La fortaleza gris, capítulo 7 (segunda parte): «Conversando con la razón»

Tras pasar la noche en los dominios de la Razón, nuestra protagonista despierta para seguir dando respuesta a sus dudas.

Claudia PM
El Buscalibros
5 min readJun 3, 2017

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Comienzo a notar un ligero calor en mis mejillas y empiezo a despertar. Somnolienta intento abrir los ojos, pero sólo uno obedece mis deseos. Veo muy cerca la chimenea con el fuego ardiendo lentamente. Me pregunto dónde estará la Razón y, al querer girar la cabeza, me doy cuenta de que la tengo sobre un precioso cojín de color rojo con bordados azules. Detrás de mí está la Razón, veo sus zapatillas de estar por casa y la parte inferior de la bata. Me incorporo y me estiro. Mi madre siempre me dice que le recuerdo a un gato pequeño cuando me estiro por las mañanas al levantarme de la cama. La Razón me da los buenos días y me pregunta qué tal he dormido.

— Muy bien. Gracias por su hospitalidad — digo con una sonrisa — . ¿Y usted ha descansado?

— No. No tengo tiempo para eso.

— ¿No descansa ni duerme nunca? — pregunto algo escandalizada — . Con lo que a mí me gusta dormir…

— Sí, pero no de la misma forma que vosotros.

— ¿Puedo preguntar cómo?

— ¿De verdad quieres saberlo?

— Si se puede, sí.

— Lo siento, pero no, es una de las normas.

— De acuerdo, y ¿ha sido interesante este rato en el que yo he dormido?

— Claro, el tiempo en sí es interesante.

— ¿Ha hecho algo en particular?

— Lo de siempre: aprender, leer…

— ¿Y qué anda leyendo ahora?

— El rompejuramentos.

— Suena extraño — reclamo — . ¿De qué va?

— De una tragedia, de cómo la ambición cambia a las personas.

— ¿Y lee este libro ahora por algo en concreto? ¿Ha ocurrido algo que pueda saber?

— No, simplemente me apetecía leerlo. Y ahora, ¿puedo preguntar yo algo?

— Adelante.

— ¿Qué te retiene aún aquí?

— En realidad no lo sé. Estoy muy cómoda con la manta, cerca del fuego y con una buena conversación. Es agradable tener con quien hablar. ¿Le molesto acaso?

— No, pero hay otros que quieren verte.

— En cuanto me vaya de aquí no podré volver, ¿verdad? — pregunto con algo de pena.

— Son las normas, igual que en el resto de puertas.

— Por eso quizá me resisto a salir, porque es el primer lugar en el que obtengo respuestas directas. Tengo miedo de salir y que me surja alguna duda más.

— No soy la única respuesta a esa posible duda. Todos tienen una, ¿por qué la mía es tan importante?

— Ya le digo que este ha sido el primer lugar en el que he tenido con quién hablar y donde se me han contestado las preguntas. Me gustaría saber qué opina acerca de que el Señor del castillo quiera enseñarme los recovecos de su hogar.

— Arriesgado es la palabra.

— ¿Por qué?

— Te enseña parte de él. Eso siempre es arriesgado. ¿Y si algo no te gusta?

— ¿Eso es arriesgado? La clave es conocer a alguien tal y como es, y eso siempre es de agradecer, que te dejen conocerlo al completo. Y aceptar a esa persona.

— Así es.

— ¿Alguna recomendación de por dónde debo continuar mi viaje? ¿Alguna recomendación sobre la próxima puerta que debo abrir?

— Ocho o Nueve. Ocho rabia por verte. Nueve sabe que llegará su momento, que es algo inevitable. ¿Por qué preguntas?

— Porque no sé dónde ir ahora y no estaría de más saber qué opina la Razón al respecto.

— Aunque sea raro viniendo de mí, ve donde te diga tu corazón.

— Gracias. Por todo. Por su tiempo, por dejarme pasar la noche aquí, por responder a tantas preguntas y por la ayuda prestada. No le molesto ni le robo más tiempo.

— No molestas ni robas tiempo.

— Ojala pudiéramos volver a vernos.

— Sabes que no puede ser.

— La esperanza es lo último que se pierde, ¿no? — respondo con una sonrisa—. ¡Ah! Por cierto, una última pregunta antes de irme.

— Dime.

— ¿Siempre hay tormentas ahí fuera?

— Claro.

— ¿Y a qué se debe?

— Soy la mente, la Razón. Es donde debo estar, en la tormenta. En el caos se encuentra el orden.

— ¿Y no le gustaría ver el sol de vez en cuando? — pregunto a la vez que pienso que yo no podría estar aquí demasiado tiempo — . Me declaro amante del sol, soy como una pequeña plantita que lo necesita para vivir.

— No.

— ¿Y por qué? Si se puede saber...

— Es la norma.

— Jolín con las normas. Es la primera habitación que tiene tantas normas.

— Es la primera y única en la que has preguntado por ellas, es normal.

— En fin, recojo mis zapatos y me marcho. ¿Quiere que le ayude a recoger la manta o alguna otra cosa?

— Tranquila, ya me ocuparé yo más tarde.

— Cuídese, y cuide de todos estos libros. Este es un lugar mágico.

Me pongo mis zapatos y me voy del precioso salón. De nuevo me encuentro en la tormenta, en las escaleras que se sostienen mágicamente. Nubes negras, rayos y truenos vuelven a rodearme. Despacio bajo las escaleras y, abriendo la puerta, vuelvo a la sala circular para decidir cuál va a ser mi próximo destino.

Continuará...

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Claudia PM
El Buscalibros

Profe de infantil. Devoradora de libros y cuentos infantiles. También me entretengo escribiendo, fotografiando, pintando y escuchando música.