10 libros sobre París

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El Buscalibros
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Tenemos en nuestra retina tantas y tantas imágenes de París — los cuadros de los impresionistas donde las alegres muchedumbres se entregan al baile y la bebida en los cafés, las fotografías de Cartier-Bresson que retratan a los pilluelos de las calles o a señores muy serios con una baguette bajo el brazo, las innumerables películas románticas con la torre Eiffel siempre en segundo plano, los filmes negros franceses donde hombres vistiendo gabardina caminan por las orillas del Sena a la luz de las farolas — que casi podría decirse que es una ciudad ficticia. ¿Existe ese París? ¿Existió alguna vez? En los diez libros que proponemos en esta lista está ese París idílico, pero también el París de la bohemia, el de los barrios, el de los suburbios, el de los salones elegantes del XIX, el de la Ocupación y muchas otras versiones, todas con su parte de verdad y también con su parte de ficción. Imposible saber cuál es una y cuál la otra. En cualquier caso, lecturas que transportan y dan alas a la imaginación. Tal como reza el título de la obra de Enrique Vila-Matas — que podría perfectamente hacer el número once de esta selección —: «París no se acaba nunca».

1. ‘Bel-Ami’, de Guy de Maupassant

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Para plantarse en pocos minutos en el París efervescente, elegante y frívolo de la segunda mitad del XIX -los amplios bulevares construidos por Hausmann, los salones literarios, las fiestas mundanas, los adulterios (consentidos o no)- basta con abrir esta novela de Maupassant, que tiene mucho de autobiográfico. Bel-Ami, el atractivo joven sin dinero ni empleo, pero lleno de ambiciones, que llega a la ciudad decidido a conquistarla, pronto se da cuenta de que, para triunfar, sólo hace falta no tener escrúpulos. Él carece de ellos, y cuenta además con un gran poder de seducción. Como las mujeres a las que inevitablemente fascina, el lector se siente a la vez atraído y asqueado por este personaje, que el autor nos describe de forma impecable y sin ahorrarnos ninguna de sus bajezas. Está claro que, tras el oropel, los vestidos de seda y los fracs de esa sociedad se esconden muchas serpientes.

«No soy sino un pobre diablo sin dinero y con una posición aún por hacer, como ya sabe. Pero soy voluntarioso y creo que no me falta inteligencia y voy de camino y por buen camino. Con un hombre que ha llegado, sabido es ya lo que se toma; de un hombre que está empezando nunca se sabe hasta dónde irá».

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2. ‘Suite francesa’, de Irène Némirovsky

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Némirovsky era rusa y judía, una combinación fatal durante la ocupación alemana de Francia. Antes de la toma de Paris por los alemanes consiguió escapar hacia el sur. Allí escribió esta novela que permaneció escondida durante años en una maleta hasta que la encontraron sus hijas que al contrario que ella, consiguieron sobrevivir a la II Guerra Mundial. Némirovsky fue deportada a Alemania y murió en Auschwitz. La novela tiene dos partes, en la primera se cuenta la huida en estampida de París antes de que llegaran los alemanes. Lo curioso es que el invasor casi no sale… pero la necesidad y urgencia por huir, saca lo peor de los parisinos que son capaces de cualquier cosa con tal de asegurarse su huída, nada importa más que uno mismo, el instinto de supervivencia por encima de todo. Ese París aterrorizado, asustado, incrédulo en parte con sus habitantes sorprendidos como niños por una realidad en la que no quieren creer. La segunda parte trata sobre la vida en un pueblo francés ocupado por el ejército alemán, la convivencia forzosa entre ocupados y ocupantes. Una situación que resulta más angustiosa porque su autora nunca llegó a saber que los alemanes al final serían derrotados.

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3. ‘El club de los optimistas incorregibles’, de Jean Michel Guénassia

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¿Cómo es vivir en París cuando has llegado allí huyendo? A través de la historia de la adolescencia y madurez de Michael Marini, conocemos a un grupo de refugiados soviéticos que tienen un club de ajedrez en uno de esos cafés parisinos que todos tenemos grabados en la imaginación. Allí se reúnen a jugar, cada uno con su pasado, con su presente y con un futuro en el que ya no piensan. La historia de Michael se entrelaza con la de todos esos hombres en un Paris reconocible para el turista del 2017, un Paris que no es el del parisino sino el del que llega escapando y con una idea idílica de la ciudad.

«Hay en la lectura algo que tiene que ver con lo irracional. Antes de haber leído el libro, intuyes enseguida si te va a gustar o no. Lo husmeas, lo olfateas, te preguntas si merece la pena pasar el tiempo en compañía suya. Es la alquimia invisible de los signos trazados en una hoja que se nos quedan impresos en el cerebro. Un libro es un ser vivo».

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4. ‘En el café de la juventud perdida’, de Patrick Modiano

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A lo largo de sus ciento treinta y una páginas, a través de los ojos de varios personajes, Modiano construye la historia de la misteriosa mujer, Jacqueline, a la que todos llaman Loki a partir de su aparición en el café que es también protagonista y parte de la historia. Durante su lectura, Modiano consigue que el lector dibuje en su cabeza la plaza hexagonal (no sé porqué hexagonal) en la que está el café Condé. En ella desembocan distintas calles que son las historias de cada personaje y que dan una visión de la ciudad y también de la plaza. Al contrario de lo que pudiera parecer, con esos múltiples recorridos y vistas de la plaza no consigues construir la historia completa, porque cada calle tiene sus callejones y sus ángulos ocultos. Cada vez que llegas a la plaza descubres algo nuevo y una nueva incógnita. París, a veces, es así. Una novela donde la topografía de la ciudad es casi tan importante como los personajes.

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5. ‘La vida instrucciones de uso’, de Georges Perec

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Seguramente esta es una de las novelas que menos cumplen con el esquema novelesco que se pueda imaginar. Es como si el autor le hubiese quitado a un bloque de pisos de una calle parisina -concretamente la calle Simon-Crubellier núm. 11- la fachada, y nos hubiese dejado ver no sólo como son todos y cada uno de los apartamentos, con el más minucioso detalle, sino también cómo y quiénes son sus habitantes, los actuales y los que alguna vez habitaron allí. Así surgen decenas de pequeñas historias y anécdotas, que se van sucediendo unas a otras, siguiendo un complejo orden que diseñado por el autor. Un libro sorprendente, que es mucho más que un divertimento o un experimento literario: a través de esas más de cien historias minúsculas que se despliegan ante el lector, Perec traza un fiel retrato de cómo viven los parisinos (o de cómo vivían el 23 de junio de 1975, la fecha que es inmotalizada en esta novela).

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6. ‘El árabe del futuro’, de Riad Sattouf

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Riad es francés de padre sirio y madre francesa; nació en París y tras pasar sus primeros años allí, vivió en Libia y el pequeño pueblo sirio del que era originario su padre. Más adelante volvió a Francia donde se convirtió en dibujante, trabajó en Charlie Hebdo y después ha publicado varios cómics. El árabe del futuro es su autobiografía en forma de cómic. Una idea parecida a Persépolis o Fun Home. Riad, en este primer tomo que comprende su más tierna infancia, comenta en una entrevista que se había obligado a tomar el punto de vista de su yo de niño, contar solo aquello que recordaba y tal y como lo recordaba. Es un buen enfoque aunque yo creo que es imposible no hacer trampas con él. ¿De verdad con dos, tres años recuerdas las cosas así o las historias que te han contado y que tú te has contado a ti mismo han construido ese recuerdo? Más allá de esa «pega», El árabe del futuro es gran cómic. Sattouf consigue transmitir la desconexión cultural entre sus padres y las tensiones internas de su padre que se define como laico e independiente y, sin embargo, va defendiendo cada vez más las ideas más religiosas de su país natal. Sattouf logra que sintamos la angustia y la tensión con la que su madre y él viven en Siria y la libertad y relajación que experimentan cuando vuelven a Francia.

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7. ‘Trópico de Cáncer’, de Henry Miller

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París también es la bohemia, los artistas llenos de sueños que se mueren de hambre y se gastan sus últimos francos en un vaso de vino. Henry Miller llegó a París en 1930 y se enamoró de la ciudad. Durante los años siguientes permanecería allí, a menudo pasando hambre y frío, alojándose en cuchitriles, pero gozosamente dedicado a lo que más quería hacer: escribir.

«Saltar aquí y allá como un chinche, recogiendo colillas de vez en cuando, algunas veces furtivamente, otras con descaro; tomar asiento en un banco y estrujarse las tripas para contener la mordedura del hambre, o caminar por el Jardín de las Tullerías y tener una erección al mirar las muchas estatuas. O vagar por la noche a la orilla del Sena, vagar y vagar, y enloquecer con su belleza, los árboles inclinados las rotas imágenes en el agua…».

Trópico de Cáncer es famoso por haber sido prohibido por la censura en USA. Sí, ciertamente, hay bastante sexo en ella (seguramente nada que los lectores de hoy no hayan visto o leído mil veces). Pero sobre todo hay un gran anhelo de sinceridad, de vivir la vida al límite. Es el suyo un París mucho más miserable y desolado, pero también más auténtico, que la versión edulcorada de la película de Woody Allen Medianoche en París.

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8. ‘El peatón de París’, de Léon-Paul Fargue

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Un libro para errabundos y nostálgicos, un paseo por los barrios populares de París que puede servir como inspiración, pero no como guía de viaje, porque Fargue –amigo de Mallarmé, de Valéry, de Ravel, Debussy o Picasso- lo concibió más bien como un homenaje a la ciudad o, mejor dicho, a un determinado momento de la vida de la ciudad, que él vivió intensamente. Fargue retrata con minuciosidad y con mirada de poeta los lugares y a las personas: artistas, actores, literatos, pero también mozos de carga, cocheros, ociosos que pasan la tarde en las terrazas de los cafés o familias que cenan juntas. Escrito en 1938, justo antes de que la guerra sacudiese la ciudad, constituye, como dice el autor, «un viaje sentimental y pintoresco por un París que ya no existe», pero cuyo encanto perdura. Tan claro lo vio Fargue, que sus palabras, vistas retrospectivamente, resultan casi proféticas:

«(…) en una eventual guerra, los aviones enemigos recibirían el ataque del murmullo de historia, elegancia y amor que París desprende, y una presencia providencial, una suerte de encanto irresistible, les ordenaría dar marcha atrás para dejar intacta sobre el relieve del mundo una planta de goces y placeres que mucho tardaría en volver a echar raíces».

Tal vez por eso nunca fue bombardeada y se salvó de los destrozos que devastaron tantas otras ciudades.

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9.Maigret tiende una trampa’, de Georges Simenon

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No podía faltar en esta lista alguna novela policiaca. No es fácil elegir uno de entre los muchos policías que han resuelto casos de ficción en París, pero Maigret es sin duda un clásico entre ellos. Tampoco lo es seleccionar una de las nada menos que 75 novelas que Simenon le dedicó al flemático comisario. En Maigret tiende una trampa, nuestro protagonista se enfrenta a un asesino en serie (antes de que los americanos descubriesen el filón que este tipo de asesinos podía constituir). Es agosto y en París no queda nadie, ¡hasta algunos de los bouquinistes del Sena han cerrado sus puestos! Menos el comisario y el asesino, claro, que ha acabado con cinco mujeres nada menos que en el barrio de Montmartre. Es una verdadera delicia seguir a Maigret y su pipa desde el Quai des Orfèvres por las calles parisinas, rumiando cómo dar con el asesino. Lo cierto es que, una vez has entrado en el universo Maigret, es difícil salir de él. Seguro que los lectores se quedan con ganas de leer alguna más de sus aventuras.

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10. ‘La sonrisa de las mujeres’, de Nicolas Barreau

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París puede ser escenario de novelas de guerra, de traición, de elegancia, de inteligencia, de amor, de dramas, de espionaje, de vida sin más y, también, por supuesto de novelas cursis hasta el infinito. Esta es una de ellas.

Gráficamente sería como una montaña entera de caramelos rosas, con nubes rosas coronada por 200 docenas de globos rosas atados con cintas rosas, sujeta por un desfile de princesas Disney y rodeada de una banda de majorettes disfrazadas de Hello Kitty. Y me quedo corta. Es una historia tan cursi, tan cursi, tan cursi y tan almibarada que a su lado La Cenicienta es una peli porno. Pero es París y un restaurante, uno de esos con pequeñas mesas con manteles de cuadros rojos sobre los que los comensales disfrutan platos de comida francesa y se enamoran sobre copas de vino. Una novela cursi para leer en una tarde de lluvia, con manta y helado en el sofá mientras se sueña con un París de película Disney.

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