Los puestos de control israelíes en las ciudades palestinas

Lo más aterrador de los puestos de control situados en el interior de pueblos y ciudades cisjordanos es que separan a los palestinos entre sí, es que no sabes cuándo llegarás a tu destino, o si llegarás al mismo

Javier Villate
Disenso Noticias Palestina
8 min readJul 20, 2020

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Soldados israelíes comprueban la identificación de conductores palestinos al inspeccionar un vehículo en un puesto de control en la ciudad de Hebrón, en Cisjordania, el 23 de diciembre de 2017. (Foto: Wisam Hashlamun / Flash90)

Mya Guarneri / +972 Magazine, 6 de julio de 2020 — Cuando el taxi con destino a Belén salió de la aldea de Abu Dis en Cisjordania y avistó el puesto de control israelí, los pasajeros, todos hombres palestinos, dejaron de hablar y se pusieron el cinturón de seguridad. El conductor apagó la radio. Momentos antes, la música, la conversación y las risas habían llenado la atmósfera. Ahora se impuso el silencio, salvo por el chasquido de las cuentas de oración que se balanceaban en el espejo retrovisor.

Esto sucedía cada vez que un taxi compartido se acercaba al puesto de control de “El Contenedor”: todos contenían la respiración como si estuvieran buceando bajo el agua. Pero el buceo viene con la expectativa de salir a la superficie. Lo que caracteriza al Contenedor es la incertidumbre, nunca sabes qué va a pasar. Puede que los soldados ni siquiera te miren. Tal vez te saluden con la mano. Quizás te registren y te detengan. Y puedes terminar en detención administrativa. ¿Quién sabe?

Es la incertidumbre lo que aterroriza, y es la incertidumbre lo que hizo que el silencio se apoderara de los pasajeros ese día de septiembre de 2013. Todo el mundo se quedó quieto. Incluso el conductor parecía tratar de minimizar sus movimientos. Manteniendo sus manos a las diez y diez en el volante, se movió lo menos posible, lo suficiente para guiar el vehículo a través del puesto de control.

Ese día, cabalgamos sobre la primera cadena de púas y un soldado israelí, de pie en la carretera y con un arma sobre el pecho, hizo un gesto al conductor para que se detuviera. No tenía ningún sentido porque, hace sólo cinco minutos, yo había atravesado este puesto de control yendo en dirección contraria y no habían retenido a nadie.

Pero ahora lo estaban haciendo.

Vista del Muro de Separación desde Abu Dis, cerca de Jerusalén Este, el 26 de febrero de 2017. (Foto: Miriam Alster / Flash90)

Eso fue hace siete años. Aunque El Contenedor ha cambiado físicamente, el lugar y el miedo que invoca sigue siendo el mismo. El 23 de junio, Ahmed Erekat fue asesinado a tiros allí por la Policía de Fronteras. Un vídeo del incidente muestra cómo su auto choca contra el puesto de control y golpea a uno de los soldados, tras lo cual sale corriendo y lo matan.

Tras el asesinato de Erekat, algunos medios de comunicación llamaron al “puesto de control de Jerusalén Este” El Contenedor, un nombre técnicamente acertado pero engañoso que, en realidad, encubre la violencia del lugar. Incluso yo podría creer erróneamente que el puesto de control está en la Línea Verde, entre Jerusalén Este y Oeste, que separa el estado de Israel de la Cisjordania ocupada. La sugerencia de que El Contenedor cumple algún tipo de función de seguridad también se cierne sobre esas palabras.

Como cualquiera que haya pasado por ese puesto de control sabe, El Contenedor de hecho divide un área palestina de otra. Aunque está en la parte de Jerusalén que Israel se anexionó ilegalmente después de 1967, no protege Jerusalén Oeste ni se sitúa en su frontera. Está atascado en la garganta de los territorios palestinos, cortando la continuidad entre los pueblos situados en los alrededores de Jerusalén.

El Contenedor es lo que se conoce como “puesto de control interno”: una forma de mantener una bota en el cuello de los palestinos y un recordatorio, siempre presente, de que no importa lo lejos que uno esté de Israel, Israel está constantemente vigilando, afectando a todos los aspectos de la vida cotidiana de los y las palestinas.

Unas palestinas se abren paso a través de un puesto de control israelí para asistir a las oraciones del viernes en la mezquita Al Aqsa de Jerusalén, cerca de la ciudad de Belén, en Cisjordania, el 24 de mayo de 2019. (Foto: Wisam Hashlamun / Flash90)

“Esa es la misión de El Contenedor”, dice mi marido palestino, “recordarte que siempre están ahí”. La ironía, añade, es que mucho antes de que hubiera un puesto de control en la zona, solía ser un camino que los palestinos tomaban cuando querían evitar a los soldados o policías israelíes.

Su nombre aparentemente siniestro también tiene una historia inesperada: antes de que el ejército se hiciera cargo del lugar, había un contenedor de transporte que un residente local utilizaba como un pequeño dukkan, una tienda para vender bebidas y aperitivos a los viajeros en ese tramo de carretera, por lo demás vacío, que se cierne sobre Wadi al Nar.

Ese día de septiembre de 2013, el joven soldado — desgarbado, con un uniforme demasiado grande y enrollado hasta los codos, hecho de una tela verde oliva que parecía acumularse alrededor de su cuerpo — se acercó a los taxis, abrió la puerta corrediza, estudio a todos los pasajeros y pidió identificaciones. Los hombres, todos de edad suficiente para ser su padre, obedecieron al chico, sacaron sus tarjetas de identificación verdes y se las pasaron a un pasajero, que las junto y entregó al niño-soldado. Este las examinó una por una.

Cuando terminó, ordenó al conductor y a los pasajeros que cerraran las ventanillas. Luego cerró la puerta, y eso fue todo. No hubo ninguna explicación. Se alejó, dejando a todos cocinarse al sol durante casi una hora.

La Policía de Fronteras Israelí establece un puesto de control en la salida del barrio de Sur Baher en Jerusalén Este, supervisando a todos los palestinos que quisieran pasar, el 16 de octubre de 2015. (Foto: Hadas Parush / Flash90)

Otro soldado finalmente abrió la puerta y, sin explicación alguna, arrojó las identificaciones al interior del vehículo. Como si no mereciéramos ser tratados con el respeto debido.

Con ese gesto desdeñoso, éramos libres de irnos.

Cuando el conductor salió de El Contenedor, cabalgando sobre otro conjunto de pinchos, abrimos las ventanillas, la música continuó y la conversación se reanudó. Cuando llegamos a Belén, traté de pagar pero el conductor rechazó mi dinero. Sin mí en el vehículo, una mujer blanca con pasaporte estadounidense, las cosas podrían haber sido mucho peores, dijo.

Ese día fue, en muchos sentidos, uno de tantos en El Contenedor. Y mientras yo gozaba de un trato privilegiado en ese taxi compartido, el miedo a lo que pudiera suceder nos consumía a todos. El silencio absoluto al acercarnos al puesto de control. La total incertidumbre. La falta de explicación para todo lo que estaba sucediendo. No saber cuándo llegaríamos a nuestro destino o, en el caso de los palestinos, si llegarían de hecho. Y todo esto teniendo en cuenta que no nos dirigíamos a Israel, sino a una área palestina por carreteras palestinas.

Las fuerzas palestinas le niegan a un palestino de edad avanzada el acceso para rezar en Jerusalén en el nuevo puesto de control interno de Hazeytim en Abu Dis, una aldea de Cisjordania cercana a Jerusalén, 6 de marzo de 2006. (Foto: Melanie Fidler / Flash90)

El puesto de control se encuentra en la única carretera que conecta el norte de Cisjordania con el sur. Si eres un palestino con una tarjeta de identidad verde — lo que significa que no puedes conducir por Jerusalén — y quieres ir de Belén a Abu Dis o Ramala, tienes que pasar por El Contenedor. Si el ejército cierra este puesto de control, Cisjordania queda efectivamente dividida en dos.

Unos pocos meses antes de ese día de septiembre, mi marido — entonces novio — salió de Ramala para ir a visitarme a Belén. Cuando su taxi llegó a El Contenedor, los soldados le sacaron del vehículo y le registraron, sin motivo y sin ninguna explicación. Una experiencia aterradora, también fue típica, aadi, normal. Este es el tipo de cosas que hace que los palestinos se piensen dos veces sus planes si implican cruzar El Contenedor.

Y, desde luego, la gente evita el lugar por la noche.

Era de noche cuando, en otra ocasión, mientras regresaba a Belén desde Ramala, vi a un hombre a un lado de la carretera, maniatado y rodeado de soldados, junto a su coche vacío y con las puertas abiertas. Todavía recuerdo cómo mis compañeros de taxi jadeaban nerviosos mirando la escena.

La Policía de Fronteras israelí registra a un joven palestino en un puesto de control israelí cuando se dirigía a la mezquita Al Aqsa de Jerusalén durante el mes de Ramadán, cerca de la ciudad de Belén en Cisjordania, el 31 de mayo de 2019. (Foto: Wisam Hashlamun / Flash90)

Todavía recuerdo el sonido de las uñas golpeando en las ventanas de vidrio. “Miren, miren”, dijeron los pasajeros, manteniendo sus voces bajas, casi en un susurro, como si tuvieran miedo de que alguien los escuchara señalándolo. Como si estuvieran demasiado asustados para oírlo ellos mismos.

Sólo dos meses después de ese día de septiembre, los soldados israelíes mataron a un hombre palestino, Anas al Atrash, en El Contenedor, en circunstancias no esclarecidas. El ejército israelí insistió en que Al Atrash tenía un cuchillo; su familia dijo que simplemente salió de su auto después de que le pararan.

Y luego están los momentos cotidianos: pasar por él de camino a la escuela, o al trabajo, o a una cita, o a visitar a un ser querido. Una constante intrusión en la vida de los palestinos de este puesto de control, construido por ocupantes extranjeros que se supone que no deberían estar aquí de todas formas. Ahí estás, sentado en un taxi de camino a clase, cuando de repente te paran y te piden tu identificación.

Así es la ocupación: una deidad malévola que se inserta en cada detalle de tu vida, incluso en los más íntimos.

Ese día de septiembre, iba a una boda. El retraso me hizo perderme parte de la celebración. ¿Cuántos palestinos han llegado tarde o se han perdido completamente momentos importantes en la vida de sus seres queridos debido a El Contenedor? ¿Cuánto tiempo ha robado ese lugar?

Eso fue lo que los palestinos me dijeron una y otra vez cuando vivía en Cisjordania. ¿Nuestra tierra? Podemos recuperarla. Pero nuestro tiempo no puede ser reemplazado.

Mya Guarnieri Jaradat es una escritora y periodista independiente que vive en el sur de Florida después de casi una década en Israel-Palestina. Su libro, The Unchosen: The Lives of Israel’s New Others (Pluto Press) fue preseleccionado para el Premio Jewish Quarterly Wingate. Sus reportajes y comentarios han sido publicados en The Nation, The New York Times, Haaretz, Le Monde Diplomatique, Al Jazeera English, The Guardian y muchos otros medios. Sus ensayos y relatos de ficción han aparecido en Slate, Guernica, Jewish Quarterly, Narrative y The Kenyon Review. Actualmente está trabajando en unas memorias.

Este artículo fue publicado en +972 Magazine y ha sido traducido por Javier Villate.

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