Los monstruos no viven debajo de la cama
Lo que queda cuando lo que no te mata, tampoco te hace más fuerte.
Estaba muerto y lo sabía. Respiraba, sí. Pero no sentía frío ni calor. Ni siquiera el calor que pueden darte unas manos en pleno invierno. Echó dos cucharadas de azúcar al café y puso el último capítulo de la serie de moda en Netflix. No entendió el final. Como tampoco entendía el suyo. Apagó la televisión y miró los posos de la bebida caliente. Se rió ante la posibilidad de ver un futuro en ellos.
«Maricón».
Las palabras resonaban en su cabeza, filtrándose poco a poco en el subconsciente. Igual que el agua se cuela entre las rocas partiéndolas por la mitad cuando llega el invierno.
«Estás enfermo».
Y le subió la fiebre. Dejó la taza en el fregadero. Ni siquiera podía tomar café si al día siguiente tenía que ir al colegio. Pero sus padres esa noche no estaban en casa. Ni lo estarían al día siguiente. Nunca estaban.
«Ojalá te mueras».
Se metió en la cama y apagó la luz. Tenía miedo. Los monstruos no viven debajo de la cama. Los verdaderos monstruos mascan chicle, tiran del pelo a las niñas e intercambian cromos en el recreo. Él no quería volver a ese recreo. Y entonces descubrió que lo que no te mata tampoco te hace más fuerte. Solo espera a que a la siguiente dé resultado. Aunque solo sea por gustarte alguien de tu mismo sexo. Al fin y al cabo, con diez años, ¿quién sabe lo que es el amor?
