‘Jane Austen en la intimidad’, de Lucy Worsley

Es una verdad universalmente conocida que cualquier persona con afición a los libros debería leer a Jane Austen al menos una vez en la vida.

Lorzagirl
El Buscalibros
7 min readFeb 14, 2018

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M e gustaría pensar que 2017 ha sido el año de Jane Austen. Las alternativas son bastante deprimentes y, además, políticos y políticas, desastres y desgracias ha habido siempre.

Que una escritora (de ficción, nada menos) aparezca en los billetes de 10 libras, en cambio, no había pasado nunca. Y aunque no tengo datos, seguramente tampoco había circulado ninguno con una exaltación tan entusiasta hacia la lectura.

Por desgracia la pobre Jane suele tener mala fama entre quienes no han leído nada suyo. Al oír su nombre, mucha gente piensa en Colin Firth luciendo pectorales bajo una camisa mojada y, basándose en esta imagen, la acusan de romántica, el peor de los crímenes para un escritor serio.

Y no.

Jane Austen no era romántica, porque para empezar los románticos vendrían un poco después, las comedias románticas mucho después y nuestro desprecio por lo que llamamos erróneamente romántico bastante después. Además, la urgencia de las heroínas austenianas por encontrar un marido no tenían nada que ver con el romanticismo en ninguno de los sentidos: era una necesidad práctica.

En la época de Jane, las salidas laborales para las mujeres se reducían básicamente a dos: atrapar a un hombre o vivir de muchos hombres, no sé si me explico. Sí, había algunas mujeres independientes, que se ganaban la vida o que se podían permitir vivirla a su aire, pero eran las menos y lo tenían todo en su contra. Desde la relativa comodidad del siglo XXI resulta muy fácil echarles en cara que se dejaran dominar por el heteropatriarcado opresor, pero por una vez deberíamos hacer un ejercicio de empatía y ponernos en su lugar.

En los 1800s, una mujer con suerte dependía de su padre hasta que pasaba a depender de su marido; si no se convertía en una carga, en la pariente pobre, dependiente de la caridad de sus hermanos o, peor, sus cuñados. Y con la sangría de las guerras napoleónicas en curso, pillar un marido cada vez estaba más difícil.

Además hay que tener en cuenta otro factor: con una mortalidad elevada hacía falta un buen número de hijos para asegurar el relevo generacional (o lo que es lo mismo, alguien que te cuide en la vejez). Las mujeres, que además tenían la mala costumbre de morirse durante o después del parto, debían de aprovechar al máximo sus años fértiles.

En semejantes circunstancias, si con catorce años te sale un pretendiente con posibles te casas y punto, que no sabes si vas a tener otra oportunidad. Y al feminismo que le den pomada, total, ni siquiera está inventado todavía…

La novedad de Jane radica en que por grande que sea la necesidad de la heroína (y las suyas suelen estar muy necesitadas) ya no les vale cualquier pretendiente, por mucho que tenga los pectorales de un joven Colin Firth (ay…) y una mansión en Pemberley. Jane cree que los novios deben tener afinidad de caracteres. Conocerse. Quererse. Respetarse. Entenderse. Tener aficiones similares o complementarias. En resumen: Jane tiene la loca idea de que los jóvenes deben conocerse antes del matrimonio.

Tengamos en cuenta cómo se ligaba en la época. Pillar a un hombre implicaba grandes dosis de artificio, cuando no directamente de engaño. La competencia era durísima, así que los padres se encargaban de presentar a sus hijas en la forma más atractiva posible: acudiendo a los lugares adecuados, con las personas adecuadas, a los entretenimientos adecuados. Todo estaba medido, vigilado y orquestado para que las chicas deslumbraran y los señores cayeran rendidos a sus pies sabiendo de ellas lo menos posible, no fuera a ser que algo los espantara. No es de sorprender que algunas parejas llegaran al altar sin haber intercambiado más de media docena de frases y que, pasados los primeros ardores del enamoramiento, se convirtieran en una pareja infeliz.

Pero si nos fijamos de cerca, todos los galanes austenianos han visto a sus chicas en los momentos más bajos: Darcy ve a Lizzy despeinada y cubierta de barro (y es la primera vez que la encuentra atractiva); Emma se comporta como una niñata; Marianne es una intensita; Anne está muy estropeada; Catherine hace el ridículo cuando se deja llevar por su imaginación; y Fanny… mi teoría es que Fanny inventó la horchata: la llevaba en las venas, para empezar. Salvo Elinor, que probablemente no haya sentido la necesidad de expeler una ventosidad en su vida, todas resultan atractivas a pesar de, a veces incluso gracias a, sus defectos.

Volvamos a Jane. Es una chica práctica. Sus heroínas deben casarse porque las otras opciones, que también aparecen en sus novelas, son terroríficas. Pero no con cualquiera: alguien que las conozca y las aprecie tal y como ellas son. El problema es que las mujeres de su época no tienen libertad para ir por ahí alegremente mostrándose tal y como son. Mostrar un tobillo ya era el colmo del atrevimiento, ni pensamos en permitir que tu pretendiente te viera en coleta y chándal comiendo Cheetos en el sofá. Eso limita mucho sus opciones y nos lleva a otra cosa que se le ha criticado a la escritora: que sus heroínas se convierten en mujeres/niña al casarse con figuras paternales, amigos de sus padres, o amigos que tienen la edad de sus padres, primos mayores que ellas o, al menos en un caso, un cuñado.

Lo reconozco: visto desde 2018 la idea de adolescentes casándose por dinero con señores mayores de su entorno familiar echa un poco para atrás. Pero Jane no escribió en 2018, y en su época los únicos que podían ver a las mujeres en el equivalente actual a comer Cheetos en chándal eran los hombres de su entorno familiar. Jane no solo era una chica práctica: también era muy lógica.

¿Por qué os estoy contando todo esto, aparte de porque me encanta oírme a mí misma?

Pues porque creo que Jane Austen se ha traducido muchas veces a nuestro idioma, pero pocas a nuestro tiempo. Sí, se han hecho remakes. (Muchos remakes. Demasiados, incluso). Pero para entenderla de verdad, lo que hace falta es comprender el imaginario colectivo en el que se movía.

¿Lo QUÉ?

Me explico.

Si yo os digo que Jane Austen era una pecadora de la pradera, todos estáis entendiendo las palabras (y la idea de pecar en la pradera es, sin duda, universal), pero para los españoles tiene unas connotaciones y un significado oculto y compartido que en otros países seguramente no entienden, y probablemente seríamos incapaces de explicárselo satisfactoriamente por mucho que lo intentáramos.

De la misma forma, cuando Jane decía que determinada familia vivía en cierta calle no estaba dando una mera indicación geográfica: con ese dato su público ya sabía de qué rentas disponía, cuánto servicio tenía en nómina, si podía permitirse un carruaje y qué tipo de muselina llevarían sus hijas al baile. Nosotros, en cambio, leemos cualquiera de sus obras y nos sorprendemos porque apenas contienen descripciones. No las necesita: con decir «Camden Street», por ejemplo, es suficiente.

Y ahora es cuando por fin hablo del libro. ¿Os acordáis? ¿El del título, más arriba? Jane Austen en la intimidad, de Lucy Worsley, con una traducción muy bien resuelta, y no era fácil, por Victoria Simó. Se trata de una biografía de la tía Jane muy completa, que incluye referencias a las cartas de las propia autora y a muchas de las lecturas de moda en la época y que sirve de panorámica para comprender el mundo en el que se movía y que supo retratar de una forma tan incisiva.

Es un libro que se lee alegremente, en una especie de rapto costumbrista, muchas veces con una sonrisa y, a veces, al borde de la indignación. Como suele ocurrir con las biografías tiene momentos de impagable cursilería, que se le perdonan porque, a fin de cuentas, nadie escribe cerca de quinientas páginas sobre una solterona muerta hace dos siglos si no es en un rapto de adoración. Y uno muy bien documentado, además. ¿Cómo no vamos a perdonarle que se deje llevar a veces por el entusiasmo? Los austenitas somos así.

Lo único que le puedo reprochar es que, a pesar del título, no encontramos aquí ningún detalle íntimo sorprendente. Si la tía Jane era realmente una pecadora de la pradera no hay, de momento, ninguna prueba que lo confirme.

Solo nos queda leer entre líneas y pensar que Jane quería para ella lo mismo que para sus personajes: encontrar a alguien que la quisiera tal y como era, sin disimulos.

Jane Austen en la intimidad. Lucy Worsley. Traducción de Victoria Simó. Ediciones Urano. Barcelona, 2017. 24 euros. Comprarlo en Amazon.El Buscalibros es un proyecto comprometido con la difusión de la literatura. Nuestro objetivo es crear un santuario online para lectores, sin publicidad y sin barreras, gratuito para todos. Pero no podemos hacerlo sin ti. Cada vez que pinchas en alguno de los enlaces de compra en Amazon (como este), y compras cualquier producto en su plataforma (sea un libro o no), recibimos una pequeña comisión que nos ayuda a poder mantener activa la web.

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