‘Simplemente se mueren’: Una aldea palestina asfixiada por los residuos de un asentamiento israelí
Un arroyo de aguas residuales cerca de Bruqin ha tenido efectos devastadores en la salud y los medios de subsistencia de los palestinos
Megan Giovanetti / Middle East Eye, 24 de julio de 2019 — Fuera de la casa de Ahmed Abdulrahman, en el valle de Matwa, la humedad del verano hace que el olor a excrementos humanos sea insoportable.
Los asentamientos israelíes y las fábricas industriales se asoman sobre el valle en las cimas de las colinas. Una corriente de aguas residuales corre constantemente hacia debajo.
“Los mosquitos no nos dejan dormir. Tenemos miedo de las enfermedades, especialmente por los niños”, dice Abdulrahman, de 62 años, con su cara alargada y cansada. En los últimos tres años, su esposa ha sido una de las muchas habitantes de la zona que han tenido cáncer.
Los valles de Matwa y Atrash — ubicados en el distrito cisjordano de Salfit, entre las ciudades palestinas de Ramala y Naplusa — recogen las aguas residuales mal gestionadas de los residentes palestinos de Salfit y de los residentes israelíes de los asentamientos ilegales cercanos de Ariel y Barkan.
Según un informe de 2009 de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, los palestinos que viven en estos valles están expuestos a “aguas residuales no tratadas [que] contienen virus, bacterias, parásitos y metales pesados y tóxicos [que son] peligrosos para la salud humana y animal”.
La corriente tóxica ha tenido un efecto devastador en la salud y los medios de subsistencia de los palestinos de la zona, y aunque las autoridades israelíes han negado su responsabilidad, los estudios han suscitado serias preocupaciones sobre los efectos a largo plazo de este desastre ambiental y sanitario.
‘Simplemente se mueren’
Bruqin se asienta en el valle de Matwa y sus casas salpican las laderas de las montañas.
Desde un lugar elevado, Murad Samara, empleado municipal de Bruqin y voluntario de la Sociedad Palestina de Socorro Médico, señala los hogares en los hay alguna persona enferma o que ha muerto a causa de una enfermedad que se cree que está relacionada con la infame corriente de aguas residuales.
Recuerda sus edades: un hombre de mediana edad en esta casa murió de cáncer hace cinco años; una niña de 15 años en esa casa se desmayó en el patio de su escuela el año pasado y murió dos meses después de un cáncer en estado avanzado.
“Todos los días nos enteramos de que alguien que conocemos ha caído enfermo”, dice Amar Barakat, de 37 años, que ha visto de primera mano los efectos de la contaminación en su familia y su comunidad en Bruqin, una de las aldeas más afectadas del distrito de Salfit.
Su hermano falleció hace dos años de un cáncer que fue detectado demasiado tarde. El vecino de Amar Barakat, Faruk Barakat, vive con sus 24 hijos. La esposa de Faruk, Maye, está gravemente afectada por la salud de sus hijos e hijastros.
Su hijo menor, de un año y medio, sufre de problemas respiratorios, y Rasha, de tres años, padece leucemia desde que tenía un año.
“Es normal estar enfermo aquí”, dice Maye Barakat. “El olor, el agua, todo está muy mal”.
Si bien las aguas residuales no tratadas tienen un serio impacto en la salud pública, los productos químicos tóxicos de las fábricas cercanas que se filtran en el agua constituyen una amenaza peor.
En 2017, B’Tselem informó que el estado de Israel estaba utilizando tierras palestinas para el tratamiento de residuos creados no solo en asentamientos ilegales, sino también dentro de la Línea Verde.
En el informe se dice que las zonas industriales de los asentamientos de Ariel y Barkan contienen dos de las 14 instalaciones de tratamiento de residuos administradas por Israel en Cisjordania y Jerusalén Este.
Las zonas industriales de Ariel y Barkan tratan el petróleo usado y los residuos electrónicos peligrosos. Estos residuos son considerados demasiado peligrosos para ser tratados dentro del estado de Israel en virtud de sus leyes de protección ambiental y, por lo tanto, se envían a los territorios palestinos ocupados en 1967, donde no se aplican esas normas israelíes.
Las tuberías abiertas cerca de estas zonas industriales son claramente visibles, con aguas residuales que van a parar a los valles de Matwa y Atrash.
Con la mirada puesta en la corriente de residuos tóxicos mezclados que pasa por su casa, Amar Barakat dice con cara seria: “De verdad, estamos viviendo en el infierno”.
Para Abdulrahman Tamimi, médico del único hospital de Salfit, la relación es evidente.
“La gente de estas aldeas en particular [cerca de los asentamientos industriales] tiene las mismas características, las mismas enfermedades”, explica. “Se puede concluir que hay algún problema por allí”.
“Vemos a mucha gente que llega recientemente con cáncer… que es realmente raro a una edad temprana, entre los 20 y 25 años”, añade Tamimi.
Los casos que él ve varían del cáncer de pulmón al cáncer de huesos, pero todos los casos son graves. Por diferentes motivos sociales y económicos, Tamimi a menudo ve a sus pacientes cuando es demasiado tarde.
“Viven durante tres meses después de su diagnóstico y mueren. Simplemente se mueren. No vienen en las primeras etapas”, dice a Middle East Eye (MEE).
Hace tres años, el ayuntamiento de Bruqin construyó una tubería para ayudar a aliviar algunos problemas al nivel de la superficie, causados por la corriente de aguas residuales, como el olor y los mosquitos. Pero estos esfuerzos han resultado insuficientes.
El pueblo de Bruqin se extiende a lo largo de 10 kilómetros a través del valle de Matwa, mientras que la tubería solo tiene dos kilómetros de longitud. Además, la basura física a menudo obstruye la tubería.
“Las tuberías no han solucionado ningún problema porque se llenan y gotean, creando un mar de aguas residuales que daña nuestra tierra”, dice Abdulrahman, un residente de Bruqin cuya esposa sufre de cáncer.
Hace dos meses, su tierra se inundó con aguas residuales que se filtraban de las tuberías obstruidas. Abdulrahman dijo que 22 de sus 50 olivos murieron o se enfermaron solo unos meses antes de la temporada de la cosecha.
“Tenemos miedo de que la cosecha de aceitunas de este año no sea consumible porque las aguas residuales también contienen productos químicos de los asentamientos”, señala Abdulrahman.
Este hombre estima que perderá cerca de 2.000 shekels (510 euros) por los daños de la cosecha de este año, sin mencionar los efectos a largo plazo por la pérdida de casi la mitad de su arboleda.
La inundación no solo está arruinando su tierra, sino que también está destrozando su familia. Las esposas de sus hijos y vecinos abandonan sus hogares cuando se producen las inundaciones, llevando a sus hijos a diferentes aldeas.
“Van durante un mes hasta que las inundaciones remiten, y entonces vuelven”, explica Abdulrahman, “pero después de un mes todo se repite y se van de nuevo”.
‘El principal problema es la ocupación’
En una declaración oficial a MEE, el municipio de Ariel negó que el asentamiento israelí tuviera responsabilidad alguna por la crisis ecológica y sanitaria en la zona de Salfit.
“Todas las aguas residuales de la ciudad de Ariel pasan por una planta de tratamiento de aguas residuales y toda la escorrentía que proviene de Ariel es agua que ya ha sido tratada”, dice el comunicado.
B’Tselem, sin embargo, ha declarado que la planta de tratamiento de aguas residuales en el asentamiento de Ariel “dejó de funcionar en 2008”.
El municipio del asentamiento culpó directamente a los palestinos, a los que en Israel se suele llamar simplemente “árabes”.
“Desafortunadamente, las comunidades árabes vecinas no tratan sus aguas residuales, específicamente en la zona de Salfit”, sigue diciendo el comunicado. “Sus aguas residuales van directamente al wadi y esas aguas se filtran al acuífero de la montaña, contaminando el agua y dañando la salud de todos”.
“El principal problema es la ocupación [porque] no tenemos poder”, dice con convicción Samara, empleada del municipio de Bruqin.
Samara explica que el ayuntamiento de Salfit ha tratado, desde 1989, de crear una instalación de tratamiento de aguas residuales para servir al distrito.
Dos proyectos separados, respaldados por fondos europeos en 2000 y 2009, también fracasaron porque las autoridades israelíes se negaron a conceder los permisos para construir la instalación en los terrenos de Matwa, que se encuentra en el Área C de Cisjordania, bajo control absoluto del ejército israelí.
El proyecto de 2009 fue contestado con un ultimátum israelí: solo otorgaría el permiso para instalar una planta de tratamiento, financiada por Alemania, en un terreno del Área C si trataba también los residuos del asentamiento ilegal de Ariel.
La Autoridad Palestina denunció la oferta como un reconocimiento de facto de la legalidad de Ariel, a pesar de que los asentamientos israelíes son ilegales según el derecho internacional.
Aunque se ha anunciado otro intento de construir una planta de tratamiento en el área de Bruqin, financiada por la Cooperación Financiera Bilateral Alemana, incluso si el proyecto se completara con éxito en el plazo establecido de 2022, los efectos de décadas de exposición a las aguas residuales tóxicas pueden ser irreversibles.
Daños irreversibles
El Dr. Mazin Qumsiyeh, profesor de genética y biología molecular y celular en la Universidad de Belén y conocido activista, ha sido pionero en la investigación de los efectos a largo plazo e intergeneracionales de la exposición a los desechos tóxicos.
Qumsiyeh y un equipo de estudiantes graduados recolectaron muestras de sangre de un grupo de control y dos grupos de prueba en dos estudios separados: uno que analizó a palestinos de Bruqin en 2013 y otro en 2016 de Idhna, otra aldea palestina peligrosamente cercana a una zona industrial israelí.
Los estudios encontraron un número significativo de rupturas cromosómicas en las células de los residentes cerca de las zonas industriales en comparación con el grupo de control. Las rupturas cromosómicas, o el daño del ADN, aumentan la posibilidad de infertilidad, defectos congénitos de nacimiento y cáncer.
“La evidencia es abrumadora. No puede ser por casualidad que haya semejante diferencia entre las muestras [de control y de prueba]”, dijo Qumsiyeh a MEE.
“Este es un hallazgo muy significativo que indica que la presencia de este asentamiento industrial es lo que está causando estos daños”.
Aunque Qumsiyeh cree que “esta puede ser una herramienta importante para desafiar a Israel en los tribunales internacionales”, los residentes de Bruqin, como los Barakats, anhelan una solución más inmediata.
“La mayoría de los palestinos deseamos librarnos de la ocupación”, dice Amar Barakat. “Todo lo que pido es aire fresco. Hasta entonces, no puedo pensar en nada”.
Este artículo fue publicado por Middle East Eye y ha sido traducido por Javier Villate.