Mujer cargando un surtido de bolsas. Fotografía por bruce mars vía Pexels.

Qué me enseñó Instagram sobre centros comerciales y éxito profesional

No voltees a ver hacia atrás, te convertirás en sal

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
4 min readJan 17, 2019

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Caminaba, perdido, entre los valles de sombra y muerte.

Fue mi culpa, yo decidí venir y entrar aquí.

Me sentía incómodo, pero por supuesto que me sentía así.

Nunca dejas de sentirte desadaptado como lo hacías cuando eras un joven adolescente y estabas por comenzar la secundaria, donde todo era –según estabas por descubrir– puras comparaciones. Quién tiene la novia más bonita, quién tiene más dinero, el carro más nuevo o los mejores zapatos, o quién terminó Ocarina Of Time al 100%; bueno, quizás el último solo era un tema de comparación en mi muy pequeño círculo social, pero era una comparación no obstante.

El ser humano compara, es lo que hace. Ponerle nombre a las cosas para poder compararlas es una de las actividades que lo distinguen de otros animales.

Hoy, más que nunca, vivimos en la era de la comparación.

El todo o nada de la era digital

Ahora, decir que te gustó o no te gustó una película ya no basta. Ahora todos se creen críticos de cine. Recuerdo cuando estaba en el colegio y, solo el hecho de tener una película sobre cómics era un hito, la veíamos y aunque fuera mala, la discutíamos tratando de rescatar lo que más nos gustó. Hoy en día ya no es así. La nueva película de tu franquicia favorita tiene que ser lo mejor o lo peor de la historia.

No hay puntos medios.

Todo es sobre lo mejor y lo peor.

Pero la comparación no se detiene en temas triviales como el cine. Las redes sociales han arruinado más vidas que Netflix. Probablemente la red social culpable de nuestra nueva-mala maña de basar nuestra felicidad en estúpidas comparaciones sea Instagram y no ayuda que sea parte de Facebook, quien fue fácilmente la compañía más maligna de 2018.

Así que caminaba, perdido, en el valle de sombras, muerte y perdición.

Deambulaba por un almacén dentro de un centro comercial.

Fue mi culpa, yo decidí venir y entrar aquí.

Deambulaba con mi look “cacazo casual” y me sentía deprimido en mi suerte.

Todo culpa de las benditas comparaciones.

Estoy harto de vivir en un mundo con redes sociales que parecen tener un filtro que solo te muestra los éxitos de las personas. Todo los feeds están repletos momentos felices, vacaciones y éxitos. Porque no se te olvide que tus redes sociales son “tu marca personal”. Después de todo, hay que “saber venderse”… aunque nadie sabe porqué ni para qué.

Y si, por algún error nos quejamos o dejamos mostrar nuestro falible lado humano, pues entonces somos unos fracasados.

No intento criticar ni sugerir cómo reparar las manera en la que interactuamos con nuestro entorno digital, pero sí les diré una cosa sobre el fracaso. El fracaso es perfectamente normal.

Atrévete a fallar y, más importante, atrévete a no ocultarlo.

Iría tan lejos como decir, “siéntete orgulloso de fallar”, pero sé que no es fácil. Es solo hasta que vemos desde lejos al fracaso que ganamos la suficiente perspectiva para reconocer que de él hubo un valioso aprendizaje.

Aravesar el fracaso puede ser duro, puede quebrarte y puede deprimir.

Estos días es bien fácil perder de vista tus metas y el precio que tiene ir detrás de ellas. Todo porque, producto de alguna comparación, cuestionamos nuestra definición de éxito basados en la falsa imagen de éxito de algo que vimos en algún aparador digital.

Culpo a los centros comerciales

Cada vez que voy a un centro comercial me deprimo. Básicamente porque, de manera auto-impuesta, no estoy designando dinero para muchas compras.

No he renovado mi vestuario y me he comprado muy poca ropa nueva desde 2014, que fue cuando me quedé sin mi primer gran empleo como ingeniero y que fue cuando comencé el camino que me llevaría a replantearme si realmente quería seguir trabajando y desarrollándome de lleno en la ingeniería.

Por casi cinco años he tratado de vivir un estilo de vida austero, viviendo con mis papás para poder subsitir mientras me levanto y encuentro rentabilidad en mi (nuevo) camino.

Cuando te cuentan la historia de cómo emprediste extiosamente o cómo tienes éxito en un trabajo que no es de tu carrera todos suelen evitar las partes que no son sexy. Todos esos momentos de tristeza y frustración por no saber qué estabas haciendo –ni porqué– que te hacían sentir tan perdido, quedan obviados. Este tipo de historias suelen esconder las partes que te hacen ver mal.

Y nada te hace ver tan mal como jeans desteñidos, desgastados y un tanto flojos, una camisa que tiene una carrera universitaria y un diplomado, y unos vans viejos.

Nunca me he sentido desmotivado de seguir luchando por encontrar mi nuevo camino, pero hay días que son más difíciles que otros. El otro día descubrí que siempre que voy a un centro comercial coincide con esos días difíciles y descubrí porqué:

Las comparaciones son basura.

Ir a un centro comercial es ir al lugar dónde menos poder tengo y donde tengo que compararme con la gente que tiene dinero para comprar más cosas.

En pocas palabras, no abona algo productivo a mi vida.

Créeme, es más fácil trabajar enfocado en lo quieres lograr cuando no te estás comparándote.

Deja de compararte y vive tu vida.

Un ingeniero no puede diseñar algo si le das infinitos recursos. Es cuando le pones limitantes -o retos- que una solución surge. Las restricciones te liberan.

No recuerdo dónde escuché esto. Creo que fue en un podcast.

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