Iluminaciones de Fina y Cintio

En el Centenario de Cintio Vitier, compartimos conversaciones con el matrimonio de poetas que integraron el Grupo Orígenes.

Dominio Cuba
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115 min readSep 24, 2021

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Ilustración: Aldo Cruces

Rosa Miriam Elizalde, especial para La Jiribilla

Conocí a Fina García Marruz y a Cintio Vitier gracias a Agustín Pi. El “miembro silencioso del Grupo Orígenes” era el corrector de estilo de Granma, diario al que me enviaron en enero de 1986 a hacer mis primeras prácticas como estudiante de Periodismo y, por razones misteriosas, el Doctor Pi, como reverencialmente le llamaban en la redacción, me acogió como su “discípula”.

En agosto de ese año, en el homenaje por el décimo aniversario de la muerte de José Lezama Lima, Pi me presentó a los esposos Vitier-García Marruz. A partir de entonces fui con frecuencia a los encuentros y conferencias que ellos ofrecían, salvo en el paréntesis de un año en que, como recién graduada, realicé el servicio social en las montañas de Holguín. En Juventud Rebelde comenzarían a aparecer artículos y entrevistas con Cintio que concertábamos en aquellas citas a las que me reincorporé apenas regresé a La Habana a fines de 1990.

Después de la muerte de Agustín en 2001, hablamos muchas veces de hacerle un homenaje. La oportunidad llegó con Aitana Alberti, que coordinaba unas magníficas tertulias en el Centro Dulce María Loynaz y armaba para aquellas ocasiones cuadernillos artesanales sobre los autores a los que se dedicaba el espacio.

He rescatado tres de las colaboraciones que hice para Fe de Vida: Imagen y palabra, los cuadernillos editados por Aitana con ilustraciones de su padre, Rafael Alberti, que son prácticamente desconocidas: dos entrevistas y una conversación con unos pocos amigos para celebrar el centenario de Medardo Vitier, y que grabé y luego edité con Cintio y Fina en la oficina que compartían en el Centro de Estudios Martianos.

Incluyo, además, la entrevista que me concedió Fina al conocerse que había recibido el Premio Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda”. He respetado las notas introductorias de estos diálogos que transcurrieron entre 2005 y 2008, y eliminé mis preguntas, salvo cuando eran imprescindibles para seguir el hilo narrativo.

Tengo mucho material disperso de los encuentros con el matrimonio durante años y espero reunirlo algún día en un libro más reposado. Adelanto cuatro “iluminaciones”, título del poemario homónimo de Arthur Rimbaud, que Cintio tradujo y prologó en 1954 y que consideraba “el libro más importante que he publicado en mi vida”.

Cintio y Fina, juntos, iluminaban de una manera indescriptible cualquier hallazgo erudito y lo convertían en una verdad transmitida desde la sencillez y la naturalidad de una conversación. Trasladar algunos de esos diálogos tal como ocurrían es una empresa tan imposible como la de intentar apresar con redes el agua del mar, pero aquí va, de todas formas, un humilde intento en el centenario de Vitier que celebramos este 25 de septiembre de 2021.

ILUMINACIONES 1

Apartamento de la calle Paseo, La Habana, 10 de mayo de 2005

Since I have walk’d with you through shady lanes…

John Keats

¿Quién no conoce ese sendero en sombras, ese continuo hablar, interrumpiéndose el uno al otro amigo, en el gozoso diálogo hasta la puerta de la casa, servida ya la cena? ¿Quién no escucha las nocturnas pisadas en la acera tornarse más opacas al cruzar por la yerba que nos trae al amigo, al bien llegado? ¿A quién, ya tarde, no le cuesta mucho despedirse y murmura generosos deseos, inexplicables dichas, bajos los fríos astros?

Fina García-Marruz. “Visitaciones”

Este diálogo no tuvo ni cuestionario, ni temas predeterminados, salvo la concertación tácita de que nos encontrábamos, como siempre que se visitaba la casa de esta pareja de martianos, a la vera del Apóstol de la Independencia de Cuba. En 9 días se conmemoraría el 110 aniverario de la muerte de José Martí y ese fure el pretexto para la entrevista, pero como siempre la conversación fue adonde quiso, entre tazas de café, ir y venir de sillones y palabras en total libertad para andar los caminos que mejor estimaron.

Cuando escuché por primera vez toda la grabación, supe que iba a ser imposible reproducir el misterio de aquella tarde habanera, con sus cuatro horas mágicas, que harían total resistencia al oficio del periodista. Imposible transcribir el ambiente, el color de la luz entre los libros y las fotografías, el tono de las frases y las pausas silenciosas, el olor que llega de la cocina y el viaje de la mesa del comedor al cuarto-biblioteca de Cintio, y de ahí a la sala. “Escribir es escoger; hablar es dejar correr”, afirmó José de la Luz y Caballero, y me recordaron Fina García-Marruz y Cintio Vitier al concluir “la entrevista”, previniendo otro gran riesgo: seguir literalmente el curso de un pensamiento que puede pecar de reiteraciones e ideas no totalmente acabadas.

Confieso que rearmar la conversación y “escoger” en el río deslumbrante que es un diálogo con Fina y Cintio, ha sido para mí, verdaderamente, una tortura. Entre otras razones porque aún cuando encontrarán las frases que fueron convocadas aquel día, no está toda la ternura que sobre ellas puso Fina, ni su duelo cariñoso — de esgrimista, diría Cintio — para que quede registrado exactamente lo que se quiso decir, ni la humildad del hogar, ni la emoción de escucharlos y verlos leer en voz alta las frases de Martí en libros gastados por el repaso continuo. Y a pesar de todo, ellos dicen tanto y tan intensamente, que es mucho todavía lo que se puede hallar en la copia literal de sus palabras.

De izquierda a derecha: Rapi Diego de la mano de Fina García Marruz; Josefina Badía, madre de Fina y Bella; Octavio Smith; Dinorah Gómez, esposa de Agustín Pi (a su lado) y José María Vitier en brazos de Cintio. Foto: Archivo familiar.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Qué es la patria, Cintio? ¿Es un concepto tan obvio?

Cintio Vitier: ¿Qué es la patria? Martí dijo aquello que siempre se cita: “Patria es Humanidad”, sí, pero dijo otra cosa: “La patria no es el objeto de unos cuantos tercos…” Eso es muy interesante, porque es casi una defensa de sí mismo. Y dijo también: “La patria es cosa divina”. Me di cuenta de una cosa: la patria no es la nación, no es el Estado, no es el país. La patria es la patria; una obviedad, que no es tal. La patria es algo por lo que un hombre es capaz de morir y también ese algo que está en un pequeño sabor y en un gran combate. Es el dulce de guayaba y la Batalla de Las Guásimas, ¿te das cuenta? La patria es algo mínimo y máximo. No es la naturaleza, exclusivamente. Muchos de los que se han ido de Cuba se llevaron con ellos la patria. Me refiero a los buenos cubanos. No son miserables y fanáticos todos los que se fueron o se los llevaron, muchos de ellos víctimas de errores — como esos niños de la Operación Peter Pan, espanto ocurrido en los primeros años de la Revolución, en el que estuvo involucrada la Iglesia.

Di una conferencia mínima — últimamente estoy escribiendo en el estilo bijirita — que titulé “Fe, Patria y Poesía”. Ahí me pregunto qué cosa es la patria y por qué en muchas regiones del mundo se relacionan las apariciones de la Virgen con la patria. La Virgen de Guadalupe es México; la Virgen del Pilar es España, en particular Zaragoza… Con esta Virgen culmina la rebelión zaragozana, evocada también en El Siglo de las Luces, de Carpentier. Ese libro está lleno de iluminaciones.

En 1916, miles de mambises pidieron a la Santa Sede que considerara a la Caridad del Cobre como la Patrona de Cuba. Muchos de ellos eran masones, o no practicaban ninguna religión en particular, pero creían en la Caridad del Cobre, una imagen de la Virgen que flotaba sobre el mar, en medio de la “furia del elemento”, como cantaba Miguelito Cuní. La encontraron unos pescadores, los tres Juanes de la devoción popular — el negro, el indio y el criollo — , y este hecho es el principio de la primera integración religiosa que se da en América.

Es decir, que de pronto me encontré con el enigma de la patria. Todos sabemos qué cosa es, pero no racionalmente. En el buen sentido de la palabra, es un misterio, una fe. Algo a lo que se llega por una circunstancia misteriosa. Te repito: algo que puede ser al mismo tiempo un sabor y una batalla; una costumbre placentera — un baile — y un sacrificio; un olor y un holocausto… Cuando uno se acerca se da cuenta de que es algo tremendo. Y esa fe, ese misterio, habita en creyentes y ateos por igual. Para mí un ateo que muere por el bien de la humanidad es como un mártir cristiano. No veo la diferencia, francamente.

Rosa Miriam Elizalde: Sé que usted está muy concentrado últimamente en estos temas, particularmente en la pregunta de por qué si tenemos tanto en común los que llevamos la patria dentro, estamos tan separados.

Cintio Vitier: Ha aparecido en este país un sacerdote, el Padre dominico Jesús Espeja, profesor de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Es amigo personal de Frei Betto, de los hermanos Leonardo y Clodovis Boff, de Gustavo Gutiérrez, fundadores de la Teología de la Liberación. Vino a Cuba por unos días y se ha quedado por años, trabajando en la barriada de la Iglesia de Jesús Obrero… Él está propiciando una serie de conferencias y encuentros en San Juan de Letrán, la iglesia donde él reside en Cuba. Él ha llamado estas conferencias “El rumor del alma cubana”, y ha invitado a varios estudiosos marxistas, como el doctor Jorge Luis Acanda, profesor de la Universidad de La Habana. No es nada que se le pueda echar en cara. Es de un catolicismo puro, de gran apertura. A veces se ignora esta raíz de nuestra nacionalidad, en un grado tal que uno se queda asombrado. Yo estoy en esa batallita hace tiempo, y tú lo sabes.

Recientemente, me invitó Eduardo Torres-Cuevas a su taller “Los que pensaron a Cuba”, dedicado al Padre Félix Varela, en el Centro Hispanoamericano de Cultura. Di una conferencia bastante extensa y luego hubo debates, como también los hubo en San Juan de Letrán, donde Alfredo Guevara hizo esa preciosa pregunta: ¿Por qué, si tantas cosas nos acercan, estamos tan separados?

El socialismo está presente en los Evangelios, con independencia de las creencias trascendentes. Ayer el Padre Espeja estuvo a ver a Armando Hart,[1] y parece que fue muy buena la entrevista. Espeja es un hombre de profundas convicciones religiosas y, también, profundamente revolucionario. Hombre de infinita fe. De eso se trata. Y como yo también he tratado de transitar por ese camino, muchas veces bastante solo, hemos sido captados por el Padre Espeja, que tiene una excelente relación de amistad con los marxistas. Él siempre lo dice: “Me gusta más hablar con los ateos que con los creyentes”. Dios quiera que eso se logre entender en todos los ámbitos.

Este ejemplo lo está dando Chávez. Él es creyente. No sé si viste su intervención por la televisión, en diciembre. A su lado había un militar — el Comandante General del Ejército venezolano Raúl Isaías Baduel — con un rosario en la mano; estaba como rezando. Cuando Chávez lo nombró, él se puso de pie con su rosario en la mano.

Chávez y Fidel le hicieron un hermoso homenaje a Martí y a Bolívar. Por ahí está la salvación de América. Sin la menor duda. Chávez ha sido muy calumniado, pero cada vez crece más. Tiene una elocuencia muy de él, muy especial, y una memoria histórica muy fresca y musical. ¡Cómo canta las coplas de Florentino y el Diablo, que el pueblo venezolano tan bien conoce! Versos en que se ve también la pasión por la naturaleza americana. A nosotros nos las cantaba Julián Orbón, cuando llegó de Caracas, después de recibir un premio de un jurado en el que figuró Heitor Villalobos.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Es posible superar definitivamente el esquema sectario que separa a revolucionarios y creyentes?

Cintio Vitier: Tenemos que agradecerle a Hart su comprensión en torno a esa relación entre el pensamiento revolucionario de Martí y el mensaje social de la revelación judeo-cristiana, con su radical exigencia de justicia y amor entre los hombres. Tanto Hart, como otros dirigentes revolucionarios, hablan con naturalidad sobre lo que le debemos a la enseñanza de Jesús de Nazaret. Es un tema que me apasiona y me preocupa. No se trata de defender fanatismos de ninguna especie. La Revolución está madura. Si en un principio se justificaba este distanciamiento, porque había mucha confusión, ya hoy no tiene sentido. Metodológicamente hablando, Martí nos ofreció la mejor fórmula posible desde que en plena juventud, durante la sesión sobre materialismo y espiritismo celebrado en el Liceo Hidalgo de México el 5 de abril de 1875, declaró: “Yo vengo a este debate con el espíritu de conciliación que norma todos los actos de mi vida”. Sin mengua de sus convicciones, que se inclinaron hacia la constante interrelación de espíritu y materia, eludía así el interminable debate teórico, buscando siempre una conciliación, no teórica ni filosófica quizás imposible, sino una conciliación para la acción conjunta, para los fines de la vida, que en la dedicatoria de Ismaelillo llamó “el mejoramiento humano, la vida futura y la utilidad de la virtud”.

Si respetamos a Martí en su integralidad, veremos no sólo el mandato de un antimperialismo radical y de una toma de partido por “los pobres de la tierra” que tanto nos compromete, sino también el puente ideal para que, más allá de polémicas divisionistas, podamos unirnos “todos los hombres de buena voluntad” (a los que él convocó al fundar el Partido Revolucionario Cubano) en la búsqueda y realización común de la justicia, el amor y la belleza.

Él nos decía: “Quien ni a Homero, ni a Esquilo, ni a la Biblia leyó ni leyó a Shakespeare, que es hombre no piense, ni que ha visto todo el sol, ni ha sentido desplegarse en su espalda toda el ala”. El legado griego, el mensaje juedeocristiano, el umbral renacentista de la modernidad, están en esas raíces culturales del humanismo integrador martiano.

Creo que lo más importante es la superación de esquemas sectarios que durante décadas retardaron la apertura a una visión y revisión desprejuiciada del fenómeno religioso en nuestra sociedad. Por otra parte, la institución religiosa de mayor peso histórico en nuestro país, la Iglesia Católica, no ha sido ajena a la trampa de los encastillamientos.

Se cometieron injusticias basadas en dos equivocaciones: la primera, creer que la religiosidad era incompatible con la Revolución. Doy testimonio de eso porque soy católico, lo que me costó algunas indiferencias y, como se diría, algunos rasguños en ese tiempo, como a otros compañeros de la misma fe.

La otra equivocación fue la persecución de los homosexuales. Yo quisiera que alguien me explicara: ¿qué relación tiene la homosexualidad con el marxismo? Que yo sepa Marx nunca se pronunció en ese tema. Eliseo Diego, que tenía mucho sentido del humor, me decía que se estaba fabricando una especie de marxismo victoriano, de la época del puritanismo inglés, que tanto le costó al pobre Oscar Wilde, quien siendo homosexual, recibió los elogios de José Martí. Eso fue un descomunal error. Sin embargo se ha superado totalmente. Pienso que esa es la mayor fuerza de la Revolución: su capacidad de rectificación.

Rosa Miriam Elizalde: Hemos hablado alguna vez de esto, pero me gustaría que lo comente. ¿Siente que ha ayudado en este camino Fidel y la Religión, el libro de Frei Betto?

Cintio Vitier: Estoy convencido de que ese libro fue un gran esfuerzo para allanar la conciliación. La cultura religiosa no es asunto exclusivo de las Iglesias, como la cultura política no es asunto exclusivo de los Partidos. Le escuché a Fidel más de una vez: “El que traiciona al pobre, traiciona a Cristo”. También dijo algo muy importante y sencillo, como son todas las grandes verdades: “Algo me enseñaron los jesuitas: la diferencia entre el bien y el mal”. Imagínate tú.

La Cultura con mayúscula es una y pertenece toda al pueblo. Ni la filosofía, ni las artes, ni la economía, ni la política pueden entenderse cabalmente sin el conocimiento del contenido y la historia de las religiones. Ninguna ignorancia es buena. No hablamos de proselitismo sino de información objetiva, aunque cierta inevitable atracción hacia las propias convicciones, siempre que no atenten contra la unidad del pueblo, es un derecho de conciencia.

Si decimos que somos hijos del Padre Varela, de José de la Luz y de Martí, tanto como de Céspedes, Gómez y Maceo, demos el lugar que ellos ganaron a sus convicciones para nuestra cultura nacional, incluyendo la masonería revolucionaria tan bien estudiada por el profesor Eduardo Torres-Cuevas a propósito de Maceo, y desde luego las religiones que hoy llamamos religiones cubanas de origen africano, que en tiempos de Martí aún no se habían estudiado a fondo.

Rosa Miriam Elizalde: Cintio no conozco a nadie como usted y Fina que puedan recordar frases de un pensamiento tan complejo como el de Martí, ¿cómo lo logran?

Cintio Vitier: Siempre estoy releyéndolo y yo pido a los cubanos que no lean a Martí convertido en consignas, en cintillos, en frases sueltas. Tenemos que hacerlo esperando sorpresas, que siempre están ahí… Ahora releo — un poco vanidosamente — algunas obras que escribí. Acaba de salir el tomo seis de mis Obras — que yo llamo “incompletas”, porque ¿cómo van a estar completas las obras de alguien incompleto, por favor? Contiene los dos primeros tomitos de mis Temas Martianos, que fueron el resultado de nuestros quince años de trabajo — de Fina y mío — en la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, antecedente del Centro de Estudios Martianos (CEM). La Sala fue una iniciativa de Manuel Pedro González, quien propuso su creación en 1967, durante un congreso en Varadero dedicado al centenario de Rubén Darío. A Manuel Pedro le hicimos recientemente, más que un homenaje, un desagravio. Fue injustamente tratado y llegaron a hacerle acusaciones inverosímiles.

Por iniciativa de Fidel — con Armando Hart entonces como Ministro de Cultura — , en 1976 se creó el Centro de Estudios Martianos y nos pidieron a nosotros, después de un eclipse de varios años, que fuéramos los directores de la Edición Crítica, la cual pasó luego a manos de ese muchacho magnífico, Pedro Pablo Rodríguez. Esa es, a mi juicio, la principal labor que está haciendo el Centro hoy.

Por supuesto, este análisis de la religiosidad martiana es uno de los que se debaten en el CEM. Si vamos a hablar de cultura general integral, hay que tomar como paradigma, como guía, la cultura de José Martí y en esta tiene un lugar preponderante la cultura religiosa. No sólo aquella que viene de la religión católica, sino que admiró también las grandes figuras de la Iglesia protestante en Estados Unidos. Es el caso de Ralph Waldo Emerson, Bronson Alcott, Henry David Thoreau…; todos ellos fueron muy admirados por Martí. Como lo fue Santo Tomás de Aquino, a quien llamó “el osado Tomás” porque asumió simultáneamente la Razón y la Fe, cosa que vino a Cuba con el Padre Félix Varela.

El Padre Varela no inventó esa conciliación. Eso venía desde la Edad Media, y estoy defendiendo la Edad Media, para salvar, como decía Federico Engels, la “concatenación histórica”. Si no se entiende la Edad Media, no se entiende la historia. ¿Puede llamársele oscura a ella sola? ¿Cuándo ha habido más oscurantismo y más horror en el mundo que en esta época?

Fina García-Marruz: En Carpentier, El Siglo de las Luces es un título más bien irónico, como el de su novela El recurso del método

Cintio Vitier: Fíjate cómo Alejo Carpentier le pasó la cuenta a la Ilustración y al Siglo de las Luces, que trajo a América la guillotina para los esclavos. De ese aspecto de la gran obra de Alejo no se habla mucho tampoco. No se habla de figuras extraordinarias que se dieron durante todos esos siglos. No se habla de la reflexión de Martí, cuando distingue “los cinco siglos puros del cristianismo”. ¿Qué ideología, qué movimiento, qué religión ha tenido cinco siglos puros? Fueron siglos de persecución, desde el martirio de San Esteban hasta el Edicto de Milán, proclamado por el emperador Constantino, en que el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio, alianza siempre peligrosa… Antes, acabaron con los mártires y con todo lo que pudieron acabar.

Rosa Miriam Elizalde: Me leí de niña “Hombre de campo” y me sorprendió mucho. Muchos lo interpretaron como una muestra del “ateísmo” martiano.

Cintio Vitier: “Hombre de campo” no es un texto de Martí antirreligioso, sino contra el sacerdote indigno, crítica que pueden apoyar los cristianos. En Martí el elogio de Cristo es absoluto. Y “Hombre de campo” termina, lo que se recuerda menos, “¡Hay otro Dios!”

Fina García-Marruz: De Cristo dijo: “el hombre de más idealidad del Universo”. Reiteradamente manifestó su creencia en un Dios creador, en la agonía de las “fuerzas sin empleo” que es el centro de los Versos libres, donde se llamó “Cristo roto” y “Cristo sin cruz”. Disfrutó deleites de contemplativo en la que llamara “la tarde de Emerson”, a cuyos pies depositó “la espada de plata”. Después de este homenaje, desde luego, Martí empuñaría esa espada, que era la de los hijos de Bolívar, la de los héroes de “los claustros de mármol”. En su carta testamento literario sentenciaría: “En la cruz murió el hombre un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”, y en su última arenga a la tropa mambisa exclamó: “Por Cuba me dejo clavar en una cruz”. Y por otra parte, como dice Cintio, Martí no desdeñó las religiones prehispánicas. Recuérdese su boceto de la estatua de Chac-Mool; acerca de él intentó escribir una obra dramática…

Cintio Vitier: No hay modo de presentar una imagen real de la concepción de la cultura que tuvo José Martí sin incluir la dimensión religiosa. Se trata de la religiosidad en general, del cristianismo, del budismo, del hinduismo, de la mitología en las religiones prehispánicas, de las cuales los cubanos no sabemos nada. ¿Qué cultura integral puede haber si no conocemos los orígenes de nuestra América? Los indios en Cuba desaparecieron, tuvieron una escasa presencia histórica, pero ahí está esa gran herencia de la cultura de los aztecas, los tamanacos, incas, nahuas…

Rosa Miriam Elizalde: Hasta el Gran Semí.

Cintio Vitier: Eso fue muy importante en la formación de Martí y está muy relacionado con su viaje a Caracas en enero de 1881. Cuando llega allí, conoce a Arístides Rojas[2] — que apenas se habla de él, y ello me asombra. Él fue la fuente venezolana de José Martí en asuntos de religiosidad prehispánica. Gracias a los estudios científicos de Rojas, se encariñó mucho con los tamanacos, de donde proviene la imagen martiana del Gran Semí, descrito en el Génesis de los tamanacos. Según estas tradiciones, por consejo o inspiración del Padre Amalivaca y su mujer, que fueron los únicos sobrevivientes de un diluvio — y este al parecer existió realmente, porque todas las culturas lo testimonian — , se logró salvar al género humano. Esta pareja salió del diluvio lanzando a sus espaldas semillas de la palma moriche — la palma venezolana — y por cada semilla, nació una pareja, padres de quienes hoy pueblan la Tierra. Fíjate que según esta tradición nacieron el hombre y la mujer juntos. Eso a Martí le encantó, y habló de ello. Muchas de las imágenes del ensayo Nuestra América están tomadas de las mitologías prehispánicas. Cuando Martí se refiere al “aldeano vanidoso” que vive “sin saber (…) de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos”, se hace eco de las asociaciones indígenas indicadas por Rojas en sus estudios sobre las lenguas americanas. El mito de Amalivaca fue utilizado admirablemente por Martí para cerrar ese ensayo. Allí introduce el emblemático cóndor, sobre cuyo lomo va sentado el Gran Semí que regó “la semilla de la América nueva”. Si no se conoce esto, ¿cómo se puede entender este pasaje?:

Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, que regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

Los cubanos tenemos que conocer de dónde provienen asociaciones como estas, permanentes en la obra martiana, porque de lo contrario no podríamos entender las raíces de Venezuela, Chile, Bolivia, Perú… Conociéndolas, la amistad con esos países podría ser mucho más profunda de lo que es. Martí conoció y supo todo lo que se podía saber de aquellas culturas en su época. Se identificó con los nahuas, diferentes a los aztecas, que eran imperiales — imperialistas, diríamos hoy.

Fina García-Marruz: No se puede desconocer tampoco sus páginas sobre el Popol Vuh, el libro de los quichés de Guatemala…

Cintio Vitier: No se trata sólo del conocimiento y las influencias del cristianismo. Él partía de un hecho que consideraba esencial: la religión no la habían inventado los hombres; según él, era natural, innata, estaba en el ser humano por esencia.

Fina García-Marruz: Habló que era un sentimiento, un conocimiento íntimo — no una idea — , que estaba en todos los hombres. El sentimiento de un Gran Ser Creador lo han tenido todos los hombres y todos los pueblos, dijo, aunque lo hayan llamado con nombres distintos: Alá, Yahvé, Zeus, Dios…

Cintio Vitier: Vamos al texto de Martí, para que no parezca que estamos falseando nada. Verás que él no defiende a una Iglesia en particular, sino a los Evangelios. La nota no tiene fecha. Está en el Tomo 19, de las Obras Completas, en las páginas 391–392:

Hay en el hombre un conocimiento íntimo, vago, pero constante e imponente, de UN GRAN SER CREADOR: este conocimiento es el sentimiento religioso, y su forma, su expresión, la manera con que cada agrupación de hombres concibe este Dios y lo adora, es lo que se llama religión. Por eso, en lo antiguo, hubo tantas religiones como pueblos originales hubo; pero ni un solo pueblo dejó de sentir a Dios y tributarle culto. La religión está, pues, en la esencia de nuestra naturaleza. Aunque las formas varíen, el gran sentimiento de amor, de firme creencia y de respeto, es siempre el mismo. Dios existe y se le adora.

Este es un credo. No es un credo católico, sino cristiano, puramente cristiano, como él lo dijo de sí mismo cuando salió del Presidio Político: “Pura y simplemente cristiano”.

Fina García-Marruz: Eso explica “Hombre de campo”. Él no podía ser católico, porque la Iglesia estaba entonces aliada a la Colonia…

Cintio Vitier: “Mi sangre por la sangre de los demás”, eso es el cristianismo para Martí. El sacrificio como redención, como lo concebía él, es puro cristianismo. En Martí es imposible separar al creyente libre del dirigente revolucionario. Ambos están imbricados en una fe a la vez histórica y trascendente. “Por lo invisible de la vida corren magníficas leyes”: basta evocar esa frase de su discurso “Los pinos nuevos” para intuir ese enlace que siempre, tácita o explícitamente, establece entre la historia humana, lo que llamó “la justicia de la Naturaleza” y la armonía cósmica final, asuntos centrales del compendio de sabiduría a que llegó en sus Versos sencillos, únicamente superado por el testimonio final de su Diario de campaña, donde historia, naturaleza y espíritu se funden en un paradigma humano.

Fina García-Marruz: La religión natural está también en un artículo sobre José de la Luz y Caballero, cuando dice que Luz ha creado “entre los hijos más puros de Cuba”, “una religión nueva y bella”, donde se aliaban la razón y la necesidad de lo maravilloso que tiene también el hombre.

Cintio Vitier: Martí admiró enormemente a Luz, que fue un hombre muy religioso. Ni siquiera de su maestro Mendive, que fue su verdadero padre en los años difíciles de la adolescencia, habló Martí con tanto fervor como de José de la Luz, “el silencioso fundador”, “el padre amoroso del alma cubana”. Ahora mira lo que dice Martí, a continuación, en esa página del Tomo 19:

Entre las numerosas religiones, la de Cristo ha ocupado más tiempo que otra alguna los pueblos y los siglos: esto se explica por la pureza de su doctrina moral, por el desprendimiento de sus evangelistas de los cinco primeros siglos, por la entereza de sus mártires, por la extraordinaria superioridad del hombre celestial que la fundó.

Fina García-Marruz: En uno de sus primeros Cuadernos de Apuntes es verdad que dice “El cristianismo ha muerto a manos del catolicismo”, pero en su poema dedicado al Cristo Muerto, escrito en México, en marzo de 1875, también habla de un Génesis nuevo, en él inspirado, y exclama:

Si el Génesis muriera,

Si todo se acabara,

El llanto de una madre vivo fuera,

Y porque el hijo por quien llora viera,

La nada con el hijo fecundara![3]

Es decir, habla de un nuevo Génesis, de un Dios encarnado en el sufrimiento humano. En El Presidio Político en Cuba, ese Dios está encarnado en Lino Figueredo, en Nicolás del Castillo, en Delgado, el joven que se suicida… Desde la experiencia atroz del Presidio Político, Martí fue capaz de vencer el odio, de sentir piedad por sus flageladores y de intuir en aquella pobre gente brutalmente torturada, la identificación de Cristo con los más desvalidos. Es lo de “El verbo se hizo carne”, del Evangelio de San Juan.

Es el Dios encarnado, la segunda persona de la Trinidad, aunque no lo llame así. Eso es “San Mateo 25”; es la Teología de la Liberación; es el Padre José Agustín Caballero. Mucho antes de Gutiérrez y de todos los demás teólogos de la Liberación, el Padre Caballero habló en Cuba de la trascendencia del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, donde dice Jesús: “Cuanto hicisteis a unos de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Él acude a San Mateo en un artículo donde abogó por la supresión de los castigos a los esclavos, especialmente los que trabajaban en los ingenios.

Cintio Vitier: Lo escribió en el Papel Periódico de la Havana, en mayo de 1791. ¡En el siglo xviii!

Fina García-Marruz: Es un artículo que el Padre dedica a “mis predilectos paisanos”, y no sin ironía, que nos recuerda lo de Cristo: “Hay que ser mansos como las palomas, pero astutos como las serpientes”. Porque se ha dicho que sus “predilectos paisanos” eran los dueños de esclavos, y es verdad. Contaba con la previsible ignorancia de los esclavistas, pero Cristo había dicho: “No vine para los justos, vine para los pecadores”. Los pecadores en el lenguaje cristiano son los “predilectos de Dios”. No porque sean mejores, que desde luego no lo son, sino porque son los que necesitan “redimirse”, “convertirse”, “cambiar”… Cuando los llama “mis predilectos paisanos”, “nobilísimos cosecheros de azúcar”, “señores amos de ingenios”… Eso está lleno de ironía, de piedad, de astucia evangélica, un tono que se encuentra también en la obra del Padre Félix Varela.

Cintio Vitier: Nosotros encontramos ese texto del Padre Caballero cuando trabajábamos en la Biblioteca Nacional, y ¿sabes lo que nos pareció entonces?: un anuncio del comunismo.

Continúo con el texto de Martí:

Pero la razón primera — de que sea la religión más extendida — está en la sencillez de su predicación que tanto contrastaba con las indignas argucias, nimios dioses y pueriles argumentos con que se entretenía la razón pagana de aquel tiempo, y a más de esto, en la pura severidad de su moral tan olvidada ya y tan necesaria para contener los indignos desenfrenos a que se habían entregado las pasiones en Roma y sus dominios.

Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados, airados del vicio ajeno y ansiosos de aires de virtud; y sedujo a las mujeres, dispuestas siempre a lo maravilloso, a lo tierno y a lo bello. Las exageraciones cometidas cuando la religión cristiana, que como todas las religiones, se ha desfigurado por sus malos sectarios; la opresión de la inteligencia ejercida en nombre del que predicaba precisamente el derecho natural a la inteligencia a libertarse de tanto error y combatirlo, y los olvidos de la caridad cristiana a que, para afirmar un poder que han comprometido, se han abandonado los hijos extraviados del gran Cristo, no deben inculparse a la religión de Jesús, toda grandeza, pureza y verdad de amor. El fundador de la familia no es responsable de los delitos que cometen los hijos de sus hijos.

Cintio Vitier: Y sigue Martí: “Todo pueblo necesita ser religioso”. No se trata de que porque José Martí lo haya dicho, sea obligatorio creerlo. Su enseñanza principal fue la de “pensar por sí”. Considerar la educación como una imposición, como un látigo, es una aberración. Lo que importa es saber que Martí lo dijo. Continúa diciendo y ya termina:

Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo. Es innata la reflexión del espíritu en un ser superior; aunque no hubiera ninguna religión todo hombre sería capaz de inventar una, porque todo hombre la siente. Es útil concebir un GRAN SER ALTO; porque así procuramos llegar, por natural ambición, a su perfección, y para los pueblos es imprescindible afirmar la creencia natural en los premios y castigos y en la existencia de otra vida, porque esto sirve de estímulo a nuestras buenas obras, y de freno a las malas. La moral es la base de una buena religión. La religión es la forma de la creencia natural en Dios y la tendencia natural a investigarlo y reverenciarlo. El ser religioso está entrañado en el ser humano. Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice.

Fina García-Marruz: Para él, entonces, la religiosidad no es algo que está en la superestructura, sino en la “esencia” misma del ser humano.

Cintio Vitier: Aquí asoma, desde luego, el político. Habla de la “conveniencia” social de semejante creencia y advierte también los peligros del fanatismo. Cualquier ideología, cualquier creencia se puede convertir en fanatismo.

Rosa Miram Elizalde: En un dogma…

Fina García-Marruz: No, en dogmatismo, que no es lo mismo que el dogma. Hay una diferencia entre uno y otra. Martí tenía un sentido muy preciso de las palabras, gracias al conocimiento de su etimología, de su raíz. Sabe muy bien cuando escribe que las palabras tienen una historia. Por ejemplo, él decía: “Las crudelezas del fuero juzgo”. Pensé que era un neologismo, que hay cientos en Martí. Sin embargo, él utilizó esta palabra con su sentido primigenio: la crudeleza era como se le llamaba a la crueldad en el fuero juzgo. Cuando busqué la palabra en el diccionario, ese era su significado exacto. Si se busca allí la palabra “dogma” en el Diccionario de la Real Academia Española, se descubrirá que no tiene un sentido peyorativo: se refiere al fundamento de una doctrina religiosa o filosófica; ese algo las constituye; son sus principios. Sí tienen un sentido peyorativo — incluso son opuestas al dogma — las palabras dogmático y dogmáticamente. Martí va la raíz de la palabra y por eso nos dice: “el dogma de la Patria”, “el dogma del Hombre”… Y no nos habla de cosas impuestas, sino de esencias. En sus textos hay un uso correctísimo del idioma. Cuando usa estas expresiones, se refiere siempre al dogma como “fundamento”, como “principio”, como algo que nos constituye.

Cintio Vitier: En los años 70 asistimos a un encuentro en Casa de las Américas, a propósito de la primera visita a Cuba de nuestro gran amigo Ernesto Cardenal, quien también es un ferviente defensor de la Revolución cristiana, con Fidel y con Chávez y con todo lo bueno de este mundo. De pronto se genera un debate sobre las creencias religiosas, en un momento en que eso no era bien visto. En el público, estaba sentado un amigo nuestro, que padece cierta discapacidad mental. De pronto, él comenzó a insistir para que le dieran la palabra… ¿Y sabes lo que dijo, con palabras entrecortadas?: “Yo soy marxista leninista y entiendo que Dios no creó al hombre”… el público asintió, tranquilizado. Pero de pronto dijo: “Pe, pe, pero el hombre sí creó la idea de Dios… por, por, por eso mismo, hay que respetarla”. Precioso. ¡Qué locura tan lúcida!

Fina García-Marruz: Martí distingue entre la religión innata y las religiones creadas por el hombre; entre la religión adquirida y aquella que llamó “innata”.

Cintio Vitier: Pero esa otra, la inventada, como decía nuestro amigo, también hay que respetarla.

Fina García-Marruz: Es esencialmente lo que dijo este amigo nuestro, y lo único recordable de aquel debate. Días después vino por la casa, y cuando ya se iba, le pregunté: “¿Tú, por fin, eres ateo o creyente?” Me respondió: “Yo-yo-yo no-no-no soy creyente, pe-pe-pero tampoco soy ateo”. Yo estaba a su lado en la puerta y le dije: “Espérate, entra. ¿Cómo es eso?” Respondió admirablemente: “Porque Di-Dios está ma-más allá de de que yo-yo-yo crea o yo-yo no crea”. Se lo comenté a José Coronel Urtecho y me dijo: “Un teólogo no te dice nada más profundo”.

Cintio Vitier: Es verdad lo que dice nuestro buen amigo. Él está más allá de todo.

Rosa Miriam Elizalde: Vi que sale otra edición de sus Iluminaciones.

Cintio Vitier: Se acaba de publicar la sexta edición de las Iluminaciones, la traducción que hice de este libro de Arthur Rimbaud que él escribió entre 1873 y 1875. Lo traduje, por supuesto, con la ayuda del Espíritu Santo… Nadie sabe francés lo suficiente para traducir a Rimbaud. Fue este un atrevimiento mío enorme. Este es el libro más importante que he publicado en mi vida.

Rosa Miram Elizalde: ¿Cómo puede decir semejante cosa?

Cintio Vitier: Ah, sí. Rimbaud es un genio de la poesía mundial de todos los tiempos. Tú sabes que comenzó a escribir a los diez años y a los diecisiete ya era el poeta sumamente original que conocemos… Se fue para África. Se despidió definitivamente de Europa para vivir como un mercader. Esta traducción la hice en 1951 y tuve el honor de tener como oyentes a Luis Cernuda y otros grandes poetas, aparte de Lezama, que siempre iba a mis “conferencitas” de la época, y yo a las de él, desde luego. Nos encontrábamos en el Lyceum Femenino de La Habana — donde está ahora la Casa de la Cultura del Vedado. Ese lugar fue muy importante, al igual que la Institución Hispanocubana de Cultura, que dirigía don Fernando Ortiz, quien invitó a Cuba a los exiliados españoles en los años terribles de la Guerra Civil. Gracias a él, conocimos a Juan Ramón Jiménez… Descubrimos a Machado, a Miguel Hernández, a la Generación del 27… Nosotros — el Grupo Orígenes — llegamos a la izquierda por la poesía. Todos los buenos poetas eran, o comunistas — como Vallejo y Neruda — , o izquierdistas.

Rosa Miram Elizalde: Sin embargo, hoy parece estar de moda la derecha, en la poesía y en todo lo demás…

Cintio Vitier: Pero la poesía no se deja engañar.

Rosa Miram Elizalde: ¿Por qué dice usted siempre que Revolución y Poesía siempre van juntas?

Cintio Vitier: En su última carta, dirigida a su amigo Manuel Mercado, aparece una frase que se cita mucho: “Mi honda es la de David”. ¿Quién es David? El que se enfrenta con el gigante Goliat, en un duelo personal. Un gigante super armado, así aparece en un capítulo del Libro de Samuel, que es donde se habla de esta historia. David, además, era poeta. Poeta y guerrero, como Martí. ¿Tú conoces otro caso igual? ¿De esa magnitud en las dos líneas? ¿Ambas fundidas? No, claro que no. ¿Sabes lo que creo? Que nos pasamos la vida discutiendo si esto es poesía pura y lo otro es poesía social, pero de algo sí estoy muy seguro: la poesía y la historia revolucionaria son indisolubles, cualesquiera que sean las apariencias de una y otra. En mi juventud se contraponían, por ejemplo, Nicolás Guillén y José Lezama Lima. Ambos supieron, finalmente, que esa contraposición era absurda.

Rolando Rodríguez — yo creo que no es investigador, sino detective — ha hecho un descubrimiento insólito: cuando mataron a Martí en Dos Ríos y revisaron en su bolsillito, traía entre sus papeles un poema de Stéphane Mallarmé. Como sabes, Mallarmé es un poeta “puro”, tachado de evasivo, un poeta de la invención de las palabras, que nada tenía que ver con política ni con Revolución y, sin embargo, estaba allí acompañando en su muerte a José Martí.

Nuestro Apóstol estaba traduciendo “La chair est triste, hélas’, et j’ai lu tous les libres”. Es el primer verso de su “Brisa marina” y dice: “La carne es triste ¡ay! y todo lo he leído”. Desolado poema, que sin embargo, termina con un verso exultante: “Mais, ȏ mon coeur, entends le chant des matelots!” “Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!” Parece, de pronto, la despedida que pudo escribir Arthur Rimbaud al abandonar Europa.

A Martí, evidentemente, le gustó ese verso y lo llevaba con él en el momento más intenso, más incandescente de su sensibilidad revolucionaria, cuando ya había escrito su carta a Manuel Mercado y estaba a las puertas de la muerte. Mallarmé se nos revela, gracias a ese papel, como uno de los amigos de José Martí. Te digo esto y podría añadir que Antonio Maceo, mientras descansaba entre una batalla y otra o se tomaba un reposo en sus largos recorridos por la Isla durante toda la campaña invasora, leía a Gustavo Adolfo Bécquer; las Rimas, de Bécquer. ¿Pero te imaginas cómo recibí esa noticia del más hermético y exquisito de los poetas franceses en plena manigua cubana?

¿Qué quiere decir todo esto? Que todos los poetas forman una sola familia, que todos, en cuanto tales, son o llegan a ser revolucionarios. La poesía siempre es pura, y siempre es social. Y siempre es revolucionaria, aunque la ideología del poeta no lo sea. Ese es mi último disparate. ¿Está claro?

Fina muestra un libro con fotografías de la extraordinaria pensadora María Zambrano, editado por la Residencia de Estudiantes, de Madrid. Palpa cada foto, en particular una de la escritora niña, con bata bordada, sombrero y cuidados bucles. Fina acaricia el cabello de la pequeña y su dedo parece traspasar la imagen en el papel. La niña sonríe. En otra página, la española aparece de perfil, muy reconcentrada…

Cintio Vitier: Narizona y linda que era.

Fina García-Marruz: Preciosa y lúcida mujer…

Cintio Vitier: Toda inteligencia. Yo creo que es la mujer más inteligente que ha tenido España en toda su historia. Ella fue nuestra maestra. Lo que recibimos en aquellas conferencias y seminarios suyos, fue siempre más, como he escrito por ahí. Ella nos enseñó que toda historia no ética es historia apócrifa. Entre todas las crisis contemporáneas lo que más está en crisis en el mundo del nuevo siglo es la eticidad, tanto individual como colectiva. Sin ella el hombre no tiene futuro.

Hablábamos de nuestra formación de izquierda. Nos hemos dado cuenta a estas edades — y cada vez se me hace más evidente — lo importante que fue para todos nosotros la Guerra Civil Española. Decidió nuestro camino en la vida. El único lenguaje que nos imantaba era la poesía: los poetas hispanoamericanos, pero sobre todo los españoles. Aquel fue un momento de oro y de martirio de los poetas de España. Martí fue el profeta, fallido por cierto, de la República Española, cuando habló en el Manifiesto de Montecristi, de la “República moral”. Eso era lo que querían en España y no lo que hay ahora, aun cuando parece que ha mejorado con Rodríguez Zapatero.

Rosa Miram Elizalde: María y los poetas de aquella espléndida generación padecieron el fascismo, en la versión franquista.

Cintio Vitier: Mira el caso de María. Nos contaba que cuando ella iba saliendo de España en un carro con su hermana Araceli, vio en el camino a don Antonio Machado que se dirigía a pie hacia la frontera. Él iba casi inválido…

Fina García-Marruz: Sostenido por su madre.

Cintio Vitier: María lo invitó a que subiera al carro. Ante la negativa de Machado, María Zambrano bajó del coche y llegó andando a la frontera con el poeta. María fue a México, mientras, su madre y Araceli se quedaron en Francia, donde les esperaba el calvario a que los franceses someterían a Araceli, tras la prisión en París de su compañero, Manuel Núñez. Estuvo preso dos años en un campo de concentración y finalmente fue extraditado y fusilado en Madrid. Los franceses se portaron muy mal. ¿Tú sabes lo que es tener a un hombre con la esperanza diaria de sobrevivir, pensando en su mujer — con la que estaba recién casado — , y enviarlo así a la muerte? María estaba destrozada cuando llegó a Cuba para impartir sus conferencias, después de haber pasado por México.

Rosa Miram Elizalde: De la fuga de Europa María Zambrano dijo: “Era como sentirse en vías de nacer a través de aquella agonía inédita”.

Fina García-Marruz: Y su hermana, imagínate lo que sufrió. Por eso María, a quien no le vimos nunca un gato cuando la visitábamos a su casa, terminó cuidando, compadecida por todo el sufrimiento de su hermana, los muchos gatos que al morir dejó Araceli en su casa. Araceli era una mujer muy vital, maravillosa, muy distinta a María, pero trataba de aliviar en algo aquella tragedia con su pasión por los gatos. Se rehízo, porque no era una mujer de estar rumiando mucho… No… Fueron expulsadas de Roma, tras la denuncia de los muchos gatos que tenían en su apartamento. Los animalitos iban con ellas a todas partes. Dicen que en la tumba de María se aparecen los gatos. Una cosa rarísima.

Cintio Vitier: Su tumba en Vélez-Málaga, es preciosa. Da ganas de vivir en ella.

Fina García-Marruz: Tiene grabadas esas preciosas palabras del Cantar de los Cantares que ella escogió para la tumba de su hermana: “Levántate, amiga mía, hermana mía y ven. Ya el invierno ha pasado…”

Cintio Vitier: Fina, hay una foto de María muy hermosa con uno de sus gatos… Esta historia de la tumba nos la contó Adolfo Castañón, un notable escritor mexicano que conocimos cuando me dieron el Premio Juan Rulfo en Guadalajara. Él había entrevistado a María en México y tuvo amistad con ella. Dio testimonio de que sí, que efectivamente la historia de las tumbas de las dos hermanas, llenas de gatos, era real.

Fina García-Marruz: Fíjate qué bella mujer… Y su hermana: ¡qué esbelta! Aquí está con su madre… Mírala de niña, chica, era un ángel… Un ángel… No, aquí María ya era anciana, que no fue la que nosotros conocimos. Este retrato de María, no debieron haberlo sacado. No tiene que ver con los años, sino con esta cámara así, encima de ella, desfigurando su rostro. Hay cosas que a una mujer no le gustan. Y ella era muy coqueta. Nuestra María es la de El pensamiento vivo de Séneca (1944), el rostro que aparece en esa primera edición, mujer de una belleza pensativa, de mirada tan llena de inquietud, a veces sobrecogida por el dolor del exilio.

Cintio Vitier: Recuerdo lo que publicó en la edición crítica de Paradiso, en el liminar que escribió a petición mía, poco antes de ir yo a Roma a presentar esta novela de Lezama. Dice allí que tuvo parte anónima y decisivamente en la fundación de Orígenes. A propósito de mi antología Diez poetas cubanos, había publicado en nuestra revista, en 1948, aquel artículo increíble que tituló “La Cuba secreta”…

Rosa Miram Elizalde: “En medio de la vida de Cuba tan despierta, Cuba secreta aún yace en su silencio. Y así, nada es de extrañar que este grupo de poetas cubanos hayan llevado y prosigan una vida secreta y silenciosa”, dice María en ese ensayo…

Cintio Vitier: Sí, entre esas cosas maravillosas que dijo, afirmó también que en Cuba había encontrado su “patria prenatal”, que era para ella “la poesía viviente, el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal”. ¿Cómo es posible una patria antes de nacer? Y dijo, también, que la poesía de Orígenes era la de un país próximo a entrar en la Historia.

Rosa Miriam Elizalde: Ella fue la Maestra, pero el Maestro, háblame de él.

Cintio Vitier: Tienes razón, no hemos hablado de mi maestro: mi padre, Medardo Vitier. Fue un martiano cabal, que en 1911, diez años antes de mi nacimiento, fue premiado por el primer libro sobre el Apóstol de Cuba. Para mí su lectura y estudio ha sido la formación sustancial de mi vida. La casa en que me crié en Matanzas era una escuela, con la biblioteca personal de un maestro de la cultura cubana. Oí las mejores conferencias de mi vida siendo un niño. Lo escuche a él, y a Jorge Mañach, que fue un martiano indudable y escribió la mejor biografía que existe de Martí.

Cuando yo empecé a tocar el violín — y lo hacía bastante bien — , fui a amenizar una conferencia de Mañach, con una amiga, arpista, cuyo nombre se me escapa en este momento. Fue un 28 de enero, en La Progresiva, de Cárdenas. Yo tendría unos quince años. (Permíteme esta digresión: la música no es una sorpresa inesperada en nuestra familia. La madre de Fina era una pianista muy buena, y yo hacía dúo con ella. También toqué con Julián Orbón. Estudié mucho ese instrumento y quería ser un gran violinista, pero no me acompañaban las manos).

Rosa Miram Elizalde: ¿Cuál es su memoria más lejana, su primer recuerdo de Martí?

Cintio Vitier: Como tantos niños, lo primero fue La Edad de Oro. Comencé a leer con este libro. Mi casa era una escuelita. Mi padre era el director y mi madre, maestra normalista.

Rosa Miram Elizalde: ¿Qué encontró de particular en ese primer libro?

Cintio Vitier: La música. No sonaba como el periódico, ni como un libro de texto. Era otra cosa. El niño que yo era, como cualquier otro, no podía entender la mayor parte de las ideas, pero sí sentía algo muy especial cuando repetía las palabras. La música ya era entonces una pasión en mi vida, y lo sigue siendo. Es extraordinaria esa frase de Martí, cuando escuchó en México al violinista José White — Joseíto, le decían — : “La música es el hombre escapando de sí mismo”. ¿Sabes qué es lo más importante que ha pasado en mi vida? Mis hijos músicos.

Rosa Miram Elizalde: Pero, ¿cuándo usted descubrió que Martí lo acompañaría para siempre?

Cintio Vitier: Un poco tardíamente: cuando conocí a Fina. Ella era una martiana más consciente que yo. Escribió uno de los trabajos más importantes que conozco sobre Martí, en 1951, en la revista Lyceum. A mí me deslumbró ese texto y me di cuenta de que ahí estaba nuestro destino común. Antes de eso yo no había escrito nada sobre él. Sólo había recibido un premio martiano — un busto que aún está sobre mi mesa de trabajo, construida por mi abuelo, el carpintero.

Rosa Miram Elizalde: Usted tuvo también un abuelo (el materno) General de la Guerra de Independencia…

Cintio Vitier: Cierto, pero mi abuelo el carpintero era de los “pacíficos”. Le escuché una vez decir que no tenía miedo a morir; tenía miedo a matar. Era muy cristiano, protestante. Mi padre tuvo también esa formación en su primera juventud.

Rosa Miram Elizalde: ¿Y Lo cubano en la poesía?

Cintio Vitier: Recuerdo aquellas sesiones de Lo cubano en la poesía en el Lyceum femenino de La Habana, que entonces presidía Vicentina Antuña, entre noviembre y diciembre de 1957, como el convivio más emocionante de toda mi vida. Sin saberlo nos estábamos preparando para un triunfo que todavía parecía imposible. Hoy siento que aquel libro, rápidamente publicado en 1958 gracias a Samuel Feijóo, era mi despedida del mundo anterior a la Revolución. Fue también, en cuanto testimonio de la raíz poética de nuestra historia, mi umbral hacia ella. Es un libro que ha suscitado grandes polémicas, pero ahí está.

Rosa Miram Elizalde: Un libro capital de nuestra historia lírica, que me descubrió Agustín Pi, en la redacción del diario Granma. ¿Cómo se podía vivir en Cuba y tener pasiones literarias sin leer Lo cubano en la poesía?, decía…

Cintio Vitier: Ah, Agustín, tan exagerado… Un gran amigo y además, un lector incomparable. Tenía una capacidad de penetrar en la lectura y en la conversación, como pocos. Él nunca pretendió ser nada, ni aparecer en nada. Lo llamo el miembro silencioso de Orígenes. Sólo una vez escribió un artículo, que tituló “Los extraños músicos”, aquellos que iban de barrio en barrio, aquellos que tocaban en los restaurantes, con sus guitarritas, las músicas populares conocidas por todos. Ese trabajo de Agustín es maravilloso.

Fina García-Marruz: Es una lástima que no quisiera escribir.

Cintio Vitier: Era muy exigente.

Fina García-Marruz: Extremadamente exigente. Su talento humorístico era increíble. Hacía semblanzas. Por ejemplo, recuerdo sobre todo la que hizo de su entrañable hermano, amigo nuestro, Octavio Smith.

Cintio Vitier: Se divertía mucho con Eliseo y con Octavio. Hay una cosa que inventó sobre Octavio, muy simpática. Octavio era muy religioso, criado desde niño en colegios católicos — instituciones a las que no asistimos nunca ni Fina, ni yo. Los únicos de nosotros que habían pasado por esa experiencia eran Eliseo y Octavio, y este era además practicante, de misas diarias. Agustín inventa un cuento, en el cual se aparece Octavio en la Santa Sede para entrevistar al Santo Padre.

Fina García-Marruz: Pi le decía a Octavio, jugando, “El Simple”, porque era muy distraído.

Cintio Vitier: Supuestamente, después de un viaje dificilísimo, con muchos avatares y problemas de todo tipo, Octavio llega ante el Papa y le pregunta: “Santo Padre, ¿usted cree en Dios?”… Octavio era el primero que lo disfrutaba. Siendo el más religioso de todos, era un magnífico bailarín y a estas niñas (Fina y Bella) les encantaba el baile. No podían hacerlo ni con Eliseo, ni conmigo, ni con Agustín — que jamás dio un paso — , pero sí con Octavio, que era un trompo.

Fina García-Marruz: Era tan distraído que le ocurrían cosas muy cómicas. Llegaba y nos decía: “Acabo de conocer a una familia maravillosa en la Habana Vieja — que era donde él tenía su bufete. “Todos son músicos. Ella se llama Rebeca, y toca el violín; él se llama David, y toca el violoncelo, y el otro se llama Moisés…” Se quedaba pensando y luego nos decía: “Ah, me parece que son judíos”. Eran las cosas de Octavio que divertían a Agustín.

Cintio me alcanza un ejemplar de sus recientes Epifanías, un breve poemario que acaba de publicar la editorial Letras Cubanas. Persigue una errata que aparece en la contraportada, en una cita de Lezama donde habla de Vitier en los siguientes términos: “Ha sido un perenne viajero de la esperanza, un golondrinero estanciado y sedentario que echa a volar pájaros con el dorso púrpura de su lengua. (…) Su fe no se detiene ni hace caso a los límites, porque es un risueño promisor y una criatura confeccionada de sucesivos candores…”

Cintio Vitier: “Un perenne viajero de la esperanza”…, eso es verdad; “un golondrinero estanciado”…, bueno, ni yo mismo sé qué quiere decir…

Fina García-Marruz: A él le llamaba la atención la vida bastante sedentaria que llevabas…

Cintio Vitier: Ese soy yo, según él. Imagínate tú qué generosidad… El cariño es así.

Fina García-Marruz: Yo creo que lo mejor que define nuestra amistad con Agustín, con Octavio, con Eliseo, con todos, lo dijo Lezama en una dedicatoria que nos hizo a Cintio y a mí, en un retrato suyo, donde aparece él solo, con sus libros y cuadros, y que creíamos perdido. Esa dedicatoria dice: “La eternidad por testigo de que los quiere mucho, José Lezama Lima…”

Rosa Miriam Elizald: Esta conversación ha ido por donde ha querido, pero la he disfrutado mucho.

Cintio Vitier: Me gusta la manera en que hemos hablado, así tan libremente, sobre tan diversos temas. Pero te habrás dado cuenta de que todo tiene relación con el objetivo esencial que motivó este diálogo: lo que no debemos olvidar de Martí. Con el in promptu que me caracteriza en los últimos tiempos, quisiera insistir en la coincidencia en José Martí del gran revolucionario y el gran poeta. Y la relación que eso puede tener, a mi humilde juicio, con la poesía misma.

Hasta qué punto se puede sostener — como yo, intrépidamente, lo hago a esta altura de mi vida — que la poesía es revolucionaria. Un ejemplo fue Paul Claudel, que era reaccionario ideológicamente. Se atrevió a defender a Franco. Pero su poesía lo levanta a uno hacia el bien, hacia la utopía, hacia lo imposible, en un sentido siempre crecedor.

Fina García-Marruz: Neruda admiraba a Claudel.

Cintio Vitier: En Martí tenemos la encarnación de esos dos misterios, la Revolución y la Poesía, Él nunca abandonó una por otra.

Fina García-Marruz: No, nunca abandonó ni la poesía ni la Revolución, como hicieron otros revolucionarios y poetas. Mira lo que dice al final de los Versos sencillos, cuando un amigo le propone que abandone la poesía. Él responde: “¿Dejar a la que nunca me deja?” “Verso, / o nos condenan juntos, / o nos salvamos los dos”. Y explica por qué el revolucionario no puede separarse de la poesía: cuando él está agobiado, la poesía lo ayuda a llevar la carga. Igual que el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar la cruz. En los Versos Libres habla de que “esperaba de rodillas” a la poesía.

Cintio Vitier: Cuando trabajaba de traductor en la Casa Appleton y vivía miserablemente, habla de que están “mis fuerzas sin empleo”. Hacía alusión a que estaba a punto de quedarse fuera de la Revolución. Había tenido aquel disgusto con Maceo y Gómez, en Nueva York, en 1884. Se acababa de retirar del Plan Maceo, en el momento más doloroso de su vida.

Fina García-Marruz: Se hubiera quedado fuera de la Historia de Cuba. Recuerda que le escribió a Gómez: “A usted creo que lo amo; a la Revolución que usted representa, no”. Creo que en ese momento se manifestó en Martí, una especie de temor al caudillismo. Es algo que recorre América Latina, una plaga que padecía el continente, después de liberarse de España. Muchos que habían sido héroes en la guerra, se habían convertido en hedonistas en la paz. Había también un temor, un sentimiento que yo llamo “el complejo agramontino”, porque tengo varios amigos camagüeyanos que son así. Es “el alma criolla” que se encabrita a la menor sospecha de que se le quiere imponer algo. Martí lo comentó a propósito de la actitud de José Dolores Poyo, amigo muy cercano en la creación del Partido Revolucionario Cubano.

Esa “alma criolla” es la que tiene también Agramonte, que ve la posibilidad de que Céspedes se convierta en un tirano y lo presiona continuamente con el Parlamento en la manigua. Martí — que se parecía más a Agramonte que a Céspedes, sin embargo, le da la razón a Céspedes. Este no podía estar entretenido con los debates parlamentarios en medio de la guerra. Por eso viene su deposición y fracasa el 68. Martí tuvo eso muy presente, y ya en el 95 él trata de superarlo, a pesar de que se equivocó con Gómez, tanto como Gómez se equivocó con él.

En tierras de Cuba, Gómez dijo dos veces: “No me le digan a Martí Presidente, porque yo no sé qué les pasa a los presidentes — menos Juárez — , que cuando llegan al poder se les sube el cargo a la cabeza”. ¡Qué desconocimiento de José Martí! Si nunca se le subió en la cabeza ser José Martí, ¿se le iba a subir a la cabeza ser presidente, que era ser muchísimo menos? Lo quería, pero lo desconoció — después lo llegaría a conocer mucho más profundamente.

Sin embargo, ese “no me le digan”, tiene un tono afectivo. Martí no dice: los “que aman a Cuba”, sino los “que me la aman”. Como cuando la madre afirma: “El niño no me come nada”. Yo siempre he sentido que en ese dativo de Gómez hay un tono afectivo, aunque la expresión resultó molesta, desde luego, para los que se la oyeron.

Cintio Vitier: Hay muchos elementos que están ahí gravitando, entre ellos cómo llevar la crítica interna de la Revolución. En la primera página del primer número de Patria, aparece un artículo de Martí que se titula “Nuestra prensa”. No sé cómo no se le ha sacado más partido a ese trabajo. Él dice allí que cuando la República esté segura, se podrán abrir las puertas a la libertad, aún cuando esa libertad sea usada en mal sentido. Pero mientras la República no está segura, “la única voz que se ha de oír es la voz de ataque”. Ahí está la política periodística de Martí, cuando funda el Partido y se da cuenta de que la cosa empieza concretamente.

Fina García-Marruz: Lo que pasa es que la República no ha estado segura nunca en América. La idea de Martí es que, cuando hay un enemigo muy poderoso — y siempre lo hemos tenido — , entonces no se puede permitir esa controversia en público. Está la lección del 68. Aunque esta es una idea peligrosa, si no se aprecia el contexto real. Martí también dice que la crítica interna es necesaria a las revoluciones, y no la externa utilizable por el enemigo. Y llamó “el peligro mayor de las revoluciones”, son los “Fanáticos” (y esta palabra la enfatizó con mayúsculas). Este es un punto importante, porque frente a un enemigo con fuerza mayor, podemos salir victoriosos, pero cuando un órgano interno se nos enferma, puede causarnos la muerte.

Cintio Vitier: Por poderoso que sea el enemigo, advertía Martí, es necesaria la crítica interna. Fanatismos nunca. Un fanático no será nunca martiano. Creo que la Revolución nunca ha seguido la norma del fanatismo. Yo siempre lo digo y lo repito, y es verdad, y nosotros lo hemos vivido: además de todas las cosas buenas que ha hecho la Revolución, que son indudables, ha sabido rectificar, cuando se ha equivocado.

Rosa Miriam Elizalde: Entonces la gran batalla es…

Cintio Vitier: Ella sigue estando contra el imperialismo. Con los “americanos” no hay arreglo. Cada vez son más atrevidos, más omnipotentes, más crueles, más hipócritas…

Rosa Miram Elizalde: ¿Hasta dónde cree que llegará esa crueldad?

Cintio Vitier: No sé, pero veo a Bush más siniestro que a Hitler. No sé si tú estarás de acuerdo con esto, pero Hitler nunca dijo mentiras. Habló abiertamente de que quería acabar con los judíos y los comunistas. Afirmó que estaba convencido de que había una raza superior, la aria, y que esta debía dominar el mundo. Lo dijo todo, abiertamente. Esta gente, no. Esta gente dice que lo que quiere es salvar al mundo y traer la democracia. Es la hipocresía típica de los poderosos que han perdido todos los escrúpulos.

A mí me asombra que en México no se haya estudiado a Manuel Mercado, “mi hermano silencioso”, como lo llamaba Martí, porque le escribía poco. Pero hay que ver qué confianza le tenía Martí a este hombre como para dedicarle su testamento antimperialista, lo más importante de todo su epistolario. Y horas antes de que lo mataran. La última carta de Martí es asombrosa: quiere impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan sobre nuestras tierras de América… La historia contemporánea, convertida cada vez más en una lucha planetaria contra el imperialismo norteamericano, demuestra que no exageraba.

ILUMINACIONES 2

Centro de Estudios Martianos, 8 de junio de 2006

Junto con unos pocos amigos y familiares, fui invitada al conversatorio dedicado a Medardo Vitier. Se cumplían 120 años del natalicio del padre de Cintio y él no quería hacer de aquello otra cosa que una velada íntima, sin texto escrito previamente, sin formalidades.

Con su aprobación, grabé el diálogo para publicar una reseña que finalmente salió el 13 de junio en Juventud Rebelde, con el título “Dicho en el alma”, apenas unas 80 líneas de la charla de aquella tarde. Convencí a Cintio de la importancia de rescatar aquel encuentro de manera íntegra y comenzamos a trabajar juntos en la versión que publicaría Aitana Alberti en sus cuadernillos. A la charla original se le incorporaron fechas, nombres, citas y algunas acotaciones para hacer más comprensible las ideas, pero se respetó la disertación original. La edición impuso varias sesiones de trabajo inolvidables en la oficina que el matrimonio compartía en la Casona de Calzada y 4, en el Vedado.

Medardo Vitier. Archivo familiar.

Cintio Vitier: Estamos conmemorando el 120 aniversario del nacimiento de mi padre, un día como hoy, 8 de junio de 1886, en Rancho Veloz. Quiero leer unos versos que escribí el 5 de abril de 1962 — él murió en 1960 — , y que se titulan “Dicho en el alma”, como evocación de mi padre.

Algunas cosas tengo que explicarlas antes. Por ejemplo: mi padre fue pesador de caña hasta los catorce años. Era campesino, hijo de un carpintero del central “Merceditas”, de Santa Clara, y que llegó a ser lo que fue, un maestro de la cultura cubana. ¿Cómo ocurrió ese milagro?

Empezó al ingresar, con mucho sacrificio de la familia, en el colegio “La Progresiva”, en Cárdenas, que fue muy importante en la época. Ingresó como estudiante y terminó como profesor, como el más joven profesor de “La Progresiva”, en Cárdenas, un colegio protestante.

Él tenía una formación protestante en su adolescencia porque su padre lo era, y muy devoto. Una tarde — que con el tiempo yo convertí en noche, porque me pareció más coherente y así está en una pintura de mi nieto José Adrián, que ha resultado un pintorazo, aunque no le gusta, desde luego, que lo nombren en público, ni en privado — , en fin, una tarde de regreso por un sendero de Las Villas, de vuelta al ingenio donde trabajaba como carpintero, sintió que el caballo se crispaba, se detenía, como suelen hacer estos animales cuando ven algo raro o sienten algo raro. Y entonces — me lo dijo varias veces con una sencillez absoluta, como algo irrefutable — , vio pasar delante de él a todos los animales de la Creación.

Pudo ser influjo de sus lecturas bíblicas, no sé, pero él lo contaba, con mucha sencillez, como una experiencia de guajiro. Ese cuadro, esa visión, la pintó mi nieto y ahí quedó un testimonio, ya no sólo en estos versitos que ahora les leo, sino en el cuadro de José Adrián.

Dicho en el alma

Querido pesador de caña,

querido filósofo,

hijo del cazador de venados,

del carpintero que hizo la mesa donde escribo,

del lector de la Biblia

que una tarde, en un sendero de Las Villas,

vio todos los animales de la Creación;

hijo de Luz, de Varela, de Varona,

querido niño estudioso,

querido orador,

amado anciano y maestro,

poeta, padre mío, suave estoico,

espíritu radiante,

no me abandones.

Cuando escribí este poema habían transcurrido un par de años de la muerte de mi padre. Creo que es el retrato de mi padre que yo conservo — cada una de estas líneas responde a una realidad y a una vivencia mía — , un retrato que aspiro también lo sea para ustedes.

En otro libro posterior, no sé de qué fecha, recojo un testimonio de algunas conversaciones de temas filosóficos que me atreví a tener con él en el portal de mi casa, cuando ya vivíamos en la Víbora.

La verdad

Hablando con mi padre, en el portal nocturno, a veces parecía

que se iba a descorrer una terrible telón.

Entonces las palabras alejábanse

como los contornos de un paisaje que atravesáramos en sueños,

la situación de los interlocutores también extrañamente

se diluía,

dejando de sí solo jirones vagos, débiles conjeturas angustiosas.

¿Me hablaba del pasaje de Platón sobre el lustroso hígado,

espejo de las profecías, que a él le recordaba los hígados de las

reses que vio abrir con hábil cuchillo en su niñez?

Los árboles inmóviles

soplaban suavemente un halo vaporoso hacia la luna.

Los cuchillos

destellaban, la resbalosa víscera vinosa espejeaba

entre las manos.

Todo ocurría ya en otro mundo. Las palabras,

las ideas y los hechos

incrustábanse en una oquedad remota. Eran sólo imágenes.

La tela

viva se estaba desgarrando ardientemente.

Veía el abismo de lo inmediato.

Despierto, en lo indecible.

(Dejo estos signos como lo que son: un fracaso, la huella del explorador que se ha perdido para siempre en la nieve.)

Cintio y Fina en 1997, en Madrid.

Cintio Vitier: Después yo quisiera que Fina también recordara algunas cosas de mi padre, que a ella le hacían mucha gracia. Él tenía un gran sentido del humor que muchos no sospechan. Con frecuencia recordaba frases sueltas de lo que en su tiempo se llamó “La Cartilla”, con la cual aprendían a leer los niños. En esa “Cartilla” había cosas tremendamente inesperadas. ¿Tú recuerdas alguna?

Fina García-Marruz: ¡Cómo no!

Cintio Vitier: Por ejemplo: “¡Qué atmósfera la del Horeb!”

Fina García-Marruz: Eran los ejemplos que aparecían en “La Cartilla” para que los niños empezaran a aprender a leer, completamente inconexos, de una incoherencia muy graciosa. “¡Qué atmósfera la del Horeb!” Y a continuación decía: “Huevo de caimán”, y más adelante: “No llores, bribón”.

Cintio Vitier: Recordar eso a él le causaba muchísima alegría.

Fina García-Marruz: Sí, hay una incoherencia, pero siempre nosotros le buscábamos una coherencia poética. Por eso le dediqué las Nociones elementales a mi suegro Vitier, que me enseñó la coherencia de la incoherencia. Con la “atmósfera del Horeb” uno de pronto se imaginaba una escena y el “huevo de caimán” era Cuba donde algún niño, de esos majaderos, recibía la orden: “¡No llores, bribón!”

Cintio Vitier: Nadie sabe por qué, pero realmente eran así esas “Cartillas”.

Fina García-Marruz: Empezaban: “Cristo, A, B, C…”

Cintio Vitier: A propósito de “¡Qué atmósfera la del Horeb!” escribí unos versitos que no tienen nada que ver, que son casi más incoherentes y más locos que “La Cartilla” misma, pero de todas maneras los someto, no a consideración, sino sencillamente quiero compartirlos con ustedes:

Cartilla de mi padre

El papalotero en el tapiz de Goya

me recuerda esa luz que mi padre,

soñándose y riéndose, extraía

del Cristo A,B,C de su infancia, como chorreante

pescado misterioso.

Asombrado hijo del hechizo,

mientras la nada trepa por las piedras,

el majo bruto tiende el hilo

que lo levanta a él a peso ingrávido

en la exposición de esa nublada luz, ya tan extraña.

El que abajo fuma un pitillo nada sabe.

El brumoso embozado sabe.

¿Y yo, y tú?

¡Oh cometa, melodía,

qué atmósfera la del Horeb!

La poesía se presta para esos disparates. Un día, ya en la casa que vivo actualmente, muchos años después, me encontré con un paquete de cartas de mis padres, de la época en que eran novios. Estaba guardadito en un escaparate desde siempre y un día yo zafé las cintas que le ataban y me puse a leer aquellas cartas. Y descubrí, entre otras cosas, que mi padre también era un poeta. Cosa que no dejó de demostrarme en otras formas, porque también escribió algunos poemitas. ¿Recuerdas los poemitas que nos escribió?

Fina García-Marruz: Sí, cómo no.

Cintio Vitier: Escribí estos versitos pensando en esas cartas de amor que mi padre le dirigía a mi mamá, María Cristina Bolaños. Ella entonces era su alumna en el colegio protestante “Irene Tolland”, de Matanzas.

Pasó el tiempo de la flor,

el azafrán, el gallo,

pasó el tiempo del amor,

un suave rayo.

Pasó el tiempo del amor,

la frente pura,

pasó toda la dulzura,

mi madre en flor.

Este noviazgo ocurría entre la ciudad de Matanzas y la finca que estaba en un caserío llamado Empalme, cerca de Ceiba Mocha, por eso aparecen estas evocaciones de tipo rural.

La chispa azabache, el verde

rayado por el Sol,

la naranja que se muerde

y la postal tornasol.

Pasaron las lecturas

de las cartas de amor.

Llegaron manos duras.

Cayó la flor.

Aunque un poquito escéptico este final, me rehago a mí mismo pensando en aquellos amoríos, que dieron como resultado mi nacimiento, sobre el cual escribió mi querida Nancy Morejón[4] una prosa también inolvidable. Y me atreví a escribir este poemita que se llama: “Prosa para mi nacimiento”. No sé si podré leerlo, realmente:

Prosa para mi nacimiento

Hijo único de la declaración de amor

que hizo mi padre hace setenta años

como un romántico, un modernista, un provenzal de la provincia,

celebro que abril y mayo le fueran tan inmensos

y le inspiraran tanto como a mí este mayo y este junio

que me han lavado los ojos con la lluvia del silencio.

El silencio era el tema mayor de aquella epístola.

Rompe el llanto el silencio donde estaba

gestándose la nueva criatura,

imposible de decir en términos verídicos,

porque la bienvenida general lo desdibuja todo

y únicamente los ojos de la madre

saben qué es, quién es, aquello, aquél, en su ignorancia

que es la más alta flor de la inocencia.

Se mece el niño en esa flor, y llora,

nostálgico ya entre sangrientos nubarrones

de aquél silencio que era el vientre de la madre.

Yo estaba escribiendo estos poemas entre mayo y junio, que están recogidos en un cuaderno que se llama así, Poemas de mayo y junio. Recuerdo una carta de mi padre a mi mamá — a la que iba a ser mi mamá — , de una belleza extraordinaria. Y en esta carta, el tema central es un elogio del silencio, cosa realmente tremenda entre dos novios. Notable, ¿no? “El silencio — dice él — , ese gran trabajador.” Son cartas de un lirismo precioso. Él era un poeta; cada vez lo siento más.

Roto el silencio en átomos y en astros,

roto en casas, en viajes y en ciudades,

roto en sílabas, en lenguas y rencores,

roto en árboles, en nubes y deseos,

roto en días y noches, verdades y mentiras,

dolores y alegrías, olvidos y memorias,

hecho añicos el silencio, comienza a trabajar.

“Ese gran trabajador que es el silencio”,

así decía mi padre en su declaración de amor.

Ahora han vuelto los dos a ser criaturas del silencio

y yo me acerco a ellos, a sus reliquias y cartas silenciosas,

les quito el polvo, las repaso, las pongo un rato al sol,

lleno de este estruendo que es el llanto del silencio,

y oigo en el fondo los golpes del gran trabajador

que no descansa nunca, ni en la noche estrellada.

Es un pequeño homenaje al enamoramiento de mi padre y de mi madre, a sus nupcias y a mi nacimiento. Estos son recuerdos estrictamente personales, que he querido compartir con ustedes, porque los quiero mucho a todos y a cada uno de los que están aquí.

Recuerdo que cuando yo tenía siete u ocho años, mi padre ofreció una cena al gran escritor mexicano José Vasconcelos. Por cierto, tuve la oportunidad de recordarlo cuando me dieron el Premio Juan Rulfo en México. A José Vasconcelos, el mexicano, y no al cubano, porque tuvimos en Cuba un Vasconcelos.

Fina García-Marruz: Ramón Vasconcelos, un periodista bastante desorejado.

Cintio Vitier: Era un pillo, periodista; muy buen periodista, por cierto.

Fina García-Marruz: Sí, era un buen periodista.

Cintio Vitier: A mi padre lo hicieron presidente del Grupo Minorista en Matanzas y una de las primeras actividades fue organizar el homenaje a Vasconcelos, que pasaría por Matanzas. No olviden que mi padre había escrito Del ensayo americano, un libro muy importante, el único que escribió sobre literatura, pues los ámbitos de interés fundamental de mi padre gravitaban sobre la filosofía cubana.

En Del ensayo americano aparecen Vasconcelos, Mariátegui y todos los grandes ensayistas del continente. Este libro lo publicó el Fondo de Cultura Económica de México. Mi padre tenía una gran admiración por Vasconcelos, quien después se echó a perder, parece, en México. No sé, quizás por las situaciones que hubo allá, pero de que era una estrella de la cultura mexicana, no cabe duda.

Fina García-Marruz: Su Ulises criollo es una obra maestra…

Cintio Vitier: Lo recordé con motivo del Premio Juan Rulfo que me dieron allá. Yo era un niño y no se me olvida que, en vísperas de la llegada de Vasconcelos a mi casa en Matanzas, mi mamá me pidió algo especial para ese encuentro… Ah, mi mamá, que no olvido nunca, entre otras cosas, por sus ojos. Eran ojos que siempre me recuerdan un poema de Zenea dedicado a la gran actriz norteamericana Adah Menken.

Fina García-Marruz: “Del color de las olas en reposo / el verde puro de sus ojos era, / cuando cubre su manto el bosque hojoso / con sombras de esmeralda en la ribera.”

Cintio Vitier: Esos eran los ojos de mi madre.

Fina García-Marruz: Sus ojos eran de un verde raro.

Cintio Vitier: Era muy bonita; ella era preciosa.

Fina García-Marruz: “Sombras de esmeralda en la ribera.”

Cintio Vitier: De niño yo estaba enamorado de los ojos de mi mamá.

Fina García-Marruz: Ibas a contar la historia de la bandera que te mandaron a hacer…

Cintio Vitier: Mamá me dijo: “Ve, sal corriendo ahora mismo, porque esta noche es el banquete a José Vasconcelos, que es una gran figura hispanoamericana, y queremos tener una bandera mexicana en el patio de la casa, donde el Grupo Minorista le va a dar un banquete.” Atravesé Matanzas, corriendo, como un loco, para pedirle ayuda a mi maestro de pintura; por aquel entonces yo quería ser pintor. Mi madre quería que yo fuera un niño prodigio de todas maneras y me puso a estudiar violín a los siete años…

Fina García-Marruz: Francés, mecanografía, taquigrafía, pintura…

Cintio Vitier: Se estudiaba mecanografía y taquigrafía, como si fuera una carrera. Eso me permitió, a partir de los doce años, ser el mecanógrafo de mi padre.

Fina García-Marruz: De toda la obra de él.

Cintio Vitier: Toda su obra periodística y literaria, todos sus libros y todos sus artículos, yo los copié. Ahí me enteré de lo que decían aquellos textos por dentro. Cuando uno copia una obra la siente más cercana, la incorporas mucho mejor… Mi padre quería presidir aquel homenaje a Vasconcelos con una bandera mexicana. Salí corriendo para que mi maestro de pintura me ayudara…

Fina García-Marruz: El pintor Tarascó, en Matanzas.

Cintio Vitier: Alberto Tarascó se tomaba tan en serio su oficio, su vocación, que pintaba con una boina de pintor y una bata, todo el tiempo. Tenía una esposa muy linda, mexicana, que él pintaba mucho y era su musa. Sabiendo que él estaba casado con una mexicana, mi mamá me mandó con él y me dio un paño, y yo salí corriendo por Matanzas con aquello en la mano… Una hora después, Tarascó había pintado la bandera…

Fina García Marruz.

Fina García-Marruz: La puso sobre un mimbre.

Cintio Vitier: La puso sobre un sillón de mimbre y allí pintó al águila que aparece en la bandera mexicana. Las pinceladas sobre el mimbre daban la sensación de las plumas del águila. Salió impecable: las alas con sus plumitas perfectas. Yo regresé corriendo con aquella bandera desplegada, como una insignia, por todas las calles. Recuerdo que ya había un montón de gente en el patio de mi casa, que era la poesía misma.

Yo vivía entonces al lado de una familia, las Febles, unas muchachas. Una de ellas era pianista y era visitada por un extraordinario violinista, un viudo. Nunca he conocido una persona tan solemne y tan funeral en toda mi vida. “Todo de negro hasta los pies vestido”, como Felipe II, según algún verso de Antonio Machado.

Fina García-Marruz: Pantaleón de la Concha se llamaba.

Cintio Vitier: Pantaleón de la Concha… ¡Qué nombre!

Fina García-Marruz: Con su vestimenta.

Fina García-Marruz: “¡Qué atmósfera la del Horeb!”

Fina García-Marruz: Pantaleón de la Concha.

Cintio Vitier: Era una extraordinaria persona y escuchándolo a él, me enamoré del violín. Yo le ofrecí a Lolina Febles, que era la pianista, y a Pantaleón, mi ayuda para pasar las páginas de las partituras, que era lo único que sabía hacer entonces, porque estaba estudiando solfeo.

Fina García-Marruz: Ellos tocaban la Sonata Primavera, de Beethoven.

Cintio Vitier: Y yo pasaba las páginas.

Fina García-Marruz: Cintio llegó a tocar también esa sonata.

Cintio Vitier: Aceptablemente. Me enamoré del violín gracias a Pantaleón de la Concha. A los mexicanos les conmovió este recuerdo infantil, asociado a la figura de Vasconcelos, un escritorazo. No sé si ustedes han leído las memorias de Vasconcelos.

Nancy Morejón: Uno de los primeros títulos que vi de Medardo Vitier fue publicado por Samuel Feijóo, en aquella colección tan hermosa de la Universidad de Las Villas. Me interesaba saber qué relación tuvieron ambos. Medardo murió en el año 60, cuando la colección de la revista Islas, que Feijóo dirigía, comenzaba a publicarse.

Cintio Vitier: Ellos se conocieron en mi casa. Samuel venía mucho a La Habana.

Fina García-Marruz: Él paraba en casa cuando venía.

Cintio Vitier: Paraba, dormía y vivía en mi casa. Era una persona maravillosa, realmente inolvidable. No olviden que yo fui a trabajar a la Biblioteca Nacional, después del triunfo de la Revolución. Samuel decía que yo ganaba más que el Che, porque, además, daba clases entonces en la Escuela Normal de La Habana, en la sesión nocturna, con Lino Novás Calvo. Después me invitaron a dar clases de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Las Villas, cuando estaba empezando, después de liberada Santa Clara por el Che. Precisamente por eso era la broma de Samuel.

Sergio Vitier: Todos nosotros tuvimos una relación muy estrecha con él hasta su muerte. Tú sabes que los últimos tiempos de Samuel fueron muy tristes, porque padeció del mal de Alzheimer y perdió la noción de las cosas. Fue un gran amigo nuestro y papá se divertía mucho con él. Samuel era tremendo, un genio de la conversación.

Cintio Vitier: Sí, los cuentos que él hacía… Sergio, ¿recuerdas?

Sergio Vitier: El Elefante galante, El barbero Agustín, El Comandante Padilla

Fina García-Marruz: Él se iba con Sergio a las montañas de Guamuaya y era la única persona a la que yo le confiaba a Sergio.

Cintio Vitier: No se sabe por qué, porque más loco que Samuel no lo había…

Fina García-Marruz: Sí, pero cuidaba a los niños maravillosamente, y ambos me mandaban cartas preciosas.

Cintio Vitier: Cuando llegué a la Universidad de Las Villas, ya lo conocía y se fortaleció mucho nuestra amistad y también con Núñez Jiménez, que había sido capitán de la tropa del Che. Y allí conocí a… ¿cómo se llamaba el italiano?

Fina García-Marruz: Fávole…

Cintio Vitier: Y también al rector de la Universidad de Las Villas, Mariano Rodríguez Solveira, que despidió el duelo de mi padre… Muy agradable, muy inteligente, muy buena persona.

Fina García-Marruz: Samuel publicó como ochenta libros cuando dirigió la Dirección de Publicaciones de la Universidad Central de Las Villas. Libros de Cintio, de Fernando Ortiz, de Roa…

Julio Domínguez García: A mí nunca se me olvida una de las conferencias que Samuel impartió en la Biblioteca Nacional, en la que se apareció con un tibor en la cabeza, rematado con una vela encendida.

Fina García-Marruz: Las “samueladas”… Ya él había publicado Sobre los movimientos por una poesía cubana hasta 1856, que es un libro clásico porque nadie había estudiado ese período tanto como él. Era un especialista del siglo xix. Nosotros teníamos una competencia fraternal en torno a quién sabía más del siglo xix cubano, que era su locura. María Teresa Freyre lo invitó a dar una conferencia, y yo estaba temblando por las “samueladas”, las travesuras que hacía. Él era como un niño. Y, efectivamente, se apareció con el tibor y un poema dedicado a “su oreja infantil debajo de la cama”.

No, no, pero lo grande fue que aquella gente, todos aquellos grandes investigadores como la doctora Freyre, que era una mujer muy elegante, se reían a todo dar. Se convirtieron en niños, como si tuvieran cinco o seis años.

Julio Domínguez García: Recuerdo que cuando terminó la conferencia, se quitó el tibor y apagó la vela.

Cintio Vitier: Apaga y vamos.

Fina García-Marruz: Esa fue una de las travesuras que nos hacía para ponernos nerviosos. A Cleva Solís la conocía por correspondencia y se admiraban mucho. Él decía que tenía cinco lectores: su mujer, Cintio, Cleva, el linotipista y yo. Cleva era muy seria y muy impresionable. El día que fue a conocer personalmente a Cleva, le dijo: “Te tengo que confesar que yo soy un drogadicto”. Cleva se asustó: “¡un drogadicto!” Y él le dijo: “Sí, sí, y además estoy escondido de la policía porque…” y después se echó a reír. Esas eran las “samueladas” que nos hacía.

Sergio Vitier: No tomaba ni fumaba, nada.

Fina García-Marruz: No tomaba nada. Él renunció a un cargo que le consiguió Cleva para anunciar bebidas, en un momento en que él estaba pasando mucha necesidad. Era un gran fotógrafo. Recuerdo un álbum con sus fotografías en los que aparecían cascadas de la Isla que ni siquiera eran conocidas por Núñez Jiménez. En Bohemia también aparecieron sus reportajes sobre los desalojos. Cleva le consiguió un trabajo de fotógrafo para promocionar una bebida norteamericana, un whisky, creo, y él no lo aceptó. Le dijo al hombre: “No, yo no voy a ganar un peso anunciando eso; he visto muchas familias destruidas por la bebida.” Y así fue. Renunció a un trabajo que estaba muy bien pagado.

Así y todo se presentó un día en la casa de Julián Orbón, que lo quería conocer porque lo admiraba muchísimo, y se apareció con una “samuelada”. Y Julián, que lo admiraba tanto, me decía: “¿Escribe hipnotizado, no? Porque lo que escribe es una maravilla.”

Julio Domínguez García: Usted sabe que yo hice una pequeña cronología de la República, desde el principio del siglo xx hasta 1929, que ya salió publicada. Ahora trabajo en el segundo tomo. Recuerdo que en la investigación encontré una referencia a la renuncia de su padre como ministro. El anuncio decía algo así: “Salió de la secretaría — que era como se llamaba entonces — , con la misma dignidad con que entró”. Y esas son palabras que en aquella época significaban mucho.

Cintio Vitier: Recuerdo cuando eso ocurrió. La culpa — si se puede decir así — de que mi padre aceptara ser Secretario de Educación — entonces se llamaba así al Ministro — , la tuvo, con la mejor intención del mundo, desde luego, Agustín Acosta, quien era íntimo amigo de mi padre.

Fina García-Marruz: El mejor amigo de Vitier.

Cintio Vitier: Agustín Acosta vivió en Jagüey Grande, muy cerca de Matanzas, y mi padre y él se veían con mucha frecuencia, casi siempre en mi casa. Integraban, con Fernando Llés y otros, el Grupo Minorista de Matanzas, que dirigió mi padre… Yo presencié la visita que le hizo un enviado del entonces director del Diario de la Marina, Pepín Rivero. Recuerdo bien a aquel hombre inmenso, vestido con un traje de dril blanco, muy ostentoso, que llegó a la casa, cuando nosotros vivíamos en la Víbora, en la casa de mi tío “Monzo”.

Este hombre traía la misión de obtener en aquella visita, inmediatamente, nada menos que la subasta del material escolar de toda la República de Cuba para un recomendado de Pepín Rivero.

Cuando el hombre terminó de hablar — yo estaba oyendo la conversación — , que fue larga y tendida, mi padre le respondió: NO. Sencillamente.

Fina García-Marruz: Nada más le dijo eso: NO.

Cintio Vitier: El tipo se fue hecho polvo y con la cabeza baja. Pero al día siguiente empezaron los ataques contra mi padre.

Fina García-Marruz: Toda la prensa. Bueno, el caso fue parecido al de mi padre [doctor Sergio García-Marruz], que fue Secretario de Salubridad y terminó envuelto en un escándalo similar. Aquellos gobiernos buscaban a una persona que tuviera un prestigio. Duraban unos cuatro o seis meses en el cargo, hasta el momento en que se negaban a participar en la corrupción.

Cintio Vitier: En realidad la mayor parte de ustedes, por la juventud que los caracteriza, no se pueden hacer idea de lo que era aquello. No había disimulo. Sencillamente te iban a ver, te pedían tal cosa y si no lo hacías te pasaban la cuenta.

Fina García-Marruz: Con una campaña de descrédito.

Cintio Vitier: Casi había que agradecer cuando algún periódico se empeñaba en arremetidas como esas.

Renio Díaz: Uno de los primeros libros que se escribió en Cuba sobre Martí es de Medardo Vitier.

Cintio Vitier: Así es. En 1911, diez años antes de que yo naciera, mi padre publicó un estudio que fue premiado por el Colegio de Abogados de La Habana, con el título: Martí, su obra política y literaria. Fue el primer libro dedicado a Martí como tal: como libro. Y ese libro llegó tarde a mis manos, por muchas razones, de todo tipo. Lo cierto es que cuando lo leí me quedé asombrado, porque él había dicho diez años antes de mi nacimiento cosas que yo creí haber descubierto en Martí.

Martí era el tema obligado de todos los oradores políticos buenos y malos de Cuba. Desde luego, era un hombre super nombrado. Mi padre se enamoró absolutamente de esa figura, de una forma radiante, de una forma entrañable y para siempre. Toda su vida se la pasó estudiando a Martí. Nunca le oí hablar a papá de cómo se acercó por primera vez a Martí, pero era imposible que no ocurriera ese encuentro.

Hay una idea que a mí me sorprendió mucho cuando leí tardíamente ese libro: la consideración del pensamiento poético y del pensamiento político de Martí como un todo; no como dos cosas distintas que se pueden estudiar separadamente, sino como un todo. Así también lo he visto siempre y todo parece indicar que lo heredé de él. No por la lectura sino por la sangre.

Fina García-Marruz: Por el pensamiento del que antes hablabas.

Cintio Vitier: Porque cuando leí ese libro, ya yo había escrito mucho sobre Martí, porque empecé muy temprano a escribir sobre él, particularmente cuando trabajábamos Fina y yo en la Biblioteca Nacional. Lo estudié mucho cuando se acercaba la fecha del Centenario, que fue tan importante en todo sentido.

Las Ideas en Cuba no tienen más que un sentido: llegar a Martí. Sin embargo, él cometió un error del cual se arrepintió después y lo confesó. Yo quisiera recordar, como un ejemplo de su absoluta honradez intelectual, lo que él mismo dice: “No lo incluí (a Martí) en mi libro La Filosofía en Cuba, por ceder a alguna idea muy extendida, pero injusta…”.

Se refiere a un hecho muy concreto. A La Habana vino un gran pensador, en el sentido moderno de la palabra, el español José Gaos, invitado por el Centro Hispano Cubano de Cultura que dirigía Fernando Ortiz.

Mi padre se enteró por José Gaos de una tesis a la cual le sacó muchísimo partido después, la que realmente le permitió acercarse de veras a Martí. José Gaos sostuvo que ni en España ni en Hispanoamérica hay filosofía, sino pensamiento. Pensamiento filosófico, en vez de sistemas filosóficos…

Fina García-Marruz: A la alemana.

Cintio Vitier: Como en Francia, como en Alemania, como en Italia…

Fina García-Marruz: Y por eso no lo incluyó entre los filósofos.

Cintio Vitier: En un momento dado dice:

“No lo incluí [a Martí] en mi libro La Filosofía en Cuba por ceder a una idea muy extendida, pero injusta: la de que son filósofos quienes originan sistemas, quienes ocupan cátedras de Filosofía o quienes escriben tratados sobre la materia, ya en lo histórico, ya en lo teórico, con exclusión de los escritores no especializados, pero dotados de la aptitud filosófica, con título para que se les llame pensadores. En realidad creo que Martí debe figurar en el recuento de La Filosofía en Cuba.”

Y así, en el libro Martí. Estudio integral, que recibió el Premio del Centenario, en 1953 — todos sabemos que no ocurrió en las mejores circunstancias políticas del país, sino en las peores, y yo creo que está perfectamente justificado porque es un estudio del pensamiento de Martí fuera de toda escuela, fuera de todo sistema — dice cosas importantísimas. Por ejemplo: en ningún caso Martí estudia la axiología como tal, o sea, la teoría de los valores. Los valores para él — dice mi padre — no son valores, sino vivencias; no son objetos de estudio, sino algo que él lleva dentro y que expone no como resultado de estudio ni de investigaciones, ni mucho menos algún tipo de teoría, sino como cosas que ha vivido, que está viviendo, que lo están haciendo arder. Los valores como algo que nos enciende, que nos hace dar luz, que nos hace sufrir, inclusive, por la capacidad que todo hombre tiene en un momento dado de realizar los valores de la Historia. Y habla de eso en el último trabajo.

Por cierto, que a esta segunda edición de Las Ideas en Cuba, le falta la última página, lo cual es una errata gravísima. Dice:

Es la suya una filosofía de seguridades [la de Martí], es decir, de lo que hoy se busca afanosamente, como se buscó, a partir de la muerte de Aristóteles, en el 323 a. de C., durante el período denominado helenístico, que algunos extienden hasta los días de San Agustín.

Naturaleza ardiente, más sintética que analítica, pide cuenta del ser y del destino individual. No la pide al puro razonamiento; ni a la apariencia de seres y cosas, que diría Parménides; ni a las conclusiones de la ciencia, cuyas “leyes” son, a lo más, simbólicas; ni a los sistemas, en discrepancia continua. Pide esa cuenta a la vida, en su drama perenne, y al dolor, en su majestad, para muchos, impenetrable, para él, reveladora.

Ese párrafo da una idea de la penetración, de las profundidades del estudio que hace de la filosofía, del pensamiento de Martí, que parte realmente del dolor y de las revelaciones del dolor como tal. No axiológicamente considerado, sino vivencialmente. Me parece que son cosas definitivas, profundas, importantísimas, que están en este ensayo de él, sobre todo en el capítulo que le dedica, en el libro que les estoy evocando en este momento, el Estudio integral, dedicado al pensamiento de Martí.

Y después hay otro dedicado a la religiosidad de Martí. Religiosidad, que yo llamo sin iglesia. ¿Por qué? Martí no podía pertenecer a ninguna Iglesia. La Iglesia católica era un instrumento de la Colonia. ¿Cómo iba a estar Martí en la Iglesia Católica? Y la Iglesia protestante no era tampoco la suya, aunque tuvo gran admiración por los grandes protestantes americanos, como todos sabemos.

Este análisis es un ejemplo más de la honradez de mi padre, algo que hay que reconocer aunque sea su hijito el que está hablando ahora aquí. Él se dio cuenta de que había fallado, que no le había dado el lugar en el pensamiento filosófico que Martí merece y, lo dijo, y se arrepintió. Su idea era que la religiosidad no se le puede negar a Martí.

Fina García-Marruz: Esa es la prédica que él recibió directamente en su hogar: la del cristianismo popular español. Recuerdo que Martí habla de eso en su primer poema.

Cintio Vitier: La formación de su papá y de su mamá, en esa casita, su casita, la que conocemos y que parece un pesebre.

Fina García-Marruz: Él dijo: “Cristiano, puramente cristiano”, que se traduce en: “Mi vida por la vida de los demás, mi sangre por la sangre de los demás.” Eso es lo esencial en el cristianismo.

Cintio Vitier: Creo que eso está por ver todavía con toda la profundidad posible.

Fina García-Marruz: Es un tema que requeriría tiempo para explicar lo que Martí llama el sentimiento “innato”, no “la idea de Dios”, que es adquirida y que cada pueblo se hace una distinta, y que puede ser enajenante, y en eso coincide Marx con Moisés, y Martí con Moisés. Puede ser, no una idea, sino un sentimiento, y un conocimiento innato, en todos los hombres y en todos los pueblos… A veces le llaman Brahma, Alá, Zeus, pero es el mismo Ser Creador. Es la idea de un Ser Alto que creó el mundo, que para Martí es innata. Y si al hombre no le enseñaran eso — nos dice Martí — lo inventaría.

Cintio Vitier: Está claro que lo inventaría.

Fina García-Marruz: Porque incluso él, que no tenía conocimientos teológicos — era lo único que no tenía — , en El presidio político en Cuba, sin nombrar a la Segunda Persona de la Trinidad, descubre a Dios encarnado en el sufrimiento de Nicolás del Castillo: “En ese hombre está Dios”, dice.

Descubre a Dios en Nicolás del Castillo, y sin embargo, yo estoy segura de que doña Leonor no le explicó esto. Su cristianismo era casero, popular. Él lo dice en su primer poema: “A Dios le pido constantemente / Para mis padres vida inmortal. / Porque es muy grato sobre la frente, / Sentir el roce de un beso ardiente / que en otra boca nunca es igual.” Su primera formación se produce en ese cristianismo: “Soy solamente un cristiano”, dice, porque no podía ser católico en un momento en que la Iglesia estaba aliada a la Colonia por el Patronato regio.

Cintio Vitier: Y era el brazo más importante de la Colonia desde la conquista.

Fina García-Marruz: Eso tiene que ver más con la historia de la Iglesia y no del cristianismo. Él dice: “El padre no tiene la culpa de los crímenes de sus hijos.” Ese pensamiento está perdido en sus Obras Completas. Me refiero a la página donde él habla de la religión como algo innato y no como una idea. Aunque en El Presidio Político…, al principio dice: “Dios existe, sin embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser.” “¿Qué cosa es Dios? El bien es Dios.” La idea de una cosa buena y alta. Eso es lo que dice al principio.

Pero ya después, cuando ve el dolor de Nicolás del Castillo y del niño Lino Figueredo, entonces dice: “ÉL está ahí.” Dios está encarnado en el sufrimiento. Y antes de descubrirse la Teología de la Liberación — cuya esencia es San Mateo 25 — , Martí lo ha descubierto, y antes, José de la Luz y Caballero, cosa que no se dice.

Luz y Caballero fue el primero que habló de lo que sentaría la base de la Teología de la Liberación: San Mateo 25, que le dice a los ateos: “Venid, porque cuando estaba preso, me visitasteis; cuando estaba enfermo me vinisteis a ver; cuando tuve hambre me disteis de comer.” En el siglo xviii cubano aparece ese concepto en el Papel Periódico de la Havana. Nosotros lo estudiamos mucho cuando estábamos en la Biblioteca Nacional. Martí ya descubre a Cristo en el sufrimiento y dice: “Ahí está Dios, en el sufrimiento de Nicolás del Castillo”, porque eso es innato, porque como él decía, eso no hay que enseñarlo. Esto se puede encontrar claramente en las Obras Completas, Tomo 19.

Cintio Vitier: Tomo 19, página 391. Y en esa misma sección hay dos trabajos en contra de la Iglesia Católica.

Fina García-Marruz: Sí, la Iglesia como historia, la Iglesia como institución.

Cintio Vitier: Martí defiende el cristianismo puro, innato en el ser humano, y cree que la religión cristiana es la que más se acerca a la religión natural. ¿Tú recuerdas, Mayra Beatriz, cuando estuvimos aquí reunidos leyendo esa página? Hubo varias opiniones, pero tú me dijiste una cosa que yo me quedé pensando: esa página de Martí demostraba su carácter de político. Tú lo llamaste “zoom politicon”, como diría Aristóteles: animal político. Yo te dije también, un poco en broma, solo politicon, porque no me gusta lo de animal.

Fina García-Marruz: Porque Martí siempre hablaba de la dignidad del hombre y eso es otro tema, un temazo. Otro temazo es el estudio de la crónica de Martí: “Un Congreso Antropológico en los Estados Unidos”.

Pero antes de terminar, quería darles mi testimonio, lo que conocí de él desde que me casé con Cintio hasta que murió. Hablarles de un Vitier doméstico, muy revelador para mí. Lo había leído antes de casarme. Recuerdo que él dio un curso sobre Lógica, y lo fui a oír. Conservo la libreta con los apuntes de ese curso, realmente muy bueno.

Lo conocía a él como maestro antes que a Cintio. Pero lo llegué a conocer mejor cuando empecé a convivir todos los días con él. Entonces alcancé a ver muchas otras facetas suyas. Ya les hablé un poco de la humorística. Recuerdo sus cuentos. Por ejemplo, la fábula del ganso que tenía que transportar a cuatro personas: a unas las llevaba y a otras las traía. Era un problema matemático que él quería que lo resolviéramos y no había forma de resolverlo: ¿cómo podía llevar y traer hasta cuatro personas en cuatro lugares distintos? Era muy cómico eso.

Él tuvo que aprender solo la Filosofía, que era lo que más le interesaba. Decía que las personas que escriben sobre Filosofía dan por hecho que uno sabe muchas cosas; pero en realidad no las sabe. Y entonces decía él — lo veo tan cómico — , que cuando él, un guajirito que estaba empezando a estudiar, veía de pronto un texto filosófico y se encontraba con la palabra sic, como se suele hacer, en latín, él pensaba: “bueno, eso debe ser una forma de advertir que la persona dice SIC”. Era una delicia. Un día, cuando ya estaba para morir, el pobre, lo veo riéndose en la cama. Le digo: “Vitier: ¿usted se está riendo solo?” Me dice: “¡Ay, hija!, yo me voy a morir de buen humor.”

Cintio Vitier: Y sufrió mucho. Esa última enfermedad fue muy mala, muy dolorosa. Y sin embargo, se reía solito, se reía de cosas que recordaba…

Fina García-Marruz: Como todos los ancianos, sustituyó la memoria inmediata por la antigua. Recordaba cosas de su niñez. Sin embargo, mientras pudo, estudió. Lo recuerdo estudiando alemán solo, para leer a los filósofos en su propio idioma. La mitad de los libros de su biblioteca eran en inglés. Este idioma lo aprendió solo, y leía un poco el latín. No creo que lo conociera tanto como Luz y Caballero, pero sí lo suficiente para entender aquellas frases que aparecían de pronto en los textos. También sabía un poco de griego.

Sergio Vitier: Decía: “Si uno estudia todos los días un poco, un día amanece sabio.”

Fina García-Marruz: Sí, él decía esas cosas.

Sergio Vitier: Me decía: “Tú no te has fijado que cuando llega al pueblo un perro del campo, todos los demás perros le huelen el culo.” Él tenía mucho humor campesino y era muy simpático.

Fina García-Marruz: Era un pedagogo extraordinario. Un día le dije, por ejemplo: “Mire, usted no solamente enseña lo que enseña, sino que enseña a enseñar.” Porque él me decía: “Cuando uno quiere que otro aprenda, hay que dirigirse siempre al que sabe menos. No hay que ponerse en el lugar del que sabe más para ser brillante, sino del que sabe menos y tratar de que se lleve de la clase dos o tres ideas centrales. Porque si tú hablas de muchas cosas, lo que pasa es que cuando el muchacho sale no se acuerda de ninguna.”

Martí creía que esa era una técnica esencial en la pintura: no se debe perder mucho tiempo en colores, sino destacar la energía central. No se debía terminar la clase hasta no tener la convicción de que a esa persona, que es la que sabía menos, llegaba con una idea clara de una cosa. Ese era su método y al vocabulario le daba mucha importancia.

Otra cosa, decía, el idioma que se habla comúnmente no es el de los libros. Por ejemplo, si uno oye la palabra idealista, no debe pensar que es un hombre de muchos ideales. El idealismo filosófico no tiene nada que ver con ser muy idealista. Entonces, lo primero que hacía era enseñar el vocabulario y después argumentar una idea central. Esas eran sus dos mejores estrategias. A él le gustaba mucho, admiraba mucho la precisión de la pedagogía francesa, los liceos de Francia. Más que la academia universitaria, el saber de Liceo, que a su juicio era la base de la claridad francesa.

Recuerdo que un día llegué de la calle y dije: “He estado cinco horas esperando la guagua” — en aquella época cinco horas todavía no era mucho. (Risas). Él, que estaba leyendo, levantó la cabeza y me dijo: “No diga cinco horas, nadie le va a creer si usted dice eso; diga el tiempo que usted estuvo realmente: veinte minutos, más o menos.”

Él sabía que existe el tiempo psicológico y el tiempo real. A una persona ansiosa, cinco minutos le parecen dos horas, ¿no? Él no desconocía eso, sino que veía en la exageración la forma más benévola de la mentira.

Nunca se me ocurrió enseñarle ni una poesía, ni ningún otro trabajo mío. A Vitier yo lo respetaba tanto que no me atrevía a nada. Creía que sólo me conocía como la mamá de Sergio y José María. Cuando se estrenó la Universidad del Aire en la CMQ, Mañach nos invitó a los Origenistas a hablar a través de la emisora. Y fuimos Lezama, Eliseo, Cleva, Octavio y yo. Leí una página, que después publiqué en mis Ensayos, sobre Gracián y Martí. Él lo escuchó por la radio.

Cuando llegué descubrí que Vitier había oído el programa y me puse a temblar. Él era muy especial. Me dijo algo que parecía un elogio, pero no lo era: “Usted peca de plétora.” Cuatro palabras: “Usted peca de plétora.” Yo tenía muchas cosas que decir, pero las quería decir todas. “Diga lo esencial”, repetía.

Un día lo fueron a ver unos estudiantes. Tenían la idea de que Vitier podía ser como Enrique José Varona, una especie de maestro de los jóvenes. No recuerdo exactamente qué querían, pero no olvido una frase de él, muy buena. Uno de ellos hablaba mucho y le hacía perder mucho tiempo. El muchacho le empieza a dar una conferencia y, además, hablaba muy alto. Vitier lo escuchó con paciencia. El joven de pronto le dice: “Hemos venido porque nosotros que somos estudiantes, y perdone, maestro, que lo estemos molestando, pero es que nosotros somos estudiantes…” Entonces Vitier levantó la cabeza y le respondió: “Mire, joven, yo creo que aquí el único estudiante soy yo.” Y era verdad: siempre estaba estudiando y trabajando.

El otro Vitier que conocí fue al músico. Nunca le había oído cantar nada. Jamás escuchaba la radio, ni la televisión, salvo al final, que seguía los discursos de Fidel, a quien admiraba. Me dijo una cosa muy bonita un día de un discurso de Fidel.

Vitier venía de su oficina por la mañana, del Ministerio de Educación, almorzaba y como era sabio, no dormía la siesta, sino que encendía su cigarro y caminaba por el pasillo hasta terminarlo. Después se sentaba, dormía muy poco y empezaba a estudiar.

Y hasta que no se ponía la mesa por la noche, yo no le vi hacer otra cosa en toda mi vida que estudiar. Como decía Guimaraes Rosa, “Maestro no es el que siempre enseña, sino el que de pronto aprende”. Él no estaba siempre de maestro, sino de aprendiz, de estudiante. Eso: el único estudiante era él.

Nunca lo había oído cantar nada. Pero Sergito no dormía a ninguna hora del día, si no era con su abuelo. Y de pronto descubrimos que él recordaba de su época de guajiro las tonadas guajiras y también recordaba el zapateo.

Sergio Vitier: Y tocaba la filarmónica.

Fina García-Marruz: La filarmónica era de los niños. No sabía de música pero él buscaba las notas en la filarmónica, y reproducía la canción que él había oído en el campo, una música que yo no he olvidado porque es muy curiosa. Les voy a explicar por qué.

Resulta que Vitier admiraba a José María de Heredia, “el francés”, primo del cubano José María Heredia. En El Fígaro, José María, el francés, que tenía una gran fama, publicó un saludo a José María Heredia, el cubano.

Y empezaba: “Desde la Francia, / madre bendecida, / por la sublime libertad / ¡qué bella…” Fíjense que es una frase melódica larga, ¿verdad? El orden gramatical hubiera sido: “¡Qué bella fue la Francia madre de la libertad!” ¿no?, sin embargo, su construcción obedecía a un ritmo, y decía Vitier: “Ese hombre debió conocer muy bien el español, pero la frase tiene una construcción rara.”

“Desde la Francia madre bendecida por la sublime libertad, ¡qué bella! ¡Qué bella!” Él se la cantaba a Sergio cuando no se quería dormir, y era lo único que lo dormía. En serio: cargaba al niño, ponía su cabecita en el hombro, comenzaba a cantar y Sergio se quedaba dormido.

Se subía al niño en el hombro y con el tacón iba marcando en la primera frase: “Desde la Francia…” Lo que suena son las vocales, las consonantes no suenan ¿no? Entonces sonaba “A, E, I”, daba tres golpecitos y marcaba el ritmo de A, E, I: “Desde la Francia, madre bendecida”. Después: “Por la sublime libertad, ¡qué bella!”. Entonces invertía, en vez de A, E, I, marcaba; I, E, A. “Desde la Francia madre bendecida, por la sublime libertad, qué-bella”.

Cintio Vitier: Y lo bailaba, además.

Fina García-Marruz: Lo cantaba y lo bailaba.

Cintio Vitier: Pero lo bailaba como dicen los bailadores, en un ladrillo.

Fina García-Marruz: La frase melódica la convierte en rítmica, marcándola con el pie. Él no olvidaba que Heredia era el cantor de la libertad que había inspirado la guerra de la independencia, la guerra libertaria. Se ponía de pie para cantar el último verso, que era precioso: “De pie tocando tu vibrante escudo.” Marcaba la frase “E, U”: “De pie tocando tu vibrante escudo.” Y la terminaba apoyándose en una sola vocal: O.

Lo que me extrañaba de Vitier era que él no oía música, y me preguntaba cómo tocaba la filarmónica y cómo hacía el baile, la danza.

Cintio Vitier: Todo eso le venía de su infancia guajira.

Fina García-Marruz: De su infancia guajira, de la cual no olvidaba ni los puntos ni los contrapuntos. Pero este no era ni un punto, ni un contrapunto, aunque se parece. Era una melodía muy rara…

Sergio Vitier: Yo no sé qué cosa era.

Fina García-Marruz: Yo tampoco lo he sabido nunca, pero era muy especial, y tendría que ser algo que él oyó. Bien, no quiero demorarme más. No quiero pecar de plétora, como decía él.

Cintio Vitier: Peca de plétora, peca de plétora (se ríe).

Fina García-Marruz: Para terminar — sin pecar de plétora — , quiero comentarles en pocas palabras la impresión última de Vitier. Su cualidad principal era la serenidad, el equilibrio de todos sus dones. Él decía que tenía de la madre la aequanimitas griega, la ecuanimidad, el estar por encima de lo que está pasando. De su padre, heredó la sensibilidad. Él tenía esas dos herencias muy fuertes. Ellos fueron sus primeros maestros, éticamente definieron su manera de ser. Ese equilibrio, esa serenidad, la mantuvo hasta la muerte.

Él decía que le gustaba mucho la frase de Martí “concretar para vigorizar”. La frase se vigoriza cuando se concreta. Y en eso era un maestro. Si tuviera que decir una sola cosa de Vitier, diría que fue como Martí pidió en aquella carta, que algunos creen fría, y yo creo que es lacónica y dolorosa: “Sé justo.” Eso fue Vitier, un hombre justo. Era un hombre justo.

Cintio Vitier: Mira, hay una cosa que yo quisiera recordar ya para terminar este encuentro, que no es un homenaje, sino una conversación evocadora. Recuerdo que a mi padre fueron a verlo para que se solidarizara con el manifiesto de los estudiantes contra la prórroga de poderes de Machado.

En aquella ocasión pronunció un discurso en el Teatro Sauto de Matanzas, para mí inolvidable. Yo era un niño prácticamente y lo escuché temblando. Fue un discurso martiano y antimachadista, violentamente antimachadista, que no le costó la cárcel porque, en aquella época y en esta, en todas las épocas, hay personas buenas.

Un teniente de Matanzas, de apellido Madruga, lo protegió. Después de ese discurso mi padre tuvo que escapar para la finca de mi abuela en Empalme y esconderse allí. Claro, era un escondite relativo porque muchas personas sabían que allá estaba la finca de la familia. El teniente Madruga ocultó dónde estaba. Esas acciones son conmovedoras, porque podía costarle el puesto, e inclusive, ir a prisión, y sin embargo no dijo lo que sabía. En aquella ocasión, también debo decirlo, aprendí, a través de aquel discurso, que Martí no era ni podía ser solamente un motivo de estudio. Martí era un arma de combate.

Medardo Vitier Guanche (Rancho Veloz, Las Villas 08/06/1886, La Habana, 18/03/1960). De modesto origen campesino, inició sus estudios en Cárdenas, se graduó de Maestro de Enseñanza Primaria en 1904, figuró en el Claustro del Colegio La Progresiva, fundó en Matanzas el Colegio Froebel, se graduó de Doctor en Pedagogía en 1918 y fue profesor de Literatura y director varias veces de la Escuela Normal para Maestros de Matanzas.

Por adherirse al manifiesto de los estudiantes de la Universidad de La Habana contra la prórroga de poderes de Gerardo Machado, se le instruyó expediente y se le separó de su cátedra. Trasladado a La Habana, ocupó brevemente la Secretaría de Educación en 1934, cargo que en aquellas circunstancias resultó incompatible con sus principios, y sucesivamente fue superintendente de Segunda Enseñanza, inspector general de Escuelas Normales y también, brevemente, director de Cultura en 1944. Desde 1952 ejerció como profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad Central de Las Villas, que le confirió el título de Doctor Honoris Causa en Filosofía en 1956. Fue miembro de número de la Academia Nacional de Artes y Letras y del Ateneo de La Habana, y correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, y de la Academia Nacional de Ciencias de México.

Colaboró en El Fígaro, Cuba Contemporánea, Revista de Avance, Universidad de La Habana, Lyceum, Revista Bimestre Cubana, Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, Islas, El Mundo, Información, Diario de la Marina.

Sus obras principales son: Martí, su obra política y literaria (Premio del Colegio de Abogados de La Habana, 1911), La ruta del sembrador; motivos de literatura y filosofía (1921), Lo fundamental: ideas sobre educación(1926), Apuntaciones literarias (1935), José Ortega y Gasset (1930), Varona, maestro de juventudes (1937), Las Ideas en Cuba (Premio Nacional de Literatura, 1938), Estudios, notas, efigies cubanas (1944), Del ensayo americano (México, 1945), La Filosofía en Cuba (México, 1948), Enrique José Varona, su pensamiento representativo (1949), Martí. Estudio integral (Premio del Centenario, 1954), José de la Luz y Caballero como educador (1956), Kant, iniciación en su filosofía (1958), Valoraciones (2 vol., 1960–1961).

ILUMINACIONES 3

Apartamento de la calle Paseo, La Habana, 14 de marzo de 2007[5]

Es tan proverbial su timidez que rara vez ha dado una entrevista. Cuando aparece en un diálogo para la prensa es porque ha sido testigo de alguno en el que el protagonista ha sido su esposo, Cintio Vitier, “el Presidente de la República de las Letras cubanas”, como lo ha llamado Roberto Fernández Retamar.

Su sigilosa presencia pública no la hace menos conocida. Fina García Marruz es autora de una obra en la que se reconocen algunos “de los poemas de más apasionada belleza que se hayan compuesto en lengua española desde que se asomó el milnovecientos”, diría otro grande de su espléndida generación vinculada a la Revista Orígenes, Eliseo Diego.

Madre de dos músicos geniales, Sergio y José María Vitier, a la poesía y a la ensayística de Fina no le ha faltado el reconocimiento internacional ni la lectura apasionada de sus contemporáneos. Difícilmente quien ame nuestra literatura desconozca, por ejemplo, los versos de Visitaciones y los de Créditos de Charlot, o sus juicios martianos, publicados en coautoría o no con Cintio, que los convierte a los dos en genuinos descubridores de nuestro Héroe Nacional. “Apóstoles del Apóstol”, diría, otra vez, Retamar. A sus premios ahora se suma el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, que recibirá en junio, en Chile, de manos de la Presidenta Michelle Bachelet.

Blindada con este pretexto para intentar la entrevista tantas veces deseada, llegué la misma tarde del anuncio del Premio al apartamentito del Vedado que comparten los esposos Vitier-García Marruz. No hay paz en los teléfonos y todavía Fina no sale de la sorpresa, mientras Cintio se balancea en su sillón, feliz como un niño.

El diálogo se prolongó por dos horas y aunque muchas preguntas quedaron en mi agenda, dejé que como otras veces en esta casa, la pretendida entrevista siguiera su propio rumbo, bordeando a veces ámbitos de intimidad, fascinada no solo por lo que decía, sino por cómo lo decía.

Fina recuerda de memoria, sin esfuerzo, versos de Neruda, de Gabriela Mistral, de Vallejo, de Lezama, e imita las voces conocidas. Cuando habla de música, tararea las notas. Es imposible apresar tanto talento solo con palabras. Podrían, si acaso, asomarnos a la otra orilla de la timidez de esta mujer que en abril cumplirá 84 años y que sigue entrando con el alma tremolante, como una lengua de fuego, en toda empresa: un libro, una carta, una conversación, un verso.

Rosa Miriam Elizalde: Fina, se impone hablar de Neruda…

Fina García Marruz: Es un gran poeta, eso no cabe la menor duda. Como todos los jóvenes de mi época, me sabía de memoria los 20 poemas de amor y una canción desesperada. Es un clásico del romanticismo americano, que no era de escuela, sino de esencias. Venía del romaticismo libertario. También leí con gusto Crepusculario y La tentativa de un hombre infinito, pero sobre todo Residencia en la tierra.

Tanto Tala, de Gabriela Mistral, como Residencia… son libros focales de la poesía americana. Cuando a Cintio le dieron la Medalla de Honor por el Centenario de Pablo Neruda, terminó su discurso con los versos de Residencia…

Cintio Vitier: Del poema “Entrada en la madera”, que cierra con ese verso relampagueante: “y ardamos, y callemos, y campanas.”

Rosa Miriam Elizalde: ¿Han visitado Chile?

Fina García Marruz: Estuvimos en Santiago y en Valparaíso.

Cintio Vitier: Visitamos la casa de Neruda en Isla Negra, que más que una casa es un castillo.

Fina García Marruz: Isla Negra es impresionante, con ese mar dando sobre aquellas soledades. No sé cómo se puede vivir contemporáneo con ese mar. La casa está llena de objetos marinos de toda especie y mascarones de proa bellísimos. Aquella casa parecía en sí misma los restos de algún naufragio.

Rosa Miriam Elizade: Hablando alguna vez por usted y por él, Cintio dijo que “desde La Araucana de Alonso de Ercilla, profunda es nuestra deuda con la cultura chilena”. ¿Ratifica esas palabras?

Fina García Marruz: Absolutamente. Leí esa obra en el bachillerato y allí descubrí el valor arauco que admiró a Ercilla, como también sorprendió al cubano Manuel de Zequeira, que hablaba de “esos indios que llevan penachos de plumas”, enfrentados a un ejército mucho mejor armado. Ese valor ha persistido en el pueblo chileno, que dio a un líder tan entrañable como Salvador Allende.

Rosa Miriam Elizalde:¿Usted conoció a Neruda personalmente?

Fina García Marruz: Solo lo vi una vez, y fue aquí, en La Habana, en marzo de 1942. Hizo una lectura preciosa de los sonetos de amor y muerte, de (Francisco de) Quevedo.

Cintio Vitier: En la Academia de Artes y Letras de Cuba, al amparo del Arco de Belén, centro mágico de La Habana Vieja. Dijo algunas palabras de presentación, pero su homenaje fundamental fue recitar, inolvidablemente, los poemas de Quevedo.

Fina García Marruz: ¿Te acuerdas, Cintio? Recorría la sala de un extremo a otro, recitando de memoria. Recuerdo, como si lo estuviera oyendo: “Cerrar podrá mis ojos la postrera/ sombra que me llevare el blanco día…” Aspiraba la última sílaba, pero mucho más débilmente que Gabriela Mistral, sin esa voz declamatoria que adquirió después y hemos escuchado por la televisión, recitando el Canto General.

Rosa Miriam Elizalde: Perdóneme la pregunta obvia: ¿qué se siente con un premio que lleva el nombre de Pablo Neruda?

Fina García Marruz: Un honor, una sorpresa. Estoy muy agradecida, pero ante un premio, cualquiera que sea, uno piensa siempre en tantos escritores que lo merecían, y no lo recibieron. Martí, “el hombre más puro de nuestra raza” — como lo llamó Gabriela-, no tuvo sobre su pecho más que una medallita escolar que recibió a sus nueve años. Eso obliga a una gran humildad.

Rosa Miriam Elizalde: En el argumento del jurado se reconoce su “espiritualidad cristiana, abierta a las preocupaciones sociales del mundo.” ¿Qué es para usted lo más urgente hoy?

Fina García Marruz: Permíteme responder con dos profecías que hizo Martí para Nuestra América. La primera está en la frase “Ya se probó el odio, ahora se prueba el amor”. Me extrañó siempre esa frase, porque da por sentado que el amor ya está instalado en el presente. Pero es que el tiempo de su prosa -como en los profetas- es el del presente que será, porque, como tú sabes, el odio se probó y se sigue probando. No ha quedado atrás. Tengo la impresión de que él alude aquí a su discurso fundacional, que conocemos como “Con todos y para el bien de todos”, donde dice que habrá que poner alrededor de la estrella, la fórmula del amor triunfante -con todos y para el bien de todos. Ese amor triunfante no excluirá absolutamente a ningún país. Él habla de un presente un poco más lejano al tiempo que vivimos hoy en Nuestra América, donde vemos un indudable alborear. Él habla para ese momento en que todos puedan vivir pacíficamente. Tiempo que llega.

Sobre este sentido del presente en Martí, Cintio ha recordado esta anécdota, que me parece hermosísima. El padre de Martí, que era un militar escaso de luces, aunque con la “honradez en la médula” -como decía Martí-, temía por su hijo desde niño, como Doña Leonor que le dijo “quien se mete a redentor termina crucificado”. Cuando Martí publica La Patria Libre -como sabes, él tenía 16 años-, Mariano también trata de advertirle a su hijo los enormes riesgos que se corría en una cárcel a la que podían llevar hasta niños pequeños. Los dos temían por su vida. Años después, Mariano le increpa: “Pero tú eres solo de ‘presente”. Sin quererlo, fíjate qué clase de elogio.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Cuál es la segunda profecía?

Fina García Marruz: Tiene que ver con la gran esperanza en el progreso de la Ciencia que caracterizó al Siglo XIX, que la ve solo como fuente del Progreso y de libertad absoluta. Pero Martí escribe: “Riesgo de la ciencia sin el espíritu”, que vio simbolizado en el personaje Wagner del Fausto, de Goethe, lo que estaba ya en el Génesis, en lo del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, situado en el Paraíso frente al Árbol de la Vida. Libertad no absoluta, sino con ese límite -señalado en el Libro de la Sabiduría salomónica-, que lo había puesto en los cuatro elementos para que no inundaran, arrasaran o hicieran arder la tierra. La idea no era nueva, y estaba ya en el libro de Job y en los griegos. Pero cuando Martí señala esto, el tema estaba muy lejos de ser preocupación para los ecólogos de su tiempo. Hoy es el tema central del nuestro.

Rosa Miriam Elizalde: Estas no parecen ser preocupaciones urgentes del Imperio que domina hoy.

Fina García Marruz: La primera víctima del Imperio fue Cristo, y sus seguidores, a los que con crueldad característica el Imperio echó a los leones en lo que Martí llamó “los primeros cinco siglos puros” de la Iglesia -a los que acaso añadió uno, ya que fue en el Siglo IV que el Emperador Constantino se proclamó cristiano sin serlo. Él puso a la Iglesia al servicio del Imperio, y no al revés. El nada “católico” Rey Fernando -no así la Reina Isabel que sí se preocupó por los indios-, trajo un Cristo “impío”, “inquisitorial”, y no al de los “brazos abiertos”, como diría Martí. Fue una gran traición al verdadero legado de Moisés, a quien, a su llegada a Caracas, Martí dedicaría su gran discurso, desdichadamente perdido.

Rosa Miriam Elizalde: Dice Ernesto Sabato que si vamos a juzgar a la humanidad por lo que ha hecho hasta hoy, tendríamos que admitir que ella ha dado más pruebas de locura que de cordura. ¿Lo cree usted?

Fina García Marruz: No hay nada más parecido al Apocalipsis que los titulares de la prensa de hoy: inundaciones nunca vistas, terremotos, guerras, la miseria apoderada de medio planeta; los cuatro Jinetes, en fin… Pero no te olvides de que el Apocalipsis termina bien. Cristo dijo: “cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca.” Reino que habría de empezar en la tierra, no extraña a ella, ya que enseñó el “Venga a nosotros tu Reino”. Ya en nuestra América empiezan a surgir fuerzas que están tratando de encontrar una solución a la ambición imperial, y aun en los propios Estados Unidos -antes de que se acabe el mundo. La catástrofe ecológica alcanzaría por igual a todos.

Rosa Miriam Elizalde: Hablemos de Gabriela Mistral. ¿Cuándo la conoció?

Fina García Marruz: Ella vino en 1934, cuando yo solo tenía once años, pero cuando regresó a Cuba, en 1938, le llevé al entonces Hotel Vedado -donde residieron Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia por tres años- mi ejemplar de Tala, como le llevaban otros. La Editorial Sur acababa de publicarle su libro Tala. Ella me lo dedicó bondadosamente.

Rosa Miriam Elizalde: Usted tenía entonces solo 15 años…

Fina García Marruz: Era una adolescente que hacía mis primeros versos y ella se comportaba como la generosa maestra que era para todos. Con sus letras anchas, abiertas, fluidas, que se tomaban casi entera la página, me escribió: “Para Fina García Marruz, compañera en el amor de nuestra madre la poesía. Gabriela Mistral.”

Cintio Vitier: ¡Qué linda dedicatoria!

Fina García Marruz: Esa tarde también estaban allí el poeta Emilio Ballagas, un grupo de damas del Lyceum de La Habana y otros poetas mayores que ya conocía. Tú no estabas, Cintio. Aunque Cintio y yo nos habíamos visto en la Hispano-Cubana de Cultura, en el 36, cuando Fernando Ortiz invitó a Juan Ramón y otros exiliados de la Guerra Civil española, nos tratamos realmente -también a Eliseo- en nuestra entrada en la Universidad, en 1940.

En aquella ocasión en que conocí a Gabriela, desde donde yo estaba sentada, en una sillita un poco retirada, no podía oírla del todo bien, pero sí lo suficiente para que me sorprendiera su voz lenta, aindiada…

Rosa Miriam Elizalde: Que algunos dijeron que era monótona…

Fina García Marruz: Yo no lo creo. Tenía, si acaso, la monotonía del paisaje andino. Yo tengo muy mala memoria visual, pero muy buena memoria auditiva. Y recuerdo cómo ella leía su propia poesía. Me parece que tengo todavía en el oído su peculiar cadencia, como aspirando, hacia adentro, la última sílaba: “Tengo -la -di-cha fi-el/ y la di-cha per-di- da”. Son muy frecuentes esos cambios acentuales de la poesía popular anónima española y en la latinoamericana, como cuando dice (Rubén) Darío a Francisca Sánchez: “acompaña-mé”, volviendo aguda la entonación llana. O (César) Vallejo: “cuando habráse quebrado el propio hogar”…

Rosa Miriam Elizalde: ¿Qué fue lo que más le impresionó del primer encuentro con Gabriela?

Fina García Marruz: Su físico. Era una mujer que parecía una montaña, no solo por lo grande y recia, sino por esa sensación que daba de pureza elemental. Tenía la risa niña, una risa que me recordaba lo blanco de la sal, o cuando rompe el agua entre peñascos oscuros.

Rosa Miriam Elizalde: Gabriela regresó en 1953 a La Habana, para asistir a la conmemoración del Centenario de Martí. ¿La vio entonces?

Fina García Marruz: Yo no asistí, desgraciadamente, a la conferencia que ella dio. Aunque mi nombre aparece en una larga lista de personas que colaboraron en esa celebración, nosotros no recibimos invitación alguna, ni tuvimos nada que ver con esas fiestas que se celebraron. La fecha, por supuesto, no podía dejarse pasar, en una República que estuvo lejos de la que quiso Martí. En el primer ensayo que escribí, dedicado a él y publicado en 1952, me referí precisamente a la “tristeza del homenaje oficial”. Fue Fidel quien dio a la Generación del Centenario su verdadero sentido.

Cintio Vitier: Aunque estaba Batista en el poder, el Centenario había que celebrarlo y hubo aportes importantes, como el estudio de Fernando Ortiz y el de Anderson Imbert, quien prácticamente descubrió la novela de Martí Amistad funesta. Aún en medio de la política andando y ardiendo.

Fina García Marruz: Desde luego que los que fueron invitados a hablar hicieron bien en saltar por encima de la situación política del país y rendirle -a él solo- una recordación y homenajes tan necesarios en aquel momento.

Rosa Miriam Elizalde: En esa época Gabriela colaboró con Orígenes.

Fina García Marruz: Cintio y yo la vimos en casa de Dulce María Loynaz, donde ella residía. Le pedimos una colaboración para la Revista y ella, con una gran sencillez, nos dijo: “espérense”, y fue un momento a su cuarto y regresó con varios manuscritos. Elegimos el poema que figura, en lugar principal, en el número que Orígenes dedicó al Centenario de Martí. Número, por cierto, en el que (José) Lezama publica sus comentadísimas palabras que avizoraban las “cúpulas de los nuevos actos nacientes”, que como ha dicho Cintio, en esa época nadie podía imaginar cuáles eran esos nuevos actos nacientes que se gestaban. Fue profético.

Cintio Vitier: Ella vino con una bandeja cubierta con un montón de poemas y dijo: “escojan el que quieran”.

Fina García Marruz: Otra vez más la vimos, creo que en el Ateneo, donde Dulce María leyó los versos de Gabriela. No recuerdo si fue en esa ocasión, o en otra posterior, que pude oírle a ella misma leer fragmentos de su bellísimo poema inédito dedicado a la geografía de Chile. ¿Qué pasó con este poema que nunca se ha publicado completo? ¿Qué pasó con las notas que dejó para una biografía de Martí, que ni siquiera la entrega del Nobel hizo posible que se rescatara? Son preguntas que nos hemos estado haciendo todos estos años.

Eliseo Diego, Bella y Fina García Marruz, y Cintio Vitier. Foto: Archivo familiar.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Por qué este homenaje tan sentido a Gabriela en el momento en que usted recibe el Premio Pablo Neruda?

Fina García Marruz: Por causas obvias, estuvimos muy cerca de la poesía de Gabriela. Y de algún modo ella es Chile para nosotros.

Cintio Vitier: Es que a ella también le debemos el mejor ensayo que se ha hecho a los Versos sencillos, de Martí.

Fina García Marruz: Y también, Cintio, su texto “La lengua de Martí”. Son dos clásicos de la estimativa martiana. En el estudio que estoy preparando sobre Gabriela, me detengo bastante en su lenguaje. Ella tiene lo que Juan Ramón llamaba “acento”, pero esto tiene que ver más con la escritura. En ella se aprecia el “tono”, que en el lenguaje americano se expresa como “deje”, que es lo que quedó de la Conquista en la lengua indígena. Es decir, el traspaso al habla del signo escrito. Está en el “parla y parla” de la “tarde cocinera” de Vallejo y en la Gabriela de “El ruego” por su novio suicida, por el que reza a Dios familiarmente “parlándote un crepúsculo entero”. Gabriela tomó muchas de sus palabras del vocabulario hogareño. Ella dice, cuando llevan a la tierra “humilde y soleada” al que perdió para siempre, “luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas”, con el gesto del que esparce canela sobre el dulce hogareño. Ella es, a mi juicio, nuestra Teresa americana, recia como la de Ávila. Es extraordinaria como poeta.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Poeta o poetisa?

Fina García Marruz: Hay algunas escritoras a las que no les gusta la palabra “poetisa”, porque piensan que es más débil que poeta, que afortunadamente termina en “a”. Yo creo que son dos cosas completamente distintas. La poetisa a la que se le pudiera llamar “poeta” es alguien que crea un idioma y Gabriela creó uno. Sor Juana Inés de la Cruz, por la que siento una admiración enorme, con toda la riqueza de su sensibilidad y estilo, es más bien una poetisa, lo cual no es una debilidad. Sor Juana no es débil en lo absoluto. Un poema es un poema, no tiene adjetivos: tan grande es un poema suyo, como el de Gabriela. Lo que quiero distinguir es que como indica la palabra poiesis, la poesía como creación, es algo muy diferente. James Joyce es un creador de idioma, lo que no son otros excelentes novelistas. Eliseo Diego decía, con toda razón, que había que sacar a Gabriela de la Historia de la Literatura para incorporarla a la Historia de la Lengua.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Usted se siente poeta o poetisa?

Fina García Marruz: Soy más bien una poetisa, si nos atenemos a este análisis.

Rosa Miriam Elizalde: Una vez en esta casa le pregunté a Cintio cuál era su mayor orgullo, y me dijo, sin pensarlo: “mis hijos músicos.” Doy por descontado que la madre de las criaturas va a decir lo mismo, pero me gustaría que explicara por qué.

Fina García Marruz: Tengo que decir lo mismo.

Cintio Vitier: Me estas plagiando… (ríe)

Fina García Marruz: Sí, tengo que plagiarte. Tú sabes que nosotros somos de un pájaro las dos alas. Lo que él siente, es exactamente lo que siento yo.

Cintio Vitier: En mi caso hay una razón: yo quise ser músico y no lo fui, y mis hijos lo han cumplido.

Fina García Marruz: La música quizás fue en nosotros la primera poesía. Mi madre y mis hermanos, mi casa toda -como ha contado Cintio- era “musical”. Estaban todos los géneros representados: Cintio, violinista; mamá (Josefina Badía) lo acompañaba al piano con un amplio repertorio clásico; mi hermano, Felipe Dulzaides, fue uno de los que introdujeron en Cuba el jazz latino; mi hermano Sergio, que era médico, tenía una voz preciosa.

Con 15 años, mi madre fue Premio del Conservatorio Orbón, de La Habana, en un certamen al que llegaban muchachas de toda la Isla que habían estudiado con maestros particulares. Era tan niña cuando empezó que el maestro tenía que cargarla, pues no llegaba a los pedales. Decía que en Cárdenas no había otra cosa que hacer que tocar el piano, año tras año, sin llamarlos primero ni octavo. Así cuando llegó al último año, fue examinarse la guajirita de Cárdenas, con trencitas y vestidita de blanco, al Conservatorio de Benjamín Orbón -el padre de Julián, que como se sabe perteneció a Orígenes-, las habaneras le preguntaban: “¿Y tú no estás nerviosa? ¿Tú sabes qué va de Chopin?”. Y ella: “¿Yo? No. Mi maestro me lo hizo aprender todo.” Y ganó el Premio, que era ofrecer un concierto por la noche con Benjamín, en la fiesta de graduación. Mi hermana Bella conserva el suelto del periódico con el comentario que él hizo de nuestra madre: “Puede llegar a ser una concertista.”

Esa fue su formación, al igual que Cintio, que estudió por años y años el violín. De hecho, me ha dicho, que él tenía más ambiciones como músico, que como escritor.

Cintio Vitier: Pero ahí está, difunto, mi violín (se ríe).

Fina García Marruz: Un violín, que yo creo que es alemán, con una sonoridad muy buena. A mamá le gustaba tocar con “su yerno violinista”. ¿Te acuerdas?

Cintio Vitier: Ella tocaba perfectamente a primera vista.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Estudió usted algún instrumento?

Fina García Marruz: No, por razones largas de explicar. Pero lo que más amo sobre la tierra es la música, igual que Cintio. Para mí es más fuerte, casi, que la poesía. La música es mi madre, mis hermanos, mis hijos, mi familia.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Y su padre?

Fina García Marruz: Era médico y mi hermano no se dedicó a la música, porque mi padre lo influyó en su pasión por la medicina. Y como a él no lo conocían como el Doctor García, sino como el Doctor Marruz, él decía: “Yo quiero que mi hijo sea partero como yo”, y fue al juzgado a cambiarle su apellido por “García-Marruz”, cuando el niño llevaba poco de nacido. Pero mamá le dio el amor por la música. Y él no solo se sabía las operas que todos se saben, sino otras, raras. A casa iba el barítono Hugo Marcos, a quien le gustaba cantar con mi hermano, que tenía una voz linda… No tenía tanta extensión, como un timbre muy bonito. De modo que mi hermano Sergio aportó el gusto por la música italiana; Felipe (Dulzaides), la música norteamericana, y mamá, el repertorio clásico, las danzas cubanas, la zarzuela española y Manuel de Falla, de quien nos enseño las siete canciones. Hasta Cintio cantaba en el coro de la casa…

Cintio Vitier: Sí, y hasta Eliseo, que en el coro de las sobrillas baritoneaba: “¡Yo soy un caballero español!”

Fina García Marruz: Y a eso se sumaría que Alfredo Hernández, el esposo de mamá -ella se casó tres veces- era el mejor trompeta de Cuba, al extremo de que cuando fueron a filmar El Manicero, en Hollywood, lo mandaron a buscar a él. Alfredo nació en Remedios. Sus hermanos eran músicos y tocaban todos los instrumentos. Mamá tocaba más bien las danzas de Saumell y la canción romántica cubana. Cuando venían a La Habana escuchábamos entonces lo que nos faltaba en casa: el danzón y el son.

Cintio Vitier: Ellos eran de Remedios, como Alejandro García Caturla…

Fina García Marruz: …donde casi todos fueron discípulos de un cura que enseñaba solfeo cantado, pero sobre todo rezado, que es ya más difícil. Aprendían a leer una partitura solo con las notas, tomando las distancias, que es muy complicado. Esta es una de las razones que me alejó a mí de la música. Tenía buen oído y en el primer año de solfeo me aprendí de memoria las notas, pero el problema era el de cantar sin ellas, el solfeo mudo. Y además mi hermana y yo tuvimos un maestro que no nos gustaba para nada.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Se distanció de la música?

Fina García Marruz: Por esa dificultad y porque yo me abstraigo. A mí me cuesta mucho trabajo atender dos cosas a la vez y para tocar ese instrumento se requiere independencia de las manos y leer a la vez la clave de sol y la de fa. Eso no lo hace ni el violinista, ni el saxofonista. Solo el pianista. Y mamá nos enseñaba mucha música, pero a ella no le gustaba dar clases, sino repertorio. Además de todo eso, tuve desde niña gran afición a la lectura. Me era más apasionante que jugar, y eso también me alejó de la música.

Cintio Vitier: Fina, el orgullo por nuestra familia “musical” se extiende también al amigo genial que los dos tuvimos.

Fina García Marruz: Sí, nuestro entrañable Julián Orbón, que como dice Cintio “es el único genio que había conocido”.

Cintio Vitier: No solo como músico, sino como persona.

Fina García Marruz: Lezama mortificaba a veces a Julián y decía: “Cintio siempre dice que es músico, pero nadie le ha oído tocar nunca el violín.”

Cintio Vitier: Es verdad que no toqué nunca delante de él ni tampoco delante de Julián, por lo que este me dijo: “Cintio, trae el violín un día…”

Fina García Marruz: Una noche fuimos al “Palacio Orbón” -como la llamaba Lezama, con sus hipérboles-, la casa de Julián medio deshabitada. Cintio tenía una característica: nunca tocaba el violín, pero cuando lo sacaba no lo soltaba.

Cintio Vitier: Julián me hizo el honor de darme, para que yo lo tocara, el único cuarteto que él escribió, cubanísimo…

Fina García Marruz: Después de aquella experiencia Julián le dijo a Lezama: “Cintio domina el violín… Puede tocar como primer violín en la Sinfónica…”

Cintio Vitier: La música para nosotros es un alimento.

Fina García Marruz: A veces siento una pequeña depresión y cuando busco el por qué me doy cuenta de que hace algún tiempo que no escucho música. Sin música me siento mal.

Rosa Miriam Elizalde: Hablemos de su poesía, que ha recibido las mejores críticas que podría esperar un autor.

Fina García Marruz: He tenido suerte, porque nunca necesité llevarle a nadie mis poemas. Tenía en la casa a Cintio y a Eliseo, y como amigos a José Lezama Lima.

Rosa Miriam Elizalde: Si me deja elegir una frase de los críticos que han escrito sobre su poesía, quisiera recordarle las palabras de Cintio, en la antología Diez poetas cubanos (1948): “Fina hace de sus poemas verdaderos movimientos del alma.”

Fina García Marruz: El elogio viene de muy cerca.

Rosa Miriam Elizalde: A la opinión de Cintio podríamos añadir la de María Zambrano: “Fina testifica de modo más nítido la actitud de la poesía en su función de salvar el alma.”

Cintio Vitier: Eso aparece en un artículo de María, bellísimo: “La Cuba secreta”.

Fina García Marruz: En cambio, los críticos más importantes de la época no entendieron el lenguaje nuevo de los extraordinarios Sonetos de la muerte de Gabriela, que la darían a conocer en el mundo de las letras.

Rosa Miriam Elizalde: Sé que Gabriela le escribió le hizo una recomendación muy especial, que usted comenta en un poema.

Fina García Marruz: A las jóvenes que iban a verla, ella les dedicaba algunos estímulos en tarjetones que ocupaban toda una página. En el que me dedicó, lo que me impresionó fue solo esto: “Escriba solo por urgencia del alma.” Es lo que recuerdo en el poema que le habría de dedicar, tanto tiempo después.

A Juan Ramón Jiménez -que había pedido que los jóvenes le llevaran sus versos- sí le mostré algunos poemas, cosa que me avergüenza. Cuando se los entregué, yo no había leído nada de él todavía. Cintio sí lo había leído un año entero antes de que llegase y por tanto, tuvo la posibilidad de un aprendizaje directo de su obra. Pero yo solo había leído poesía en los libros del colegio y en textos de poca calidad. Aunque conocía a Bécquer -tengo todas sus Rimas copiadas por mamá-, según costumbre de los jóvenes de la época, yo no sabía qué era realmente la poesía. Y se puede leer la poesía buena como si fuera mala y no descubrir qué es lo esencial en un poema; lo “herédico” -como decía Martí-. Yo no sabía qué era lo becqueriano. No hay que aprender el griego, decía él, sino saber qué es lo griego.

Rosa Miriam Elizalde: En Hablar de poesía usted niega que exista una “poética”.

Fina García Marruz: Digo que no se debiera tener “una” poética. En la poética personal debieran entrar todas las otras poéticas posibles. Juan Ramón nos enseñó a buscar: no una poética en general, sino la característica principal de cada poética.

Cintio Vitier: Lezama decía: “Juan Ramón no nos enseñó su poesía, sino la poesía.”

Fina García Marruz: Exactamente eso fue lo que nos enseño.

Rosa Miriam Elizalde: Fina, ¿qué le falta por escribir?

Fina García Marruz: Desearía terminar algunos trabajos que tengo inconclusos, por ejemplo, uno acerca de José Asunción Silva, poeta que me interesa mucho. También, el de Gabriela… Cintio y yo tenemos dos tomos aún inéditos de Temas Martianos y yo otro sobre las ideas educacionales de Martí. Cintio llama la “Cueva de Montesinos” al lugar en que guardo esos trabajos.

Nunca me apuré por publicar. En el tiempito que nos queda, me gustaría tener alguna paz para terminar al menos algo que no he dicho ni en la poesía, ni en el ensayo: sobre las relaciones de la Religión y la Revolución, que forma parte de un trabajo que me pidiera el Padre Espeja para su coloquio sobre ateos y creyentes, que se dio en el aula Bartolomé de las Casas, de San Juan de Letrán, bajo el título “El rumor del alma cubana”, y que no pude terminar de leer por el apagón más grande que ha conocido el Vedado.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Sigue escribiendo poesía?

Fina García Marruz: Muy poca, aunque no he dejado de escribirla del todo, pero no la busco: la espero cuando viene, aunque es bien huidiza.

Rosa Miriam Elizalde: ¿A qué se debe esa resistencia suya, desde muy jovencita, a publicar sus obras?

Fina García Marruz: Siempre me costó mucho trabajo decidirme. Si te fijas, suelen pasar 20 años desde que he terminado un libro a la fecha en que se publica. Pero ahora “antes de morirme quiero” decir algunas cosas. Solo algunas, veremos si el tiempo me lo permite.

Rosa Miriam Elizalde: ¿Por qué le cuesta tanto trabajo dar entrevistas y hablar de sí misma?

Fina García Marruz: Me siento en esos casos como una violinista a la que le piden un concierto de flauta. Yo me comunico mejor con el silencio, sin el que no se podrían dar la poesía, la música, ni el encuentro con uno mismo.

ILUMINACIONES 4

Apartamento de la calle Paseo, La Habana, 5 de febrero de 2008

Llevábamos años fraguando este homenaje a Agustín Pi, el “miembro silencioso” de Orígenes, que nombró “El Turco Sentado” a las tertulias que los jóvenes poetas de esa generación iniciaron en la casa de la calle Neptuno, en la década del 40. Por diversas razones se posponía, y no porque Fina se negara a hablar, siempre tan esquiva a las entrevistas. Tanto ella como Cintio propiciaban con gusto el recuerdo del “amigo absoluto”, “captador silencioso, compañía esencial, omnicomprensivo, único”, como lo ha llamado en sus memorias el autor de Ese sol del mundo moral.

De hecho cada vez que nos hemos visto, en casi veinte años de una relación que se inició justo de la mano de Agustín, su nombre aparecía entre nosotros, hilo mágico que nos une, incluso desde antes de que Fina y Cintio supieran quién era la estudiante que siguió yendo con cualquier pretexto al diario Granma, donde encontraría inevitablemente al Doctor Pi, respetadísimo corrector de estilo, y más tarde a su casa, cuando él se jubiló. Iba sólo para escucharle hablar. No importaba de qué, porque cualquier camino que tomara su palabra era un viaje irrepetible que recordaría para siempre. A él le debo, por ejemplo, esa sensación de que los origenistas, a los que conozco personalmente y a los que descubrí a través de sus libros y de Pi, son criaturas que pueblan mi cotidianidad, con las que sigo dialogando y comparten mi pan y el sillón de la sala de mi casa.

Pero otras entrevistas y otras urgencias se imponían y retrasaban la conversación con Fina y Cintio “sólo para recordar a Agustín”, hasta que Aitana Alberti, poeta y promotora cultural, amiga querida, nos brindó su espacio Fe de Vida en el Centro Cultural Dulce María Loynaz y fijó una fecha inapelable en la que debería estar listo todo el material. Fina buscó en sus papeles y encontró un ensayo inédito y Cintio ofreció su capítulo de De Peña Pobre, donde aparece su versión de “El Turco Sentado” y rescata un texto de Agustín, “Los extraños músicos”, el único que él publicó en vida.

Finalmente el cuadernillo se publicaría a fines de 2008, e incluiría además el poema que Roberto Fernández Retamar le dedicó a Agustín Pi, en 1994, y las palabras que Miguel Barnet y Ricardo Alarcón le dedicaron “al amigo mejor” en el espacio Fe de Vida, conducido por Aitana el 30 de noviembre de 2008 en la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

A estos y otros textos recuperados del olvido, se añade el diálogo que he transcrito casi tal como sucedió en la casa de Fina y Cintio. Sólo faltan mis preguntas, eliminadas a propósito para que no interfirieran el cariñoso contrapunteo que generó en los esposos el recuerdo de Agustín, más próximo que nunca en una tarde en La Habana que él tanto amó.

Agustín Pi.

Fina García-Marruz: Y yo, ¿qué te podría decir? Tú sabes lo que dijo ya Luz, que “hablar es dejar correr” y escribir “escoger” lo que es esencia, y no anécdota de lo que se cuenta, y es así que, al pasar a otro espacio, inevitablemente, siento que algo de él huye, y que no lograría comunicar su enorme receptividad, intuitiva y silenciosa.

Anoche cuando tú me llamaste, me quedé pensando: ¿qué puedo decir de una persona que conocimos a los 17 años, en la Universidad? A Cintio lo había conocido en el otoño de 1936, cuando Juana Ramón Jiménez vino a La Habana. En ese momento, Cintio y yo no nos tratamos: yo tenía 13 años y él, 15.

Sabía que Cintio tenía un libro, con notas de Juan Ramón. Sin embargo, no nos tratamos hasta la Universidad. Ya éramos novios Cintio y yo, y mi hermana y Eliseo cuando coincidimos con Agustín y con Octavio Smith, que parecían una sola persona. Agustín apareció de pronto.

Cintio Vitier: A ellas las estábamos esperando. Llegaron a la vez, Fina y Bella.

Fina García-Marruz: Agustín y Octavio se unieron enseguida a nosotros en las reuniones nocturnas de nuestra casa de Neptuno 308, altos, entre Galiano y Águila. Agustín iba siempre; Octavio, a veces. Había personajes fijos: nuestros novios, Agustín y Octavio. También iba mucho Gastón (Baquero). La revista Clavileño (1942–1943) la hacíamos allí con él. También llegaba Lezama, más raramente, y alguna que otra vez, (Emilio) Ballagas.

Al padre Ángel Gaztelu lo veíamos en Bauta, y a veces en su iglesia, en La Habana Vieja. También nos reuníamos en la casa de Julián Orbón que era, junto con Agustín y Octavio, el amigo más cercano. Las reuniones muchas veces se producían en casa de Julián — el Conservatorio Orbón, que Lezama llamaba con su hipérbole el “Palacio Orbón”. Allí nos encontramos muchas veces con María Zambrano, particularmente en la etapa de nuestro noviazgo. Después, cuando ya vivíamos en la Víbora, íbamos todos a Bauta a ver al Padre. Iban Agustín y Octavio, también Mario Parajón. Pero esa fue una etapa posterior.

Reuníamos en la Quinta de Arroyo a los hijos nuestros — los de mi hermana, los de Agustín y los de nosotros. José María (Vitier) suele decir: “Los días de la semana eran lunes, martes, miércoles, jueves y Arroyo…” Mamá iba y tocaba el piano. En Visitaciones recuerdo el momento en que llegaba el amigo mejor. Ese era Agustín. Eso fue él, “el amigo mejor”. Todos los demás fueron muy queridos, pero Agustín fue “el Amigo”.

Cintio Vitier: Le puso a nuestras tertulias de Neptuno “El Turco Sentado”. Era tradición que los círculos de los lectores adquirieran nombres extravagantes.

Fina García-Marruz: Él no era una persona difícil, sino sencilla. Lo difícil era desentrañar en qué consistía su peculiar sencillez, el encanto de su compañía. Ambrosio Fornet, que lo conoció en sus últimos años, dice que era el conversador más excepcional que él había conocido.

Sin embargo, eso no da una idea completa de Agustín. Él no se parecía a ese tipo de conversador brillante, que expone principalmente lo que piensa, que dialoga con el otro. Lo de él consistía en una receptividad enorme. Era un lector insaciable, pero lo que más le interesaba eran las personas. Lo que más le llamaba la atención de la obra de Ortega era Ortega, su carácter, y eso le ocurría con todo el mundo. Por eso los que conversaban con él no sólo se sentían entendidos, sino atendidos.

Hablaba de cualquier cosa: no tenían que ser cosas importantes, y la tarde iba pasando sin que uno se diera cuenta. Las horas iban pasando. Siempre me acuerdo, cuando pienso en Agustín, en lo que decía Martí: “La vida es una corriente silenciosa”. No se trata de la historia personal, de la historia nacional, ni siquiera de la intrahistoria — esa de la que hablaba Unamuno, que se refiere a los hechos trascendentes que forman la cultura. No es ni siquiera lo que decía María Zambrano: la “vida secreta” de los que no tienen una historia, como ella dijo de la Revista Orígenes en “La Cuba secreta”.

Tampoco se trata de eso que también a María le interesaba tanto, esos personajes sin historia, como Nina, la criada a la que nada le ocurría en Misericordia, de Benito Pérez Galdós, y que no cabía en sus Episodios Nacionales. No era la historia, ni la intrahistoria, ni la historia secreta: a Agustín le interesaba la vida silenciosa, inadvertida, que en algunos momentos uno la siente con mucha intensidad, como un aroma.

¿Cuál era ese aroma que a veces se sentía y que atravesaba las cosas más importantes que a uno le pueden haber ocurrido? Era eso lo que le interesaba a Agustín, como Martí, que cuando le envió los Versos Sencillosa su madre le advertía “es pequeño, es mi vida”. Hay hechos trascendentes en ese libro. En el poema XXX, cuenta lo que le ocurre a los 9 años, momento en el que hace un juramente infantil ante el esclavo colgado en el ceibo, hecho que va a determinar su vida. Pero en ese libro también se refiere a las cosas leves: al día en que la muchacha le dice que va a llevar a su hija a la comunión con un sombrero alón: “Ya sé dónde ha de venir/ Mi niña a la comunión;/ De blanco la he de vestir/ Con un gran sombrero alón.” No caben dudas de que para él ese fue un día feliz. O cuando nos cuenta que en una dulcería, durante su época estudiantil, piropeó a la repostera: “¡Díganle a la repostera/ Que ha tanto tiempo no he visto,/ Que me tenga un beso listo/ Al entrar la primavera!”

Ese aroma era lo que sentíamos en compañía de Agustín. ¿Cuáles podían ser esos momentos de vida, inadvertidos, silenciosos, que decía Martí? Podía ser la tardecita de domingo en que Agustín llegaba a Arroyo y en el que los hijos de mis hermanas ni los suyos no habían llegado todavía. No había llegado aún el piano de mamá, que venía los domingos. Él llegaba por la tardecita, momento que he recordado toda la vida.

Agustín era un noctámbulo, un conocedor de La Habana de noche, de los bufos habaneros, de los poetas. Fue el mejor amigo de Rolando Escardó — “el hombre bueno”, lo llamaba Escardó. Amigo de Fayad Jamís. Conocía La Habana del Café Las Antillas, de los que se reunían a la salida del periódico y conversando les daba el amanecer.

Me contó un día que cuando llegaba tarde veía la luz encendida en el cuarto de sus padres. Recuerdo las cosas tan increíbles que en ese momento me dijo. Los padres estaban por acostarse. Él no los llamaba ni hablaba con ellos en ese instante. Él seguía para su cuarto, pero sentía con mucha fuerza su compañía. Un día nos habló de cuando su madre, Juana, enviudó. Agustín nos dijo algo que nunca he olvidado. Juana estaba desconsolada, porque era un matrimonio que se adoraba, y alguien le comentó: “Pero usted tiene a sus hijos”, Agustín nos dijo: “Sí, mamá nos tenía a nosotros, pero los viejos esposos, cuando se van a acostar, hablan unas pocas nonadas — esa palabra que también usaba Vallejo — que no tienen importancia, pero que ya no podrán volver a hablar con nadie jamás”. Él se fijaba en esas cosas. Era típico de Agustín.

Un día yo no fui a la Universidad, donde nos encontrábamos siempre en la mañana. Excepcionalmente amanecí con fiebres y me quedé acostada. Agustín se presentó a una hora en que yo todavía no había recogido el cuarto. El desorden me impresiona como un ruido: no podría hacer nada en un cuarto donde no estuviera tendida la cama. Pero como él llegó de improviso, no me dio tiempo a acomodarlo todo. Mi hermano había llegado tarde del hospital y se había quitado la camisa. La había colgado sobre una silla del cuarto. En eso llegó Agustín, que con esa suspicacia rápida tan suya se dio cuenta de que yo estaba un poco apenada — no demasiado — porque me había sorprendido sin ordenar las cosas. Y rápidamente recurre a una de esas salidas típicas de él; me dice: “¿Y qué hace esa camisa honrando esa silla?”

Él era muy camagüeyano. No nació en Camagüey, pero vivió y estudió en esa ciudad. Tenía un pudor viril, una especie de recato. Uno siempre habla del pudor de las jovencitas que todavía no han tenido una relación amorosa, que se ruborizan. Él tenía ese pudor viril, que en el camagüeyano se siente más que en otros hombres: ese señorío, una cierta reserva de sus cosas. No le gustaba que lo estuvieran mirando mucho. Yo me acuerdo que Samuel (Feijóo) un día le dijo jugando con él: “Sócrates, Sócrates, te gusta mirar a los demás, pero que nadie te mire”. Alguien hizo muchos elogios de su esposa, Dinorah, y él se viró hacia mí y me dijo: “bueno, eso es lo tácito”; como diciendo: “de eso no se habla, los hombres no hablan de eso.” Era una cualidad muy de él.

Cintio Vitier: En Neptuno 308 jugábamos en la sala, y bailábamos.

Fina García-Marruz: Cuando nos reuníamos a fin de año, sí bailábamos mucho con Octavio, que era el único que sabía bailar. Octavio era un trompo. Nos reíamos y jugábamos mucho, aunque no tanto la parte femenina — Dinorita, mi hermana y yo — , porque las mujeres no juegan tanto como los hombres. Nosotras no éramos de juegos.

Cintio Vitier: Ratifiqué allí mi afición por el tenis, el único que jugaba al tenis, porque no pude entrar en el Instituto hasta un año después, y ese año lo pasé estudiando y jugando al tenis. Un año entero. Llegué a ser un tenista bastante bueno. Sí, porque jugaba diariamente, todos los días mañana y tarde; mañana y tarde.

Fina García-Marruz: Pues sí, Agustín tenía mucho ese distinto pudor viril, porque la mujer, sobre todo la que se sabe muy bella, no lo tiene a menos que la pinte un Goya. El camagüeyano suele tener un pudor muy fuerte y es esta una virtud de héroes. La tenía Agramonte. Sobre el pudor de Agramonte hay varias anécdotas. Una vez lo fueron a ver unas señoras, patriotas cubanas, cuando ya él era el hombre del rescate de Sanguily y tenía una historia. Van a verlo porque quieren hacerle un homenaje y la más anciana se le acerca y le da un beso en la frente. Agramonte se ruborizó completamente.

Esa anécdota de Agramonte me recuerda mucho la manera de ser de Agustín, su recato camagüeyano, ese señorío, que por supuesto también lo poseyeron otros héroes. Por ejemplo, Martí habla del “señorío fundador” de Céspedes. Esa es una cualidad que me parece más propia del hombre más que de la mujer. Me parece que esa es una actitud viril. Y Agustín la tenía mucho y un respeto muy grande por la creación poética, para lo cual tenía grandes dotes. Sin embargo, él sentía que no estaba ligada a su destino personal.

Él escribía muy bien, pero no sentía que era un escritor, que no era ese su destino. Él tenía tanto respeto por la creación literaria, que se prohibía incursionar en eso, aunque yo tengo poemas de Agustín, y ahí están “Los extraños músicos”, una de las pocas cosas que él dejó escritas, que dan idea de cuánto pudo haber contado de La Habana.

Cintio Vitier: Como lo que nos contaba de los bufos cubanos…

Fina García-Marruz: Más allá de lo que nosotros hablábamos, él vigilaba mucho lo que cada uno era; lo vigilaba. Y también sus posibles debilidades. “El Turco” era un juego, una broma, a través de la cual se expresaban algunas debilidades que todos teníamos. Pero era muy “finita” la vigilancia, porque él no resistía que una persona o nosotros lo estuviéramos mirando mucho o pidiéndole muchas explicaciones.

Recuerdo cuando fue a ver a sus maestros a Camagüey, después de haber estado mucho tiempo en La Habana. Mi hermana y yo estábamos deseosas de que él volviera y nos contara, como él sabía contar. Estuvimos toda la tarde tratando de que nos contara y no había forma de que lo hiciera, porque nosotras habíamos desplegado una atención excesiva sobre él.

Nosotras bromeábamos mucho, nos burlábamos mucho de él. Eliseo le puso “Sutilín Profundol”. Eliseo me llamaba a mí “la pequeña idiota” y bromeábamos mucho entre nosotros. Ese es el momento en que la amistad se vuelve tan familiar, que dos amigos se pueden hasta pelear, hasta decirse cosas, pero siempre queda algo muy firme, porque hay una familiaridad, un cariño y un respeto que permite eso.

Entonces nosotros también bromeábamos mucho haciéndole una lista de todas las condiciones que necesitaba Agustín para que contara algo que le había pasado. Y eran cosas como que necesitaba que la luna japonesa estuviera en cuarto menguante sobre un cerezo en flor. Él necesitaba no sentirse muy observado, esa era una condición imprescindible.

Cintio Vitier: Agustín nombró las noches de la casa feliz de las hermanitas…

Fina García-Marruz: El quid de “El Turco” estaba en que Agustín hacía una historia donde cada uno de nosotros aparecía con las condiciones que menos podías creer que teníamos. Por ejemplo, él admiraba mucho a Borges y siempre le decía el “anglobofe”, y entre nosotros, los hombres se llamaban “los bofes”. En aquellas historias de pronto Silvina Ocampo, que era una mujer muy delicada, podía decir una cosa un poco fuerte y Borges a veces se comportaba como un patán, es decir, lo menos que era. Eso no tenía nada que ver con cierta actitud que tienen los jóvenes contra los poetas, sobre todo los jóvenes letrados; lo que ellos no han podido hacer los convierte en personas a veces insidiosas: “el juvenil placer del encarnizamiento”, como decía Martí.

Contra eso Agustín era a veces implacable. Así “Sutilín Profundol” de pronto podía volverse el más categórico de todos. “El Turco Sentado” era también una creación irónica en la cual él se burlaba con un filito de excesivo ensañamiento al estar siempre imaginando cosas. El propio nombre de “El Turco Sentado” expresaba esa burla, ese absurdo: un turco y además sentado, que no hace nada.

De izquierda a derecha, Octavio Smith, Bella, Eliseo, Fina, Cintio y Agustín. Foto: Archivo familiar.

Cintio Vitier: Y Agustín nos sorprendió con aquellos “extraños músicos”, maestros de fineza y cortesía, única página realmente suya que nos dejó para siempre.

Fina García-Marruz: Nosotros perdimos el poema más divertido de Agustín, “Cuando Tamisio el misio”, donde yo aparecía como una militante feminista. ¡Una militante feminista, yo que nunca he sido feminista! En el poema, yo decía que había que hablar de la tía de Emerson, no de Emerson.

A Octavio que era la persona más delicada del mundo y un poco complicado, sin embargo él le llamaba “El Simple” porque sus distracciones eran antológicas. Octavio era muy religioso, todo lo contrario de Agustín que era un crítico de la religión, aunque tenía una formación religiosa. Octavio era de comunión semanal y todos los domingos iba a misa. Agustín había inventado la historia de la visita de Octavio al Santo Padre y con su distracción acostumbrada le preguntaba: “Padre, ¿y usted cree en Dios?”

Cintio Vitier: ¡Al Papa, al Santo Padre! (se ríe).

Fina García-Marruz: Octavio nos contaba de una familia de La Habana Vieja a la que le gustaba visitar: “¡Cómo tocaba Rebeca el violonchelo! El hermano de Rebeca se llama David; el otro, Abraham”. Y de pronto decía: “¡Ay, yo creo que eran judíos!” Esas son las historias que Agustín contaba en ese poema que se me perdió. ¿Qué cosa es “El Turco Sentado”, que Cintio cuenta en De Peña Pobre? Es una creación de Agustín, irónica además.

Cintio Vitier: Él firmaba sus cosas en “El Turco” como “Alef Cero”. Rescaté en De Peña Pobre una estampa suya titulada “Los extraños músicos” publicada, creo, en Alerta, que es una joya dentro del tema de la extrañeza, que fue el tema dominante, por diversas vías, de Eliseo y mío en nuestras primeras páginas.

Fina García-Marruz: Eliseo lo llamaba “Alef Cero” y “Arduo de Veras”, que era la dedicatoria que Eliseo le había hecho a Agustín en En la Calzada de Jesús del Monte. Cada uno de nosotros tenía un sobrenombre, de lo cual él se burlaba. Hay incluso una anécdota de un amigo nuestro que nos oía hablar siempre de que nosotros queríamos hacer un colegio y teníamos ya planeado quiénes serían los profesores. Ese amigo nuestro, Paco Chavarri, era un hombre del 26 de Julio, un hombre de acción y nuestro amigo preferido también. Él nos dijo un buen día: “creo que se puede conseguir un local para que ustedes den esas clases” ¡¿Cómo?! Nosotros nos quedamos de una pieza, porque jugábamos con eso, pero no pensábamos dar las clases de verdad. De eso era de lo que se burlaba un poco Agustín. Claro, ligeramente.

En “El Turco Sentado”, de lo cual habla Cintio en De Peña Pobre, también se mezclaba la preocupación política.

Cintio Vitier: Nosotros no estábamos al margen de la situación del país.

Fina García-Marruz: No, nosotros como todos los cubanos que nos criamos leyendo La Edad de Oro, éramos martianos. Conocíamos las cartas de Mercado, y todos somos antimperialistas, porque ese sentimiento formaba parte de la cotidianidad de cualquier cubano. Era lo obvio, no era un tema que hubiera que explicarle a nadie, digo, a nadie que valiera la pena. Pero en Agustín este sentimiento era quizás distinto de nosotros, que además estábamos un poco cansados de unos artículos contra el imperialismo que publicaba todos los días Emilio Roig, indudablemente un gran hombre.

Lo que en él era distinto es que iba más allá del sentimiento común de cualquier cubano. Él estaba convencido de que los norteamericanos iban a ser un peligro para el mundo, no sólo para Cuba. Era su obsesión. Entonces fue que un día nos dijo: “Fíjense en ese anuncio comercial de Sherwin and Williams: sus pinturas cubren al mundo. Eso hacen los Estados Unidos, cubren el mundo”.

Nosotros no éramos tan conscientes de eso. Agustín se adelantó, como en todo. En él había un sentimiento que iba más allá del antimperialismo cubano. En la República, a Antonio Guiteras se le llamaba Tony Guiteras, porque es el influjo del “imperio como colorete de democracia”, del cual hablaba Martí, refiriéndose al norteamericano, como antes existía el influjo del imperio español o al imperio romano. Esa es una cosa de los imperios. En las clases que Agustín daba nunca llamaba por el apodo de Jimmy o Tony, a los que así se hacían llamar. Les decía Juan o Antonio. Subrayaba su nombre, no su sobrenombre norteamericano que abundaba en la República. Era un antimperialista consecuente.

Hay que explicar estos detalles de “El Turco Sentado” porque de lo contrario no se puede entender. Nosotros no teníamos la conciencia que tenía Agustín acerca de la fuerza de ese peligro imperialista, aunque todos teníamos preocupaciones. No es que Agustín fuera el único antimperialista en “El Turco”. Ahí está la historia del húngaro Zizkay, que era ayudante del abuelo materno de Cintio, el general José María Bolaños. Zizkay tenía una historia silenciosa y completamente fantástica.

Cintio Vitier: Tenía mucho dinero y estudiaba en Francia. Cuando se enteró de la guerra de Martí, lo dejó todo y vino para acá.

Fina García-Marruz: Tenía una casa que era fantástica llena de cuartos y de objetos de lujo. Eso también está en “El Turco Sentado”.

Cintio Vitier: Lo enterraron en el armón de Máximo Gómez.

Fina García-Marruz: Cintio encontró una carta de un latinoamericano donde cuenta la increíble historia del húngaro Zizkay en Cuba…

Cintio Vitier: Era talabartero, vendía monturas de caballo.

Fina García-Marruz: Pero se hizo rico y tenía una casa fabulosa y se casó con una mujer que era dueña de un castillo. Tuvo una vida increíble. Eso forma parte no de “El Turco Sentado”, sino del Turco que Cintio cita en De Peña Pobre, que es otra cosa un poco distinta, es otra visión de Cuba donde se mezclan la historia de Zizkay y la historia de toda esta broma que fue “El Turco Sentado”. Ahí también aparece la Ópera de los Masones, que Cintio no quiso incluir completa por la siguiente razón: la Ópera tenía tres partes y en la última escena Eliseo estaba preso por la Santa Inquisición por ser amigo del masón Agustín.

La ópera tenía una serie de canciones que yo me sé de memoria — te la puedo cantar entera — pero en De Peña Pobre omite el final, porque sin la música era completamente absurda. Había hasta una burla del falso patriotismo.

Cintio Vitier: Todos cantábamos.

Fina García-Marruz: Participaba también un discípulo de Cintio de nuestra época en la Universidad, un muchacho muy ingenuo de apellido Esquinazi que había servido de voluntario en el Ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. Tenía un perfil helénico y parecía realmente un griego, muy sereno.

Cintio Vitier: Ese muchacho tiene un cuento muy bueno. No tenía nada que ver políticamente con Batista, más bien todo lo contrario, pero asistió a una reunión en la que se encontraba el dictador y le preguntaron: “¿Qué usted desea tomar?”

Fina García-Marruz: Había “Cuba Libre” y “Presidente”, como tú sabes dos tipos de bebida. “Deme otro Presidente”, respondió.

Otras explicaciones requieren lo de Esquenazi y la Ópera de los Masones, que a él escandalizó al oírla una vez, por sus rimas forzadas en que “¡Oh Cuba!, redimida y poderosa” nadaba, junto al mar “como una osa”, o nos vengábamos de los que estaban siempre citando en sus discursos a los “mártires” y habían entregado la Isla, “de bravos toda llena hasta la fosa”.

La Ópera tenía melodías de Mozart, de los estudios de violín de Cintio y melancólicas arias baritonales que cantaba Eliseo: “¡Yo no soy masón!…” — pues lo acusaban de esto los “religiosos” — y acababa, “¡sino caballero de Colón!”, y todo porque era amigo de Pi — irreligioso aparentemente — , dividido en dos personales: “el falso Pi” y “el verdadero Pi” — que era inocente — , mientras ellos lo mandaban a prender, acusándolo: “¡Masón, Masón, Masón!”

En fin, Rosa Miriam, que todo “El Turco Sentado”, como Agustín puso a nuestras reuniones de cuando éramos novios mi hermana y yo de Eliseo y Cintio, y vivíamos en Neptuno, era una broma, un juego, a la vez que una vigilancia impecable y crítica que tenía Agustín de algunas tendencias nuestras que aparecían caricaturizadas y descritas a través de las cosas que nos eran más distantes. Como te dije, yo era una feminista loca por la literatura que afirmaba que Emerson no era el autor de los Ensayos, sino su tía — y esto por lo que comenté con él, que dijo Emerson de la revelación que tuvo de la Naturaleza (en su trabajo así llamado, Nature), a través de una tía suya, muy amante de la naturaleza. Llegó a ponerme en mi libreta de estudios compartidos de latín — ya llevando la cosa al absurdo — : “Yo soy mi tía”, dicho ya en nombre propio, como sátira a su sátira.

En fin, que es difícil explicar tantas claves de ese “Turco” que empezaba por tener una posición sedente, sin ocuparse — aparentemente, él lo sabía — de las cosas magnas que estaban ocurriendo en Cuba, y en que nos reíamos unos de otros, incesantemente. Creo que éramos muy jóvenes todavía.

Creo que él fue, de nosotros — aunque todos éramos martianos y antimperialistas, desde luego — , el primero que tuvo una conciencia clara de que el riesgo era mucho mayor en tiempos de la carta a Mercado, de ahí lo que te contamos de que decía, que eran como en el anuncio de las pinturas “Sherwin and Williams”, “cubren el mundo” — lo que es hoy, como es sabido, un riesgo de orden planetario, del que ni siquiera los imperialistas dejarán de ser víctimas.

Cintio Vitier: ¿Sabes de quién también fue muy amigo Agustín? De Francisco Petrone, un gran actor del teatro argentino, que tuvo que emigrar en la década del 50 porque no le daban trabajo. En ese período Evita Perón se portó muy mal con muchos artistas, particularmente con los del teatro.

Fina García-Marruz: Emigró a Cuba con toda su familia, una larga familia.

Cintio Vitier: Fina, ¿cómo se llamaba la obra de teatro que presentó Petrone en Cuba?

Fina García-Marruz: Nada menos que Todo un hombre, de Unamuno.

Cintio Vitier: Que fue una maravilla, una cosa nunca vista.

Fina García-Marruz: Y la obra Todos son mis hijos, de Arthur Miller. Petrone era el hombre de pampa bárbara, un actor extraordinario. Agustín me contó una anécdota de Petrone, a propósito de una actriz cubana, Minín Bujones, muy buena. Petrone le comentó a nuestro amigo: “Esta muchacha es muy buena actriz. ¿Tú sabes lo que le falta? Conciencia de que es una gran actriz”. Cuando salía al escenario, lo primero que hacía Sarah Bernhardt era hacernos sentir que ella era Sarah Bernhardt. Después actuaba. “Esa muchacha es cubanísima, es extraordinaria, pero no se ha dado cuenta todavía de eso”, le decía Petrone a Agustín. Esa observación de Petrone era también muy de Agustín, y por ahí se ve el nexo que había entre ellos. Agustín tuvo una amistad muy profunda con Petrone y fue el padrino de uno de sus hijos.

Cinti o Vitier: Cuando estuvimos en Argentina fuimos a ver a uno de los hijos de Petrone.

Fina García-Marruz: Nos recibió, me acuerdo, en una de esas cafeterías de arquitectura española antigua, con unos estantes de vinos. Un lugar precioso. Hablamos toda la tarde con el hijo de Petrone, que nos regaló un disco donde aparece su padre cantando las décimas de Martín Fierro, un regalo inestimable para nosotros.

Se nos perdió un poco ese muchacho, no supimos más de él. Nos impresionó mucho. Nos dejó una nota en el hotel: “Los quiere ver Francisco Petrone, hijo”. Tuvimos una tarde maravillosa con ese muchacho.

Cintio Vitier: El retrato de Agustín no puede faltar en el homenaje.

Fina García-Marruz: (Muestra la fotografía que está en la sala de la casa.) Él está como a la sombra y hay un espacio grande en blanco frente a su rostro. En ese retrato parece que te está mirando, que estamos en el punto adonde va su mirada.

Cintio Vitier: Porque él veía a cada persona como en una lejanía entrañable. Cuando quería a una persona la quería más que a nadie, pero con una lejanía entrañable que no se podía tocar.

Fina García-Marruz: Ese retrato debe figurar porque es muy él. Habla más de él que de las cosas que te estoy diciendo. A veces me pongo a ordenar la casa y termino conversando con ese retrato.

Cintio Vitier: Sí, conversas.

Fina García-Marruz: De tantas cosas… A él no se le podía tocar, no le gustaba hablar. Pero era emocionante recibir una carta de él. Yo leí hace poco una carta de él, que me la envió del central Merceditas, donde se refería en broma a mi “talento imaginativo”.

Cinti o Vitier: Y a tu “feminismo”.

Fina García-Marruz: Me presentaba como una musa algo loca por la literatura. Se burlaba de eso y a mí me hacía mucha gracia. Él acababa de llegar al central Merceditas, no hacía más que unas horas que no nos había visto y nos decía al final: “Escríbanme, por favor”. Ahí estaba ese cariño entrañable y lo que nosotros éramos para él, algo muy especial. Nos quería entrañablemente como nosotros a él.

Cintio Vitier: No se pueden olvidar los “cadáveres exquisitos” de “El Turco Sentado”, que son extraordinarios.

Fina García-Marruz: Hay muchos, hay muchos poemas escritos entre todos. También jugábamos a la palabra inventada, como también hacían los surrealistas, de lo cual después me enteré. Los jóvenes de entonces en toda Hispanoamérica hacíamos las mismas cosas.

Cintio Vitier: Estos los inventamos nosotros por nuestra cuenta.

Fina García-Marruz: Sí, recortábamos palabras de un periódico.

Cintio Vitier: Inventamos versos.

Fina García-Marruz: Algunos maravillosos. Recortábamos las palabras de un periódico, las mezclábamos, las poníamos juntas y formábamos un poema.

Cintio Vitier: Para todo esto Agustín tenía una gran receptividad y un sympathos, como diría Lezama, tan ilocalizable como concentrado. ¿Te dije que Agustín nos hizo conocer el tango?

Fina García-Marruz: Ah, sí, en casa de Bella. Francisco Petrone bailó un tango con mi hermana, que bailaba muy bien y lo hizo a las mil maravillas, sin haberlo hecho nunca antes. Agustín llegó a tener mucha más amistad con Eliseo y Bella que con nosotros. Iba más de visita allá. Agustín nos visitaba a todos, pero a la casa de Bella era visita diaria. Todavía en casa de Eliseo hay cartas de Agustín en las que le dice a Bella: “Sobra Eliseo, mi novia”, jugando siempre.

Pensando en Agustín más de una vez he recordado un cuento de Hans Christian Andersen que le gustaba mucho a Eliseo, “El soldado y la viejecita”, creo que se llamaba así. La viejecita era un hada que fingía que estaba en una situación muy mala, muy mala, para saber si el soldado era una persona descuidada o si era realmente compasiva. Agustín también era misterioso y me recuerda lo que en ese cuento el hada decía: “¡Oh!, mi querido Agustín, todo se ha perdido al fin. El saco ya está raído, el bastón está perdido, ¡oh!, mi querido Agustín.”

A veces hablo con él y me acuerdo de eso y pienso y siempre me digo lo mismo: “¡Ah, mi querido Agustín, nada se ha perdido al fin!, ¡nada se ha perdido al fin!” Porque el recuerdo que él nos deja es realmente inolvidable, para toda la vida, para toda la vida: “Querido Agustín, nada se ha perdido al fin”.

Cintio Vitier: Él era muy sencillo.

Fina García-Marruz: Ya todo lo de nuestra familia origenista está expresado en el “¡Ah, que tú escapes!” de Lezama, en la imposibilidad de definir lo inapresable, que también está en Luz, en lo de “lo más exacto, es lo que no puede definirse”.

Cuando Cintio se sintió un poco en la obligación de decir que “Él era sencillo”, pues aunque Eliseo jugaba con él poniéndole nombretes de “Sutilín” y “Profundol”, es juzgamiento también: lo “sencillo” — como sabía Martí — , es la sede de lo más profundo e insondable.

Era “sencillo”, como dice Cintio, pero era difícil y ¡rehusaba tanto que hablaran de él! Por eso creo que lo último que podíamos decirle a Agustín es: ¡perdónanos este homenaje!

[1] Armando Hart Dávalos era en 2001 el Director de la Oficina del Programa Martiano, del Consejo de Estado de la República de Cuba.

[2] Acerca de Arístides Rojas, consultar: “Una fuente venezolana de José Marti”. En: Temas Martianos 1. Obras de Cintio Vitier (tomo 6). Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2004.

[3] “Muerto”. En: Obras Completas. Edición del Centenario. Tomo II. Editorial Lex, La Habana, 1953, p. 1442.

[4] “Prosa para el nacimiento de Cintio Vitier”. En: Pluma al viento, Editorial Oriente, 2006.

[5] Esta entrevista fue publicada en Cubadebate el 17 de marzo de 2007. He mantenido la introducción que apareció ese día.

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