Valentina sabe contar hasta 10

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
3 min readMar 13, 2017
“Little Girl In Pink”, SketchPort

Recuerdo mis primeros días escribiendo como si hubieran sucedido ayer.

Aunque ahora que lo pienso comencé a escribir cuando era un adolescente. Solía llenar cuadernos con ideas, pensamientos y propuestas de canciones. De hecho, transcribía las letras de mis canciones favoritas en medio de todos los garabatos que daban a cada página una vitalidad y personalidad propia.

Nunca he compartido estos escritos y creo que nunca verán la luz de una publicación.

Eran días más sencillos sin duda y los perdí cuando tuve que ir a abrir mi primer blog comprometiéndome a llenar todos los días de la entresemana de una cuaresma con una publicación diaria.

No hubo vuelta atrás…

Así que ahora soy ese tipo que trabaja en cafeterías porque tiene un deadline para su columna en un periódico londinense. Sí, ahora soy ese tipo al que ves en Starbucks, solo con su laptop y una taza de café negro gigante saliendo cada otra hora a fumar un cigarrillo porque la idea del concepto para su más reciente columna simplemente no está fluyendo.

En momentos de estancamiento creativo cualquier lugar es un mejor lugar para estar que en tu cabeza.

Frente a mí está una adorable niña llamada Valentina. ¿Cómo sé su nombre? Su abuela, quien supuestamente está “cuidándola”, llama su nombre cada 117 segundos mientras intercambia chismes con su grupo de amigas. Estoy seguro que es la abuela porque no creo que una mujer de esa edad –que no voy ni siquiera a sugerir– sea una nueva madre. Valentina no tendrá más de 3 años y tres cuartos.

Curioso cómo todos los papás quieren ser abuelos y una vez lo son parece que hacen un pésimo trabajo cuidando y educando a sus nietos porque ya no tienen ni la paciencia ni la energía para realmente atender a un niño.

Estoy convencido que la abuela de Valentina cometió un grave error porque no pidió el café de Valentina descafeinado. Los niños pequeños tienen mucha energía pero, esta niña me sorprende. No ha dejado de moverse desde que me senté a escribir.

A parte de cantar, correr y saltar por todos lados con su pequeño vestido rosa y mini leggings, regresa cada cierto tiempo a tomar una mordida de una crepa con chocolate que su abuela tiene en la mesa. Más curioso para mí es descubrir que ahora Starbucks vende crepas.

Lo que más me intrigó de Valentina es que camina enérgicamente hasta el final de una imaginaria línea recta, cuenta hasta 10 y comienza a recorrer su imaginaria línea de regreso dando saltos.

Una niña infante que ya sepa contar y que incluya este nuevo conocimiento en sus juegos me parece de lo más bonito.

Por un momento me imagino que soy yo el que tiene un delicioso postre en la mesa y Valentina llega a la mesa donde estoy sentado cada cierto tiempo para tomar una mordida de este delicioso postre porque soy su padre.

“Ese será el día que el infierno se congele” pienso de manera defensiva para huir, como es habitual, de situaciones que involucren demasiado compromiso. Aunque sería una escena demasiado simpática, tengo que reconocerlo.

Creo que Valentina es un bonito nombre, podría ponerle a mi hija ese nombre. Así que lo guardaré en “la lista”.

Lo que no haría, sin duda, es darle de tomar café cuando no tiene ni 11 años ni darle de comer postres pasadas las 17 horas. Es más, si yo fuera su padre, ya sabría recitar las Leyes de Newton.

Eso sí, por ninguna circunstancia, la traería a una cafetería cuando tengo que escribir una columna para un periódico que tiene un deadline para el final de la semana y no tengo ni puta idea de qué voy a escribir porque ella terminaría robándome de mi ya escasa concentración.

Pensándolo bien, quizás sí la traería porque también terminaría escribiendo una bonita pieza sobre todos sus adorables hábitos de juego.

Por el momento estoy yo sólo con mi gigantesco café negro y agradezco no ser el ingenuo padre que dejó a esta hermosa niña al cuidado de una irresponsable abuela que regresará a esta niña a su casa con una formidable carga de energía glucosa.

Oh, va a ser una larga noche para sus padres…

¡No olvides regalarle un corazón al chimpancé que escribe sus monadas para tu entretenimiento!

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