‘Huracán en Jamaica’, de Richard Hughes

Hay piratas, niños e insectos. Hay deseo, miedo, muerte. Hay partes de risa y un todo de tragedia. Hay una novela perfecta, total.

Daniel Dilla Quintero
El Buscalibros
4 min readMay 12, 2017

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E n un mundo saturado de adjetivos favorables, donde lo inmediato se celebra siempre como un éxito, cuesta encontrar las palabras perfectas para convencer de una lectura, más aún si esta viene de 1929 y, por lo tanto, desprovista de ese incómodo aparato comercial de lo reciente. No debería ser una tarea complicada, porque todos hemos quedado decepcionados con obras que, despojadas de la mercadotecnia, sacadas de la mesa de las novedades, demuestran a escritores sin suficiente calidad, que tienen poco que decir o que lo hacen sin ninguna gracia.

Yo he llegado a la novela de Richard Hughes Huracán en Jamaica por múltiples referencias: parece como si siempre hubiera estado ahí, próxima, y que hasta ahora no hubiera advertido su presencia. Fue determinante en mi lectura las alabanzas del crítico Ignacio Echevarría publicadas en El Cultural de El Mundo. En el suplemento le dedicó la página completa y definió la obra como «novela perfecta». Quienes celebran esta historia lo hacen por duplicado: la novela de aventuras leída en la juventud, donde se mezclan piratas y niños, insectos, terremotos, peripecias en el mar. Una lectura que les dejó para siempre fascinados. Y el regreso a la misma que hicieron muchos años después: una revisión en la cual encontraron, casi por sorpresa, elementos inesperados. Una especie de aparición literaria: un nuevo lector, un nuevo texto, niveles desconocidos y el asombro de todo lo que uno dejó sin leer.

El argumento es simple. Una familia británica vive afincada en una plantación en Jamaica, en un momento indeterminado, pero cercano a la abolición de la esclavitud, de cuyos efectos aún quedan restos visibles. El huracán que da título a la novela destroza sus posesiones. Los padres, para proteger y garantizar una buena educación a sus cinco hijos, deciden enviarlos a Inglaterra, en un movimiento inverso al colonizador. En el viaje de regreso su barco es atrapado por un grupo de singulares piratas, pues parece como si esta actividad no les fuera ya lucrativa, y así lo apunta el propio autor, en unas aguas donde coexisten, como una confusión de fechas, embarcaciones a vela con barcos de vapor.

La singularidad de la novela, lo que la hace inmensa y multiplica su goce, es la convivencia de los piratas y los niños. Parece como si los primeros se contagiaran de la inocencia y aparente bonhomía de los segundos, y los segundos de la violencia, en parte real y en parte ficticia, de los primeros. Bajo una apariencia inocente y de entretenimiento, ocurren sucesos gravísimos que determinarán los días venideros de estos niños. El caso más sintomático es el de Emily, la gran heroína de la novela, un personaje imposible de olvidar, magníficamente descrito, y que asiente a ese mundo ambiguo. En ese galimatías de roles, cruzados, como una obra de teatro con un director de escena incapaz para definir el reparto correcto, no es de extrañar que, una vez los niños son liberados y encaminados hacia Inglaterra, los piratas, también a su modo aliviados, regresen a un mundo de violencia y alcohol, celebrando de esa manera una suerte de personalidad recuperada.

El final de la novela abre un interesante debate sobre la situación legal de la piratería, los efectos que esta ha tenido en la formación de los niños y qué medidas se deben tomar contra los culpables. En la resolución de este enredo legal se vuelven a manifestar las virtudes de la novela: el hueco entre la edad adulta y la infancia, la mentira recíproca como puente para que una y otra edad convivan, la «afasia moral», como así la define Echevarría, que define la dudosa inocencia de los niños. Se ha dicho con frecuencia que es una de las mejores novelas jamás escritas sobre la crueldad infantil y que su influencia en otras obras, especialmente en El señor de las moscas, es evidente.

La novela fue llevada al cine en 1965 a cargo del director Alexander Mackendrick. Fue titulada en español como Viento en las velas y contó con Anthony Queen en su reparto. La película conserva el espíritu de la novela, sobre todo en la presentación de la piratería como un modo difícil de subsistencia antes que una actividad ilegal. Deja el mismo sentimiento que la obra escrita: la sensación de que acepta múltiples lecturas. Como si la película, igual que el libro, exigiera de una permanente revisión. No debería extrañarnos que ese mismo efecto tuviera el texto sobre su autor: Richard Hughes tardó veintidós años en publicar su siguiente novela, A Fox in the Attic.

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Daniel Dilla Quintero
El Buscalibros

Colaboro en la web elbuscalibros.com, donde se pueden encontrar buenos consejos de lectura, y escribo con irregularidad periódica en taganana.wordpress.com.