La fortaleza gris, capítulo 6: «La mecánica de un corazón»

Nuevos secretos revelados. Y es que los miedos de una persona son algo demasiado íntimo. Esa emoción nos hará descubrir hoy una nueva habitación, concretamente la número cinco.

Claudia PM
El Buscalibros
5 min readMay 26, 2017

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Emocionada por lo vivido en la habitación del miedo, y dispuesta a llevarme esos secretos a la tumba, paseo la mirada por la sala circular y me detengo en la número cinco. No hay una razón para que mi vista se fije allí, pero antes de plantearme el mirar de nuevo y buscar una nueva puerta, mis pies ya se están dirigiendo hacia ese número.

Al abrir la puerta me encuentro con una habitación llena de polvo. Debe hacer mucho tiempo que nadie entra ahí, si es que alguna vez alguien ha entrado, porque el suelo está totalmente cubierto de una fina capa de polvo que impide ver el color real de la habitación. Me adentro en el cuarto y empiezo a dejar mis huellas en él. Un paso, otro más y, conforme avanzo, un sonido se mete en los oídos: bum, bum, bum… Rítmico, melodioso, perfecto, aunque a veces se ve atravesado por algún chirrido que me hace llevar mis manos a mis orejas para evitar escucharlo. Otro paso más, y otro, y ya empiezo a vislumbrar cosas: miles y miles de tuberías salen de una gran máquina. Avanzo más. Medidores de todo tipo, llaves, botones y válvulas de todos los tamaños decoran la máquina y las tuberías se meten en todos los rincones de la habitación. Continúo el avance y tengo que agacharme para no darme con una tubería en la cabeza. Mi bonito vestido blanco va a terminar negro, alguien debería tener este sitio algo más limpio. Dejo de avanzar arrastrándome por el suelo y me planto delante de la maquinaria más grande que he visto nunca. El sonido sigue llenando la habitación: bum, bum, bum… y ahora además hace mucho calor, porque a la máquina la acompañan cuatro hornos que parecen ser su alimentación.

La sensación que entonces me invade es la que tenía cuando era una niña pequeña con un juguete nuevo: quiero tocarlo todo y ver qué pasa. Experimentar, todas y cada una de las llaves me llaman la atención, parecen brillar debajo de la suciedad. De hecho, las que más me gustan son las que quedan fuera de mi alcance, y en la habitación no hay nada en lo que pueda subirme para alcanzar la altura necesaria. Tendré que conformarme con las más bajitas.

Toda válvula, llave y contador viene acompañado de un letrerito que indica qué es. En contra de mis propios impulsos, me paro un momento para mirarlos. Paso mi mano para limpiarlos y poder leer bien. Parece que la máquina está dividida en partes y son dos las que más llaman mi atención: sentimientos y personas.

Me paro a mirar los nombres y reconozco muchos de ellos. Muchas personitas tienen su lugar aquí dentro. Algunos tienen una llave más pequeñita, otros más grande, algunos tienen su nombre casi borrado y otros están muy brillantes debido a que son muy recientes.

Dirijo mi vista a las llaves que regulan los sentimientos. Odio. Ese es el cartel que primero llama mi atención. Odio, en letras mayúsculas y brillantes. Los niveles que indica el medidor parecen bastante altos y, sin pararme a pensar en qué puede ocurrir si toco la manivela que lo regula, me acerco para girarla, no es bueno albergar mucho odio. Me acerco un poquito más a la máquina, aunque el calor es insoportable debido a los hornos. Es en ese momento cuando el rítmico sonido se acelera bruscamente. Ya no es melodía, cada bum atropella al siguiente. Consigo tocar la llave e intento girarla, pero me resulta imposible. Parece oxidada y rota. El odio ha quedado fijado así en este lugar. Haciendo caso omiso al ritmo acelerado que se mete en mis oídos voy a tocar la siguiente llave que me llama la atención. Felicidad. Estoy buscando la felicidad escondida y quiero que suban los niveles de la misma. Ilusa de mí, no pensé en las posibles consecuencias. Giro la preciosa llave dorada. La flechita del medidor comienza a temblar y, poquito a poco, empieza a indicar un número más razonable de felicidad. Es entonces cuando empieza a salir vapor de una de las válvulas. La flecha se vuelve loca y alcanza su máximo posible. La máquina tiembla y, por miedo a que deje de funcionar, intento volver a dejar la llave de la felicidad como estaba. La presión es demasiada y no puedo girarla de nuevo. La presión sigue aumentando, cada vez hay más vapor en la sala, un pitido acompaña al bum, bum acelerado. Me alejo de la máquina. Algo empieza a brillar, y de ese brillo nace una nueva llave con su medidor y su cartelito correspondientes. Falsas esperanzas es lo que puedo leer. He intentado elevar los niveles de felicidad sin pensar en qué podía pasar, de un modo brusco, y ahora he creado un nuevo sentimiento. Falsas esperanzas. Yo no quería hacer algo así. Sigo alejándome de la máquina, un paso atrás, otro, y el sonido recupera su melodía perfecta: bum, bum, bum… No debería haber tocado nada, no debería haberme adentrado tanto en el castillo.

Una maquinaria fuerte, pero también frágil. Un latido que, poco a poco, va recuperando su ritmo normal.

Continuará…

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Claudia PM
El Buscalibros

Profe de infantil. Devoradora de libros y cuentos infantiles. También me entretengo escribiendo, fotografiando, pintando y escuchando música.