Un Lugar en el Tiempo

Ediciones SK
Ediciones SK
5 min readAug 25, 2014

--

de Isaac Álvarez

Cinco minutos, nada más que eso. Solo tengo ese tiempo, y ojalá fuera capaz de detenerlo. Aunque si hay algo que todos sabemos, yo aún más si cabe, es que no puede detenerse. El tiempo es un devorador de vidas implacable que no puede saciarse.

Me tiemblan las manos, he de confesarlo, ardo en deseos de volver a verte. Percibo a mí alrededor cierto optimismo, es un día luminoso. En la multitud que se congrega en el andén de la estación, oigo risas. En ocasiones, pienso que de alguna forma también esperan tu llegada. Aunque otras veces miro al cielo, teñido de un matiz violeta, y comprendo que no es así. Que sólo es un día en que los colores no permanecen ocultos, un día que proclama el comienzo de la primavera y en el que no resulta tan difícil comenzar de nuevo.

Resuena en la estación el silbido del tren que anuncia tu llegada, llegarás envuelta en tu rutina, y también en tu belleza, aunque tú no te des cuenta. Con esa media sonrisa que luces incluso cuando estás sola, como si agradecieras el hecho de respirar una vez más. Muchas veces pienso que debe ser así, que todos debemos pensar así, pero no es fácil.

Tengo que colocarme justo en el lugar exacto para verte. Cuando el tren llegue a su destino, una avalancha de gente caminará hacía su propia vida, hacía su propia historia. Muchas veces me pregunto que será de ellos.

El andén está repleto. Una adolescente con una camiseta rosa de tirantes come un helado mientras sonríe a su amiga, como si aquello de lo que estuvieran hablando fuera lo más gracioso del mundo. Aunque no puedo escuchar la conversación, algo me dice que en realidad no lo es, pero todos hemos tenido esa edad.

Continuo recorriendo el andén hacía el lugar exacto, donde se producirá nuestro breve encuentro. Unas personas me miran, otras ni siquiera notan mi presencia cuando paso junto a ellas. Apoyado en la pared, hay un hombre con una prominente barriga, en el cuello de su camiseta se marcan surcos de sudor, se limpia la frente con el dorso de la mano y parece preocupado. Por un momento dudo si parar y preguntarle si le ocurre algo pero sé que no puedo detenerme, porque si lo hiciera, quizás ya no conseguiría verte de nuevo.

Continuo caminando mirando el suelo, parece que estuviera buscando algo, como si hubiera perdido algo muy valioso. Por el rabillo del ojo veo a una mujer que se acerca hasta mí, quiere preguntarme, pero al final no lo hace. Sé que algunos desvían su escasa atención hacía mí, parezco desesperado, y en parte lo estoy. Pero no busco ningún anillo, diamante, ni nada parecido. Solo busco la señal que necesito, para reconocer por fin que estoy en el lugar correcto. Finalmente consigo encontrar lo que necesitaba, una baldosa partida por la mitad, en ella, hay un paquete de tabaco arrugado del que sobresale el filtro de un cigarrillo. Justo en el momento en que el tren se detiene, sé que estoy en el lugar preciso y espero con ansiedad tu llegada.

Las puertas se abren, mientras se escucha por la megafonía el anuncio de un tren que partirá por la otra vía, un caudal de gente invade el andén, precipitándose en direcciones opuestas. A lo lejos puedo distinguir tu silueta, entre cientos de contornos, puedo ver como los rizos de tu pelo se agitan en una revolución de movimiento y me hacen intuir tu paso alegre y desgarbado. No puedo verte, todavía oculta entre la multitud, por eso cierro los ojos y no me muevo, esperándote.

Noto como me esquivan con habilidad, pasan a escasos centímetros de mí, una suave brisa parece acariciarme cada vez que lo hacen, hasta que noto un leve empujón en el hombro y escucho una breve disculpa. Entonces sé que es el momento, me giro, y abro los ojos para verte.

Dios, estás tan hermosa, que duele. Ahí estás frente a mí, con una sonrisa de disculpa en tu hermoso rostro.

—Perdone ¿Está bien?

—Tranquila no ha sido nada — respondo con un nudo en la garganta. Intentó sonreír, aunque no sé si lo consigo.

Me miras durante un breve instante, sonríes, y después te das la vuelta para marcharte.

— Perdona — te digo, aunque a mi me parece más bien una súplica, porque quiero retenerte un poco más.

— ¿Si?

Yo me agacho y recojo un papel de color rosa que se ha caído de tu bolso, no sé si es valioso para ti o no, pero que importa.

— Se te ha caído esto.

Te doy el sobre y cuando lo coges, nuestros dedos se rozan. Tu contacto es como una ráfaga de electricidad que recorre todo mi cuerpo, cuando te vayas y sólo quede tu ausencia, las yemas de mis dedos me recordarán que has estado ahí.

Cuando me miras, reconozco una de tus antiguas miradas, la misma que tenías cuando algo te gustaba. Ahora soy bastante más mayor que tú, sin embargo, hay algo que nos une inexorablemente. Por un momento, parece que conocieras el significado de todo; pero sé que eso es imposible, y debo dejarte marchar.

— Gracias.

— De nada, que pases un bonito día — respondo intentando sonreír, a pesar de que me estoy rompiendo por dentro.

— Igualmente — respondes, pareces dudar en si añadir algo o no, finalmente no lo haces y te marchas.

Yo me quedo allí parado, mientras las lágrimas comienzan a formarse en mis ojos. La última visión que tengo de ti, es tu silueta borrosa desapareciendo en una mezcla de colores desenfocados.

Porque hay algo que no sabes.

Y es que nosotros, en un tiempo, que no es este, tuvimos una vida juntos. Nos casamos y tuvimos hijos. Nuestros queridos y amados hijos, que ahora sólo existen dentro de mis recuerdos, al igual que la vida que compartimos.

Aquel maldito día en que tuvimos el accidente, ese maldito día en que la muerte os llevó de mi lado, me dije que haría todo lo posible por recuperaros.

Y lo conseguí, tras años de innumerables esfuerzos, conseguí crear una máquina que me permitía viajar en el tiempo. Con esa máquina, podría volver al pasado, cambiar nuestro futuro y conseguir que nuestra familia continuara unida.

Pero desgraciadamente, eso no ha sido posible, mi amor. He viajado tantas veces al pasado y al futuro, que ya no soy plenamente consciente de en qué lugar me encuentro. Sin embargo, el resultado siempre es el mismo, aunque cambie las cosas, el destino siempre encuentra la manera de separarnos. Siempre acabáis muertos.

No podemos estar juntos, porque si lo estamos, eso implica vuestra muerte.

Así que tomé una decisión, viajé hacía un futuro en el que no me conocías y supe que tenía que dejarte marchar. Porque en ese futuro eras feliz, vivías muchos años y formabas una estupenda familia. Muy diferente a la nuestra, pero que importaba, lo importante era que estabas viva de nuevo.

Aun así, no podía renunciar a ti por completo y encontré un lugar en el que podía volver a verte de nuevo, sin que ello cambiara tu futuro.

Por eso vengo a esta estación, el mismo día, una y otra vez.

Porque este es mí lugar en el tiempo, para encontrarte de nuevo.

Y recordar, que en un pasado muy lejano, que ya no existe, tu y yo, vivimos nuestra propia historia.

--

--