‘Hablemos de langostas’, de David Foster Wallace

El autor de ‘La broma infinita’ nos regala una maravillosa colección de artículos periodísticos donde su talento brilla con luz propia.

Blanco Humano
El Buscalibros
6 min readJan 17, 2017

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A pesar de que tengo la sensación de que David Foster Wallace se está poniendo de moda, sigo pensando que es un gran desconocido del público en general. Yo personalmente lo descubrí gracias a Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y tengo que decir que aquella obra resultó iluminadora para mí. No sé si el sentido del humor de David Foster es para todo el mundo, porque obviamente se trata de alguien cínico y raro que no se encuentra a gusto donde todos los demás lo hacen (la obra cuenta de una forma enormemente ingeniosa uno de esos cruceros donde uno se supone que lo tiene que pasar bien todo el rato). Entiendo que toda esa gente que disfruta con cruceros o se ríe con gags de los Morancos difícilmente entenderán la perplejidad de Wallace ante cosas que deberían resultar divertidas pero para algunos no lo son (o terminan siéndolo solo si se miran de una forma muy irónica).

Personalmente, Wallace me recuerda mucho en estilo a P. J. O’Rourke, un reportero de Rolling Stone (y uno de los iniciadores del periodismo Gonzo, en el que el autor se convierte en parte importante de la historia y se da más importancia a la descripción del ambiente general que al tema en sí) que era capaz de escribir desde las cosas más descerebradas (véase Cómo conducir drogado a toda velocidad y otros ensayos) hasta algo que podría haber escrito Graham Greene como Vacaciones en la guerra y otras historias*).

*Y me refiero en concreto a cómo el protagonista de la historia paga a un local para que lo lleve a primera línea de guerra, mientras el resto de reporteros, equipados de arriba a abajo de Coronel Tapioca, hacen sus crónicas desde el bar del hotel bebiendo sus Martinis y sus Chivas. Esto es muy El americano impasible, aunque claro, O’Rourke lo cuenta un poco más a su rollo.

El nexo entre ambos autores se encuentra en que ambos han trabajado para Rolling Stone, revista que durante un tiempo fomentó este tipo de enfoque. En el caso de David Foster Wallace podemos encontrar artículos que recuerdan al de un enviado de guerra entrando en territorio hostil (como «Gran Hijo Rojo» o «Arriba Simba»), pero también otros en los que hace gala de su enorme erudición, como «La autoridad y el uso del inglés americano» o «El Dostoiesvski de Joseph Frank».

Pero me estoy adelantando. La obra que nos ocupa es una recopilación de artículos aparecidos en diversos medios, en algunos casos adaptados para su publicación en libro (es decir, con los fragmentos que se les amputaron para su publicación). La obra se abre con el ya mencionado «Gran Hijo Rojo», un artículo dedicado a la ceremonia anual de entrega de premios de cine adulto (o sea, porno**) y lo comienza enumerando la cantidad de hombres que se castran a sí mismos en Estados Unidos anualmente (entre uno y veinticuatro, por si os interesa el dato), lo que vendría a indicar el tono general de la crónica. Resulta absolutamente fascinante (y horrenda) su visión desde dentro de la industria del porno, sin dejar de ser divertida a su manera.

**Siempre me ha llamado la atención llamar adulto al cine porno. Como si el movimiento Dogma o las películas de Bergman fueran para niños.

En «La autoridad y el uso del inglés americano», lo que inicialmente no puede ser más aburrido (la reseña de un nuevo diccionario de inglés) se convierte en un fascinante análisis sobre el lenguaje (en este caso el inglés, pero fácilmente extrapolable) con maravillosas perlas de sabiduría aquí y allá (en concreto tiene el descripción más brillante que he visto nunca sobre lo que significa la izquierda política) y, en general, un estupendo estudio sobre si el habla es la que debe configurar la norma, o si la norma es la que debe dirigir la evolución de un idioma.

En «La vista desde la casa de la Señora Thomson», probablemente el más autocrítico de todos los ensayos, vemos las reacciones a los atentados del 11-S desde una población residencial en Bloomington, Illinois (el medio oeste americano). Aquí el autor se retrata sin tapujos como un cínico y muestra el enorme salto cultural y de visión que puede haber entre la gente como él y gran parte de la población estadounidense (si bien lo hace señalándolo, en este caso, como algo negativo, contagiado probablemente por la atmósfera de patriotismo reinante).

Y es que David Foster Wallace es un gran representante de la élite cultural de Estados Unidos, esos que leen (o a veces incluso escriben) el New Yorker y que son poco representativos de la mayoría. Tristemente célebre por haber cometido suicidio*** (fruto de un cambio en la medicación para una depresión que llevaba años arrastrando) su estilo es brillante sin ser farragoso, y se caracteriza por ser frecuentemente interrumpido por notas a pie de página, que a su vez pueden llevar a otras notas al pie, en lo que a menudo suponen unas ligeramente molestas interrupciones del hilo de la lectura, pero que el autor no parece ser capaz de evitar, como si el flujo de sus ideas escapara en una suerte de pensamiento arborescente, rayando con la fuga de ideas. Debajo de ese estilo se intuye a una persona sumamente inteligente y ciertamente neurótica.

***Un mal de nuestra sociedad del que no nos gusta hablar (se supone que es mejor no hablar de suicidio para evitar el efecto contagio; una manera fascinante de afrontar un problema mirando a otro lado). A mí, personalmente, me horroriza cuando escucho de alguien brillante y con sentido del humor que ha cometido un acto así contra su propia persona (en el caso de no creer en el más allá, este acto te quita literalmente todo lo que puedes tener, y en el caso de que creas es peor todavía, porque el pecado mortal te condena al infierno, en caso de que tal lugar exista****).

****Los teólogos no parecen ponerse de acuerdo en este punto.

David es capaz de usar palabras como sinécdoque muy a menudo y hablar de gente de la que tienes ni idea de quienes son o incluso usar un montón de páginas para describir eventos que seguramente no te interesen nada (como el Festival de la Langosta de Maine que da título a la obra, o la fallida campaña por las primarias del candidato republicano John McCain del 2000 — que perdería frente a Bush — ) y conseguir que seas capaz de seguirlo todo con total interés. Y ahí radica su grandeza. Personalmente, pensé que había llegado al límite cuando llegué a «Presentador», que habla de un locutor de radio, al parecer conocido en Estados Unidos, pero del que yo no había oído hablar en mi vida (obviamente no es Howard Stern). Pensaba que ochenta y dos páginas hablando de un personaje del que no tenía ni idea iban a resultar demasiado y, sin embargo, resultó un retrato apasionante (tanto del personaje como del panorama radiofónico estadounidense).

Entiendo que un libro de este tipo, tanto por su estilo como por los temas que trata, no es para todo el mundo, pero esta obra pasará a mi estantería de referencias de cabecera, a las que me gusta volver una y otra vez para recordar por qué leo (y escribo).

Nota: si alguien quiere ver otra reseña del mismo autor, molinos reseñó aquí mismo El tenis como experiencia religiosa.

Hablemos de langostas. David Foster Wallace. Debolsillo. Barcelona, 2007. 432  páginas. 21.00 euros. Comprarlo en Amazon.

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Blanco Humano
El Buscalibros

Esta sección está pendiente actualización. Poco a poco, ¿vale? Sólo soy una persona, jó. Yo es que me indigno...