La fortaleza gris, capítulo 7 (primera parte): «Conversando con la razón»
Cada corazón tiene un funcionamiento diferente y no podemos interferir. Esta fue la última lección aprendida. Hoy nos vamos a la puerta siete.
Bum, bum, bum… el ritmo que habita en la puerta número cinco me acompaña cuando ya he salido de ella. Su eco me persigue en la sala circular. Este lugar ya empieza a resultarme familiar, lo echaré de menos cuando mi aventura termine. ¿Quién sabe cuándo será eso y qué encontraré hasta entonces? Porque la verdad es que no creía que este castillo guardaría tantos y tan maravillosos secretos.
El número elegido esta vez es el siete. Siempre me ha gustado dicho número, recuerdo que era de mis favoritos de niña, me gustaba aquello de que fuera denominado el número mágico, la magia siempre ha estado muy presente en mi vida.
Abro la puerta sin esfuerzo alguno y me encuentro ante un puñado de escalones blancos que se sostienen en el aire. No hay barandilla ni pared a la que agarrarse, parece que flotan, pero a la vez se ven muy sólidos. Doy un paso al frente y rayos y truenos caen a mi alrededor. Numerosas nubes negras me rodean como si estuviera en mitad de una tormenta y me da algo de miedo internarme en ella subiendo las escaleras. Dudando sobre qué hacer me doy cuenta de que al final de las escaleras me espera otra puerta. Me resulta curioso encontrar una puerta dentro de otra, así que no me queda otra que empezar a subir escaleras para descubrir el misterio que aquí se esconde.
La mayoría de las veces que subo escaleras no me agarro a la barandilla, pero basta que no exista para necesitarla. En una ocasión doy un traspié y parece que voy a caer para ser engullida por las oscuras nubes, pero en el último momento recupero el equilibrio y por fin llego a la puerta. Madera marrón barnizada me impide el paso. El giro de un pomo redondo y dorado me permite la entrada a la habitación.
Un gran salón rectangular se muestra ante mí. Paredes blancas y un suelo cubierto de una preciosa alfombra roja hacen la habitación muy acogedora. La pared izquierda tiene unos grandes ventanales por donde se ve la lluvia caer y la pared de la derecha tiene una gran estantería con infinidad de libros. Libros grandes, pequeños, de tapa dura, ligeros, algunos cerrados con cerrojo como esos diarios que te regalan cuando haces la comunión… libros de todo tipo que únicamente tienen una similitud entre ellos: todos están en una lengua que desconozco. El techo lo decoran dos grandes lámparas de araña y al final de la estancia veo el respaldo de un sillón que parece estar delante de una chimenea. Oigo el crepitar del fuego y ese sonido me dibuja una sonrisa en la cara, siempre me ha gustado mirar el fuego.
Me quito los zapatos para pisar descalza la alfombra, espero que al señor del castillo no le parezca mal. Me empiezo a acercar a la chimenea y una voz de hombre se escucha en la sala.
— Pasa, por favor. Acomódate al lado del fuego si quieres.
Haciendo caso a la voz que me habla, decido ir hacia el sillón para sentarme frente al fuego. Siempre tengo las manos frías y me vendrá bien algo de calor. Quiero sentarme en el sillón, pero llego tarde, está ocupado. Sorprendida por ser la primera vez que encuentro alguien dentro de una de las puertas del castillo saludo con un escueto «hola». Un hombre algo mayor, que parece bastante alto me mira. Pelo grisáceo y barba abundante rodean una cara de ojos azules. Lleva puesta una bata del mismo color que la alfombra, pero ribeteada de dorado y con un escudo de armas en el pectoral izquierdo. Unas cómodas zapatillas de estar por casa como las de mi abuelo en sus pies y un libro púrpura en sus manos. Me devuelve el saludo. Incapaz de contenerme le pregunto quién es.
— ¿Yo? ¿Una joven desconocida entra en mi salón y pregunta quién soy yo?
Algo avergonzada por no haber caído en que debía de presentarme primero le digo quién soy:
— Mi nombre es Claudia y soy una invitada a conocer los secretos de este castillo. No estoy acostumbrada a encontrar a nadie con quien hablar en las salas que he visitado, por eso no he podido dominar mi impulso de preguntar. Me alegra encontrar alguien con quien hablar, la verdad.
— Ah, sí. La huésped. Llevas ya un tiempo andando por aquí. También tras las puertas ocho y nueve encontrarás con quien conversar, aunque preferiría que no escucharas lo que te digan…
— Intentaré tenerlo en cuenta, aunque si ya has oído hablar de mí, sabrás que soy curiosa.
— Sí que he oído hablar de ti. Causaste un gran revuelo en la habitación cinco.
— De allí vengo precisamente.
— Ya decía yo…
— ¿Y qué es lo que ha causado tanto revuelo?
— Creaste una nueva válvula. No se deben crear nuevas válvulas. Tocaste varias. No se deben tocar válvulas. Pero ahora ya está hecho.
— No tenía ni idea de haber creado nada nuevo, ¿es algo malo? — pregunto preocupada.
— He dicho que no se debe crear, no que sea algo malo.
— ¿Estás enfadado?
— ¿Lo parezco? — responde con una nueva pregunta.
— Diría que no, pero siento que al principio estabas algo más cercano… De hecho… ¿nos conocemos de algo?
— No. Es la primera vez que entras, así que no me conoces, pero yo sí sé cosas de ti.
— ¿Y qué sabes de mí? — y a la vez que hago la pregunta veo que acaricia el libro púrpura que hay en sus manos.
— Lo que nos has ido enseñando en tu aventura en este castillo.
— Pero ¿qué he enseñado exactamente?
— ¿No sabes qué enseñas?
— Hay veces que mostramos más de lo que queremos con nuestros actos, por eso preguntaba, por si podías darme algún dato más concreto.
— Sabemos lo que nos has enseñado.
— ¿Sabemos? ¿Quiénes?
— Los catorce habitantes del castillo.
— ¿Detrás de cada puerta hay alguien? No he tratado con nadie todavía, salvo contigo. Nadie se había mostrado así aún — Saber que en todas las habitaciones he estado con gente y que nadie se haya pronunciado me pone algo nerviosa.
— Detrás de cada puerta hay una parte del Señor del Castillo, como tú lo llamas.
— ¿Y tú quién eres exactamente? — digo recuperando el inicio de nuestra conversación.
— Siete es mi nombre, claramente. Sev me llaman otros.
— Eres el número de tu puerta. Eso no me da mucha información.
— Tienes razón, a ver si con esto lo puedes averiguar: si la puerta número cinco es el caos, yo soy el orden. Soy lo contrario al corazón de hierro, soy quien aplasta las dudas.
— Mmm… ¿La mente? ¿La razón?
— ¿Ves? No ha sido tan difícil. Soy el Martillo de la Razón — dice acariciando de nuevo el libro púrpura. Mis ojos se desvían hacia él y surge una nueva pregunta.
— ¿Tú entiendes la escritura de estos libros?
— Claro. Yo los he escrito todos.
— ¿Y qué pone en la portada del que llevas en tus manos?
— ¿No lo imaginas pequeña? — responde con una sonrisa.
— Preferiría que me lo dijeras tú, la verdad — respondo con otra sonrisa a su vez.
— Es algo que esperaba.
— Va a ser que sí me conoces, entonces — no puedo dejar de sonreír, me siento cómoda con esta conversación.
— Este libro lleva tu nombre.
— ¿La Razón escribe un libro sobre mí? ¿Tengo un hueco en la estantería para mí? — pregunto asombrada.
— Pequeño, pero sí, junto con todas las personas que he conocido.
— ¿Entonces todos los libros que aquí se guardan llevan como título el nombre de alguien?
— No todos, sólo unos cuantos. Otros son memorias, encuentros, recuerdos… El Señor y amo del castillo me encomendó el guardarlos y yo voy aprendiendo de ellos lo mejor que puedo.
— ¿Y por qué ese misterioso lenguaje? ¿No quieres que nadie más los lea?
— Sólo yo debo leerlos, así que los escribo de manera que sólo yo pueda entenderlos.
— ¿Y por qué estabas leyendo mi libro justo ahora? ¿Esperabas mi llegada?
— Desde hace semanas.
— ¿Y desde entonces estás leyendo?
— No. También sigo escribiendo.
— Entonces ninguno de estos libros tiene un final — exclamo.
— Algunos si lo tienen — me contradice. Otros no, otros pueden tener segundas o terceras partes.
— ¿Y puedo preguntar de qué va mi libro? — mi curiosidad ataca de nuevo. Me siento como una niña pequeña de cinco años que pregunta el porqué de todo cuanto le rodea.
— Está interesante, eres sin duda muy parecida al Señor del Castillo, tal vez por eso atrajiste tanto su atención.
— Nunca lo hubieras pensado ¿verdad?
— No. Y parte de culpa la tienen las puertas ocho y nueve, que nos ciegan a todos los demás.
— No haces más que nombrarlos, cada vez despiertas más mi curiosidad.
— Ellos también quieren conocerte.
— ¿Y tú tenías ganas de conocerme?
— Por supuesto, eres la protagonista de un libro. Nunca está de más ponerle cara a los protagonistas de las historias. A Nueve le vas a encantar — añade.
— Tanto hablar de ella, voy a elegirla como siguiente destino.
— En verdad no es ese mi deseo, imagino que ya te habrán advertido sobre Ocho y Nueve, ¿no?
— El Señor del Castillo me dijo que eran peligrosas…
— Nueve es el peor de todos. Nunca lo dejo entrar aquí, lo deja todo perdido. Antes tenía libertad para moverse por todo el castillo, pero finalmente fue encerrado.
— ¿Acaso cometió algún crimen?
— Comportarse como lo que es. No es culpa suya, pero yo protejo mis obras, así que prefiero que no entre. Siempre que venía terminaba quemando algo. Últimamente está más tranquilo, aunque hace no mucho casi se escapa. Tiene demasiada fuerza, de hecho él ha sido la mayor fuerza que ha sostenido el Señor del castillo. Hay varios libros aquí que hablan de él.
Me quedo pensativa. Mucha información en poco tiempo. Tengo que asimilar esto bien para saber a qué habitación dirigirme como siguiente destino. Tengo mucha curiosidad por Ocho y Nueve, suenan peligrosas, pero también interesantes. Un bostezo se abre paso por mi boca y gracias a ello sucede algo que todavía no había tenido lugar en ninguna de las habitaciones: se me ofrece la oportunidad de quedarme allí a pasar la noche para que mañana pueda seguir con mis preguntas. Me tumbo cerca del fuego y el señor de la razón me trae una manta. Buenas noches.
Continuará…