Un nuevo día para fanfarronear

Salir de tu zona confort te ayuda a ir a lugares que jamás imaginaste, y esto es bueno.

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
4 min readJan 16, 2018

--

Cómo dejé de pensar y comencé a preocuparme por escribir. Fotografía por Stefan Stefancik vía Pexels.

Un ingeniero entra a la sala de esperas de una Agencia Publicitaria, se acerca al escritorio de la recepción, anuncia su llegada y toma el segundo asiento que queda justo a la mitad de la fila de las incómodas sillas de una típica sala de espera.

Estoy muy consciente que el párrafo anterior suena como la antesala para un chiste-bomba, pero estoy más consciente que esto no es ningún chiste y que estoy esperando por mi cita entre diseñadores gráficos, mercadólogos y publicistas.

“Cómo da vueltas la vida”, pienso mientras me acomodo en mi no-tan-cómoda silla y me dispongo a contestar a unos tuits producto de la más reciente riña virtual en la que me veo inmiscuido cuando de pronto levanto la cabeza para revisar mi entorno y descubro que hay una chica universitaria frente a mí. Ésta me saluda intuitivamente con un “hola” y le contesto automáticamente sin saber quién es.

Después de un par de segundos de vibrante actividad mental para tratar de descifrar porqué nos saludamos logro atar los cabos: ella va al mismo gimnasio que yo.

Es curioso cómo puede cambiar la apariencia de una persona cuando la ves en un contexto diferente, pero más curioso es que me salude alguien con quien en el gimnasio nunca hemos cruzado una sola palabra.

No me cabe duda, estoy frente a lo que a mí me gusta llamar pláticas pequeñas.

No nos conocemos, pero a su parecer estamos en circunstancias similares, esperando a pasar a una entrevista que decidirá si podremos ganar algo de dinero para poder pagar nuestras deudas o si podremos consentirnos comprándonos algo bonito al final del próximo mes y esto, según ella, nos da un sentimiento de camaradería.

Así me lo reafirmó esta extrovertida estudiante de comunicaciones, publicidad o algo así, cuando me preguntó si yo también venía a la entrevista para el puesto de Social Media Manager.

Yo, por supuesto, le contesté con un enfático pero diplomático “no”.

Había un tiempo en el que este tipo de charlas banales hubiera significado un tremendo estrés en mi vida por el esfuerzo que para mí significaba tenerlas y paradójicamente ahí estaba, comentándole que trabajaba como una especie de consultor editorial.

Muchos no se preguntarán qué hace un Ingeniero en la sala de esperas de una Agencia Publicitaria porque muchos simplemente asumirán que eres un estudiante de licenciatura como ellos.

No la culpé por cometer un error al asumir esto porque, realmente, ¿qué hace un ingeniero trabajando para una agencia de publicidad?

En ése momento no pude evitar darme cuenta que hacía demasiado tiempo desde que me pregunté, qué estaba haciendo en ése lugar.

La respuesta era sencilla: estaba buscando conseguir más trabajo porque todos necesitamos trabajar para pagar nuestras deudas o para consentirnos comprándonos algo bonito.

Creo que una pregunta más válida sería cómo terminé trabajando en ése lugar o, más importante, por qué.

He tenido tiempo para pensarlo y las respuestas son sencillas.

Terminé trabajando allí porque descubrí que salirme de mi zona de confort y enfrentar las inseguridades y miedos que esto produce en ti siempre tiene resultados favorables.

Una de las primeras veces durante mi vida adulta que me permití terminar en situaciones desagradables fue cuando acompañé a mi novia –que en ese momento era tan solo una amiga– a llevar al veterinario al cómicamente gigante cachorro Akita de su primo.

Detesto lo perros grandes porque me ponen nervioso, pero lo hice de cualquier forma y sin duda esta experiencia me ayudó a aprender que situaciones incómodas como éstas, y las pláticas pequeñas, no tienen que ser el fin del mundo.

Fortuitamente, una situación tan mundana como esa nos permitió forjar una mejor amistad y –eventualmente– una relación, lo cual tuvo sus beneficios.

Resulta que mi novia es Comunicadora de profesión y sin duda esto me ayudó a aprender a hablar de manera más desenvuelta porque cuando te llevas con comunicadores tendrás que aprender a hacerlo o de lo contrario nunca hablarás.

Habiendo perdido un poco de miedo a hablar con desconocidos me permitió tener menos miedo de compartir lo que pensaba y lo que sentía –y por ende lo que escribía– y así comencé a escribir en mi blog.

Esto a su vez me consiguió una columna editorial en un periódico europeo y un trabajo temporal en un medio digital nuevo que operaba en la ciudad en la que vivo.

De repente, no era mi Ingeniería ni mi Maestría en Administración lo que me estaba dando trabajo sino que la apuesta que hice al salirme de mi zona de confort y quizás todo se lo puedo agradecer al akita que, irónicamente, se llama Hachikō.

Mientras nuestra plática pequeña llegaba a su fin, la chica universitaria me halagó diciéndome que no parecía tener 32 años cuando le dije que no sólo ya había salido de la universidad, sino que también tenía maestría.

Me estaba sintiendo muy bien conmigo mismo porque estaba en camino a tener todo lo que quería y porque todavía parecía un joven de 27 años.

No fue sino hasta que me levanté porque era mi turno de pasar a mi reunión que recapacité que quizás esta chica creyó que yo podía tener algo de influencia en la Agencia Publicitaria y quizás por eso me dijo que me veía joven.

Supongo que no puedes ganarlas todas.

Resaca Moral (de lunes) es una nueva columna que he creado para mis despotriques editoriales, puedes aplaudir todo lo que quieras a esta publicación si te gustó o entrar en una riña de tuits conmigo diciéndome porqué no te gusto aquí:

--

--