Ramón Mayrata en la Biblioteca de Ilusionismo de la Fundación Juan March / Fotografía: Dolores Iglesias, Archivo de la Fundación Juan March

Ramón Mayrata: “La magia ha sido la realidad virtual de toda la vida”

Ramón Mayrata es especialista en la evolución e interpretación cultural del ilusionismo. Aprovechando sus visitas regulares a la Biblioteca de Ilusionismo de la Fundación Juan March, le entrevistamos en su mesa de siempre, donde prepara su próxima novela con los libros de magia al alcance de la mano.

Fundación Juan March
11 min readJun 11, 2019

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Camila Fernández Gutiérrez

Poeta, novelista, guionista de espectáculos de teatro y televisión y editor, Ramón Mayrata (Madrid, 1952) fundó y dirigió junto a Juan Tamariz la editorial Frakson, especializada en libros técnicos de magia. Además, imparte cursos de literatura para varias universidades norteamericanas y cursos de historia del ilusionismo en el Centro Universitario María Cristina de El Escorial, y ha publicado varias novelas, entre ellas El Imperio desierto (1992), ensayos como Valle-Inclán. Houdini y el hombre que tenía rayos X en los ojos (2015), o su última obra, Fantasmagoría, Magia, Terror, Mito y Ciencia (2017) sobre el papel del ilusionismo en la creación de las tecnologías del espectáculo, la aparición del cine y la génesis de la realidad virtual.

¿Cuándo empezó a interesarse por la magia?

Cuando era joven quería dedicarme a la literatura, y tuve la suerte de conocer a un mago que me puso en contacto con la Escuela Mágica de Madrid. En ella tenían la pretensión de desarrollar el ilusionismo como un arte con grandes ambiciones, y encontré un paralelismo muy fuerte con la literatura. El fundamento de lo que hacen los ilusionistas es la creación de una realidad que vive el mago y que generalmente su auditorio no ve. El mago es consciente de las dos realidades, de tal modo que no ve solo los gigantes como don Quijote, ni tampoco solo los molinos como Sancho, sino las dos cosas a la vez como Cervantes. Me pareció que era un laboratorio para poner en práctica esa creación de otros mundos, pero también para explorar la capacidad de manipulación de las palabras.

Es especialista en la evolución e interpretación cultural del ilusionismo. ¿Podría explicar esta rama de la magia?

El ilusionismo era el arte sin nombre, porque en todas las formulaciones antiguas de la magia, como las primitivas religiones chamánicas, siempre se acudía a algún efecto de este tipo, pero se ocultaba. Con el desarrollo de la ciencia y la racionalización de la sociedad, se convirtió en un arte escénico secularizado en el que nadie piensa que estén actuando fuerzas del otro mundo, sino que se utilizan elementos artísticos, la inteligencia y la habilidad, para producir algo que los seres humanos echaban de menos: se había desterrado el misterio de sus vidas. Durante unos instantes, el ilusionismo transmite una sensación mágica, permite ver algo que es imposible y que nos libera, produciendo la sensación de que el mundo se amplía. Esta sensación no es permanente, y en su versión moderna no está orientada a creyentes, sino a gentes de razón. Es la razón la que dice: “Lo que estoy viendo es imposible”. Ese choque es el que produce esa sensación mágica tan grata y liberadora.

¿Qué es eso que la magia aporta a la sociedad actual, tan racional?

Es, en cierto modo, lo mismo que aporta el arte: la creación de otras posibilidades, de un sentido en la vida que no es el trascendente de las religiones. Además, crea la posibilidad de vivir otras vidas y situaciones materializadas. Así, a diferencia de las palabras en la literatura, las ilusiones que crean los ilusionistas se viven realmente: uno ve lo que está sucediendo y lo percibe con los sentidos. Si nos fijamos en grandes figuras del siglo XX, como Houdini, que basa su carrera en lo que se llaman escapes –en liberarse de toda clase de cadenas– en realidad lo que está mostrándonos es una metáfora de la liberación del ser humano. Lo mismo pasa con “los cuerpos cortados”, que dan la sensación de poder desafiar la enfermedad y la muerte.

Es profesor de Historia del Ilusionismo en el Real Centro Universitario de El Escorial-María Cristina, que es el único sitio donde se dan clases de magia. ¿Cuál es el estado actual de la profesión?

La magia española en estos momentos es fantástica, tiene un gran desarrollo y prestigio internacional. Cada vez hay más gente, más asociaciones mágicas… Y estas reúnen a gentes de condición social, cultural, y edades muy distintas. Es uno de los pocos lugares en nuestra sociedad en los que todavía uno puede tratar con toda clase de personas, y a todas las une la pasión por la magia.

En España todavía sigue existiendo la estela de un mago tan querido como fue Juan Tamariz, pero hay magos españoles muy jóvenes y con una gran proyección. Por ejemplo, El mago Pop ha llegado a tener un millón de espectadores en su último espectáculo, Jorge Blass llena los teatros y hace festivales fantásticos… En estos momentos solo en Madrid hay más de veinte espectáculos de magia en distintos formatos.

En Francia hay todo un movimiento de la Nueva Magia, la magie nouvelle, que intenta recuperar el carácter teatral de la magia; en Estados Unidos siguen los grandes espectáculos tradicionalmente sorprendentes, con una presencia muy fuerte en la televisión; y también hay una serie de países emergentes, como Corea, un país que durante una época ha tenido magos muy buenos técnicamente, pero fríos y sin alma, pero que últimamente, además de hacer una magia francamente buena, logran transmitir sensaciones y sentimientos.

¿Hay paridad en el mundo de la magia?

No, todavía no, pero sí ha cambiado muy notablemente. Y siempre ha habido una participación clandestina de las mujeres en ese mundo. En el ilusionismo, la mayor parte de magos que han pasado a la historia han sido hombres, pero muchas veces quienes hacían la magia en escena eran las mujeres, las ayudantes”, porque se fijaban menos en ellas. Casi todas las grandes compañías de magia estaban dirigidas por hombres, aunque por ejemplo, en el mentalismo, –la imitación que hacen los ilusionistas de fenómenos mentales como el hipnotismo o la catalepsia–, la mayor parte de las médium eran mujeres.

Y ahora que hemos hablado de cosas tan trascedentes nos vamos a Harry Potter. Ha marcado al menos a una generación. ¿Necesitamos creer en la magia?

Pienso que la pregunta no es tanto si necesitamos la magia, sino si es posible que alguien pueda enfrentarse a la realidad sin ningún tipo de paliativo. Yo creo que no. Harry Potter me parece muy interesante, porque reúne los dos elementos que a mí me han interesado más en la vida: la magia y la literatura. Por un lado, es una de esas criaturas que de vez en cuando vienen al mundo para re-ilusionar a toda una generación, como en otras épocas pudieron ser Julio Verne o Emilio Salgari, y transmitir pautas para poder transitar esta doble vida que vivimos como seres humanos.

Por otro lado, Harry Potter trae la magia al mundo contemporáneo, no porque la magia no esté presente –de hecho, la magia ha sido la realidad virtual de toda la vida–, sino porque, según fueron cambiando los conocimientos científicos, se fueron empleando distintas herramientas para crear esa realidad virtual.

Hábleme de sus últimos libros.

Después de El hombre que tenía rayos X en los ojos, he escrito una historia de la magia óptica, Fantasmagoría, que era un espectáculo de magia señero del siglo XIX. Consistía en la proyección de imágenes exentas, que flotaban en el aire, de modo que se llegó a pensar que se trataba de espíritus que regresaban a la tierra. A partir de ese espectáculo reconstruyo la historia de la magia y de los sistemas ópticos que nos permiten ver lo invisible: nuestros deseos, nuestros sueños, nuestras ilusiones.

‘Fantasmagoría, Magia, Terror, Mito y Ciencia’ (2017), la última obra publicada de Ramón Mayrata / Fotografía: Dolores Iglesias, Archivo de la Fundación Juan March

¿El imperio del desierto es su primer libro?

Es la primera novela. Mi formación es la de antropólogo, y la única vez que lo he ejercido ha sido en el Sáhara Occidental. Poco después de conocer la magia ilusionista entré también en contacto con esa otra magia: la de los chamanes, la de los sufíes, la de una sociedad en donde todavía se mantenía la mentalidad mágica, en la que no se había producido el proceso de racionalización. Eso es lo que intenté plasmar en El imperio del desierto: lo que significaba para mí el descubrimiento de una sociedad y un territorio tan inhóspito, en donde, a pesar de que desde la perspectiva de un hombre occidental y racional todo parecía sobrepasado, esas formas de pensar les habían permitido sobrevivir en condiciones extremas durante siglos.

¿Cuál es su concepción del desierto? ¿Es algo vacío, tal y como lo concebimos nosotros, quizás desde nuestra ignorancia?

No, es algo totalmente vivo. De hecho, cuando nunca has estado en un desierto lo primero que te preguntas es: ¿cómo se puede vivir aquí? No te lo imaginas hasta que empiezas a comprender que hay una cultura que hace posible la vida. Entonces, la mirada cambia. Nosotros estamos acostumbrados a ver grandes conjuntos, mientras en el desierto la mirada es minuciosa: el insecto que aparece de pronto entre la arena penetra en tu vida y te das cuenta de ello, te das cuenta de que tiene una vida secreta. Las bacterias nitrificantes pueden permanecer durante años enquistadas, y cuando un día llueve, crece de inmediato la vegetación, como un milagro. El desierto tiene su propia vida secreta y misteriosa, y el hombre que vive en él conoce bien su medio.

¿Cree que esa mirada le ha ayudado en su carrera como mago?

Desde luego. Me ha ayudado a comprender ese tránsito de una magia a otra y a respetar otras mentalidades. El desierto es también un sitio de gran libertad. Hay muchos desiertos, hay algunos en donde realmente hay vegetación, otros pedregosos, otros que son unas grandes masas de arena… pero en todos ellos la presencia de la naturaleza es constante. El viento, el mar, el cielo, la arena, el frío, el calor, modifican constantemente la vida del que vive allí.

Además, ha sido un lugar al que han acudido aquellas personas que han sido rechazadas de otras sociedades, o aquellos que han necesitado un espacio interior para pensar sin grandes distracciones. Cuando alguien ha vivido en el desierto siempre se lo lleva consigo. El desierto es el lugar donde te sitúas para pensar cuando lo necesitas, aunque ya no estés allí.

Ha mencionado a Juan Tamariz. Fundaron juntos una editorial, ¿verdad?

Sí. He colaborado mucho con Juan Tamariz, y tuve con él una relación muy especial. Sentí por él una gran admiración, cosa que comparto con magos de todo el mundo. Es considerado el patriarca de la magia; es un hombre que no solamente se ha dedicado actuar, sino que ha publicado muchos libros –están casi todos aquí, en la biblioteca de la Fundación Juan March–; que ha impulsado también la democratización de la magia, favoreciendo que esos secretos en los que se basa sean permeables para aquellos que pretenden dedicarse a ella; y también ha desarrollado una importante labor de pensamiento. Tiene un libro, El arco iris mágico, donde da una visión de la magia como forma de vida, como forma de pensar. Es el culpable de ese gran momento que vive la magia española hoy en día.

¿Por qué nace la editorial Frakson? ¿No había otra con esas características?

En España la mayor parte de los libros que se publicaban eran de divulgación de obras extranjeras. Pero de pronto empezó a surgir otra línea a partir de una figura extraordinaria, la de Arturo de Ascanio. Él no era un mago profesional, pero sí tenía una gran capacidad de investigación y análisis, y sobre todo el don de nombrar aquellos procesos más sutiles e internos, aquellas técnicas de magia que nunca habían sido nombradas. Sería lo que Stanislavski pudo ser para el teatro.

A partir de ahí se crea la Escuela Mágica de Madrid en torno a Ascanio, Juan Tamariz, y Puchol –el creador de de la biblioteca que nos rodea en estos momentos–. Empieza entonces a haber en España una serie de autores españoles de magia que ya no son simples divulgadores, sino creadores. Juan Tamariz y yo creamos la editorial con la intención de publicar a todos ellos. Luego, esa labor ha sido continuada por otra editorial estupenda, que se llama Páginas.

¿Qué me puede decir sobre Puchol y su biblioteca de magia?

Puchol era un aristócrata e ingeniero. Había sido director de los Altos Hornos de Sagunto y dirigía una compañía de control de calidad de las obras públicas; era un hombre con una mente científica, pero con un corazón mágico. Fue el impulsor de una publicación de la Escuela Mágica de Madrid, la primera que reunió a magos de primera fila de todo el mundo para que empezaran a contar sus secretos. Hasta ese momento, los magos solían morirse con su propio repertorio, pero Puchol y Tamariz concibieron la idea de que, si se convocaba a una serie de magos de primera y uno contaba sus cosas, los demás también tendrían que contarlas. Así, como única obligación para poder recibir esa revista había que colaborar por lo menos tres veces al año en ella. Solo 30 o 40 personas la recibían, pero siempre existió la idea de que era la revista de magia más leída, porque todo el que la recibía tenía un círculo a su alrededor que inmediatamente la fotocopiaba.

Puchol tenía una preocupación enorme: en su familia no tenían un gran interés en continuar su biblioteca. Un día le hablé de la Fundación March, le conté que tenía una biblioteca especializada en teatro, y que sería muy bueno que pudieran recibir también la suya. Le gustó mucho la idea y se dirigió a la Fundación, donde fue perfectamente acogido. Así, no solo se ha conservado, sino que se ha incrementado, y se mantiene actualizada y a disposición de todos los magos. Es una de las pocas biblioteca de España, –yo creo que la única–, en donde alguien puede sacar unas monedas o una baraja y ponerse a practicar.

¿Cuál es su truco de magia favorito?

Hay varios, pero yo adoro las levitaciones. Siempre me han transmitido una gran sensación de libertad. También recuerdo un juego que siempre me impresionó muchísimo: al final de una sesión de magia de dos o tres horas, un tal Max Malini pedía un sombrero. Lo colocaba sobre una moneda y preguntaba a la dueña del sombrero: “¿Cara o cruz?” –“No has adivinado”, le decía ella. Y él levantaba el sombrero. “¿Cara o cruz?” –“No has adivinado”. Volvía a levantarlo. “¿Cara o cruz?” –“No has adivinado”. Al final, desesperado, decía: “Es imposible adivinar esto”, volvía a levantar el sombrero, y aparecía un bloque de hielo.

Esto me recuerda a la definición de imagen que daban los surrealistas. Decían que la imagen poética es la reunión de un paraguas con una máquina de coser sobre una mesa de disección. La aparición de un bloque de hielo en un hotel de Nueva York, debajo de un sombrero de mujer, es esa imagen sorprendente que verdaderamente transforma tu forma de pensar el mundo: las cosas no son lo que parecen.

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