Lo sexy de la biología

Marta Iglesias
El blog de Melquíades
9 min readSep 28, 2015

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El otro día en Naukas 2015, Pepe Cervera nos contaba algunas de las similitudes entre nuestros comportamientos y los de los primates. La realidad es que, por mucho que nos empeñemos en creer lo contrario, somos animales.

Así que, aprovechando la confusión y visto que algunos se lo creyeron, voy a extender un poco el argumento con algo que todos hacemos: ligar. Y es que somos raritos hasta para que alguien nos atraiga. Bueno, ustedes, yo no; yo soy un ser de Luz.

Hablemos claro, por mucho que la belleza esté en el interior y blablablá, hay una serie de rasgos en los que nos fijamos en primera instancia a la hora de elegir pareja (aunque en realidad somos nosotras las que elegimos mayormente, pero este es otro tema). Muchas veces inconscientemente, porque cuando te preguntas el porqué una persona te gusta sueles decirte “tiene un no sé qué que me atrae”.

Bueno, pues hay una serie de científicos muy majos que se dedican a averiguar qué es ese no sé qué que te atrae.

Imaginemos un día cualquiera. Llegas al trabajo y a la hora del café (porque somos muy españoles y mucho españoles) salen todos a la cafetería más cercana y aparece esa persona. Qué guapa, piensas. Es cierto que las preferencias son distintas dependiendo del sexo que evalúa, pero no voy a meterme ahora a describir las diferencias entre chicos y chicas en sus preferencias.

Mientras tú te asombras de su belleza, tu cerebro anda diciendo, ¡qué simetría, por favor!, ¡debe de tener unos genes estupendos! Esto es así porque hay una conocida relación entre simetría y belleza, y entre simetría y éxito reproductivo. Como sabemos, nuestro “programa genético” define en buena medida nuestro desarrollo y este programa, para la mayoría de los rasgos, no incluye asimetrías. Así, el que aparezcan asimetrías estará causado por efectos sobre el “programa genético” del medio ambiente en el que el individuo se desarrolla.

Por lo tanto, cuanto más simétrico, más se ajustarán el genotipo y el fenotipo y, por tanto, elegir un fenotipo bueno garantiza estar eligiendo un genotipo acorde. Y saber qué genotipo elegimos es muy útil.

De pronto te armas de fuerzas y te acercas a saludarle. Y algo pasa, medio tembloroso respiras profundamente y algo te hace estremecer: su olor. Ese olor que reconoces ya incluso cuando la persona ha abandonado la habitación. Ese olor que te hace sonreír cada vez que lo percibes en la distancia. Ese olor es fruto de sustancias que la persona secreta procesadas por las bacterias que su sistema inmune permite que vivan en su cuerpo. ¿No es sexy?

Y es que se ha comprobado que a las personas nos atraen los olores de otras personas con el sistema inmune relativamente distinto al nuestro propio. Esto se postula que es así porque nuestro sistema inmune es como una colección de muñecos clicks. Tenemos una familia de genes, a la que llamamos Complejo Mayor de Histocompatibilidad, que codifican para muchas de las proteínas encargadas de presentar los antígenos (los cuerpos extraños que pueden encontrarse dentro de nuestros cuerpos) a diferentes linfocitos, y que serán las responsables de desplegar diferentes medios para eliminarlos (defendiéndonos del invasor). Decía que nuestro sistema inmune es como una colección de clicks porque cada una de estas proteínas se forma al ensamblar diferentes subunidades, que pueden ser muy diferentes entre sí.

Cuantas más piezas para ensamblar distintas tengamos, más muñecos distintos podremos montar para crear nuestro ejército de presentadores y más antígenos diferentes podremos identificar. Esto, a su vez, está relacionado con que determinado tipo de bacterias viven en nuestra piel y que nos confieren un olor personal particular. Por este método somos capaces de “reconocer” aquellas personas que tienen un sistema inmune distinto al nuestro por su olor. Y esto nos pone mogollón. Nos gusta porque significa que, juntando nuestros Complejos Mayor de Histocompatibilidad, nuestros hijos van a estar muy bien equipados teniendo piezas distintas con las que armar los muñecos que reconocerán más antígenos que teniendo piezas iguales.

Por eso, si un chico se me acercase y me dijese “Hola, hueles muy bien, nuestros hijos podrán resistir cualquier invasión”, seguro que me enamoraba. Pero yo soy un poco rarita.

Estos rasgos que preferimos y seleccionamos de los que he hablado se han convertido en atractivos según la denominada teoría de los buenos genes. Esta teoría nos habla de que elegimos en la otra persona rasgos que denotan, en sí mismos o por causas indirectas, calidad genética. Por este motivo también se le llama teoría de los beneficios indirectos, porque lo que nos gusta de esa persona no nos beneficia a nosotros, sino que beneficiará a nuestra (teórica) descendencia.

Pero es que, además, te fijas un poco mejor y esa persona está bastante bien vestida. Arreglado, bien cuidado… posiblemente se gane bien la vida (o, si aún no se la gana bien, pero es divertido, inteligente o ingenioso, seguramente se las apañe para acabar ganándosela bien). Y esto nos gusta, nos encanta. Y nos gusta porque significará, en caso de que la cosa “llegue a algún sitio” la obtención de beneficios directos. En realidad, esta dimensión del atractivo tiene truco, pues, aunque dije que no iba a meterme a hacer distinción entre las preferencias de hombres y mujeres, por definición de lo que significa la existencia de sexos (en la cual no voy a profundizar en este post) los recursos a la hora de seleccionar pareja importan menos a los machos que a las hembras (en realidad, importan más al sexo encargado de los cuidados postnatales de la descendencia, que suelen ser las hembras… En nuestra especie, desde luego, es así, pues estos cuidados recaen fisiológicamente sobre todo en las mujeres).

Este es uno de los pilares básicos de lo que significa atracción en muchas especies animales. Por ser más costosa en términos de recursos y tiempo la reproducción para las hembras (desde la diferencia en coste de generar un óvulo frente a un espermatozoide, a la diferencia en coste de amamantar), el proceso de elección mayoritariamente recae en las hembras. Y, derivado de esto, uno de los puntos clave a la hora de escoger son los beneficios directos que se podrían obtener con el apareamiento.

No puedo entrar en detalles, pero, por poner un ejemplo en humanos, hay un estudio muy simpático en el que cambiando de atuendo a una serie de hombres, la percepción del atractivo de éstos por las mujeres también cambia. Poniendo menor puntuación a un mismo chico cuando éste lleva mono de trabajo que cuando llevan traje y corbata (y esto, no se sorprendan, no afectaba para nada a los hombres, que veían igual de atractiva a una chica cuando conducía un Fiat que cuando lo que manejaba era un Porche).

Por tanto, hay un segundo grupo en el que podemos englobar los rasgos que tienen importancia a la hora de elegir pareja, aquellos rasgos que se relacionan con la obtención de beneficios directos.

Sin embargo, te pones a hablar con tus amigos y comentas lo que te gusta que tenga el pelo tan rubio. ¿Qué puede estar significando esto? Que nos guste el pelo de un color u otro no puede ser nada más que algo cultural, ¿no? Bueno, pues sí y no. Imaginemos que, por azar, una persona tiene una preferencia heredable, siguiendo con el ejemplo, por el pelo rubio. Un señor llamado Fisher nos dice que sus hijos, los resultantes del cruce de la persona con esta preferencia por el pelo rubio y la persona que le gustaba con el pelo rubio, heredarán tanto el pelo rubio como la preferencia por personas con el pelo rubio. Imaginemos que estos hijos son muchos, y se les da bien seguir teniendo muchos hijos. De modo que, con el tiempo, se acaba volviendo como preferido el rasgo tener el pelo rubio.

El porqué de esto puede tener varias explicaciones. Por un lado, puede ser que este rasgo sea ventajoso por algún motivo (que los rubios sean más fuertes, o que a la gente que le gusta el pelo rubio lo sea). También puede ser un sesgo perceptivo, es decir, que por algún motivo tener el pelo rubio fuese algo que pudiésemos detectar mejor (y por tanto, solo por ser “más visibles”, los rubios se habrían apareado más veces, habrían tenido más hijos rubios con gusto por otros rubios). Finalmente, puede ser por mera casualidad (imaginemos que un evento externo, ajeno a las características de los sujetos, deja mucha más gente con gusto por el rubio en el mundo… De pronto los rubios tienen muchos más hijos, que, además, están heredando el “gusto por el rubio”).

Sea cual sea la causa que hizo que a los rubios se les diese bien tener hijos en primera instancia, el hecho de que en la población descendiente sea abundante la preferencia por el rubio dispara un proceso de feedback positivo, pues si esta preferencia se propaga en la población, aquellos que tengan el rasgo (los rubios), tendrán la ventaja de resultar más atractivos. Y no sólo eso, sino que, al escoger este rasgo, también tienes la ventaja de que tus hijos serán atractivos para su búsqueda de pareja. En fin, todo un proceso de feedback positivo que cada vez se va haciendo más importante en la elección de pareja sobre el que se sustenta, por ejemplo, la generación de hijos sexies.

Entonces podemos decir que lo que hace atractivo a este rasgo no es que tenga alguna cualidad especial que haga que su portador sea especial, sino que, por un sesgo en la preferencia, motivado inicialmente por lo que fuese, convierten el rasgo, y por tanto a la persona, en más atractivos. Pues el hecho de resultar atractivo, sea cual sea la causa última de esta atracción, es en sí mismo una ventaja.

Así pues, los rasgos que se han vuelto atractivos por el runaway de Fisher (que podrían ser rasgos inicialmente elegidos por azar) serían un tercer grupo donde englobar los rasgos que influyen en la selección de pareja. Y lo que es realmente interesante, que un rasgo pertenezca a un grupo no lo excluye de poder pertenecer a un segundo. Es decir, estos grupos de los que he hablado no son excluyentes unos de otros.

Para terminar les dejo unas preguntas que profundizarían un poco en el post en cuestión. Hombres y mujeres no somos iguales (como no lo son machos y hembras de cualquier especie), nuestra estrategia reproductiva es completamente distinta, pero ¿cómo se refleja el que nuestras estrategias sean distintas en nuestros comportamientos, en nuestras preferencias a la hora de elegir pareja? ¿Creen que existen diferencias en las preferencias cuando las relaciones son a corto o a largo plazo? Intenten no pensar en nuestra cultura, como seguiría el hilo del artículo, intenten tener en cuenta la historia evolutiva.

Y, para mí la parte más interesante, todos estos comportamientos están ligados a un sistema de valores específico del entorno y la época. ¿Cómo creen que éstos afectan a la elección de pareja?

Aquí he dejado unas líneas de cómo influye nuestra biología en nuestra elección de pareja, de un modo que normalmente no detectamos, no nos es explícito. ¿Feo o romántico? Bueno, si no nos gusta siempre podemos seguir creyendo que hacemos una elección totalmente deliberada y consciente.

Referencias

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