miedo”, subraya. “Tenemos derecho a regresar a nuestra aldea, y todo refugiado tiene derecho a regresar a su lugar de origen. Nadie entiende lo que es ser desplazado de su tierra, permanecer a la espera de los favores de otras personas para encontrar un lugar donde vivir o ser enterrado. Es como una cicatriz que nunca se cura”, añade. “Seré el primero en construir una casa en Iqrit, tan pronto como se resuelva el asunto legal”.

Este artículo fue publicado por +972 Magazine y ha sido traducido por Javier Villate.

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