Un silencioso y cruel desplazamiento de población en Hebrón
En todas partes del valle del Jordán y de Cisjordania están surgiendo asentamientos judíos salvajes, pero la casa del pastor Mahmud Hamamdi era “ilegal” y, por lo tanto, fue demolida.
Gedeón Levy & Alex Levac / Haaretz, 27 de septiembre de 2019 — Las paredes rosadas, los azulejos de colores decorados con mariposas y el piso de cerámica blanca muestran que la gente que vivía aquí amaba su casa, la mantenía lo mejor que podían y le daban un aspecto distintivo. La jardinería exterior cuenta la misma historia: pequeños y bien cuidados pinos plantados en el suelo árido y rocoso, un pequeño jardín de hierbas y diminutos árboles frutales. Todo esto se encuentra ahora en ruinas, junto a cisternas de agua y zanjas de drenaje que también fueron demolidas en dos pequeñas comunidades de pastores en las colinas del sur de Hebrón, plantadas entre la selva sin ley de los asentamientos judíos. Aquí, todos los días se produce un silencioso desplazamiento de población sin que nadie lo detenga.
Pero hay una pequeña señal de resistencia: nadie se va. El objetivo, tan transparente como despreciable, es obligar a los residentes de esta zona a trasladarse a pueblos y ciudades y dejar la zona lo más limpia posible de sus habitantes palestinos. La demolición de las casas y cisternas es el arma de quienes quieren arrebatar la tierra a sus propietarios.
El valle del Jordán y las colinas del sur de Hebrón son las áreas que codician los despobladores y los planificadores de la anexión. Israel persigue expandir sus fronteras en un esfuerzo ostensible por mejorar su seguridad. Desde los albores de la ocupación, Israel ha codiciado estas dos regiones separadas: la más meridional y la más oriental.
La semana pasada, fuimos testigos de los resultados de las demoliciones en el valle del Jordán; esta semana hemos visto escombros en las colinas del sur de Hebrón. En ambas áreas, Israel está construyendo para los judíos y destruyendo lo que pertenece a los palestinos de manera sistemática y espeluznante. En el valle del Jordán, las reservas naturales fueron el pretexto para la expulsión de sus habitantes; aquí, en las colinas del sur de Hebrón, lo son las áreas militares cerradas. El área militar 918 ocupa solo las once aldeas palestinas de la zona, no, por supuesto, los asentamientos salvajes de colonos israelíes que aparecen en cada colina.
El interés que las personas con conciencia en Israel y en el extranjero mostraron por las colinas del sur de Hebrón ayudó a convertir las partes alta y baja de la ciudad de Yatta — Masafer Yatta y Shafa Yatta — en una zona relativamente bien cultivada. Irónicamente, la destrucción que Israel está fomentando aquí para beneficiar a los colonos ha convertido las aldeas de pastores locales y otras aldeas en sitios de valor cultural: el patrimonio de la resistencia noviolenta a la ocupación y de la defensa de la tierra, así como de un nuevo tipo de construcción, estética y ecológica. Viviendas construidas con rocas, energía solar, generadores eólicos, aseos ecológicos, fuentes de energía renovables y un sistema de riego con agua de lluvia para el cultivo de la tierra.
La angustia genera progreso aquí, la destrucción estimula la innovación. Sin embargo, las escenas de la devastación, como las más recientes del 11 de septiembre, no dejan indiferente a nadie.
En el aniversario del derribo del World Trade Center, las fuerzas de la Administración Civil, el brazo del gobierno militar que implementa la política civil en las áreas ocupadas, se agolparon para perpetrar sus actos de destrucción, en una intrigante coincidencia histórica. No obstante, cualquier día es bueno para demoler casas palestinas. En el transcurso de ese día, las Fuerzas de Defensa de Israel y las fuerzas de la Administración Civil se desplegaron en tres emplazamientos: Al Mufaqara, Jallet al Daba y, después de recorrer la entonces todavía intacta carretera de tierra y hormigón, la aldea de Jirbet Yinbah. Por donde pasaron solo dejaron destrucción.
Los días no son tan calurosos como hace unas semanas en las colinas del sur de Hebrón, el otoño está en el aire, pero las características del verano perduran: la tierra permanece reseca en medio de una extensión de malas hierbas que emergen entre las rocas. Un sinuoso camino de tierra que pasa junto al asentamiento salvaje de Abigail conduce a Al Mufaqara, un grupo de casas hechas de pequeñas piedras, donde nos encontramos con Mahmud Hamamdi, el portavoz no oficial de la comunidad, vestido con traje tradicional y un kufija.
Hamamdi dice que nos recuerda de una visita anterior hace 20 años, en noviembre de 1999, cuando tuvo lugar una evacuación a gran escala de la población local. Hubo demolición entonces y hay demolición ahora. Esta vez las casas de su familia fueron arrasadas.
Alrededor de 150 personas viven aquí ahora, dice Hamamdi, que nació en esta tierra en 1965. “Durante 54 años, no he dejado Al Mufaqara. Ustedes [los israelíes] dijeron que vivimos aquí sólo unos pocos meses al año, pero en realidad estamos aquí todo el tiempo. Dijeron que era un “área militar cerrada” y, a pesar de ello, construyeron [los asentamientos de] Abigail y Havat Maon y permitieron que crecieran Mitzpeh Yair y Nof Nesher. Para ellos no es una zona militar cerrada”.
Cuatro casas fueron demolidas aquí hace dos semanas, en esta aldea, donde yacen los restos de un viejo coche con matrícula alemana.
“Esta gente no tiene piedad”, dice Hamamdi, mientras nos sentamos en el suelo de cerámica de la madafa, el edificio comunal local. “Sólo piensan en la fuerza. Pero la fuerza es para las mulas. ¿Por qué dejan que construyan los colonos, pero no los palestinos? ¿No soy un ser humano? ¿Quién es el terrorista: el que construye una casa o el que la destruye?”.
Desde esa evacuación anterior, en 1999, Israel no ha dejado de intentar desalojar a los residentes de sus hogares. Después de la destrucción del 11 de septiembre, 16 personas quedaron sin hogar aquí, entre ellas una viuda y sus seis hijos.
El día anterior a la demolición, las fuerzas de la Administración Civil llegaron para fotografiar, inspeccionar y desconectar una tubería de agua. A la mañana siguiente, Naser Nawayah, investigador de campo de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, que vive en la cercana aldea de Susia, llamó por teléfono a Hamamdi para advertirle que el ejército, la Policía Fronteriza y la Administración Civil se dirigían a la aldea. “No puede ser por la tubería”, pensó Hamamdi. Rápidamente descubrió que el objetivo eran las casas de su familia.
Los soldados le esposaron durante varias horas y observó impotente cómo eran arrasadas cuatro casas: una era suya y las otras pertenecían a su hija y a sus nietos. Para ello, utilizaron dos excavadoras, dos vehículos con soldados y un camión con una grúa de la empresa Sami Ovadia. Alrededor de las 11 de la mañana, todo había terminado. Además de las casas, las fuerzas israelíes destruyeron una cerca de un corral de ovejas y unas cisternas. Hamamdi fotografió al comandante de la brigada local, quien se presentó para supervisar las cosas y luego se marchó, con el rifle de rigor colgado sobre su hombro.
Las dos nietas de Hamamdi, Sausan, de casi 2 años, y Maharan, de 4 meses, están tumbadas en el suelo de la tienda de campaña que recibieron de la Media Luna Roja. Hace mucho calor en su interior. El orgulloso abuelo nos muestra una foto de Sausan en su teléfono móvil, blandiendo un palo contra los soldados que vinieron a demoler su casa. Nace una heroína. Las ruinas de la mezquita que Israel destruyó aquí en 2012 siguen estando cerca, como un monumento.
El camino de tierra que lleva a la ciudad de Yatta está bastante concurrido. Al otro lado vemos camionetas con ovejas y camellos que fueron comprados allí y coches que transportan a unos trabajadores, con la esperanza de colarse en Israel a través de las últimas brechas que quedan en el muro de separación. La visión de las ovejas y de los obreros es desgarradora. Los coches de Mashtuba (que en árabe significa “borrados”, porque los vehículos no tienen matrícula), muchos de los cuales provienen de desguaces de Israel y se venden a los residentes de Cisjordania a precios muy bajos, circulan por estas carreteras secundarias. No pueden usar las principales vías de comunicación por miedo a la policía israelí y palestina, Se mueven por estas rutas rocosas sin ley. Coches ya jubilados pasan por estas fascinantes carreteras, a sólo media hora de Bersheba, arrastrando nubes de polvo.
En Jallet al Daba, una pequeña bandera palestina ondea sobre un retoño de pino, junto a un montón de escombros. La bandera se izó después de que dos casas fueron demolidas aquí. El equipo de demolición apareció después de terminar el trabajo en Al Mufaqara. Era por la mañana, el 11 de septiembre.
En esta aldea viven unas 70 personas. Trece de ellas — cuatro adultas y nueve niños/as, todos de la familia Dabababsi — están ahora sin hogar. Dos casas fueron arrasadas. Los lugareños dicen que sólo una de ellas había recibido una orden de suspensión de las obras. Las casas fueron construidas originalmente hace seis años y fueron arrasadas por primera vez en 2016. Ahora vuelven a ser montones de escombros, un inodoro encaramado entre los cascotes exhibe una pegatina de la Unión Europea (UE), con sus estrellas doradas. La UE donó estos sanitarios a la zona de la catástrofe. ¿Va a presentar la UE una protesta por la última demolición? ¿Protestarán los europeos por el hecho de que los proyectos que financian están siendo pisoteados por Israel?
Yaber Dabababsi, de 34 años, padre de cuatro hijos, es uno de los nuevos sin techo aquí. Dice que el bolso de su esposa, que contenía sus joyas de oro y 1.700 shekels (unos 440 euros), desapareció durante la demolición. Después de que las tropas se fueran, encontró el bolso en el valle, vacío. No, no van a presentar una queja a la policía, porque no tiene sentido. Saben que no lo investigarían.
“Si no hubieran arrancado las plantas y los arbustos, te habríamos servido té con menta y té con limón”, dice Dabababsi con una sonrisa. La pala eléctrica había estado trabajando aquí mismo y no perdonó los arbustos de menta ni el joven limonero, de cuyos restos cuelgan dos limones marchitos. Rithan, de siete años, y Rian, de diez, están sentados a la sombra de las ruinas de su casa. Están vestidos exactamente igual y tienen cortes de pelo completamente idénticos.
Conducimos por un camino sin salida que asciende desde Moshav Carmel hasta Jirbet Yenbah, al pie de Mitzpeh Yair. Parte de la carretera es de tierra y otra parte de hormigón; esta última fue construida por los lugareños palestinos por la noche, en secreto, para que nadie la viera.
El equipo de derribo llegó aquí el 11 de septiembre y causó estragos en el lugar. Las tropas colocaron enormes rocas a lo ancho de la carretera para crear un obstáculo infranqueable y, por si acaso, también destrozaron la sección de hormigón. Esta semana, los desesperados ocupantes de un coche palestino intentaron encontrar una ruta de circunvalación en la ladera, pero sin éxito. La carretera sigue bloqueada. Cuando los residentes locales quisieron traer una excavadora para remover las rocas y reconstruir la carretera, descubrieron con asombro que las fuerzas de ocupación iban un paso por delante de ellos: alguien había llamado a los propietarios de las excavadoras en Yatta y les amenazó con graves consecuencias si proporcionaban sus equipos a los palestinos. Los tentáculos de la ocupación llegan a todas partes.
En respuesta a una pregunta de Haaretz esta semana, un portavoz del Coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (COGAT) declaró: “Las estructuras mencionadas, así como las cisternas y el camino de tierra que fue bloqueado, fueron construidos ilegalmente en una zona de tiro en las colinas del sur de Hebrón y sin los permisos necesarios. Además, la ejecución se llevó a cabo de acuerdo con la autoridad y los procedimientos adecuados”.
Gideon Levy es columnista de Haaretz y miembro del consejo editorial del periódico. Levy recibió el Premio Euro-Med de Periodismo en 2008, el Premio Libertad de Leipzig en 2001, el Premio de la Unión de Periodistas de Israel en 1997 y el Premio de la Asociación de Derechos Humanos de Israel en 1996. Su nuevo libro, The Punishment of Gaza, acaba de ser publicado por Verso Publishing House en Londres y Nueva York.
Este artículo fue publicado por Haaretz y ha sido traducido por Javier Villate.