Quien en vida fuera Mr. Fitzwilliam Darcy.

Mr. Darcy, o cómo aprendí a sentir mis sentimientos

Tributo a Mr. Fitzwilliam Darcy, el perrito ciego que cambió mi vida.

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
7 min readNov 6, 2019

--

What matters is that right now is right now.

You’ll find the method that works best for you [to stay living in the present moment], but there are many things that can pull you into the present moment: strenuous excercise. Unplugging. A walk in the park. Meditation. Getting a dog–they’re a constant reminder of how pleasant the present is.

–Ryan Holliday, “The Obstacle is the Way”

¿Has visto cómo toman agua los perros?

Nunca me detuve a pensar en esto. Es más, nunca me detuve a ver a un perro tomar agua, porque no es complicado. Dejas un bowl con agua fresca en el suelo para que el perro beba cuando tenga sed. Nada complicado, hasta un niño puede con esta tarea. La tarea es complicada cuando tienes un perro discapacitado. La tarea es tan complicada que podrías argumentar si fue una de las doce tareas de Hércules.

Hace cuatro años mi hermana trajo a la casa un pequeño cachorro al que nombramos Mr. Fitzwilliam Darcy. Sí, ‘Darcy’ por el de Pride And Prejudice. Debido a su pequeño tamaño, que su nombre llevara un “mister”, me parecía simpático. Me pareció un nombre inteligente sin ser pretencioso a pesar de ser uno que podría ser complicado de escribir para los veterinarios y sus ayudantes. Por eso me gustó aún más.

Irónicamente, nosotros le llamábamos simplemente Darcy en el día a día.

En su momento estaba furioso cuando mi hermana impuso de manera caprichosa y descuidada esta carga compartida en mí. Estaba tan molesto que juré no involucrarme con ninguna tarea que involucrara al cuido o atención del perro. No los voy a torturar con el cuento: eventualmente terminó ganándose mi corazón. Tanto así que yo mismo inventé otro apodo adorable para su nombre. Le llamaba ‘Chachi’ y ya no estoy ni seguro porqué o de dónde lo saqué, así que ni pregunten.

Habían dos razones por las que no quería tener un perro. La primera razón porque la que no quería tener perro era porque sabía que requería mucho trabajo y esfuerzo de cuidar –ni hablar de la atención y cariño–, y yo no quería nada de esto.

Nunca pensé que darle hogar a un perrito ciego iba a cambiar mi vida.

En muchos sentidos sí la cambió y, hasta puedo decir, que me salvó la vida.

Está exagerado decir que un perro te salvó la vida, lo sé. Pero ahora tengo tu atención.

No tengo arrepentimientos de usar hipérbole y engaños cuando escribo, pero sí sé que tengo un problema y es que me cuesta enfrentar y procesar mis sentimientos para comunicarlos de manera saludable.

Y, aunque no lo creas, Mr. Darcy me ayudó confrontar esto.

Parte 1. Sentimientos y sensibilidad

Si pusiste atención, cuando mencioné que no quería tener perro dije que habían dos razones, pero solo cité una. No fue un error, fue a propósito. La segunda razón requiere un poco más de explicación.

Cuando era niño tuve un perro –como todos lo tuvimos– y le pusimos Rocky II, pero tuvimos que regalarlo cuando nos mudamos de casa. La situación no me molestó mucho porque no le pusimos Rocky II por ser chistosos; de hecho así es como nos referimos a él hoy porque antes hubo un Rocky I.

El primer cachorro que tuvimos en la casa se enfermó y murió mucho antes de cumplir su primer año y fue una experiencia dolorosa. Fue mí primer encuentro con el duelo, la separación y la muerte. Lo peor es que lo viví en una época en la que estaba comenzando la pubertad, una época difícil para todos, pero particularmente un infierno cuando estás en el colegio y eres tan raro, desadaptado y late bloomer como resulté ser.

Estaba aprendiendo a que tenía que ser duro si quería sobrevivir la secundaria y lo hice.

Cuando nos levantamos la mañana que encontramos a Rocky I en estado catatónico sabíamos que había llegado su fin. Vi a mi hermana quebrarse y llorar cuando nos despedimos de él y yo usé toda mi fuerza para no dejar que las lágrimas que ya tenía en los ojos corrieran por mis mejillas.

Ese día me gradué como todo un macho. Aplasté mis sentimientos y los enterré en los más profundo, porque los hombres no deben llorar.

Excepto que ese cuento es pura mierda.

Todos podemos –y quizás deberíamos– llorar de vez en cuando. Al menos deberíamos permitirnos sentir nuestros sentimientos tanto los más tristes como los más alegres.

La segunda razón por la que no quería tener perro es porque no tenía que confrontar nuevamente el hecho de encariñarme con él para luego tener que verlo morir.

Tamaño compacto, pero gran guapura.

Parte 2. El perro llamado ‘Coraje’.

Yo fui el primero en darme cuenta que Mr. Darcy estaba creciendo pero no ladraba con frecuencia, no estaba corriendo, saltando o haciendo ninguna de las cosas que hacen a los perros, perros. Hasta señalé cómo colocaba una patita frente a la otra bien delante de su hocico para caminar; muy observatorio para el que no quería tener un perro, ¿no creen?

Eventualmente nos dimos cuenta que nació con un daño cerebral que, entre otras cosas, no le permitía ver.

Aunque no lo quería ni admitir, me dolió mucho descubrir que Darcy era ciego. Me sentí devastado porque una parte de mi ya se imaginaba entrenándolo o sacándolo a correr. Sin haber tenido el valor de aceptar la emoción que me traía la idea de poder hacer estas actividades con él, tuve que enfrentar que estas cosas nunca iban a suceder.

Tener empatía por otro ser era nuevo para mí, aunque cueste creer.

Los primeros días de Mr. Darcy en la casa yo estaba pasando por un momento muy bajo de mi vida. Estaba particularmente soltero, generalmente desempleado, sin dinero y viviendo del dinero de mis papás. Mi carrera no tenía rumbo, mi vida menos. Estaba sufriendo y, como buen macho, lo que hice fue beber como degenerado cada vez que podía. Tiempos oscuros porque probablemente fue la época en la que he bebido con más desenfreno en mi vida.

Una madrugada regresé borracho de una de mis borracheras y encontré a Mr. Darcy deambulando por la sala, perdido y asustado porque no sabía si lo habíamos abandonado. Sin pensarlo –y desinhibido por el alcohol–, me senté en el suelo y lo abracé. Lo abracé por buen tiempo y estoy seguro que ese día comencé a quererlo.

Curiosamente, también sentí que Darcy me devolvió algo de cariño.

No lo vi claro en esa madrugada, pero era evidente que mis sentimientos estaban intentando brotar del lugar en que los había enterrado. Estaban luchando por salir de mi pecho y yo todavía no los dejaba.

Esos días mi suerte comenzó a cambiar.

Accidentalmente hice una amiga en el gimnasio después de que intenté fallidamente levantármela (clásico). Ella tenía un carácter, era bien testaruda y siempre lograba lo que quería, y ella quería que fuéramos amigos. Y lo fuimos. Fue una amistad tan sincera que aprendí que puedes tener querer mujeres de manera desinteresada sin que lo sexual se entrometa.

Tener amigas era nuevo para mí, aunque cueste creer.

El cariño que le tenía creció tanto que con el tiempo hasta fuimos novios por dos años y medio.

Durante esta relación aprendí que de nada sirve tener amor por alguien si no sabes comunicar ése amor.

El mismo año que decidimos terminar la relación también comprendí que tenía que encontrar la belleza en la finalidad de la vida porque fue el año que tuvimos que dormir a nuestro Chachi… El tiempo que tenemos con las personas –y perros– que están a nuestro alrededor es limitado, valioso y, por ende, hermoso.

Pocas cosas te permiten apreciar el presente como un perro.

“They spoil every romance by trying to make it last forever.” –Oscar Wilde

Parte 3. Nada dura para siempre.

Es en serio, nada dura para siempre. La vida está en constante evolución así que es imposible que las cosas se mantengan de una manera todo el tiempo y hay que aprender a aceptarlo.

Incluso hay que aprender a disfrutarlo… bueno, no nos volvamos locos. Quizás será mejor dejarle este nivel de mindfulness a los estoicos de antaño.

Por muchos años no me permití la idea de tener un perro porque sentía que por este medio me estaba abriendo a tener sentimientos e, inevitablemente, al sufrimiento. Por muchos años no me permití tener sentimientos, punto.

Pasé tanto tiempo escapando de sentimientos que me lastimaran que yo mismo terminé lastimando y alejando gente a mi alrededor. Viví frustrado por un futuro que no existía. Normalicé la noción de no dar valor a mis sentimientos hasta el punto que terminé perdiendo el respeto por los sentimientos de otras personas en el proceso, convirtiéndome en un patán poco empático.

Todo porque no quería ser lastimado por una ruptura, por el rechazo de alguien o hasta por la muerte de una mascota.

La única certeza de la vida es que nada dura para siempre.

Lo único seguro que puedes hacer es sentir tus sentimientos para poder disfrutar con plenitud lo que tienes frente a ti en el ahora.

Chachi murió este año después de muchas dolamas y enfermedades, y me permití sentir tristeza. Hasta me permití soltar un par de lágrimas. Al hacerlo pude encontrar paz –y hasta felicidad– en que le dimos una vida digna, llena de cuidados y cariño.

En la vida, como en las relaciones, muchas veces arruinamos las cosas porque queremos que duren para siempre.

Debemos amar sin tener miedo al dolor para así poder vivir sin miedo a la muerte.

El blog de Eduardo J. Umaña es traído a ustedes por eduardojumana, asegúrate de revisar más contenido en eduardojumana.com

--

--