‘El relojero ciego’, de Richard Dawkins

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3 min readFeb 10, 2016

Darwin, evolución, El origen de las especies, el surgimiento de la vida. ¿Cuánto tiempo has dedicado en tu vida a pensar sobre esto? Apuesto a que poco. Incluso si eres biólogo y estás interesado en este tema, el tiempo que hayas podido dedicar a pensar y elucubrar sobre la evolución y cómo hemos llegado a ser como somos son migajas comparado con el que ha dedicado Dawkins.

Richard Dawinks, elegido pensador mundial del año en 2013 por la revista Prospect, ha dedicado horas y horas y horas a pensar sobre la evolución y sus procesos para llegar a la conclusión de que el hecho de que yo esté aquí, escribiendo esta reseña, es un hecho asombroso que no responde a ningún plan preestablecido, sino que es el resultado de la «precisión de un asombroso relojero ciego».

El problema con Dawkins es que sabe pensar, pero escribe regular. Escribe como piensa y eso, en divulgación científica, es un error. Cada idea, cada pensamiento, cada supuesta hipótesis errónea o acertada, cada pensamiento lateral que se le ocurre, cada pequeño «pero» que otro pudiera ponerle aparece en las páginas. Con esta verborrea mitad personal, mitad científica lo único que consigue Dawkins es que el lector pierda el hilo, se aburra y tenga ganas de zarandearlo y decirle: «Me he enterado a la primera, pasa a lo siguiente, ¡ya!».

La estructura de los desvaríos de Dawkins es siempre la misma: a las dos primeras páginas de cada capítulo, que atrapan por la brillantez y la claridad de la idea expuesta, le siguen unas veinticinco de arabescos laterales que aturden al lector esforzado, que a duras penas llega al final del capítulo, que normalmente termina también con un pensamiento brillante. Y así, una y otra vez, once veces.

¿Qué se puede aprender de El relojero ciego si uno no muere en el intento de leerlo?

Pues el mismo Dawkins lo explica maravillosamente al comienzo del capítulo tres.

«Si uno pasea un buen rato por una playa pedregosa, observará que las piedras no están ordenadas al azar. Las más pequeñas tienden a encontrarse en zonas segregadas que discurren a lo largo de la playa, mientras que las más grandes están en zonas o franjas diferentes. Las piedras han sido clasificadas, ordenadas, seleccionadas. Una tribu que viviese cerca de la costa podría maravillarse ante esta prueba de clasificación u ordenamiento del mundo, y desarrollar un mito para explicarlo, quizá atribuyéndolo a un Gran Espíritu celestial con una mente ordenada y gran sentido del orden. Tal vez sonríamos con indiferencia ante esta idea supersticiosa, mientras explicamos que el ordenamiento se debe a las fuerzas ciegas de la física, en este caso a la acción de las olas. Las olas no tienen ninguna finalidad, ni intención, ni una mente ordenada, no tienen ni mente. Simplemente, empujan las piedras con energía, y según estas sean grandes o pequeñas responderán de manera diferente a tal empuje, de forma que terminarán a diferentes niveles de la playa. A partir de un gran desorden se origina un poco de orden, sin que lo planifique ninguna mente».

Eso es la evolución. Un proceso prodigioso, natural y que continúa siendo un misterio, aunque no le prestemos atención.

El relojero ciego es un libro de divulgación con una idea maravillosa, un autor brillante y un resultado pobre. Una lectura solo para entregados a la causa o esforzados lectores.

El relojero ciego. Richard Dawkins. Traducción de Manuel Arroyo Fernández. Tusquets Editores. ISBN: 978–84–9066–108–6. España, 2015. 352 páginas. 22 euros. Comprarlo en Amazon.

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