El Quid Pro Quo Evangélico

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
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4 min readJan 3, 2016
“Quid pro quo” (This for that), vía Google Images.

Estaba sentado con mis codos apoyados en mis piernas, mis manos en posición de plegaria y topadas a mi nariz. Estaba meditando. Cuestionaba las razones del hombre que desde lo alto me atacaba verbalmente pregonando a viva voz con gritos, alaridos y rugidos, diciéndome que era el peor hombre de la historia y que no merecía cosa bonita ninguna por estar sentado muy distante, estudiando ciencia entre semana y por tener una subjetiva interpretación del lenguaje, entre otras cosas.

A veces te despiertas y no puedes volver a dormir.

Desde muy pequeño fui educado con valores cristianos. En casa valores tradicionales de la Iglesia Evangélica y en el colegio con valores tradicionales de la Iglesia Católica. Cuando figuras de autoridad desde temprana edad mezclan lecciones de vida y comportamiento con valores religiosos puede llevar a que traslapes los valores morales con la subjetividad de la interpretación religiosa de algunos líderes religiosos.

Lo que trato de decir es, de manera simple, que por muchos años confundí moralidad y lo correcto con chantajes o amenazas, y así perdí de vista dónde comenzaba y dónde terminaba la razon de porqué hacía algunas cosas o dejaba de hacer otras.

Siempre he sido una persona con criterio, dígase, siempre he sido alguien terco y con demasiadas opiniones y preguntas. Aún con mi personalidad, madurar algunas de estas ideas me tomó su tiempo y, si bien estos que comparto aquí no son pensamientos nuevos, últimamente revaloré qué significaba esto para mi vida.

“Hacer el bien sin mirar a quién” es un ideal casi universal y trillado que muchas veces puse en práctica pero que muchas de esas veces, después de hacer el bien, me quedé como esperando alguna recompensa, aún si nunca grité escandalosamente que había hecho dicho “bien”. De niño aprendí que el karma cristiano existe. Una buena acción le es merecida una buena reacción.

Quizás fue culpa de la buena intención que tuvieron mis padres de motivar mi esfuerzo cuando me regalaban un juguete de mi elección al pasar grado obteniendo buenas calificaciones . Aunque, quizás fue culpa de la ingenuidad y simplicidad con la que interpreté dicho gesto, justo como un perro domesticado que es premiado por realizar un truco simpático, me adscribí a la idea de que por ser “bueno” merecía cositas bonitas.

La filosofía en cuestión está muy impregnada en la Iglesia Evangélica y me causa conflicto, y es justo esto que llamo el quid pro quo evangélico.

Sin entrar en historias ni debates y desde mis experiencias de primera mano he notado que la fe de los evangélicos se apoya firmemente en recibir milagros y recibir “las peticiones del corazón” de cada uno a cambio de portarse bien de acuerdo a los parámetros de la Biblia o, desgraciadamente, muchas veces los sesgados parámetros de algún Pastor Evangélico.

Pareciera que todo mundo asiste a estas iglesias porque sabe que Dios va a premiar de forma material o carnal por así hacerlo.

Esto llega al punto de exceso en el que escuché decir a un pastor que “podemos elegir a la mujer que queramos y Dios nos la dará, siempre y cuando seamos fieles a él y no dejemos sus caminos”, no exagero, ser un buen cristiano y realizar buenas acciones nos da una especie de créditos que podemos canjear por trofeos de todo tipo.

Esto es un ejemplo claro de lo que significa el quid pro quo. El término básicamente implica que no hay almuerzo gratis y que por ende, cada una de nuestras obras debe ser remunerada de alguna manera.

Esto me molesta porque ni siquiera aplica para los trabajos de 8:00 a.m. a 6:00 p.m. que tenemos. Si hacemos justo lo mínimo por lo que nos pagan pronto seremos empleados mediocres o caeremos en estancamiento; de hecho, qué es lo mínimo por lo que nos pagan es cuestionable porque es algo difícil de cuantificar de por si.

La vida, desde mi punto de vista, no puede y no debe ser así.

Algo en lo que siempre he creído y hasta la fecha sigo creyendo es que hay que hacer las cosas con y por convicción. Tenemos que tomar las decisiones que tomamos y hacer las cosas que hacemos porque creemos que es correcto, porque es parte de nuestro ideal moral y porque creemos que mejorará nuestro entorno.

No podemos ir por la vida haciendo lo que hacemos porque alguien nos manipuló por medio chantajes a hacerlo o porque esperamos, con maligno interés, algo a cambio.

Uno de los conceptos más liberadores par mí es hacer las cosas porque estoy convencido de que quiero hacerlas, necesito hacerlas. Vivir tomando decisiones con convicción es un camino para vivir con pocos remordimientos y con la consciencia tranquila.

Estas son observaciones sobre las instituciones religiosas que tuve en mi mente en estos días, en ningún momento mi objetivo es atacar o criticar creencias, busco simplemente meditar en el porqué de nuestras acciones y decisiones. Para ser justo con la crítica, esta reflexión y opinión es parte complementaria de otra idea muy similar que tuve recientemente sobre la otra gran institución. Puedes encontrar y leer la “Mea Culpa Católica”, que es contrapunto de la idea analizada en esta entrada, aquí:

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