Mercedes

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
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5 min readNov 11, 2016
Imagen que no hace honor a la sensualidad.

Algo muy erótico me sucedió.

Está mujer me tiene a su merced.

Ella me entiende, me tantea. Ella me entiende, me coquetea.

Está mujer me va a matar pero no puedo parar.

No puedo parar, pero debo parar pues es la única parada que sí puedo controlar y debo ser hombre y controlar. Dios sabe que he intentado detenerme pero ella me tiene bajo su dominio.

La deseo bien sabiendo que ella es la mujer de otro hombre.

Aún antes de que pudiéramos conocernos la tensión sexual entre nosotros era electrizante. Cada que nos encontrábamos por algún pasillo o cada que nos topábamos en algún parqueo de la universidad la energía sexual era evidente. Es más, podía sentirse en forma de ese silencio eléctrico particular de lo altos voltajes que no comunica el peligro de la alta tensión presente. Alta tensión que es capaz de pulverizar a un hombre dónde se para.

Su mirada me desarmaba, desmantelaba mis defensas.

Literalmente volvía a ser un niño indefenso cuando esos sus oscuros y vibrantes ojos mandaban mortíferas miradas hacia mí. Trataba de no demostrar mi pusilánime temple cuando esto sucedía y entrábamos en un genuino duelo de miradas que yo siempre perdía al cortar de tajo la conexión entre nuestras retinas al negarle el rostro después de tan solo un segundo y medio.

Cuando finalmente me la presentó un compañero no podía creer que estaba frente a tal hermosura, mis neuronas no podían procesar semejante guapura. No era merecedor de su presencia, no encontraba las palabras para dirigirme a esta mujer que era una genuina joven ejecutiva moderna con sus deliciosos trajes de oficina que pudorosamente no realzaban su descomunal cuerpo pero que, paradójicamente, elevaban su sensualidad de manera exponencial.

Me la presentaron, su nombre era Mercedes e inmediatamente, y sin merecerlo, estaba bajo su merced.

Lo más erótico de nuestro primer encuentro no fue que se confirmara la latente tensión sensual y atracción sexual que claramente había entre nosotros. No, lo más erótico es que detrás de ese angelical rostro de ella había un cerebro que era tan o más increíble. Ella era de esas personas que me entendía al hablar, una persona a la cual no tenía que explicar mi correcto y apto léxico. Esta persona era una mujer y una mujer que podía hacer números, cálculos e estimaciones al hablar. Una mujer que corregía mis faltas al expresarme y cualquiera transgresión de lógica que se me escapara al hablar.

Lo que me llevaba a preguntarme, porqué tenía al novio que tenía. Un vago e inculto corredor de autos que probablemente también es analfabeto y que se la pasa moviendo kilos en el gimnasio cuando no está “calibrando” su vehículo antes de competir en ilegales carreras callejeras de autos móviles. Ella debería estar conmigo, somos iguales. Ya estoy muy viejo para esto, yo ya dejé los 30 y ella claramente también. Está mujer es mi igual. Ella es digna de mi y yo digno de ella.

Así que estaba aquí, esperando en la sala de esperas de su oficina. Aguardando a que la asistente me dejara pasar a la cita con esta epicúrea señora. Mercedes dijo que podría tener una oportunidad de trabajo para mí en el departamento que ella gerencia y que me concedería una entrevista. Esta era la más indecorosa de las propuestas no tengo duda.

Pronto tendríamos un romance de oficina tan concupiscente que sólo sería superado por la lascivia de saber que estaríamos engañando al arcaico hombre que tiene por pareja. Aunque talvez era más que una propuesta de trabajo, una propuesta puntual para embriagarnos en placeres sexuales. Después de todo ella tenía poder sobre mí y quizás tendría que trabajar antes de conseguir el trabajo. Difícil para mí saber cuál sería el resultado de este licencioso encuentro pero esto sólo me prendía más mientras esperaba.

Un sabio proverbio reza, “dulces son las aguas hurtadas y el pan comido en oculto es sabroso”, y por mucho tiempo creí que era lo más desatinado e inmoral. Nunca me ha interesado hurtarle la mujer a alguien pero eso fue antes de conocer a Mercedes y ahora que en mi regazo está por caer el prospecto de comer en lo oculto, no puedo parar de pensar en ello.

La conclusión de mi especulación termina cuando me invitan a entrar.

Sin dudar, penetro… la habitación y la contemplo. Contemplo su morena fisionomía, su piel trigueña que está en su punto junto a su hermosa y larga melena azabache. Me quedo sin palabras, mi suavidad amenaza con escapar pero la detengo. Nos damos la mano, nos vemos firmemente a los ojos y me acerco a saludarla con un diplomático pero inesperado beso en la mejilla.

Realmente estoy bajo la merced de sus encantos y talento, dominado por sus muchas bondades. A penas y puedo contenerme para controlarme y poder contarle sobre qué puedo traer a la mesa para ayudar a cumplir las metas o alcanzar los indicadores mensuales o algo por el estilo. Mercedes no escucha cuando yo hablo, hasta sus ojos me dicen con violencia que no. Le enciende estar en control, lo hace por placer y yo lo respeto. Aunque no es como que tenga opciones. Ella me las ha quitado todas.

Repentinamente y por un muy pequeño momento despierto del hechizo que esta mujer ha puesto sobre mí y me doy cuenta que he hablado tanto sin decir nada por varios minutos que han nacido y muerto frente a mí sin darme cuenta. Mercedes retoma la poca pauta para hablar que me cedió –y que desaproveché– para cuestionarme de mi experiencia laboral. Experiencia que, lamentablemente, no poseo. Sin permiso y sin perdón, comienza la carnicería.

Soy prisionero de la conversación más unilateral de mí vida cuando no logro defenderme ni contestar ninguna de las preguntas que cada vez se ponen más exigentes a medida que este auténtico tiroteo toma su curso y se desarrolla dejándome destripado y despanzurrado, ensangrentado y desangrándome en el piso mientras hago bizcos. Proverbialmente, por supuesto.

Conforme nuestra entrevista llega a su fin me doy cuenta que la conversación no era lo único unilateral en nuestra “relación” sino que también la supuesta electricidad entre nosotros.

Esta en efecto era una entrevista de trabajo y una oportunidad para conseguir empleo en una prestigiosa compañía que dejé ir por no me preparé de manera adecuada por tener la cabeza bien metida en un sucio excusado del más pobre estadio tercermundista de la región.

No sean tímidos, si les gustó, regálenme un 💚. Mientras más amor, más gente podrá disfrutar de esta historia.

Anteriormente en 50 Shades of Ed…

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