De Dioses a Agoreros

Ediciones SK
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5 min readJan 26, 2015

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de Jean Luc Pastó en Ediciones SK

— Mira allí, a Andrés, persiguiendo con la vista a los transeúntes con el rápido movimiento de los ojos achinados, acompañados por una mueca de fastidio, a causa del intenso brillo del sol. La sonrisa afectada, a veces sardónica, nos muestra el coloquio íntimo que le mantiene ausente, distraído en esta urbe. La presencia que, en cuestión de unos segundos, hará Sonia, sentándose frente a él, le pasará inadvertida. Sonia le advertirá de su existencia recogiendo el periódico de la mesa y abriéndolo ruidosamente, ocultando así su rostro, representando una sorna.

»Ves, allí está. Todo es predecible, el comportamiento del ser humano es invariable en el tiempo.

»Ella iniciará un diálogo con una frase al aire, como un plato al que se le debe disparar por deporte, y Andrés tirará, esperando darle de lleno, pero la contra de Sonia le demostrará que el plato sigue planeando, a la espera de un mejor disparo. Esto seguirá unos cuantos disparos más hasta que el deporte, por puro entretenimiento, se corrompe para convertirse en una competición.

»De nuevo, encontramos un comportamiento predecible del ser humano.

— Te sientes un Dios, mirando a todos desde el Olimpo y solo estás a unos metros por encima de ellos — le dijo Paula, interrumpiendo su disertación sobre dos desconocidos a quienes bautizó desde la escotilla.

— ¿Y por qué me impides satisfacer este ancestro apetito que todos tenemos en nuestro interior como el deseo de comer sin hambre o el de dormir sin sueño?

— No defiendas tu prepotencia atacando a todo ser, eso es propio de un cobarde que se escuda en una debilidad universal que no puede remediar, tratando de incorporarse al vulgo como rey humilde entre plebeyos.

— Paula, relájate. Si no quieres que me sienta rey, no obres como reaccionaria ante un poder fáctico.

Pasaron un tiempo observándose. Paula apartó la mirada, no conseguía relajarse con esos ojos de suficiencia observándola.

— Si lo analizas con frialdad, desde la distancia, como nosotros ahora a Andrés y a Sonia, reconocerás que la expresión de mi cara, mis ojos, es la misma en todo momento. Aunque tú veas soberbia en ellos en este momento.

Eso no ayudó a Paula, sino todo lo contrario. El que él identificase el gesto de Paula le enfureció y, que además su cara se mantuviese impertérrita, frente a la incapacidad de controlarse de ella, no sosegaba sus ánimos. Se mordió los labios para calmar parte de su intensidad.

— ¿En qué te basas para generalizar tu prepotencia?

Se giró para observarle, orgullosa de haber usado un tono sereno, y lo encontró mirando de nuevo por la escotilla. Mantenía esa mirada flemática, con la comisura de los labios ligeramente hundidos, como si de la sonrisa de una Mona Lisa se tratase. Se quedo mirándole, impaciente, pero se controló. No deseaba mostrar esa vehemencia que tanto le costaba controlar, sobre todo frente a él, así que volvió a morderse el labio y esperó a que se dignase a responderle.

De nuevo, pensó que su prepotencia estaba luciendo, demorando la respuesta que ella estaba esperando.

— Perdona Paula, me quedé distraído observando de nuevo a Andrés y a Sonia — dijo girándose hacia ella — . Te responderé, pero deberás ser paciente y escuchar toda mi argumentación antes de rebatir.

Ella trató de mantener el gesto, imitándole, contestando afirmativamente con el silencio.

— De acuerdo — siguió él — . Observa a Andrés y a Sonia. Como ellos, todo ser ha anhelado ser un Dios, poseer la capacidad de crear y de destruir a placer. Algunos, por el poder que habían adquirido, el dominio sobre el resto de seres, a través de la fuerza, la influencia, el dinero o misteriosas leyes superiores, consiguieron y consiguen satisfacer esa sensación, pero nunca es suficiente.

»Otros, sin poder, sin influencia, desean con tanta fuerza saciar esa sed que, aun a sabiendas que solo lo conseguirán quebrando las leyes cívicas y sociales más elementales, abordan esa empresa hasta alcanzar su propia destrucción.

»Y, finalmente, está el ser medio, el de mayor representación, como Andrés y como Sonia. Sin influencia, sin poder y con un apetito que… diría que les domina con invisible sutilidad, pero ahí está, y siempre estará.

— Se me ocurren infinidad de preguntas, algunas tan lapidantes que terminaría con tu disertación, pero siento una profunda curiosidad por saber cómo termina tu ensayo, así que, ¿de qué forma manifiesta, este ser medio, su endiosado deseo?

— Escucha a Sonia. Sus manifestaciones son frágiles y adulteradas, pero es la doma que la evolución ha hecho del arraigado anhelo de ser creador y destructor. ¿Has oído? La indumentaria que lleva el sujeto que ahora observa Sonia, terminó su tendencia en la primavera pasada; destructor. Ahora se ha puesto de moda lo que ella lleva; ¿creador? no, pero ahora lo será. Escucha, ella ya lo llevaba mucho antes de que estuviese de moda, ahora sí; creador.

»Pero no nos quedemos sólo con el ejemplo de Sonia. Mira a Andrés, que hizo cola para comprarse el último terminal móvil para colocarse al frente de los que lo desean; creador. Pero ahora que la posesión de ese terminal se ha extendido, ¿cuál es su respuesta? ya le ha sacado todo el jugo, está esperando el próximo modelo; destructor.

»Sin duda, la falta de influencia para crear tendencia, que es el nivel más bajo al que un ser medio podría llegar a acceder para sentirse un Dios creador y destructor, se ha suplido por este comportamiento tan inocente y agorero.

— ¿Agorero? — dijo sorprendida Paula.

— Sí, eso mismo. Predicen la destrucción de tendencias. Algo sin sustancia, sin fundamento.

— Sí, eso lo entendí. ¿Pero qué sucede con la esencia creadora?

— No se puede crear sin haber destruido, y qué mejor forma de mostrar tu edificio en una ciudad que demoliendo los que te cubren, erigidos a tu alrededor. Aunque ese edificio no lo hayas construido tú, quieres que te identifiquen con él, como si hubieses participado en su construcción. Eso es lo único que les queda.

Paula se quedó reflexionando un instante. Se sentía confundida. Tal fundamento iba tomando forma de aforismo en su juicio, convirtiendo el resto de preguntas que tenía en una recámara en balas de fogueo. Él seguía mirando por la escotilla mientras ella trataba de cuestionar cada una de las afirmaciones, tal como haría un científico, desde la distante frialdad. Pero la sólida afirmación la había desarmado y ello le ofuscaba. Hasta que, al final, recordó el principio de la discusión.

— Bien, digamos que tal afirmación es cierta. Pero estás hablando de ellos, seres inferiores, de otro planeta, a los que has llamado Andrés y Sonia desde la distante escotilla de nuestra nave. ¿Qué tiene que ver con tu endiosamiento?

Él sonrió y la miró con ternura, como quien mira a un indefenso cachorro. Se le notaba en la cara que dudaba en contestar, como si fuese a desvelar un secreto infantil con el que marcas el inicio de la pubertad, una señal sin retorno.

— No me mires así, llevamos demasiado tiempo aquí encerrados, nos conocemos bien, sabes que no soporto que juegues conmigo de esta forma.

— Lo sé, perdona. Hace mucho tiempo que analizamos a los seres de este planeta y nos escogieron para este ambicioso y longevo proyecto por nuestra afinidad.

— A veces me arrepiento — dijo Paula, con una sonrisa de cariño.

— Pues bien, hace tiempo que descubrí que esos dos que hoy observamos, somos tú y yo.

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