El “Coigüe Moribundo”, una lectura patética del territorio en el Antropoceno

Pedro Pablo Achondo M
D!sonanTES
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8 min readJan 21, 2021

Por Pedro Pablo Achondo M.
Doctorante en Territorio, Espacio y Sociedad (D_TES), Universidad de Chile

“Coigüe Moribundo”. Isla Dawson (Miguel Lawner 7/3/1974) Archivo Museo de la Memoria

Importa qué historias cuentan historias,
qué conceptos nos llevan a pensar conceptos;
qué mundos generan mundos.

Donna Haraway

Los tiempos actuales están caracterizados por una crisis planetaria, una crisis civilizatoria que es también una crisis ecológica. Las relaciones entre la comunidad humana y el mundo no humano o más-que-humano se encuentran fracturadas, desmembradas, rotas. Este hecho ha sido discutido por especialistas llegando, desde la geología especialmente, a identificarlo como una era particular, un tiempo histórico cuya característica principal vendrían siendo los efectos perjudiciales que el humano ha producido en el planeta. A esta era geológica se le ha denominado Antropoceno, concepto que ha generado una interesante discusión, preguntándose si no es mejor hablar de Capitaloceno o Chthuluceno. Aspirando a una nueva relación con las plantas, Natasha Myers habla más bien -jugando con las palabras- del Planthroposceno. Con todo, podemos decir que el concepto se ha instalado en la reflexión y discusión ligadas a las ciencias humanas, al mundo científico y académico con mucha fuerza, produciendo una rica investigación. En este marco -el del Antropoceno- es que esta ponencia* se instala. Allí me quiero preguntar por esa relación herida entre lo humano y lo más-que-humano, qué otra manera de repensar el planeta; y para entrar en ella quiero hacer uso de una historia, de un relato histórico y personal de una destacada figura de mi país, Chile, que incluso el año pasado fue honrado con el premio nacional de arquitectura, me refiero a Miguel Lawner.

El arquitecto chileno es detenido luego del Golpe Militar del año 1973 y trasladado, junto a otros compañeros, a un centro de reclusión en una isla austral en la Patagonia chilena llamada Isla Dawson. En ella padecen trabajos forzados y una lucha para sobrevivir y resistir en el campo de concentración chileno. En ese contexto, Lawner realiza una serie de dibujos del ambiente, del entorno y paisaje en el cual se encontraba. Allí surge este dibujo titulado con el nombre que el mismo Lawner le dio: “Coigüe Moribundo”.

De alguna forma el Coigüe Moribundo representa la propia experiencia del arquitecto. Lawner presenciaba una serie de residuos o retazos, huellas, más bien, de lo que fuera en otro momento un hermoso bosque de coigües, en aquel año 1974. Troncos muertos, ramas secas pedazos de árboles desmembrados, esparcidos por el territorio. La memoria de un bosque inexistente se nos presenta en el dibujo del “Coigüe Moribundo”.

Es interesante hacer una lectura del “Coigüe Moribundo” desde la propia experiencia que Lawner nos relata, pero antes debemos saber cómo llegó ese bosque a desaparecer.

Isla Dawson. Misión salesiana, hacia 1900.

A fines del siglo XIX Isla Dawson fue usada como campo de concentración para el pueblo indígena Selknam, víctima de un verdadero genocidio por parte de los hacendados. Para detener la masacre el Gobierno de Chile pide a los Salesianos educar, cuidar y hacerse cargo de los Selknam que aún quedaban. En torno al año 1890 y durante 20 años se instala en la Isla una pequeña misión Salesiana, unas cuantas casitas, una iglesia y una comunidad dieron lugar a una pequeña villa. Esta misión duró poco tiempo y ya por el año 1910 el territorio fue abandonado dejando un cementerio y una Iglesia. Poco tiempo después toma posesión de la Isla la Sociedad Ganadera Gente Grande, continuando la actividad ganadera y forestal que ya habían comenzado los Salesianos. Esta Sociedad, prácticamente, arrasó con el bosque extrayendo toda la madera posible. Para el año 1965 ya casi no quedaba bosque. En menos de 50 años el bosque milenario había sido devastado.

Miguel Lawner y sus compañeros llegan a la isla unos años después que la Sociedad y su actividad hubieron cesado (1970-1972) y alcanza a estar cerca de un año para luego ser trasladado a otro centro de reclusión. El campo de prisión y trabajo deja de existir ese mismo año (1974).

Miguel sólo vuelve a la Isla el año 2003, a raíz de la conmemoración de los 40 años del Golpe Militar. ¿Qué encuentra el arquitecto? En sus palabras: “Unos pastizales, arbustos, unas praderas bucólicas”. Esto produjo en Lawner una sensación de decepción, una profunda frustración. No solo no había rastros del campo de prisioneros, sino tampoco del paisaje moribundo. Para Lawner: “En la isla Dawson el paisaje era dramático, desolador, impactante… una naturaleza fuerte intensa, el viento, los árboles calcinados, quemados… era inverosímil… me era imposible sustraerme a estos coigües que aún quedaban en pie, moribundos, ellos fueron mis compañeros” (Entrevista personal: 7 de enero, 2020).

40 años después de su corta estancia en Dawson, Lawner solo encuentra un paisaje neoliberal que de alguna forma quiso hacer desaparecer la memoria: la sociopolítica, la militar y la medioambiental.

Al analizar un relato como este creo que va la pena preguntarnos ¿Qué había en ese territorio que permitió que se generara un vínculo entre la experiencia de sufrimiento y desolación de Lawner y esos árboles moribundos, agónicos? ¿De qué forma su propia realidad moribunda hizo una alianza humano-naturaleza con el Coigüe? El relato nos puede dar pistas para entender lo que quiero decir al hablar de territorios patéticos.

Los territorios, sin duda, está llenos de muchas cosas. En ellos se nos manifiesta una dimensión simbólica, estética, una representación, una apropiación, una dimensión de poder y sobre todo una dimensión afectiva. El territorio es precisamente lo que se está construyendo en esa multiplicidad de relaciones e interacciones, donde los afectos cumplen un rol fundamental. Lo humano afecta el entorno y el entorno afecta al humano en un cúmulo de aflicciones, deseos, imaginarios, aspiraciones, proyecciones y ensoñaciones -en el decir de Gastón Bachelard. Todo ello se va entretejiendo y dando forma al territorio.

En ese sentido, un territorio devastado es capaz de ser más elocuente y significar de una manera distinta que una pradera o que un pastizal. Un territorio sin memoria ni historia puede perder su significación. La expresión de origen griega PATHOS puede servirnos para nombrar aquellos territorios afectados y cargados de memoria. El pathos nos ayuda a pensar esta realidad afectada y efectiva que se genera en los territorios. Pathos, pasión, sentir, padecer, ser afectado, permite mantener la ambigüedad de los afectos. Por un lado, el amor y por otro el dolor.

Mi hipótesis es que Isla Dawson se configura como un territorio patético. El paso del tiempo ha dado al territorio una condición patética, sufriendo un genocidio primero, un ecocidio después, para luego patetizado acompañar un grupo humano prisionero y finalmente terminar en un memoricidio. Sin historia y sin bosque. Sin significado.

Podríamos aventurar a decir que son aquellas experiencias patéticas, aquellas experiencias territoriales densas, cargadas de dificultad y de amabilidad las que hacen que el territorio signifique. Le permiten tener y dar sentido. El valor de los ecosistemas viene dado, también, por las experiencias que allí generamos y padecemos. Esta afirmación la podemos extrapolar a todas esas realidades crudas. Oficios, y experiencias del habitar donde lo humano y lo más-que-humano se entrelazan desde lo difícil, lo áspero, lo crudo y denso. No lo fácil y liviano. No lo domesticado. Hablo de lo hostil que es al mismo tiempo real y verdadero. Me refiero a cuando asumimos y acogemos el hecho de que las condiciones climáticas son duras y comprendemos que habitar la naturaleza requieren esfuerzo, trabajo y eso lo sentimos (pathos) en el cuerpo. Cansancio y conquista. Los territorios patéticos son expresión de una conquista. Conquistamos la vida a través de un oficio, de una tarea, de una cohabitación.

Cuando somos capaces de darle cauce a esta dimensión patética de lo afectivo y lo afectado podemos comprender de otra forma los territorios que habitamos. Creo que eso es lo que encontramos en la narrativa de Miguel Lawner. Su comunicación con el Coigüe Moribundo fue posible porque él mismo se encontraba moribundo. La naturaleza devastada, pero no sólo devastada, sino intensa, fuerte y sobrecogedora de la Patagonia chilena, fue la que de alguna forma permitió que Lawner resistiera en el padecimiento de su propia barbarie.

Conversando con Miguel en un momento nos cuenta que la compañía forestal había arrasado todo y que él con un trozo de vidrio logró raspar un tronco de coigüe para calcular su edad a través de los anillos. Narra que alcanzó a gastar un sector y con eso calculó hasta el corazón que estos árboles deben haber tenido entre 1000 a 2000 años cuando fueron explotados. Si eso no hubiera ocurrido hoy Isla Dawson sería un santuario de la humanidad talvez imposible de encontrar en otro lugar de esa manera compacta y relativamente pequeña.

Creo que es primordial acoger esta categoría del pathos. No se trata de exprimir una especie de dimensión sacrificial de la vida ni tampoco me estoy refiriendo a lo “natural salvaje”, ni a lo “prístino”. Sino más bien a recuperar aquello de una geografía romántica de la que habla Yi-Fu Tuan o en algunos momentos Gastón Bachelard. Recuperar estas narrativas patéticas, estas historias en donde el territorio aparece de otra forma: denso en afección. Probablemente esto nos permita comprender mejor las alianzas y las interacciones que se generan entre lo humano y lo no-humano.

En el momento de padecer en Isla Dawson, el propio Miguel era un coigüe moribundo, era él quien estaba ahí enterrado, plantado, en esa isla en medio de una vitalidad ambiental sobrecogedora como puede ser la Patagonia y al mismo tiempo arrasado, pisoteado, marginado por una comunidad humana, una comunidad política.

Si se trata de cultivar el arte de vivir en un planeta dañado, como sugiere Anna Tsing, la lectura del pathos territorial o, dicho de otra forma, la comprensión de los territorios en cuanto patéticos -afectados y densos en afección en la multiplicidad de relaciones que en ellos se generan y los generan- pueden permitirnos recuperar una forma de habitar desde la esperanza.

La conquista, lo difícil y el padecimiento cumplen un rol fundamental frente al capitalismo verde y sus artimañas. Mantener vivo el pathos permite no caer tan fácilmente en el greenwashing y otros mecanismos que se niegan a remover las estructuras y las ontologías.

La idea y propuesta del desarrollo sostenible no logra, me parece, permear los territorios en la dirección que aquí proponemos. ¿Qué lugar, en ese engranaje, le damos a las experiencias patéticas ligadas a aquellos oficios, labores, prácticas y realidades que se nos presentan en los territorios dándonos pistas de otras formas da habitar muchas veces llenas de esperanza?

Para terminar quisiera hacer una pequeña aclaración: en Chile tenemos zonas de sacrificios. Verdaderos territorios ecosociales sacrificados en pos del desarrollo. Una zona de este tipo NO es un territorio patético. Es un territorio enfermo, destruido, sacrificado. Probablemente Miguel se encontró con una Isla Dawson que ya había sido una zona sacrificial, testigo de genocidios y debacles, devastada por un modelo extractivo forestal y ganadero. Lawner, en ese sentido se encuentra con un territorio moribundo con un territorio post antropogénico. Miguel habitó, de alguna forma, un post Antropoceno. Allí logró una comunicación interespecie, humano no humano con sentido y significado. Y tan profunda fue su comunicación que cuando, luego, no encuentra nada más que unas praderas bucólicas, ese territorio pierde completamente su sentido y, en boca de Miguel, deja de ser un territorio digno de habitar.

Miguel Lawner

Ponencia presentada en el Simposio Internacional “(RE)THINKING EARTH:
FROM REPRESENTATIONS OF NATURE TO CLIMATE CHANGE FICTION”. Lisboa, Portugal. 22–23 de octubre, 2020.

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Pedro Pablo Achondo M
D!sonanTES

Licenciado en Filosofía, Magister en Teología Moral y Práctica. Doctorando en Territorio, Espacio y Sociedad. D_TES. Ecología, sufrimiento, posthumanismo.