Matías Blanch
El Bigote Lector
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7 min readOct 8, 2019

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De la educación según Protágoras

Protágoras vivió en el siglo V a.c. y fue uno de los denominados sofistas. Los sofistas eran a Platón y Aristóteles, lo que River es a Boca. Una oposición visceral. Surgieron en un momento donde la política ateniense puso el discurso, la persuasión, en fin, el dominio del lenguaje como un requerimiento para el éxito social y político. Y allí apareció Protágoras, Pródico, Hipias, Gorgias y otros tantos maestros de diversos saberes, quienes no sólo vendían este mercado de conocimientos sino que también postulaban sus propias teorías filosóficas. De acá la pica entre Sócrates y los sofistas. Pica que heredaran los discípulos de Sócrates y perpetuaran por siglos. Es tal la mala fama de estos tipos que a las construcciones lógicas falaces se las llama sofismas.

Las características más comunes de los sofistas eran sus teorías subjetivistas o constructivistas. Es decir, que la verdad era territorio del sujeto o construcción de la sociedad. Estos postulados llegaron a terrenos muy controvertidos como los dioses, motivo por el cual, Protágoras tuvo que exiliarse para no correr la suerte que Sócrates correría algunas décadas más tardes. Aunque lamentablemente su barco naufrago y la brillante vida de este octogenario filosofo terminó entre algas y peces.

Una de las frases más conocida y controvertida de Protágoras, discutida por Platón en el Teeteto y mencionada en otros diálogos es:

El hombres es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son

Y esto, claramente, a Platón no le gustaba ni un poco, por lo que se esforzó, primordialmente, en encontrar un fundamento metafísico al conocimiento del mundo y los valores tales como la Justicia, la Belleza y el Bien. Un fundamento distinto del engañoso e inestable mundo sensible al que consideraba incapaz de ser objeto de ciencia. De allí surge su famosísima teoría de las Ideas. Que en pocas palabras ubicaba las Ideas, sustancia inteligibles y eternas, en otro ámbito, por decirlo mal y rápido, uno espiritual, donde existen como modelo del que todas las cosas no son más que copias imperfectas de estas.

Protágoras se hacía llamar así mismo maestro del areté, término griego de polémica traducción, pero que en su forma más simple, se podría traducir como “excelencia”. En la obra Protágoras del mismo Platón, tenemos a Sócrates discutiendo con el venerable anciano homónimo al titulo de la obra. Vale decir que Protágoras fue un maestro muy respetado y se dice que fue el primero en cobrar por sus enseñanzas ¿quién dijo que la educación privada fue un invento del capitalismo?

El caso es que de Protágoras conocemos mucho sobre su relativismo epistemológico pero no tanto sobre sus tesis antropológicas pero podemos afirmar, con cierto riesgo, que según el abderita (en referencia a la patria de este sofista), el hombre en su estado de naturaleza era peligroso, similar a la idea hobbesiana del hombre es un lobo para el hombre. Y es en la sociedad, donde según Protágoras, el hombre puede ejercitar la virtud.

Protágoras se vale del mito de Prometeo para justificar su tesis donde en síntesis al Hombre por un error de Epimeteo no recibió ninguna ventaja natural (garras, pelaje, dientes afilados), entonces, Prometeo robo a Hefesto y Atenea la tekné, en criollo: la técnica.

El hombre con la técnica prosperó y fabricó todo aquello que no poseía naturalmente, pero eso no alcanzo porque no podían asociarse sin sucumbir a las discordias. Al Hombre le faltaba la política. Y esto fue un regalo de Zeus que entrego a través de Hermes. El detalle es que aunque Zeus le indica que le entregue a cada uno la vergüenza y la justicia para que participen de ella, le advierte que quien no pueda hacerlo se le de muerte. No se andaba con chiquitas Zeus.

En el mito se ve la tesis de Protágoras: el hombre no es social por naturaleza y es incapaz de relacionarse pero la sociedad lo redime. Afirma en contra de Sócrates (no sabemos si el auténtico Sócrates o el platónico del Protágoras) que el hombre puede aprender la virtud y que, por tanto, puede ser enseñada. Y el objetivo de la virtud protagórica es que el hombre participe de la polis, podríamos trasladar ese concepto al nuestro de sociedad.

La virtud tiene así una naturaleza netamente social. Algo que hace juego con el relativismo del sofista que -para opiniones más autorizadas que la mía- es un relativismo social, un relativismo que tiene sus limites en el consenso de la comunidad. La virtud no es universal, la virtud no es eterna, no es objetiva, no es como la pinta Platón, la virtud es histórica, esta presente de momento en momento, y de ahí, el regalo de la vergüenza y la justicia para sostener la sociedad en base a un consenso continuamente revisado sobre lo que es correcto y bueno.

La vergüenza es el sentimiento que nace de la turbación por la culpa, la humillación o la deshonra. No hay vergüenza sin una sociedad que dicte que es lo vergonzoso. Y respecto de la justicia, nos dice:

… y el nombre para tal castigo, tanto entre ustedes como en muchos otros lugares, es enderezamiento, porque la justicia endereza

Pero enderezar respecto ¿a qué?

En cuanto comprende lo que se le dice, su nodriza, su madre, su maestro y su mismo padre luchan a este respecto para que su hijo sea lo mejor posible, le enseñan y le señalan respecto de cada acción y discurso que una cosa es justa y otra injusta

El niño no conoce estos valores naturalmente porque no existen naturalmente. Alguien podría aducir la empatía (o la piedad rousseauniana) pero la misma no parece suficiente para incluir a todos los miembros de una sociedad sino sólo aquellos que el régimen moral familiar y social señalan como iguales, o en dónde la naturaleza especial del sujeto, lo hace tan empático que es capaz de sentir piedad y afecto incluso más allá.

Es el deber de aquellos encargados de la educación indicar desde la más temprana edad aquello que es correcto e incorrecto. No pueden vacilar porque su deber es procurar su enderezamiento en vistas del futuro del educando y de la sociedad misma. El castigo es exactamente como expreso el sofista:

el que quiere punir racionalmente, no castiga a causa del delito pasado –lo ya sucedido no puede borrarse-, sino mirando al porvenir, a fin de que ni el culpable ni cualquier otro que haya visto su castigo vuelvan a delinquir.

Aquí Protágoras señala el sentido social del castigo, pero también desliza su sentido en la educación privada, con la misma idea que venimos reiterando: enderezamiento.

Si la virtud es social; si la virtud se aprende; si para asegurarnos su aprendizaje, necesitamos inculcarle el sentido de vergüenza y el conocimiento de la justicia; si aquellos que no participan de la vergüenza y la justicia, deben ser considerados como una peste, entonces, es necesario poner de relieve que la educación de un niño, de un joven, no puede ser la formación romántica que espera que el niño reconozca espontáneamente la virtud. No se puede dejar a la physis, la naturaleza, una tarea de la que depende el bienestar social y también individual.

Un niño que no aprende la virtud resultaría en un hombre incapaz de relacionarse plenamente porque sus acciones atentan contra el consenso, atentan contra el sentido de vergüenza y justicia de la sociedad en la que esta inserto. No se trata de reproducir lo peor de la sociedad sino justamente el sentido mismo que hace pervivir a la sociedad: la unión construida sobre el consenso, el respeto, el diálogo y el auto control.

Esperar que el educando, el niño, adquieran los conceptos de virtud sin la supervisión de alguien es arriesgar que el niño crezca con hábitos perjudiciales para sí mismos. Según Aristóteles la virtud esta enraizada en los hábitos porque el comportamiento virtuoso muchas veces se opone a nuestros vicios naturales y sólo la fuerza del hábito es capaz de encauzar positivamente esos impulsos.

La omisión negligente de una educación que prevea el uso del castigo somete al educando al peligro que en el futuro descubra los limites innegociables de la realidad y que si aquellos responsables de inculcárselos en la temprana edad no lo hicieron, entonces, la sociedad lo hará, probablemente, con consecuencias más graves. Sino lo hace la misma vida que nos muestra diariamente sus limites: las normas éticas, morales, legales y los limites existenciales e interpersonales.

No sabemos suficiente sobre Protágoras, dado que son escasos los fragmentos y comentarios sobre el mismo, pero confió que el sentido humanitario de su doctrina antropológica nos permite aventurar que su concepto de castigo no involucra necesariamente la violencia física sino la interrupción de un comportamiento con el fin de producir uno más adecuado, más virtuoso, más ajustado a la sociedad. Es la presencia de un límite indicado, e impuesto, por el otro, señal de una transgresión y la presentación de una alternativa, de una vía adecuada. Esta paideia (educación) no puede restringirse al logos (palabra, razón, discurso) únicamente. Eso sería propio del intelectualismo socrático que consideraba que el sólo conocimiento de lo bueno es suficiente para actuar correctamente. Es por eso, que en este sentido, considero que Aristóteles es un progreso al integrar el hábito, como una fuerza que encauza desde afuera, y forma un carácter en el niño. Modo de ser, de actuar, que en el futuro se ocupara de guiarlo por un camino de virtud.

Un niño que aún tiene poco ejercicio de su racionalidad, de su logos, difícilmente sea capaz de obedecer un mandato racional que se opone a sus impulsos espontáneos. Menos aún si tenemos en cuenta que los adultos también sucumben constantemente en esta guerra interna. A lo que debe aspirar el educador, el maestro de virtud, es enderezar ese impulso. El *logos* ira cobrando protagonismo lentamente, cuando hábitos más primarios en el comportamiento del niño vayan ocupando su lugar.

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Matías Blanch
El Bigote Lector

Lector, aprendiz de filósofo, artesano del código, rolero. IG @elbigotelector