Autocarnavalización

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
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5 min readApr 8, 2016
La vida de la fiesta

A veces una sola idea basta para justificar la locura.

Esa semana la perversión que corrompió el orden de mis normas establecidas fue una idea.

Era miércoles. El día de fiesta para el desocupado que tiene mucho tiempo libre entre sus manos o el día de fiesta para el aventurero pero ocupado hombre de mundo que gusta de apostar con horas de sueño. Era noche de concierto. El bar estaba lleno tanto de personas como de expectativas por el show de indie rock. La hora de fama era para el solista artista de indie mesoamericano con modesto éxito por sus frutales tonadas.

Llegué tarde. Para aquellos que gustan de escuchar de los teloneros y esperar con anticipación el concierto de una banda favorita, llegué tarde. Para aquellos que que no sabían que este artista existía y que consiguieron entradas gratuitas, llegué justo a tiempo. El show estaba por comenzar.

Apenas llegué, conseguí una refrescante y heleada cerveza de la no tan fresca marca que patrocinaba el evento. No había ni terminado mi bebida cuando la función comenzó. Puro, total y absoluto indie rock.

Pequeños y grandes, gordos y flacos, chicos y chicas, coeficientes intelectuales de todo tipo, todos parecían disfrutar de la velada. La música era muy jovial, muy alegre, muy latina, y el público variado y diverso, disfrutaba de las melodías. Tanto apoyo en forma de júbilo para al artista Obregonense me llevaba a pensar que quizás yo era el único que desconocía al fulano que estaba cantando algo sobre ir a una playa a nadar en pelotas con alguien.

Estaba muy agradecido con el magnetismo y sex-appeal del cantante ya que veía frente a mis ojos a muchas niñas y mujercitas danzando y entonando los coros junto a él. Todo esto era para mí un deleite. La música estaba bien, disfruté de la gran energía de los músicos pero me gustaba más que podía acompañarla de estas vistas. No estaba buscando hacer ninguna movida. Me encontraba navegando con la mirada y nada más.

De repente noté frente a mi a una pareja de hermanas, a su vez, confirmé que una de ellas estaba con su esposo y la otra, sola. No me pregunten cómo supe esto. Digamos que mis habilidades deductivas están en su pico. La hermana que a mi parecer era soltera era una genuina “tercera llanta” y ella, a su vez, era una genuina belleza por su hermosura, estilo y sofisticación. Más importante, pronto me di cuenta que era una alternativa viable. Ambos estábamos solos.

La contemplaba con lo que yo creo que fue una “disimulada pero fija intensidad” y estuve casi seguro que ella lo notó porque sus ojos se encontraron con los míos en más de una ocasión. Todo estaba bien. Me encantaba la intermitente atención que recibía. Pero esa noche, como muchos otros momentos decisivos en los que debí tomar la decisión de actuar, preferí hacer nada.

Opté por no optar.

Disfrutaba de verla mientras ella me veía, como esperando recibir una sonrisa mía. Esperando, quizás, que yo me acercara. En lugar de dejarme llevar por el momento, puse el freno de mano a cualquier cinético pensamiento. El efectivo freno de sobre-pensar. Ideas como “no es posible que una mujer así de espectacular acepte mis avances” o presagios como “aún si le dijera ‘hola’ es imposible creer que esto tendrá un final feliz para ambos” daban vueltas en mi cabeza y la garantía de un triste y sombrío final –para algo que no había ni comenzado– me daban la razón de no actuar.

Tenía bien claro que no perdía nada con ir y preguntar. Lo peor que podía recibir era un “no”, ¿no? Pero pensar en la respuesta y extrapolar las repercusiones me causaba ansias. No quería recordar esa noche con arrepentimiento de haberme acobardado. Entonces sucedió. La idea más perversa vino a mí rescate.

Verdaderamente el parásito más infatigable no es una bacteria, ni un virus o una lombriz intestinal, el parásito más resistente, impecable y contagioso es, de hecho, una idea. Una vez una idea se apodera de tu cerebro es casi imposible exterminarla. Una idea que esté conceptualizada completamente –una idea que tiene sentido– se queda grabada, en algún lugar de tu cabeza.

Posiblemente sabes perfectamente que estás mal, que estás fallando, pero una vez una idea secuestra tu cerebro, encuentras el dulce solaz y tranquilidad que esa perversidad virulenta te da.

El momento en el que, con tus decisiones, le haces una pregunta a la vida pero antes de que ésta te responda “si sí o si no”, es uno de los momentos más intensos y llenos de adrenalina que existen, te extasían. La expectativa de no saber qué pasará. No importa qué tan desastroso termine, siempre tienes esos excitantes momentos.

Tenía una lógica infalible para mí. Pensando pesimistamente que las cosas siempre van terminan mal y para evitarme el doloroso desenlace, ¿por qué no quedarse en el “purgatorio de no preguntar”, disfrutando el éxtasis de este momento de incerteza?

Después de todo, lo que te mata es la incerteza de no saber si las cosas van a salir bien o mal, más allá de un “sí” o un “no”. Pero al no preguntar, la incerteza se vuelve una certeza.

La idea era perfecta.

Esa incerteza causa ansia. El ansia causa desesperación. La desesperación te lleva a cometer errores. Si quitas la incerteza que te lleva a hacer todo lo posible para recibir un “sí” puedes disfrutar de la vida más. Convertir la incerteza en una certeza es fácil. Basta asumir que la respuesta es “no” y disfrutar de ese momento en el que la respuesta es un “no”, aún si es porque no has preguntado y simplemente no se ha materializado dicho “no”.

Es la manera perfecta de no actuar pero no sentir remordimiento por el arrepentimiento de no haber actuado.

Cada fin de semana llega con la premisa de salir por más aventuras, cada noche es un “no” pero un “no” que aún no se materializa, lo cual es sumamente excitante y si mis expectativas son éstas y no pasa nada, habré tenido razón y me podré ir a la cama feliz.

Estos son los aspectos positivos del pensamiento negativo.

Si te hace sentido alguna de mis perversas ideas, creo que estás más perdido que yo. Así que te ruego que después de que le des “Me gusta” y que compartas este artículo, te levantes del excusado en el que estas leyendo este blog y vayas corriendo a hacer algo. Cualquier cosa. Ve a hacer algo estúpido porque es la única manera lógica de vivir.

Eso sí, primero lávate las manos. Por favor.

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