‘El club de los optimistas incorregibles’, de Jean-Michel Guenassia

Amenísima novela que recrea los valores e ideales de París en los años sesenta, por medio de los fracasos y ensueños de personajes absolutamente inolvidables.

Daniel Dilla Quintero
El Buscalibros
5 min readJan 23, 2017

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Difícilmente podrá olvidar Jean-Michel Guenassia el año 2009. El autor argelino, de cincuenta y nueve años, publica un tomo de casi ochocientas páginas titulado Le Club des incorrigibles optimistes. La obra se convierte en un éxito de ventas y es celebrada por la crítica. Ubicada en los años sesenta en Francia, la novela se lee en dos niveles: el de los hechos históricos — la guerra fría, Argelia, el final de la colonización, el nacimiento del rock and roll — y el relato íntimo, melancólico, de su protagonista, Michel Marini. Michel Marini es un motor acelerado, un joven a la carrera por París, lleno de contradicciones y sueños, y que hace de la lectura un vendaval. La pluma de Guenassia es la fe perpetua en este joven que vive y ama y se enreda con todos los hilos narrativos que se mueven a su alrededor. Pocas veces, como lector, me he sentido tan contagiado de la confianza que un autor tiene por su protagonista. Guenassia apuesta todo su talento en la historia del protagonista. No importa tanto lo que ocurre a su alrededor, sino las consecuencias que el entorno tiene sobre su protagonista. Al enfocar el tema de esta forma obsesiva, logra el verdadero éxito de la novela: no hay voluntad alguna edificante, de análisis o crítica sobre los hechos, sino que, más bien, es el lector quien asiste a los mismos de manera simultánea a como estos se desenvuelven, y lo hace desde un plano afectivo, próximo, con la misma cara de asombro que su protagonista. El misterio de la novela no es la resolución de una trama, sino que es el mismo que el de la vida: uno piensa o siente algo y ocurre exactamente lo contrario. La narración dialogada de esa sorpresa es el punto más favorable de esta novela. Guenassia es, en suma, un narrador que asiste al asombro de lo que escribe y así lo contagia. No hay omniscencia, sino vida. No hay intenciones de moralidad ni políticas, sino, nuevamente, la descripción más pura y precisa de la vida. Todo lo anterior explica el éxito de público y crítica de la obra, y que hicieron del 2009 un año mágico para su autor, culminado con el Prix Goncourt des lycéens.

El título de la novela proviene de una imagen grabada en la infancia — cómo no — de su autor. En un bistrot donde solía jugar al futbolín, un joven Guenassia se encontró a Sartre y a Kessel, su enemigo político, riendo y jugando al ajedrez. El club al que hace referencia la novela acoge a un grupo de exiliados de Europa del Este, que se reúnen en la trasera del café Balto, un lugar donde comparten a perpetuidad, entre risas y ajedrez, la nostalgia del pasado, la dificultad del presente, y la desesperanza futura. Una tragedia. A este lugar va y viene, en cada giro de la duda, Michel Marini, un personaje al que, como los demás, le conocemos por lo que hablan y lo que escuchan. La novela es la radiofonía de una ciudad, de un tiempo, de unos personajes que viven momentos históricos (¿no lo son así siempre?) sin darse cuenta. Como la unidad enunciativa es el diálogo, es una novela que se escucha antes que se lee. El lector disfruta con el goce sonoro de esa vitalidad general, la cacofonía de voces amenísimas e interesantes.

Por el realismo fluido de los diálogos, por la precisión de los detalles, por su capacidad natural para describir con ellos todo lo que sucede alrededor, cuesta creer a su autor cuando nos dice, apartándose del libro, que ésta no es una obra autobiográfica. Se multiplica así la fuerza tardía — ¡cincuenta y nueve años! — de su talento, como si llevara toda la vida escribiendo la novela, pensándola en la cabeza, en notas al margen, en cuadernos que, aparentemente, no iban a ningún lugar sino al silencio de un cajón, y solo por la terquedad de una voluntad última, decide por fin organizarlo, dedicar diez años de su vida, y entregarnos esta obra que nos habla — dice el autor — de un mundo que ya no existe, el de los bistrots, máquinas de flipper, futbolines, el de la inocencia de los portales, el de las buhardillas minúsculas donde no cabe el amor de sus inquilinos.

El estilo de la obra es muy limpio y eficaz. Domina el diálogo, la descripción es justa, la acción es lo que ocurre en los labios de sus narradores. No hay sobrecarga ni de adjetivos, ni de metáforas, ni de elaborados pensamientos. Tampoco hay juegos de estilo, o ese castigo moderno que dejan en muchos autores las escuelas literarias. Parece más bien que la novela se despoja de cualquier pegote contemporáneo, de esa manía por la frase breve y repetitiva, y, siguiendo su objetivo de hablarnos de un mundo que ya no existe, responde con su estilo a una vocación de testimonio: reproducir los hechos con la velocidad que se fueron abriendo ante su protagonista, incapaz de darles el significado que solo el tiempo y el análisis conceden. Como los personajes están definidos por lo que hablan antes de que por lo que hacen, sus vidas no son ni estereotipadas ni previsibles. Al contrario, están dominadas a veces por la angustia, otras por la risa, pero siempre son creíbles y adictivas. Es maravilloso engancharse a una lectura por el simple hecho de que su trama, sensible, con ritmo, siempre equilibrada y elegante, es, ni más ni menos, el sonido de una vida contada. O, como le sucede a su propio protagonista, la narracción de quien camina por su ciudad con la vista pegada a un libro.

El club de los optimistas incorregibles. Jean-Michel Guenassia. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. RBA. Barcelona, 2010. 656 páginas. 35,50 euros. Comprarlo en Amazon.

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Daniel Dilla Quintero
El Buscalibros

Colaboro en la web elbuscalibros.com, donde se pueden encontrar buenos consejos de lectura, y escribo con irregularidad periódica en taganana.wordpress.com.