‘El mar es tu espejo’, de Catalina Gayà Morlà

Tripulaciones a las que une la espera, el abandono. Un ejemplo más de cómo la economía ha abandonado a las personas.

Conunojoabierto
El Buscalibros
3 min readOct 23, 2017

--

Alguien dijo que empezó en 2008, otro le puso fin en 2015. Yo solo fui consciente en 2013, cuando me rozó, y aún hoy dudo si la crisis ha terminado. A mi alrededor cayeron ciento veinte puestos de trabajo (personas), se llevó la mejora de convenios, dejó recortes públicos, privados y una incertidumbre a la que he nombrado compañera habitual. Y todo con los pies bien anclados en tierra firme.

Por qué nadie me contó qué ocurría en el mar. Por qué me importa menos. Por qué mientras los desahucios ocupaban portadas en los periódicos, nadie me dijo que había centenares de tripulaciones abandonadas en el Mediterráneo.

Catalina Gayà se encontró a Faisal en el puerto de Barcelona, en 2008. El buque del que era primer oficial llevaba casi un año inmóvil. Tomó el mando de la nave cuando el capitán abandonó el barco averiado, mes y medio después de llegar a puerto. El armador llevaba cuatro meses sin pagar los sueldos de la tripulación, mientras les prometía, una y otra vez, que se haría cargo de todo después de esta u otra fecha. Faisal se quedó diecinueve meses al mando de un barco herido, tratando que los ruidos del puerto le sujetasen a la realidad. Confió en el armador y mantuvo su palabra al barco hasta que se subastó y pudo volver a Pakistán.

Faisal solo fue el primero de los tripulantes que la periodista Catalina Gayà se encontró. Después vendrían Zinan, Vladimir, Alí, Valcho o Ruslan, que duerme doce o trece horas para no tener que vivir. El abandono de las tripulaciones la lleva a seis puertos del Mediterráneo: Barcelona, Estambul, Ceuta, Gibraltar, Civitavecchia o Suez. Todos tienen en común el abandono lento, camuflado en el día a día, el extraño sentido de la responsabilidad, la importancia de la palabra o la obstinación por confiar, una y otra vez, en quienes les han traicionado, quizá en esas circunstancias no se puede creer en nadie más.

Se hace difícil no recordar el verso de Baudelaire, que da título al libro, cuando Dimitar, el capitán de un barco amarrado en Civitavecchia, empuja a uno de los marineros a que cuente su historia:

«Explícaselo a esta chica, dile que vivimos en una prisión, pero ninguno de nosotros podemos cambiar de profesión. ¡Ojalá pudiéramos trabajar en la orilla como hace mucha gente! Yo extraño la orilla, pero no puedo estar ahí mucho tiempo. Necesito trabajar en el mar».

Los desastres me impactan de manera distinta cuanto más próximo, conocido o probable es un lugar. Del mismo modo que me tranquiliza que las tormentas dejen tierra y avancen mar adentro. Como si una vez que las tormentas abandonan la orilla fuesen ya menos tormentas. A las cobardes como yo lo que nos da tranquilidad parecen ser los kilómetros. Pensar que el peligro está lejos, que es de otros. Así que, a veces, leo para saber qué es lo que pasa lejos de mi horizonte, para dormir menos tranquila, más consciente.

--

--

Conunojoabierto
El Buscalibros

Leo, pienso y escucho. Ahora estoy aprendiendo a puntuar.