¿Ayuda humanitaria para quién?

La tal ayuda humanitaria a Venezuela es tan mentirosa como las buenas intenciones de Trump con el muro en la frontera con México o el curriculum vitae de algunos bolsominions.

Dominio Cuba
Dominio Cuba
3 min readFeb 27, 2019

--

Imagen de la película “Anjos do sol”, que denuncia la explotación sexual comercial de niños y adolescentes en Brasil.

Por Glauber Piva * / Revista Forum

Pelé dedicó su milésimo gol a los niños de Brasil. Miles y miles de aburridos candidatos a todos los cargos posibles dijeron que los niños serían sus prioridades. Infernales celebridades ya lloraron y se hicieron selfies emotivas por perros abandonados y, a veces, por niños hambrientos. Millones de páginas ya fueron impresas diciendo que el mayor problema de Brasil es la educación, pero raras veces el concepto de ayuda humanitaria fue aplicado a la infancia brasileña.

El día 17 de febrero, en el Folha de Sao Paulo, Antonio Prata escribió La educación para la oscuridad. Él abre el texto con una pregunta ineludible: “¿Cómo se educa un hijo en un país de esos?”. El artículo es hermoso y emocionante. Empatía pura derivada de quien es padre y asiste incrédulo al oscurantismo brasileño. Al final, Prata nos dice que “aquí, en este reino lejano, todo confluye para que usted llegue a ser un pequeño rey mandón, un señor de las moscas con un cuerno colgado en la pared”.

Lo curioso de todo lo que estamos viviendo no es la falta de sentido a miradas desconfiadas (es obvio que hay sentido en ello: el control del petróleo venezolano por Trump y sus aliados) en una acción belicosa e imperialista (sí, ¡eso es!) disfrazada de “ayuda humanitaria”. Lo interesante es la dramaturgia novelesca repartida en capítulos en que los venezolanos son transformados en monstruos de varios tipos. Vivimos la fase de la guerra alimentada en las redes sociales, con muchos adjetivos y mentiras sabrosas (fake news, si usted prefiere).

La tal ayuda humanitaria a Venezuela es tan mentirosa como las buenas intenciones de Trump con el muro en la frontera con México o el curriculum vitae de algunos bolsominions. Pero, aquí, no es ese el punto. La cuestión es que América Latina vive una etapa histórica delicada en la que la comunicación digital produce subjetividades por medio de aparatos muy sofisticados que involucran inteligencia artificial, procesamiento de grandes volúmenes de información, nanosegmentación y la sincronización de su narrativa política con los medios de comunicación tradicional.

Es así que vamos creando ondas de invisibilidades y emociones. ¿Qué es lo que la sumisión militar de Brasil frente a Estados Unidos y los titulares sobre Venezuela están escondiendo? Mientras miramos hacia la frontera de Roraima, no vemos a los indígenas que los genocidas quieren eliminar, ignoramos el descalabro de las meriendas escolares y el emparedamiento y silenciamiento de las infancias brasileñas.

En el Brasil de hoy, los adultos luchan para mantener las narices por encima de la línea de agua mientras los niños dedican su vida a sobrevivir. Es así que negamos aquel proverbio africano que dice que, para educar a un niño, es necesario toda una aldea. Lo negamos porque, tristemente, Brasil perdió conexión consigo mismo, con su presente. Los niños, por ejemplo, a menudo asisten a escuelas donde pocos los escuchan y, por lo tanto, poco los respetan, comen comidas que poco los alimentan y aprenden a huir de la violencia general, ya sea de la policía, de líderes religiosos, de la escuela, de la calle. Y hacen todo esto viviendo en ciudades que no los acoge y que los aparta de los entornos naturales. Lo hacen buscando refugio en el dinamismo de las redes sociales, en los territorios digitales y en las territorialidades que ellos construyen. Y lo hacen en busca de conexión, en busca de la empatía perdida, del sentido que la liquidez de la vida urbana moderna parece hurtarnos.

Como dice Antonio Prata en aquel artículo, “la disonancia entre la realidad brasileña y lo que mi hijo aprende en casa y en la escuela es del orden de la psicosis. Dos más dos son cuatro, insistimos en decir, pero sabemos que si usted tiene los contactos correctos, dos más dos son cinco o quinientos”. Brasil necesita ayuda humanitaria. Los niños brasileños están en un callejón oscuro pidiendo comida y visibilidad. Desgraciadamente el país no los ve, ni los escucha.

* Glauber Piva es padre de Théo y de Nina. Maestro en Políticas Públicas y Formación Humana (UERJ), es un comentarista de la vida común. Últimamente escribe sobre ciudades e infancias, política y comunicación.

Publicado originalmente en la Revista Forum/ Traducción Dominio Cuba

--

--