Guillermo Peris
El blog de Melquíades
7 min readNov 2, 2015

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La incredulidad de Santo Tomás, Caravaggio (1602).

Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (Juan 20:24–29).

En desagravio de Santo Tomás

Sobre la carga de prueba

Imagina la siguiente situación. Una gran empresa farmacéutica, de las que facturan miles de millones de dólares al año y que en ocasiones especulan con el precio de los medicamentos, anuncia en una rueda de prensa multitudinaria que ha encontrado la cura definitiva para el cáncer. Al finalizar la rueda de prensa, un periodista levanta la mano y pregunta si se le pueden facilitar los estudios llevados a cabo que indiquen que han encontrado dicha cura. El portavoz de la farmacéutica responde que esos resultados son privados y que nos basta con saber que varias personas que tenían cáncer se han curado.

¿Os creeríais este descubrimiento? ¿Debemos fiarnos de la palabra de esta gran farmacéutica o quizás pedirle explicaciones sobre qué ensayos clínicos han llevado a cabo y cuáles han sido sus resultados? ¿Y si es todo una gran mentira para ganar dinero?

Supongo que la mayoría de vosotros — a quienes presupongo una cierta sensatez — no os dejarías engañar y exigiríais que algún organismo de confianza comprobara la veracidad de tales afirmaciones, ya que si hacen referencia a la salud es importante que nos aseguremos de que son ciertas, y evitar que la malvada empresa farmacéutica pretenda lucrarse a costa de pacientes de cáncer desesperados que buscan sobrevivir a toda costa a esta cruel enfermedad. Imagino que os comportaríais como Santo Tomás, no creyendo la aparición de Jesús sin comprobarlo por vosotros mismos, incluso poniendo el dedo en la llaga si hiciera falta. Si pensáis así, hacéis bien. Debemos exigir que las evidencias y ensayos clínicos que ha llevado a cabo dicha farmacéutica sean públicos para poder contrastar los resultados y que otros investigadores puedan llegar a las mismas conclusiones.

Santo Tomás, Velázquez (1618–1620).

Sin embargo, es habitual detectar una cierta laxitud en esta exigencia cuando las afirmaciones provienen de otras organizaciones o personas. En esos casos, parece que hay quien no necesita ningún tipo de prueba y se comporta como la mayoría de los apóstoles: aceptando las tesis expuestas meramente por cuestión de fe. Es lo que ocurre cuando un agricultor sin ningún tipo de conocimientos científicos ni médicos dice poder curar el ébola, un charlatán afirma que puede eliminar bloqueos energéticos mediante reiki o una empresa farmacéutica nos vende bolitas de azúcar sin principio activo alguno como medicamentos (parece que este tipo de farmacéuticas gozan de un estatus especial).

En ocasiones me he encontrado con que algunos de estos charlatanes o sus adláteres se defienden mediante la exigencia de que se demuestre que no tienen razón. Al hacerlo, siguen dejando patente su desconocimiento de cómo funciona la ciencia al obviar el principio de la carga de prueba.

La carga de prueba

La carga de prueba (onus probandi) hace referencia a quién es el que debe demostrar un hecho. La idea es bastante sencilla: quien hace una afirmación debe probarla. Dicho de otra forma, si alguien afirma que ha sido abducido por extraterrestres, es a él a quien corresponde demostrarlo y no a ti probar que miente.

Diríase que Santo Tomás conocía este principio cuando pidió al resto de discípulos que le mostraran a Jesús para poder ver si era cierto que había resucitado. Y es que el bueno de Tomás ya era escéptico antes de la muerte — bueno, muerte o como le queráis llamar — de Jesús. Y si no, fijaos en lo puñetero que era en esta contestación a Jesús:

(Jesús) Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.

Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? (Juan 14:4–5)

Porque en ciencia (y creedme que la resurrección de los muertos pertenece a este ámbito) quien debe demostrar las afirmaciones es aquel que las hace, y no es tarea de los demás el demostrar la falsedad de las mismas. Y sin embargo, en el día a día de la divulgación y el escepticismo nos encontramos con posiciones de ese estilo. Aquí tenéis un ejemplo:

El autor de este tuit pide pruebas de que la homeopatía no funcione. Según la carga de prueba, sería él quien debería demostrar su afirmación (affirmanti incumbit probatio), es decir, quien debe aportar pruebas de que la homeopatía funciona. Quienes exigen erróneamente que seamos los demás los que demostremos la falsedad de sus afirmaciones invierten la carga de prueba.

Afirmaciones extraordinarias…

Además quienes suelen utilizar este…ejem… argumento de «demuestra tú que no tengo razón» son aquellos que defienden teorías, pseudoterapias o pseudociencias cuyos postulados se oponen a todo lo conocido hasta el momento por la ciencia. Son precisamente esas personas que dicen haber conseguido descubrimientos fuera de lo común quienes no sólo deben demostrar sus afirmaciones, sino con argumentos más sólidos. Como dijo David Hume, “afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”.

Es lo que ocurre, por ejemplo, con la homeopatía, cuyos fundamentos contradicen los principios básicos de la química, o con las prácticas mágicas como el reiki que afirman que existe una energía vital que provoca las enfermedades, energía cuya existencia aún no ha podido demostrar nadie.

Y como ya podéis imaginar, la resurrección de los muertos es un hecho que no tiene nada de normal, así que afirmaciones como esta

Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. (Marcos 16:6)

necesitan ser demostradas con evidencias aún más contundentes. De modo que apuntamos otro punto a la actitud de Santo Tomás.

Resurrección de Cristo, Rafael (circa 1500).

No estaba muerto…

Muchos estaréis pensando que al final Santo Tomás pudo comprobar empíricamente que Jesús había resucitado, pero esto no es estrictamente cierto. Lo que Tomás vio con sus propios ojos fue que Jesús estaba vivo. Pero ¿podemos decir que realmente murió? Según el evangelio de San Marcos,

Era el día de preparación (es decir, la víspera del sábado). Así que al atardecer, José de Arimatea, miembro distinguido del Consejo, y que también esperaba el reino de Dios, se atrevió a presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Una vez informado por el centurión, le entregó el cuerpo a José. Entonces José bajó el cuerpo, lo envolvió en una sábana que había comprado, y lo puso en un sepulcro cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la madre de José vieron dónde lo pusieron (Marcos, 15:42–47).

Descendimiento de la cruz, Rembrandt (1633).

No parece indicar que ningún médico forense comprobara la muerte de Jesús ¿verdad? De hecho, incluso Pilato se extrañó de que hubiera muerto tan pronto. ¿Es posible que Jesús fuera sepultado en una cueva vivo, y que por lo tanto no resucitara? Aunque te pueda parecer una paranoia mía, lo cierto es que existen incluso médicos forenses que apuntan a que Jesús estaba en coma superficial (esto admitiendo la supuesta autenticidad de la sábana santa e incluso de la propia figura histórica de Jesús).

¡Un momento! ¿A qué viene está digresión sobre la muerte de Jesús en una entrada dedicada a la prueba de afirmaciones? Pues a que existen muchos charlatanes que afirman haber realizado curaciones milagrosas — por ejemplo, de cáncer — cuando lo que realmente ocurrió fue que el diagnóstico inicial de la enfermedad no fue correcto o que incluso la supuesta paciente se inventó la enfermedad. Por lo tanto, la supuesta mejora en la salud no se debería al tratamiento y la carga de prueba seguiría estando en el tejado de los curanderos.

En resumen, desconfía de aquellos que realizan afirmaciones extraordinarias, exígeles pruebas de lo que dicen, y no permitas que te trasladen a ti la carga de prueba que a ellos les corresponde. Como Santo Tomás, mete la mano en la herida.

La incredulidad de Santo Tomás, Bernardo Strozzi (circa 1620).

Actualización: Me dice @lorelai66 que no está claro que la frase de “Afirmaciones extraordinarias…” se pueda atribuir a Hume. https://en.wikipedia.org/wiki/Marcello_Truzzi#.22Extraordinary_claims.22

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Guillermo Peris
El blog de Melquíades

Aprendiendo a divulgar ciencia y desmontar pseudociencias. A veces escribo cuentos. Y a veces bailo. Cientifista (eso me dicen).