La humanidad aumentada

Matías Blanch
El Bigote Lector
Published in
8 min readApr 11, 2021
“La humanidad aumentada. La administración digital del mundo” de Eric Sadin. Ed. Caja Negra.

La tecnología siempre arrojó una sombra en la filosofía bajo la que se han dado polémicas clásicas. Desde el mito prometeico que Platón repasa en su Protágoras, la técnica ha sido caracterizado como el rasgo que nos diferencia de los animales. Las capacidades que ellos tienen naturalmente fueron remplazadas por una inteligencia capaz de crear nuevas capacidades. Incluso algo tan simple como el fuego requiere una técnica para encenderlo y el que la posee tiene una nueva capacidad: generar calor.

Cazar, construir una vivienda, tejer ropa, fabricar una lanza, pelear. Todo es susceptible de ser modificado, potenciado o disminuido, por la presencia de una técnica. Desde la piedra que usaron nuestros ancestros para partir los huesos de animales muertos y llegar al tuétano hasta el chip de silicio capaz de un procesamiento matemático que ni el más inteligente de los hombres podría superar.

La técnica se vuelve parte de la cultura y esta se convierte en capas y capas que se van superponiendo. Nacemos inmersos por esas capas que se vuelven nuestro mundo social naturalizado y, las técnicas y sus artefactos que quizás no entendemos pero usamos, son parte de ese mundo.

Pensamos en la técnica como habilidad y conocimiento y la tecnología como un artefacto material pero obviamos que la lengua, la escritura, la matemática, la escuela, las leyes son técnicas y artefactos, inmateriales, en cierto sentido, pero absolutamente eficaces.

En sociologia, se habla de construcciones sociales y se discute si son reales o no, en qué sentido, pero es indudable que una ley es suficientemente real cuando nos pone en la cárcel.

Hasta la ideología es el resultado de una técnica que los hombres usamos para regular nuestra vida psicológica y social, no solo las relaciones blandas, sino las relaciones materiales de poder.

¿Por qué toda esta introducción cuando se trata de hablar de un libro sobre la tecnología más moderna?

El libro de Eric Sadin es un recorrido diverso por una cuestión que el plantea apelando a la escena de Hal en Odisea del Espacio 2001 de Kubrick: cuál es y será el resultado de la relación con los otros y nuestra identidad en un “mundo híbrido” populado por nuestra inteligencia y una “no exógena”, creada por nosotros.

Cuando Umberto Eco escribió “Apocalípticos e integrados” en 1964 planteó que había dos posiciones respecto al efecto de los medios de comunicaciones de masas. La tecnología siempre ha ocasionado estos debates polarizadores y los medios masivos no fueron más que otro episodio. Hace unos años las redes sociales y hoy día la creciente presencia de la tecnología en celulares, internet de las cosas, algoritmos, datos personales tratados como commodities e inteligencia artificial ha generado nuevos debates y, por supuesto, nuevos actores.

Eric Sadin, en esta división ingenua, es un apocalíptico. Su percepción es que la tecnología se ha vuelto universal, ubicua, autonóma, invisible y en perpetua sofisticación y expansión. El hombre se ve ya no solo regulado sino potencialmente sustituido por este mundo digital-algoritmico.

Encuentro difícil coincidir con él como me ocurre con otros filósofos que han opinado sobre la tecnología como Byung Chul Han pero tampoco es posible rechazar la infinidad de tesis que Sadin postula en su libro con una retórica llena de entrecomillados y adjetivos que dan para docenas de interpretaciones.

Algunas de sus tesis son que la relación entre el hombre y estas nuevas tecnologías supera lo complementario y son sustitutivas. La tecnología funciona como un poder multiforme que regula en pos de una optimización constante basada en cuantificación de todo. Alguna de las expresiones que usa para calificar a la tecnología que creo revelan más que cualquier resumen son:

demiurgo inmanente…

universo artificial paralelo en expansión continua…

administración robotizada de las existencias garantizado por agentes clarividentes…

la potencia demiúrgica de la ciencia electrónica para poder “engendrar” hoy una forma de inteligencia paralela a la nuestra

aparición anunciada de un “esperma electrónico” inseminado por entidades autoreproductivas artificiales dotadas de facultades de engendramiento similares a los organismos biológicos

Esto es un recorte arbitrario de las muchas que hace el autor respecto a la tecnología a la que describe en términos de potencia, autonomía y ubicuidad.

Lo problemático en Sadin y Byung Chul Han es que la grandilocuencia del lenguaje que eligen para referirse a la tecnología pinta un panorama de película de ciencia ficción. En los 80' había un temor similar a lo que la tecnología devendría para la sociedad (véase el ejemplo que toma Sadin pero los ejemplos abundan en el cine y la literatura) y sus predicciones no solo no se cumplieron por lo general sino que ni siquiera lograron predecir hacia donde irían los desarrollos futuros. A veces por ir mucho más lejos como los viajes espaciales donde todavía tenemos dificultades para visitar la Luna, ni hablar de Marte, y a veces por quedarse muy cortos con el tamaño de la tecnología que se ha convertido en mini, micro y nano. En Neuromante de Gibson, las computadoras eran aún mucho más grandes que lo que es un laptop hoy y un celular tiene más potencia computacional de lo que se hubiesen imaginado. Lo más llamativo es que lo usamos para tareas tan triviales como el Candy Crush o guglear una receta.

Sadin señala la relación problemática entre el sujeto de la modernidad, esto es una entidad filosófica definida por Descartes y la filosofía moderna de entonces que aún hoy persiste, que nos define como sujetos autónomos y racionales. Advierte que todo este mundo de tecnologías que nos asisten hasta la sustitución atentan contra ese sujeto. El autor es consciente que este sujeto está bajo asedio hace décadas pero pasa por alto que el sujeto moderno es también el sujeto de la técnica, no solo productor tecnológico, sino producto de muchas otras técnicas.

La racionalidad de que la que aún hoy hacemos gala para distinguirnos taxativamente del resto del reino animal es el producto de una técnica de la subjetividad que se fue operando por siglos desde el humanismo renacentista y aún antes. El hombre es, desde que la presión del ambiente obligó a nuestros ancestros homínidos, un hombre-técnica. Un hombre que en busca de una potencia constante para regular el ambiente, se condiciona y regula asimismo.

La agricultura es quizás el hecho histórico más paradigmático de esta transformación. Si esta fue un avance en términos absolutos o no siempre será materia de debate pero en términos evolutivos es innegable que fue el punto de partida de una explosión demográfica que aseguró nuestra predominancia como especie. No obstante, sabemos que la agricultura vino acompañada de desnutrición, enfermedades, escasez de recursos y guerra.

Sadin señala que hay una relación entre potencia y sofisticación, a mayor una, mayor otra, pero la potencia también lleva aparejada la complejidad. La agricultura nos aportó una potencia adicional como especie y está generó nueva complejidad en forma de organizaciones sociales jerárquicas y especializadas. La potencia como sociedad siempre implicó delegación.

La delegación es la técnica de especializarnos y su subproducto es la complejidad, así como la sofisticación es un subproducto de la potencia. Spinoza señala que el hombre en su perseverancia por ser debe ser comprendido como una potencia. La técnica obedece a este deseo primario de perseverar: sobrevivir pero también “crecer”, incrementar la capacidad de consumir, transformar y gozar.

La sociedad actual en su afán de progreso técnico genera las condiciones de su posible exterminio, si, pero también el único medio para evitarlo. Es el precio del camino que transitamos como especie desde hace millones de años.

¿Es la tecnología moderna una “potencia demiúrgica”?

En 1983, se diseñó el Protocolo de Internet (IP) v4 que permitía direcciones de 32bits, 4.294.967.296 direcciones únicas. 20 años más tarde se desarrolló la v6 que permite 340 sextillones de direcciones. Hoy 40 años más tarde que la IP v4 seguimos usando este viejo protocolo y la adopción de v6 sigue siendo lenta. Google estimaba que para el año pasado debería alcanzar el 30% de las direcciones de internet.

Con esto quiero decir que aún que es cierto que vivimos en un mundo donde a las capas habituales invisibles en las que estamos inmersos: legal, tributaria, política, cultural, sexual, etc etc, hay una nueva capa que ha trastocado todas y en la cual existe uno, o múltiples, “dobles”, fantasmas que dejamos cada vez que ingresamos a internet. Internet es un mundo donde convivimos con “ex-llones” de entidades llamados programas, bots, algoritmos, procesos batch, crawlers, cookies y más. Nuestra inmersión en ese mundo ocurre a través de más y más interfaces que van incrementando la permeabilidad entre el mundo no-digital y el digital: celular, computadoras, pero también sensores, cámaras y chips en luces, autos y relojes.

Cuando Sadin describe el celular, lo que implica pero creo que no admite es que el celular, no es un síntoma, sino el adelanto del sujeto-digital, el sujeto que la hipermodernidad instauró y sigue modelando: conectado espacio-temporalmente con infinidad de otros, geolocalizable, digitalizado como cuerpo-interfaz y expuesto a una realidad “aumentada”. Da en la tecla al pensar en esto como una relación carnal pero creo que falla al conectar esta etapa con lo que insisto es un proceso antiguo como nuestra especie.

El sujeto moderno cartesiano es uno que buscaba introducir una racionalidad matemática y lógica por intermedio de la educación. La gubernamentabilidad algorítimica de Sadin es otra etapa más de la biopolítica que la sociedad siempre ha ejercido para construir sujetos aceitados en las redes multiformes que Foucault ya describía en su arqueología del poder y sus múltiples operaciones. El sujeto religioso del medioevo también tenía toda una serie de procedimientos técnicos específicos para asegurarse su interacción con el reino divino.

Toda la potencia de la tecnología proviene de la potencia del hombre y toda potencia eficaz modifica el objeto como el sujeto. El hincapié en el medio de esta potencia, la tecnología actual, es más que válido, útil e iluminador, pero también peligroso porque puede ocultarnos al que orquestó todo.

Observo que el entendimiento que tienen estos autores de la tecnología, especialmente de la IA, es muchas veces materia prima para una novela de ciencia ficción pero no sostenido en el mundo real. Hoy día se habla constantemente de Los Algoritmos como entidades omnisapientes. Cuando, en realidad, los algoritmos que hoy día predominan son llamados “aprendizaje maquina” son modelos probabilísticos con cierto poder predictivo y clasificatorio entrenados con sets de datos más o menos amplios.

Su utilidad no proviene de que sean omni-algos sino de que nos permiten delegar tareas que ningún ser humano podría consistentemente en un tiempo razonable lograr a la misma velocidad, no porque su eficacia sea superlativa. Llamarlos IA es simplemente porque esta es una categoría amplia que incluye al lenguaje automático, no porque estemos mucho más cerca de crear a Hal.

La humanidad siempre ha buscado aumentarse, no solo física, sino, especialmente, cognitivamente. El sujeto-digital de la hipermodernidad es necesidad y resultado de lo que somos.

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Matías Blanch
El Bigote Lector

Lector, aprendiz de filósofo, artesano del código, rolero. IG @elbigotelector