Bailar en Cuba

Alicia Centelles
Edgar and Agatha
Published in
2 min readSep 20, 2019

Cada cierta temporada, la televisión cubana convoca a un nuevo ciclo de Bailando en Cuba, un programa que persigue estimular el talento de los jóvenes bailadores.

El fenómeno no es nuevo, pues a principios de los 80 del pasado siglo XX hizo furor el espacio Para bailar, de donde salieron prestigiosas figuras de la danza popular del patio, como los hermanos Santos, los Francis y Rebeca Martínez, entre otras.

En cambio, no de personas, sino de ritmos es de lo que vamos a hablar, aunque el tiro de “enganche” fueran los mencionados productos televisivos, porque ambos tenían un punto de contacto: oxigenar nuestras expresiones danzarias, que tanto han hecho bailar al mundo.

Quizá consideres chovinismo o exceso de suficiencia si te digo que en Cuba el baile casi forma parte del ADN de sus habitantes. Por eso, para no pecar de absoluto, prefiero dorarte la píldora y afirmar que, si bien algunos cubanos no se atreven siquiera a tirar un pasillito, lo cierto es que internamente suelen llevar la procesión por dentro, solo que no lo exteriorizan como otros.

El fenómeno es cultural, porque Cuba supo desprenderse muy pronto de los moldes europeos desde que apareció el danzón (incluso un poco antes), y ya nadie quería acordarse de la contradanza, el vals o aquellas coreografías venidas del Viejo Mundo, que quedaron confinadas a alguna que otra fiestecita de elite o en los salones almidonados de regia construcción.

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