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Escribir para unos pocos

(y especiales)

Gustavo Adrián Salvini
Echoes (of me)
Published in
5 min readDec 24, 2015

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Escribir para unos pocos (y especiales) me hace sentir más honesto, más genuino. De ese modo siento que lo que escribo es real y que no me pongo en pose para agradar a nadie.

Aunque pensándolo bien, en el fondo, cuando escribo siempre lo hago para mí, para agradar más a mí mismo, o para que mis líneas me convenzan que estoy logrando transmitir[me] las ideas y pensamientos con la claridad que busco, incluso un buen rato después de haberlos concebido (después de ese rato luego del cual la claridad de lo reciente se diluye entre los recuerdos y las distracciones).

Y cuando escribo para otra persona en forma explícita, en realidad también estoy escribiendo para mí, porque indefectiblemente espero una reacción (la “nada” también es una reacción: una de las más potentes y elocuentes).

Así que el concepto de “público” se desdibuja, ya que no escribo pensando en ese grupo de lectores. Lo mío es mucho más intimista (y egoísta). Muchas veces escribo con fines utilitarios, para ordenar mis pensamientos y algunas veces también para tratar de encontrar un estilo (del que seguramente carezco o poseo uno del tipo “entre inconstante e indefinido“).

Probablemente lo mío sea de lo más básico –retrocedamos un poco-. Creo que aprendo a escribir todos los días con un esfuerzo semejante al de las primeras veces, al de los primeros esbozos de la escuela, pero con más herramientas a disposición, las que fui asimilando a lo largo de los años, pero con muchas interferencias a las que les abro las puertas de mi cerebro de par en par.

Esto va por mi -principalmente- pero también por algunas personas a las que conozco bastante: más que el “síndrome de la hoja en blanco” hoy abundan los “síndromes del ruido blanco“. A saber: El síndrome de los ruidos externos y el de los ruidos internos (ecos de voces que nuestros cerebros dispersos y demasiado estimulados repiten incesantemente cuando aparece nuestra intención de concentrarnos en algo).

Ecos de voces que nuestros cerebros dispersos y demasiado estimulados repiten incesantemente cuando aparece nuestra intención de concentrarnos en algo.

Y es así como los hilos conductores se deshilachan y la gramática se aburre y desmoraliza, esperando casi sin esperanzas que quien escribe se concentre de una buena vez, y de una vez por todas acaricie y acicale un poco a las palabras antes de hacer un output crudo e inconexo, dándoles un poco de sentido y corrección.

Si unos pocos -esos que estén leyendo con cierto grado de atención- llegan a sentirse identificados con mis palabras, ahí es cuando voy encontrándole sentido a este ejercicio, un sentido bastante existencial que -de optimista nomás- extrapolo con esperanzas, pensando que esa empatía es la demostración de algo súper trascendente:

Demuestra -ni más ni menos- que nuestra existencia no está limitada a nuestra individualidad y a las fronteras físicas de cada persona (la piel, o la cáscara, digamos), sino, por suerte, a las fronteras de la empatía que logremos construir (y que permitimos que los demás construyan con nosotros). Una existencia más parecida a una comunidad, a un organismo que trasciende al individuo, y que nos hace más capaces de lograr cosas, que individualmente.

Digo esto y extiendo el concepto de modo tan directo porque estoy convencido que compartiendo nuestras formas de expresión lo que hacemos es construir puentes (muchas veces incluso sobre aguas turbias o agitadas). Luego estarán quienes recorran esos puentes, quienes se animen a transitarlos, pero siempre habrá algunos que se queden en el supuesto confort de sus islas, aislados -por definición- por temor a recorrer esos caminos que se abren, los caminos de la existencia de las otras personas -prácticamente otros mundos, tan ricos y diversos que a simple vista podrían llegar a abrumar-.

Caminar por esos puentes para algunos podría ser un golpe al orgullo, porque nos encontraríamos con que no somos los más sabelotodos, ni los mejores en nada. Que siempre hay mejores y más sabios, más rápidos y más bellos. Pero también encontraríamos más música, más colores y más formas de dar y recibir amor que las visibles a simple vista frente al acotado horizonte de nuestra zona de confort.

¿Acaso pretendemos ser Pink Floyd y The Beatles nosotros mismos en el tiempo de una sola vida? ¿Queremos conocer a Cortazar y a Tolkien sin que nunca nadie nos los haya recomendado? ¿Queremos ser la banda que toca y el público a la vez? ¿Y dónde está el disfrute? ¿Saben dónde? En la empatía. En ser una comunidad. En tender puentes. Y volvemos al principio de mi razonamiento (bastante básico, por cierto).

Nunca me dediqué a escribir. Mucho menos a hacerlo con constancia. Soy uno de los tantos afectados por las fuentes de distracción que hoy por hoy sobreabundan, soy uno más de los que ejerce a diario la MMC: Maldita Multitarea Contraproducente (término que acabo de acuñar). Me fui dejando llevar por los usos y costumbres del sector en el que trabajo, y me despersonalicé, perdí bastante mi unicidad, pero me consuela saber que soy consciente de eso. En este preciso instante encendí una radio mientras escribo estas líneas. Quizás debería apagarla, pero hay algo compulsivo en “querer enterarme de cosas” (seguramente intrascendentes). Así estamos.

Entonces, escribo también como una suerte de gimnasia, para lograr por repetición, que mi cerebro se acostumbre a dejar las distracciones en un segundo plano, lejano del primero, intentando llegar más fácilmente a mis añorados momentos de enfoque total (que los he tenido, sobre todo cuando cursaba en la Universidad, épocas en que llegaba a estados que eran casi una Epifanía cargada de axiomas, teoremas, vectores, matrices y determinantes).

Llegado este punto solo me resta decir que aunque la gente llegue hasta aquí para leer esto por su título, y se vaya decepcionada por no encontrar recetas mágicas de ningún tipo, ni métodos para vivir una vida mejor, me contento con saber que puedo llegar a unos pocos que quizás comprendan el punto al que me estoy refiriendo.

Y aunque sean bien pocos, por el hecho de haberme leído, ya hemos tendido puentes sinceros, sin ser condescendientes ni superficiales.

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Muchas gracias.

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Gustavo Adrián Salvini
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