¿Fomentamos la lectura?

Muchos lectores renegamos de las lecturas obligatorias. Sin embargo, ¿cómo conseguimos que la mayoría de los estudiantes lean si no es obligándolos a leer? ¿Se puede fomentar el amor por la lectura desde la imposición?

Bettie
El Buscalibros
5 min readSep 17, 2019

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«El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo».
Jorge Luis Borges

E s cierto que hay verbos que es imposible conjugar en imperativo, o casi, y otros con los que es muy difícil hacerlo. Yo creo que el verbo «leer» es de los segundos.

No es la primera vez que alguien me ha dicho que no debería haber lecturas obligatorias en la escuela o en el instituto. Y yo entiendo que obligar a leer, por norma, no es lo ideal, pero al mismo tiempo soy plenamente consciente de que si no fuese por esas lecturas obligatorias muchos niños y niñas, muchos adolescentes, no se habrían acercado nunca a un libro. Porque hay casas en las que nunca se les ha leído un cuento, en las que no se compran libros, en las que la lectura no se contempla como una actividad de ocio. No sé, es un argumento un poco cutre, pero ¿cuántas veces hemos probado algo que no nos apetecía y al final nos ha gustado? Creo que esa es, más o menos, la idea del programa de fomento de la lectura: vamos a obligarles a tomar un poquito de esto, a ver si les gusta, y acaban picándose.

O esa debería ser al menos. Pero claro, supongamos que a alguien no le gusta… no sé, la comida mexicana, por ejemplo, porque tiene el prejuicio de que es muy picante y no le apetece pasarse la comida sufriendo y bebiendo litros y litros de agua. Queremos que esta persona se interese por la comida mexicana, que la pruebe, porque estamos convencidos de que es una gastronomía interesante y le va a acabar gustando cuando supere sus prejuicios. Bien. Pero lo primero que le ponemos es un plato a base de chiles picantes. ¿Buena o mala estrategia? Mala, ¿verdad? Seguramente, si puede hacerlo, se levante de la mesa y se vaya a comer al Bar Pepe. Y seguramente le queden pocas ganas de volver a probar la comida mexicana.

Pues eso mismo es lo que se hace muchas veces con el tema del fomento de la lectura. Porque supongo que la intención debería ser que los niños y niñas de hoy leyesen más, que disfrutasen de la lectura cuando fuesen adultos, que llegasen a leer sin que los obligasen. Pero si en ese plan de fomento de la lectura les metes a chavales y chavalas adolescentes El Quijote, Tirant Lo Blanch o el Cantar de Mío Cid, así, sin anestesia ni nada, pues a lo mejor no vuelven a leer un libro por gusto en su vida. Porque en primaria creo que la cosa no es tan así. Pero en la ESO el interés por convertir a los chavales en eruditos de la Literatura Castellana es una cosa descompasada…

Hay excepciones, lo sé. De hecho este artículo está suscitado por una de esas excepciones. Un profesor de Lengua, que además es escritor, tuiteó:

El post no tiene desperdicio. Si la distinción entre leer y literatura es tan marcada algo se está haciendo mal.

Yo recuerdo con especial cariño 4º de ESO. Teníamos un profesor de Lengua que estaba bueníiiisimo. Quieras que no, esas cosas ayudan. Pero además era bastante majo. Su política de lecturas obligatorias fue… reducir la obligatoriedad al máximo. Ese año nos tocó leernos a todos El cazador del desierto, de Lorenzo Silva, pero las otras dos lecturas, una por trimestre, las elegimos nosotros. Una entre grandes obras de la literatura universal. Otra entre grandes obras de la literatura hispanoamericana. Yo escogí, respectivamente, El diario de Ana Frank y Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta. El profesor hizo listas en la pizarra. En el primer caso había tantos títulos como estudiantes, o alguno más, de modo que cada uno escogiese el suyo, uno diferente. En el segundo caso había la mitad, porque teníamos que hacer parejas y leer ambos el mismo libro. Me gustó. Pero lo que más me gustó es que el profesor supo vendernos las historias. Claro, cuando nos tocaba elegir preguntábamos: «¿Este de qué va?». Y nos explicaba. Y te daban ganas de leerlo, puedo garantizarlo.

Cuando lo cuento hay gente que todavía se escandaliza de que no leyese La Celestina en 4º de ESO. Y yo creo que ese no es el momento para obligar a leer La Celestina. Y obligar es la palabra clave. Si un chaval, por gusto propio, se coge La Celestina con quince años y se la lee, ¡olé! Pero yo creo que ya que vamos a obligarles a leer, por lo menos que sea algo que puedan disfrutar, o, al menos, comprender.

Ese ha sido el único curso en el que me ha ocurrido algo así. Al año siguiente, lo quisiéramos o no, El Quijote y algo más que no recuerdo. Y en 2º de bachillerato tuve algo más de suerte, porque me gustaron casi todas las lecturas. Pero eran obligatorias igualmente. Al menos eran del s. XX…

¿Sabéis qué me encanta? Las lecturas de Ro con sus alumnos. Durante el curso paso por su blog y la mirada se me desvía al lateral derecho. Y me digo: «Qué suerte tienen». Porque tienen una profesora que lee y que les obliga a leer libros que a ella le habría gustado leer a su edad. Bueno, mejor dicho, libros que le gusta leer ahora y todo. Y lee con ellos. No sé si de sus clases saldrán muchos lectores, pero al menos supongo que ninguno saldrá traumatizado con las lecturas obligatorias. Y eso es bastante.

La cuestión es que tenemos que aclararnos. ¿Qué queremos? ¿Meter a los niños los clásicos con calzador a los quince años o que desarrollen un gusto por la lectura que les permita leerlos y disfrutarlos a los veinticinco? Yo lo que creo es que lo ideal es que el verbo «leer» no tenga que ir en modo imperativo. Pero si tiene que ir en algún momento, cuantas menos páginas sean leídas así mejor. Así que ¿por qué no escogemos libros que borren el imperativo con el primer capítulo?

Publicado originalmente en Cuaderno de Retales.

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Bettie
El Buscalibros

Ser pensante y escribiente.Profe. Ravenclaw. De pequeña me decían que me iba a volver loca de tanto leer. Debían de tener razón.