‘Morir en primavera’, de Ralf Rothmann

¿Y si volver vivo de una guerra no es tener suerte?

molinos
El Buscalibros
4 min readJan 25, 2017

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Hay miles de libros y de películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Podemos encontrar documentales, ensayos políticos, novelas, biografías de sus principales personajes, testimonios de personas anónimas que lo vivieron, ensayos bélicos y hasta cómics.

Durante mucho tiempo, la mayoría de esas representaciones, tanto literarias como cinematográficas, se centraban en la acusación hacia el pueblo alemán por ser los causantes de tal desastre. Este tono acusatorio era utilizado no solo por el llamado «lado vencedor», sino, también, por los propios alemanes cargados de sentimiento de culpa. El pueblo alemán era tratado como un bloque, unas veces extremadamente complaciente con la política nazi y otras veces como una masa que simplemente se dejó llevar y no hizo nada por frenar a sus dirigentes.

En este clima de culpabilización hubo testimonios diferentes, algunos tan tempranos como la novela de Hans Fallada, Solo en Berlín, que contaba la historia (real) de Otto Hampel y Elisa Lemme, un matrimonio berlinés que, tras la muerte de su hijo en el frente, se dedicó a escribir tarjetas postales con mensajes antinazis que dejaban por toda la ciudad.

Recientemente, en 2013, la cadena de televisión alemana ZDF encargó la miniserie Hijos del Tercer Reich que contaba la Segunda Guerra Mundial desde el lado de los alemanes, y no como agresivos triunfadores, sino desde el punto de vista de unos amigos que se ven arrastrados por las circunstancias de la política, la guerra y la violencia.

Morir en primavera se inscribe en esa nueva literatura que habla de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista del sufrimiento de los alemanes. Hasta ahora, los alemanes no se atrevían a quejarse de lo que ellos sufrieron, y lo hicieron, porque les preocupaba ser acusados de merecer dicho sufrimiento por haber sido ellos los culpables de causar atrocidades impensables que sumieron a Europa y al mundo entero en una espiral de violencia y destrucción. ¿Tienen o no tienen los alemanes derecho a contar su historia?

Ralf Rothmann nos cuenta esa historia, la historia de dos jovencísimos amigos alemanes, ordeñadores en una granja, que son reclutados a la fuerza y enviados al frente de Polonia cuando la guerra ya está perdida, cuando el sacrificio de vidas es aún más inútil, absurdo e innecesario.

El protagonista, Walter, es asignado al cuerpo de conductores y consigue librarse de la primera línea de combate. No empuña un arma, no está en las trincheras, pero asiste a terribles acciones por parte de sus compañeros. A pesar de la clara intención de la novela por mostrar el sufrimiento de los soldados alemanes, por hacernos pensar en todos aquellos que fueron obligados a ir a la guerra, Rothman solo nos enseña atrocidades cometidas por los alemanes. Parece querer hacernos pensar en algo evidente que intentamos olvidar, obligados por las circunstancias, en este caso una guerra infernal: cualquier persona es capaz de cometer actos que en su vida diaria ni imaginaría. La guerra embrutece, deshumaniza y nos convierte en extraños de nosotros mismos.

Lo más conmovedor de la historia es la ternura y, en cierto modo, la pureza que Walter parece conseguir mantener en medio de aquel infierno. Observar cómo cree que podrá salir indemne de la guerra, ser feliz y tener una vida normal es tristísimo. Lo peor es que sabemos que no lo consigue, que durante toda su vida arrastrará el desgarro causado por esos meses de guerra y aquello que se ve obligado a hacer en ella. Él no lo sabe, pero el pequeño núcleo endurecido que surge en su interior cuando está en el frente, y que le sirve para sobrevivir, irá creciendo, poco a poco, cuando vuelva a casa y acabará convertido en piedra.

«El silencio, el rechazo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la verdad».

La guerra es terrible, pero la vuelta a casa y encontrar que no hay nadie, que nadie te espera, que la vida que dejaste en suspenso para retomarla a la vuelta ha desaparecido, que no le importas a nadie y que ahora ya no hay nada que esperar, que ese «ahora» desesperanzado es tu nueva realidad, es terrible. El libro también refleja muy bien cómo las consecuencias de las vivencias de una guerra no solo afectan a los implicados, sino también a sus familias y a sus hijos. Una guerra no termina cuando se vuelve a casa, no termina nunca.

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